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la perentoriedad del tiempo

Normalmente dejo en blanco el título del post hasta que lo termino de escribir, pero hoy lo tenía claro. He estado en un concierto de Listea en Alcorcón. Dany, el muy cabrón, me ha sacado a cantar Dolores se llamaba Lola justo cuando la letra la tengo más perdida. Me lo he pasado bien. Pero me he dado cuenta de que no somos libres al vivir (vaya cosa).

Estamos obligados por el tiempo. Y no me refiero a que no tengamos tiempo para algo, sino a que el tiempo, nuestro tiempo, va a terminar. Se va a agotar, finito. Caput. End. Como quieras. Y no es que nos vayamos a morir, es que vamos a dejar de estar. Tenemos un recuento de horas en un lugar que no conocemos, donde se marcan las vividas y las que nos quedan por estar.

Las horas que vivimos, cada una de ellas, no van a volver nunca. Menuda responsabilidad. Esta hora que paso hoy escribiendo esto desaparece y no vuelve. A mí la perentoriedad del tiempo no me deja dormir. Literalmente. Tengo la sensación: hora dormida, hora perdida. No son los años, me da igual tener treinta que veinte que cuarenta que ninguno. Es que cada hora es la última. La única, propiamente hablando. Hay gente muy consciente de ello que vive como si lo fueran a prohibir. Hay gente que no piensa en ello que disfruta plenamente.

Veinte, treinta, cuarenta, da igual. Esta hora no va a volver, tenga la edad que tenga. Cómo la vivo.

Dentro de las horas que aún nos quedan por estar.

dos caras de una misma moneda

Últimamente no tengo mucho tiempo para estar en ninguna parte, siempre voy corriendo, y nunca llego. Como el conejo blanco, o la gente maldita por los hombres grises en momo. Es más o menos la misma sensación: rentabilizas todo lo que puedes para no llegar a nada. No te sobra más por correr más.

Hoy me he reencontrado con Paco, ex-dueño del Ra junto a su hermano, después de dejar a N. en casa. Me ha hablado de que todo es una mierda y de lo difícil que es todo. Yo le estaba viendo donde le vi mientras me hablaba desde donde está. A veces no te puedes creer ciertas cosas que, sin embargo, suceden. Serán los muertos los que enseñen a vivir a los vivos, porque está escrito. Ciertas respuestas me recuerdan muy mucho a la indefensión aprehendida. Nos hacen descreídos a fuerza de negarnoslo todo, o al menos de negarnos lo prometido.

Con N., sin embargo, todo fue bien. Somos dos caras de una misma moneda. Eso está bien. Privilegios de andar aún con una casa: podemos estar juntos y solos sin tener que andar de bar en bar, de parque en parque o de coche en coche. Mientras dure bueno será. Después, será otra cosa.

No son los treinta los que descolocan, es el mundo, que tiene un sentido del humor histriónico.

Nos hemos tomado unas cervezas mientras hablaba y yo me preguntaba si todo el mundo tiene las mismas certezas, en el fondo. Supongo que sí. Algunos tiran para adelante sea como sea, y les va bien o les va mal. Otros se quedan parados, y al final siempre les va mal. Da que pensar.

Cuando salía de casa con N. ella se ha adelantado, y yo me he quedado un segundo mirando su nuca. Una nuca preciosa. A la gente como yo, como ya dije en su momento, le sobra y le basta con un empate para seguir viviendo tan ricamente. La victoria es un concepto sobrevalorado, porque uno no puede ganar siempre: tiene que aprender a disfrutar del momento en las raras ocasiones en las que no pierde.

dentro de las horas que aún nos quedan por estar


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Dejé el silencio en tu voz, como las horas que nunca están y no se acaban de ir.
Deje la voz en tu boca, dejé mi corazón en tu latir.

Dejé las horas sentado en la voz que nunca di, dejé mi piel,
dejé las horas sentado en las horas que no te di, lo sabes bien.

Cada voz que fui cayendo sin saber,
cada voz que fui cogiendo sin querer.

Dejé las horas sentado, cada vez que pienso en ti me sabe mal,
dejé mi cola en tu carro, dejé mi corazón en tu cerviz.

Como siempre en verano me siento a reír,
como siempre en verano me siento a mentir.
Como siempre en verano me siento a reír,
como siempre en verano me siento a mentir.

Dejé mi piel en tu voz, dejé que soñaras en mi corazón.
Dejé mi piel en tu voz, dejé que sonaras en mi corazón.

Dejé mi piel en tu voz, dejé que sonaras en mi corazón.
Dejé mi piel en tu voz, dejé que sonaras en mi corazón.

Cada vez que me pierdo en no decir.
Cada vez que me pierdo en no reir.
Cada vez que me pierdo en no decir.
Cada vez que me pierdo en no reir.

Dentro del tiempo, dentro del mar,
dentro de las horas que nos quedan por estar.
Dentro del tiempo, dentro del mar,
dentro de las horas que aún nos quedan por estar.

Recuperada en 11-2017 tras años perdida.