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el vacío de la filosofía

– Yo no, yo no soy un mecánico, soy un filósofo, y saco mis conclusiones siguiendo el pensamiento. Y si la vejiga se ensancha es porque tiene poros, y después de haberse deshinchado, un poco de aire ha entrado por sus poros.
– ¿Ah, sí? Ante todo, ¿qué son los poros, sino espacios vacíos? ¿Y cómo consigue penetrar el aire él solito si no le has imprimido movimiento alguno? ¿Y por qué, después de haber quitado el aire de la vejiga, no se llena la vejiga espontáneamente? Y si hay poros, ¿por qué entonces cuando la vejiga está inflada y bien cerrada y tú la aplastas imprimiendo un movimiento de aire, la vejiga no se deshincha? Porque los poros son sí espacios vacíos, pero más pequeños que los corpúsculos de aire.

Umberto Eco. Baudolino.

Lo que es cierto es que la naturaleza de andar por casa que conocemos tiene repulsión al vacío. Yo soy filósofo, pero del siglo este en el que andamos, y más alla de las convenientes, consecuentes y racionales consecuencias físicas que de esto se pueden (y se deben) extraer, barrunto más y frecuento con mayor animosidad las consecuencias inútiles, desbarradas y relativas al significado (frente al significante) que las llanas con aristas. Lo llano con aristas me parece encomiable, pero más propio de genios que no son este humilde perdedor. En cualquier caso detento la pancarta de que la apreciación de que el universo tiene repulsión al vacío es cuestión de este mundo terrenal y que, en general, es más bien al contrario. Y bien que hace.

Punto uno: es más fácil creer en Dios, por más que se empeñen los devotos en aseverar lo contrario. Dios es un repelente natural del vacío, tanto como Labocane y el amoníaco en general para los mosquitos. Cuando uno cree en Dios pone el significado de las cosas y del mundo en disposición de un ser superior que ya se encarga, él solito, de llenar los huecos cuando nuestra irrelevante condición de mortales no llega a hacerlo.

Punto dos: entre Pirron de Elea y el vitalista dieron con un posible quid de la cuestión, no confesable ni demostrable, y es que las diferencias de perspectiva entre los diferentes estados de ánimo y entre los diferentes seres no nos dejan acuerdo en lo visible (el primero), y que al no tener acceso a lo eterno e incondicionado para nosotros es como si no existiera, es decir, por más que veamos programas de lo indecible en cuatro no alcanzamos las condiciones de posibilidad de todo lo imperceptible (el segundo).

Punto tres: niego toda condición apriorística del conocimiento, en mi caso, excluyendo las leves e indeterminadas y de inútil acuerdo concrecciones genéticas. Soy de esos tipos raros y con gafas de pasta (aunque no las llevo) que conceden a la cultura un papel extremadamente relevante en la configuración del individuo y del tipo. El fenoma no modifica el genoma, pero el genoma no sabemos, a ciencia cierta, qué modifica del fenoma (pese a esos dos más dos que va poliuretanizando la ciencia). Sabemos que está ahí, y ya casi es demasiado. En resumen, soy de esos paletos que consideran el barroco como una de las primeras épocas de lucidez humana, aunque no carente de despistes inocentes de principiante. Todo se arregló después para joderlo aún más con el pesimismo translucido y deslucido de la modernidad, incapaz de asimilar la verdad de que no hay verdad alguna, y más aún incapaz de asimiliarlo de algún modo constructivo. La postmodernidad vino después a rematar al muerto ya muerto, sin conseguir así un redivivo útil.

Punto cuatro: la ciencia es estúpida, pero aún así no llega a los extremos que cualquier creencia basada en la fe (incluída la ciencia misma, cuando le da por ahí) detenta. Como buen corolario me gustaría añadir que cualquier postura basada en postulados es imbécil, y que cualquier postura sin postulados es imposible.

Punto cinco: pues bueno, me quedo con Pirrón de Elea, como cualquier dogmático pudo prever desde el mismo principio, mezclado con el sentimiento vitalista (y sólo ese) de Nietzsche. Y si estoy en un error que nadie venga a sacarme de él, porque no tengo ganas. Y porque me tengo en pie por mis propios medios, y que si existe Dios ya vendrá a condenarme, y no hace falta que una legión de acólitos me condene antes de tiempo. Que lo que Él quiso, en el cielo que se le supone, no se concrete en la Tierra, porque no es modo ni lugar alguno respetable. Y que si creo en Dioniso-Dionisos-Dionisio, cuando mi cuerpo se pudra y venga Él a sacarme del error, será Él quien tenga la última palabra.

Si es que aún hay algo que decir.

Así sea.

un segundo o todo

MENIPO. Un filósofo, Hermes, o, más bien, un mago, un hombre lleno de charlatanería; de modo que también a él desnúdalo; verás muchas cosas ocultas bajo su manto.

Caronte, Hermes y varios muertos. Luciano de Samósata. Diálogos.

Digo últimamente me siento como si últimamente me sintiera de algún modo. Digo como si supiera, como si tuviera que aseverar algo sobre mi propia vida. En una generación de llorones, lloro. Tengo mi casa, tengo mis libros, tengo a mi niña. Rectifico, soy con mi niña. Pero aún así lloro. Escribo desde linux, mi última manía importante cuando lo es. Cuando me obligo a que lo sea. Me pregunto si en medio de todo esto estoy yo: y eso sigue siendo llorar. Cuando las cosas van bien uno se pregunta si no se equivocó en algo.

¿Por qué?

Porque que todo vaya bien no es tan fácil. Y uno se mosquea.

No puedo pagar el alquiler, pero invariablemente lo sigo pagando. Me lo resto de comer, pero no adelgazo. Me tomo cervezas frente a los libros y después, con la escoria (literal, sin interpretaciones), escribo esto. Aunque esto es importante, no sé por qué divago. Suena pearl jam en el ipod, me gusta pearl jam, me gusta el ipod, es lo mejor para un tipo desordenado, está todo ahí. Todo va jodidamente, porque no me encuentro en todo esto. Pero a veces me encuentro, ya. A veces desbarro. Me gustaría dar muerte a una monja con un golpe de oreja. Todo metafórico, por supuesto. Mientras voy llorando percibo como se calienta el portátil con linux, como un acto reflejo. Le puedo dar importancia si yo quiero, me puedo tirar con ello horas hasta solucionarlo, sin pensar en nada. Pero después quedo yo. Eso sí que es importante.

Después de todo quedo yo.

Y aunque duermas conmigo no vas a poder arreglar eso. En todo momento llegará un momento en el que yo piense en yo y todo quede en yo. Puedo pensar en ti y dormirme. Pero aún así lo decidiré yo, eludiendo la cosa, no sé si me explico. Cuando duermes conmigo me levanto con ganas de componer, con ganas de componerte, ha sido todo tan precioso que tengo ganas de cantarte, ya. Pero eso no soluciona nada, más que el momento, porque soy imbécil. Tú sientes lo mismo, estás igual. Mi gran suerte ha sido dar contigo, N.

Cuando duermes conmigo me levanto con ganas de hacerte pan tostado con aceite de oliva, tomate y jamón. Y te lo hago, qué coño. Me voy al ahorramás mientras aún duermes, compro todo, y te lo preparo, y lo disfrutas. Y es importante. Pero leo en tus ojos que alguna noche no sé si esta noche te preguntarás cosas que no tienen que ver conmigo, y que están ahí, y que seguirán estando aunque yo no esté, y que son las mismas cosas o semejantes a las que están aquí para mí cuando no estás, o incluso aunque estés, o aunque te empeñes en estar cuando no… cuando no se puede. Pero leo en tus ojos que nunca se sabe cuando será una noche de lluvia, y los perros tras una noche de lluvia pierden los rastros y están perdidos y no saben bien dónde están porque perdieron todos los olores que se fueron con la lluvia, hacia las alcantarillas, como si saber dónde fueron fuera algo.

¿Es triste?

No creo.

Más bien es una lucha, un marco. Como las horas. Nadie se cuestiona las horas, porque todos llevan reloj. Es cuestión de mirar. ¿Te quiero menos por todo esto? No. Te quiero más por todo esto. ¿Y cuando no estás? Te quiero más, por cuando yo no estoy.

Tengo que quererte en reserva, para cuando no estoy. Tú me quieres en reserva, para cuando no estás. A la mierda todos, joder, que no queda nada, quedan koldos, miguelones, hares, rosas y otros para cuando no estoy. Y cuando estoy en la cama, metido en el descanso final de un día final no queda nadie, más que yo. Quedas tú. Quedan ellos. Quedamos todos. Pero estoy en la cama, mirando el techo.

Escuchando a Pearl Jam.

A la mierda el mundo, joder, que nunca me dio nada. Me lanzó a mi cuarto sin preguntarme. Me metió en medio de mis padres, en medio de todo. Después yo he ido cuajando mi derrota, pero no porque sea un desgraciado.

Siempre he ido pensando en la derrota.

Siempre la he deseado, huele tan bien, a realidad…

Huele tan bien, en realidad…

Tenemos que cumplir penitencia y expiación conforme al orden del tiempo, porque el tiempo sólo entiende de circularidad, y nosotros… somos lineales en el tiempo, nacimiento, muerte, ya se sabe.

Más tarde, en la muerte del sexo y esas cosas, en el tiempo y la deflagración del tiempo, que son también cosas, en el hoy y el supermercado y en el arroz y en el estar viviendo ahora y así… vendrás con una botella de vino… escucharemos algo de música… revisaremos la historia… y entonces… sólo entonces… reconciliado con el mundo si lo hay… me darás un beso.

Y entonces, sólo entonces, por un efímero segundo valioso como el oro todo tendrá sentido.

Y no será nada, lo será todo. Y todo lo demás, como telón de fondo, seguirá esforzándose por hacerme pensar. Pero nada tendrá tanta fuerza, en ese segundo. Qué cosas.

cinta transportadora

Estoy en un garito, deben ser las tres o las cuatro de la mañana. Últimamente me siento como los viejos sentados en un banco en la entrada de un pueblo, soy feliz mirando. ¿Mirando qué? Pues a las niñas. Mientras defino la cerveza miro, con cuidado, no es cuestión de llamar la atención y centrarla en mí. No entiendo muy bien por qué miro, no se puede decir que ande necesitado, supongo que es un reflejo normal de los tíos y la edad, aunque preferiría pensar que es algo mío. Supongo que por una cuestión de mantener mi independencia frente al mundo, eso es importante. De otro modo, si el mundo es imbécil, estoy irremisiblemente avocado a ser imbécil.

Me engaño diciéndome que es una curiosidad de escritor lo que me conduce a mirarlas, que quiero saber lo que hay detrás de los cuerpos. Más bien, si fuera sincero conmigo mismo, querría saber lo que hay detrás de las prendas. Nada serio, un mero escarceo de espeología. La genética impone y uno está dentro del juego mientras aún pueda sentir las miradas, después está todo escrito ya. Ese es el triunfo de los garitos, y no otro: coloca a la gente que entra en la zona de juego.

La gente apura los litros, pocos toman copas. Creo que es complicado con el umbral de mil pavos de nuestra generación apuntar más alto, al menos mientras a alguna financiera no le dé por conceder créditos para copas, que todo se andará. “¿Tiene problemas con sus fines de semana?, pues en sólo cinco minutos y con CreditCopas podrá disfrutar de la fiesta que se merece, y todo en cómodas cuotas mensuales”. Es cierto que, cuando uno llega a un determinado nivel de endeudamiento, empieza a dar igual ocho que ochenta, y en un ritual de indefensión aprehendida empezamos a coger productos financieros sin importarnos ya chorradas como el interés o el tiempo que estaremos sometidos al pago. Total, si nos metemos en una hipoteca cuarenta años, ¿ya que más nos da meternos en todo? Seremos libres cuando cumplamos los setenta, y a estas alturas tan tempranas los setenta es un asunto que ni siquiera sabemos si va a llegar alguna vez, se ve lejos, muy lejos en el futuro. Somos terriblemente jóvenes, y sólo queremos implicarnos en las cosas, cueste lo que cueste, mientras los lobos afilan los dientes con la pluma con la que luego nosotros firmaremos los contratos.

Las niñas, ajenas a todo esto, ríen y charlan entre ellas, mirando de reojo a los tíos del local. Para ellas es un acto reflejo, simplemente. Dominan la situación de todos como Terminator cuando entra en un despacho de oficinas, con un ligero golpe de vista y un software que suda la gota gorda haciendo planos de situación. Tienen espuma en el pelo y hacen complicados movimientos para despeinarse hasta el punto justo de conseguir estar perfectamente peinadas, una insospechada derivación de las habilidades psicomotrices en la adolescencia. Me gusta que estén aquí. Primero por el asunto estético, segundo porque dan la sensación de que por mucho que todos estemos puteados, todo sigue y vienen empujando. Es como si nosotros estuviéramos atascados en un punto de la cinta transportadora y, aun así, detrás todo siguiera moviéndose igual. Lo que no sé es qué va a suceder cuando nos encontremos todos en medio del atasco. En los atascos a quien peor nos va es a los idiotas, con nuestra manía de no impedir que todo el mundo se cuele siempre acabamos fuera de la cinta, empujados al suelo, mirando hacia arriba mientras todo sigue.

Salgo del garito reconciliado con el futuro. En el fondo me da igual lo que pase conmigo, no es preocupante. Esa gente querrá vivir en alguna parte, y se hacinarán en campamentos hasta que les den una casa, o se prostituirán por alimentos mientras pagan la letra, o serán carnaza para la policía en manifestaciones pacíficas que deben ser controladas a ostias, o mandarán a sus padres a residencias a los sesenta para quedarse con sus casas. No sé, tengo la esperanza de que harán algo. Nuestra generación es una generación con mayoría de idiotas educacionales, nos quedamos mirando mientras nos subían los pisos, cabreados de puertas para adentro pero sonrientes de puertas para afuera.

Y es que nos han metido tan dentro el rollo inconsistente de la competitividad y la excelencia, que en el fondo pensamos que es culpa nuestra no ser capaces de pagar una barbaridad al mes, que tiene que ver con nuestra falta de habilidad y competencia. Pensando así es muy complicado protestar de ningún modo. Así que, lo dicho, gritamos tras la puerta y nos esforzamos más aún fuera.

Sin embargo la generación de los dos padres currando es diferente. No veían a sus hijos en todo el día, así que les daban lo que quisieran para poder pasar las dos miserables horas de convivencia diarias del mejor modo posible. Eso lleva a una sensación inconsciente según la cual se merecen todo por derecho propio, por existir. Y eso, tal y como están las cosas, o produce una insostenible psicosis colectiva, o que cambie todo. A nosotros nos enseñaron que existir es un asunto que está siempre en revisión, que viene limpio, sin extras, y que sólo nos da derecho a esforzarnos, que tenemos que ser capaces de estar por encima de la situación siempre y en cualquier caso. Porque las reglas del juego las ponían ellos, y con ellas teníamos que conseguir lo que pudiéramos dentro de lo que queríamos. Ahora el modelo de familia ha cambiado, y es una familia que negocia. Eso genera gente más combativa con los mismos principios.

Salgo del garito reconciliado con el futuro, y es que mientras iba hacia la puerta he oído:

– Le he dicho a mi madre que si no me dejaba ir este fin de semana a Valencia no aprobaba ni una este curso.

Con dos cojones, ya era hora.