La sangre de la herida, el dolor vagando por el cuerpo como un murciélago gris y ciego, la fiebre, el miedo, el miedo, eso soy yo, eso eres. ¿Qué otra cosa, si no? Llegamos a generar una substancia de consistencia variable, más bien mediocre, que es la imaginación, la literatura, la estética, el lirismo, el bien, la fe en el hombre, la Historia, la libertad, la justicia. Pero basta esa gota de sangre, ese quejido mudo de mi cuerpo, ese goteo rojo de la vida, para que todo se borre y yo me reduzca a mi dolor. Se contrae el ser como el gusano amenazado. Yo no soy mi dolor, decía el poeta. Ya lo creo que sí. El dolor, la sangre, la fiebre, el miedo, los heraldos negros de la muerte, tan lejana, tan distraída, ahuyentan enun momento todos los pájaros de mi cabeza.
Francisco Umbral. Mortal y rosa.
Me paso el fin de semana perreando, mezclando tónica con pulco porque la cerveza del viernes me ha destrozado el estómago para los restos, mirándome el ombligo mientras escucho la tercera y aburrida parte del señor de los anillos y preguntándome por qué estoy solo precisamente hoy.
Al final me doy cuenta. Hoy no me soporto ni yo mismo. Prefiero no arriesgarme a mezclar mi sabor con otros menos penetrantes.
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Nunca supe a quién iban dirigidos los versos que nunca te di. Si hubieran hablado de ti te los hubiera dado, porque ya hubieran sido tuyos con o sin el regalo. Si hubieran hablado de otras te los hubiera leído, sin duda, o sin necesidad de dudarlo. El principio del tercio excluso no deja muchas más opciones. Pero claro, Aristóteles estaba haciendo una lógica formal de enunciados, con un solo binomio de resultados posibles el tercio excluso se erige como barrera inflanqueable por los propios postulados de la teoría. La realidad, aunque me pese, no entiende de esas cosas. Comprendo a Aristóteles, aún así, porque efectivamente debe haber un nivel de objetividad posible en el que las cosas se vean como son, exactamente como son. Eso nos está vedado, pero podemos deducir que existe o, en su defecto, cómo funcionaría si existiera.
Pero voy comprendiendo que quizá hablaban no de ti, sino de ciertas potencialidades que veía en ti y que me hubiera gustado ver hechas realidad (mmmm, maldito lenguaje). Y esos poemas, si realmente trataban de eso, te hubieran dolido, por activa (¿por qué tengo que desearte de otro modo?) o por pasiva (¿por qué no te deseo como eres?). Quizá por eso los guardaba siempre y jamás los sacaba de una carpeta escondida en el caos de mi disco duro.
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Siempre relacioné el principio del tercio excluso con el kombate, el momento en el que la lucha es ya tan fraticida que los 33 cl apestan y uno se va directamente a por los litros. El propio Aristóteles tuvo clara la diferencia entre acto y potencia en lo que afecta a la realidad: las cosas que existen como potencia no existen más que como potencia. Parece una gilipollez, pero no lo es. No lo es en absoluto. No está negando que las cosas puedan ser de otra manera, pero sí niega que, hoy por hoy, las cosas lo sean, independientemente de lo que puedan llegar a ser cuando al sol le dé por salir por Antequera y ciertas potencialidades, durmientes o proactivas en el seno de uno mismo, se actualicen.
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Y N. estaba depié en el salón, mirando por la ventana, cuando yo entré para coger un cigarro antes de ducharme. Ya no sé muy bien si es ficción o realidad porque, de tanto escribir, ya no comprendo muy bien la realidad del hacedor en contra de la realidad del escritor. Me parecen sumariamente lo mismo. Yo miré la espalda que la noche enmarcaba tras la ventana y me di cuenta de que en toda relación es necesario tomar como dogma de fé el asunto del principio del tercio excluso, porque ahora mismo esto o es o no es, y lo que sea mañana (que ya es hoy en potencia) no debe importarnos en absoluto si pretendemos disfrutar lo que momo nos está legando en su trasiego de brumas y claridades meridianamente opacas. Preguntarse demasiado no sólo es complicarse en exceso, sino que además se convierte en un lastre que echa por tierra cualquier globo que hubiera podido volar sin su triste ayuda.
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Esa es una forma sana de tomar el tercio excluso, pero las hay insanas en extremo. No me suele gustar la gente que, en base a dos interpretaciones más o menos significativas, convierte el binomio en realidad excluyente: no; sí. Y ya no pueden ni quieren moverse de ahí, como si realmente viviéramos en el mundo de las ideas y todo lo que es es y lo que no es no es. Hay muchas formas de existencia, y no todas son cristalinas. Me gusta que me escuchen mientras planteo mis razones, que aunque no son mucho son ciertamente gran parte de lo que tengo.
Y no es que carezcan de extensión las respuestas (no, sí), sino que habitualmente se formulan mal las preguntas.
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Así que ahora estoy aquí, pensando en ti, con un ron y un cigarro y escribiendo esto a toda mecha, sin querer reparar en lo que digo, porque a veces me asusta saber cosas que nunca quise saber. No por elevadas, que de eso poco hay, sino por fácticas, por aplicables, por prácticas. Eludo el tercio excluso incluso para mí mismo, para mis preguntas (tan mal formuladas como las del resto). Si se piensa bien la idea es buena, si queremos alcanzar algo de claridad sólo necesitamos ordenar el vasto conjunto de las cosas existentes en torno a dos categorías: lo que es y lo que no es. Si nos quedamos ahí tenemos a Parménides, explicadito y claro como el agua. Si incorporamos a nuestra teoría la idea de potencia y de acto tenemos a Heráclito, que es suma y ampliación de Parménides. Y me pregunto, mientras pienso en ti, que significa el hecho de que quiera verte, si es una niñería metabolizada en un cuerpo de adulto, si es un deseo cultural ciego o si es algo independiente del ser mismo y de la existencia como tal, algo distinto que entronca sus raíces en mí desde una absoluta independencia.
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Y no es una pregunta estúpida, aunque pueda parecerlo. Si existe de modo independiente, me encuentro en una situación tal y como la de la bicicleta el otro día, lanzado a 55 km/h por una cuesta en el momento exacto en el que una cárcava hace que se me suelten las manos de los puños del manillar. Si es independiente, me reafirmo, no soy culpable, juez ni actuador de nada. Todo es porque es y yo sólo debo dejarme llevar para ver dónde conduce todo esto. Si así es, estoy salvado y todo es hermoso.
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Y si no es así, yo soy juez y parte en este asunto, y estoy construyendo mientras vivo lo que construyo. Eso es trepidantemente más libre, pero mucho menos bonito. Esa es una gran pregunta que me gustaría aclarar, si soy capaz.
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Un ejemplo de lo que Kant consideraba sublime lo constituiría una cascada enorme y sobrecogedora. Me pregunto por qué Nietzsche primero y después Sartre, entre otros, derrumbaron cimientos en los conceptos del inconsciente colectivo. Y me respondo: lo que construyo yo tiene mucho menos valor, porque puedo construir otra cosa. Depende de mí, y por tanto no tiene sentido más allá de mí mismo. Ese es el quid de la cuestión. No tiene sentido más allá de mí mismo.
Si todo depende de mí nada es nada, porque no tiene realidad más allá de mí mismo. La humanidad siempre busca trascenderse a sí misma, y aunque anhela la independencia total siempre está lloriqueando por los absolutos que desaparecieron y nos dejaron solos.
Si lo que siento radica en un lugar fuera de mí mismo, en una especie de moira, en el tejido que las tres parcas van trabajando en lenta minería desde mucho antes de que yo naciera, todo tiene más valor. Quería decir más sentido, pero me pareció demasiado atrevido, incluso para mí mismo. Si yo soy un artesano de la arcilla que no sabe por qué está aquí ni qué es lo que tiene que hacer no tengo mucho sentido, haga lo que haga. Sartre y su nausea son eso. Un artesano de la arcilla que puede hacer cualquier cosa pero, como no sabe qué sentido tiene, no se atreve a hacer nada. El hombre tiene el miedo a la libertad de Fromm por eso mismo, y no por ninguna otra cosa.
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Y no radica en ningún otro sitio, y lo sé. Pero a efectos prácticos hago como si exactamente así fuera. Y aunque lo sé, y no me engaño más que a medias, todo es mucho más divertido.
Y eso es mucho más que bastante.
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Funciona el principio del tercio excluso. Y lo hace bien. Algo así como el mañana no existe, porque sólo puedes percibir lo que tocas, lo que hueles, lo que saboreas, lo que ves, lo que oyes.
Todo lo demás no es ni A ni ¬A, y por tanto no tiene entidad.