# perdiendo.org/museodemetralla

entraron en mi cabeza (201) | libros (20) | me lo llevo puesto (7) | pelis (2) | Renta básica (9) | series (6) | escasez (2) | frikeando (94) | arduino (1) | autoreferencial (11) | bici (1) | esperanto (4) | eve online (3) | git (2) | GNU/linux (4) | markdown (7) | nexus7 (2) | python (7) | raspberry pi (3) | vim (1) | wordpress (1) | zatchtronics (3) | hago (755) | canciones (156) | borradores (7) | cover (42) | el extremo inútil de la escoba (2) | elec (1) | GRACO (2) | guitarlele (11) | ruiditos (11) | Solenoide (1) | fotos (37) | nanowrimo (3) | novela (26) | criaturas del pantano (5) | el año que no follamos (12) | huim (5) | rehab (4) | poemas (353) | Anclajes (15) | andando (3) | B.A.R (7) | Canción de cuna para un borracho (38) | Cercos vacíos (37) | Cien puentes en la cabeza (7) | Conejo azul (6) | Contenido del juego (5) | De tiendas (3) | del pantano (3) | Destrozos (2) | Epilogo (4) | Fuegos de artificio (5) | Imposible rescate (15) | Jugando a rojo (7) | Libro del desencuentro (2) | Lo que sé de Marte (11) | Los cuentos (21) | Montaje del juego (5) | Orden de salida (4) | palitos (31) | Piernas abiertas (7) | Poemas medianos (12) | Privado de sueño (7) | rasguemas (5) | Tanto para nada (17) | Todo a 100 (2) | Uno (4) | relatos (96) | anatemas (9) | orbital (2) | prompts (8) | vindicaciones (103) | perdiendo (1.694) | atranques (1) |

detrás de tus ojos

Dentro de mí, yo busco
un desenlace nuevo.
¿Quién, si no es justo, logra
trazar caminos rectos?

¿Qué boca humana puede
ordenar: para, viento;
retrocede, minuto;
o resucita, muerto?

José Hierro.

Todo es confuso y tierno, tierno y confuso, extraño y coherente. La cuadrícula de los días se sobresalta cuando todo sucede para no volver a encajar las líneas, al menos de momento.

El miércoles me vi en La Paz, mi madre con lumbalgia. Estar en hospitales me transforma y me vuelve aún más hipocondríaco, más acojonado. Al final no fue nada y me volví, ya tarde, a casa. Después salí corriendo, con la mochila en la espalda, camino de Donosti. Me monté en un coche esperando ver a N. lo antes posible. No para hablar, ni para besar, ni para ser comprendido. Simplemente para estar.

Con los nervios del viaje, rodeado de gente prácticamente desconocida y tentando la suerte de convivir cuatro días con una historia que se promete preciosa, pero que aún es (era) frágil. Cuatro horas de coche para llegar a una casa en el puro centro de San Sebastián. Una casa antigua, de techos altos, inmensa. Vieja, destartalada, apolillada por el tiempo que no para, perfecta. Unas copas, un juego y la primera noche. Impecable.

Siempre que viajo muto y me transformo. Siempre que estoy en otra parte me siento bien, porque puedo ser cualquier cosa. Me siento vivo. No quiero entrar en detalles, no quiero explicar ningún hecho, porque no me apetece demasiado. Era una prueba para ambos, y también para ella misma consigo misma, y para mí mismo conmigo mismo.

Funcionamos por el principio de ensayo y error, y aprendemos bien la lección cuando así es. Pero confío, y quiero, y me apetece, y me lanzo a hacer lo que no he hecho jamás, aunque otras veces saliera tan y tan mal dejarme llevar. Me confío. Me descubro. No juego, porque pongo en juego la pulpa para ser rechazada, y me sorprendo cuando en vez de darme la espalda me tienden un beso tierno. Me descubro feliz, y me digo que no lo estoy, por lo que pueda pasar si es que ha de pasar algo.

Pero todo es sorprendentemente feliz. No tengo agujeros, y no me importa si los tengo, si vienen, si llegan. Rabia, a veces, cuando jugamos a pelearnos, rabia sana y desenfadada, me siento como un viejo chiflado que está viviendo ahora sus quince años, pero de otra forma, de una forma más documentada. Chillida no me impresiona, la Playa de la Concha sí lo hace. Me pierdo, nos perdemos, no sabemos llegar a ninguna parte (porque nos da igual dónde lleguemos), somos un desastre con las calles, con los cruces, con las localizaciones. Convertimos un paseo de tres minutos en una risa de media hora, perdidos mientras nos esperan y…

Te miro, te estoy viendo. No me refiero a tus ojos, me refiero a detrás de ellos. No sé si te entiendo, pero te estoy viendo, ya metabolizaré después, en su momento. Y en mi mirada descubro la tuya y me siento desnudo porque me estás viendo, lo intuyo primero y después lo sé, porque de repente es todo mucho más fácil. Al principio siento miedo. Después pienso que lo que tenga que ser será. Y me quedo quieto mientras me miras, mientras te miro, quieta.

De eso surge un mundo nuevo que ya nada podrá romper, como de hecho nada rompió nada así nunca. Sigo viendo a quien vi una vez, y no dejo de ver, no puedo dejar de ver a quien vi una vez. A todos ellos. En este laberinto de incertidumbre vuelvo a sentir la derrota calamitosa del solipsismo y me doy cuenta de que, aunque no podamos quizá llegar a entendernos (que ya lo dudo) nos vemos. No dejaremos de vernos.

Y por eso hoy, y no antes, surgió el tema de los agujeros. Pensé que tarde o temprano tendría que sacarlo, pero te me adelantaste. Suponía que tú también tenías agujeros, pero era una mera sospecha. Hablaste de ellos como si lo hiciera yo, y son los mismos, definitivamente los mismos y todos a vueltas con el sentido y todos con los momentos de vacío.

Qué trabajo nos hemos ahorrado a nosotros mismos, al ver lo mismo.

Tienes agujeros. Yo los tengo. Eso nos facilita las cosas. Algo menos que sacar de forma soterrada para ir explicando poco a poco, quedo. Cuando N. me está hablando de los agujeros yo me siento relajado y sorprendido. Cuando habla de tal modo que es lo mismo pienso que en el fondo no somos tan distintos como parece que somos. Al menos no en lo básico. Ella no los llama agujeros, diferimos en terminologías, pero cuando hablamos definiendo los términos son idénticos. Significantes diferentes para un mismo significado.

Y ya no hay prisa, no me voy a esfumar si cada vez que se marcha el sol tú me dibujas la noche.

Tiro mis miedos al fuego y te digo «te quiero», que arda el mundo si es preciso, que yo me quedo.

Un viejo chiflado que encuentra a una parte de sí mismo en el espejo en el que se mira. Fijo los besos en la memoria como si hiciera falta, o el tierno plisado de sus caderas, o el dibujo impresionante de sus maneras sobre el campo impresionable de mi retina mientras N. entra en la habitación y me sonríe. Como si yo fuera algo satisfactorio para nadie más que para mí mismo. De hecho, así debe ser.

Después los pájaros cantaban de forma más visible, la luz lucía más luz, y todas las cosas que se repiten y se repiten y jamás son lo mismo en modo alguno.

Thanks, amiga mía.


Y una de esas rarezas que me gustan sólo a mí mismo.

Si me dibujas la noche.

|Descarga|

Hace días que no intento comprender la realidad,
y me escudo en tus silencios para hablar.
Me investigas con tus ojos como si nunca me pudiera acabar,
y yo me siento tan pequeño… con tan poquito que contar…

Tu mirada va escribiendo en un reloj sin segundero,
tus manos son los números y tus besos el tiempo,
y no me falta la almohada cuando encuentro tus caderas,
no me falta nunca el aire
porque tú estás en la onda expansiva que irradia siempre del sol…

Y aunque hace días que no intento comprender la realidad
me desvela sus secretos sólo con hacer «chas»,
y el «chas» siempre es un beso que tú me das,
mientras la tarde cae en cualquier parte, en otro lugar…

Y ya no hay prisa, no me voy a esfumar,
si cada vez que se marcha el sol tu me dibujas la noche yo me voy a quedar,
si cada vez que se nubla mi frente tú me tiendes un beso no me quiero ir…

Tu mirada va escribiendo en un reloj sin segundero,
tus manos son los números y tus besos el tiempo,
y no me falta la almohada cuando encuentro tus caderas,
no me falta nunca el aire
porque tú estás en la onda expansiva que irradia siempre del sol…

Hace días que no intento comprender la realidad,
todo se dibuja de un modo irreal.
Así que tiro mis miedos al fuego y te digo «te quiero»,
que arda el mundo si es preciso, que yo me quedo…

Y ya no hay prisa, no me voy a esfumar,
si cada vez que se marcha el sol tu me dibujas la noche yo me voy a quedar,
si cada vez que se nubla mi frente tú me tiendes un beso no me quiero ir…

vacaciones en el mar (rumba marsopa)

Tuve mis encontronazos con lo de no saber llamar ayer al ayer, y no recuerdo, pero todo se salva en un plis-plas cuando te reencuentras contigo mismo, seguramente en un bar, y te invitas a una cerveza. Haces revisión sumaria de los últimos tiempos y quizá te dices que estás haciendo el gilipollas, por lo que tienes que llevarte a la calle y darte una paliza, por la falta de respeto.

Después, como suele suceder, hermanado por la lucha, te haces amigo tuyo y empiezas a llevarte con los amigotes de cervezas y a presentarte en el clan. Juegas partidos de baloncesto, montas en bici… prometes no salir jamás con una piba con la que hayas salido tú y no compartir jamás calzoncillo.

En resumen, seguimos buscando estructuras que simplifiquen y doten de sentido la realidad. La pluralidad aterra porque es eminentemente variable y elude la certeza. Como cualquier bichejo buscamos un territorio conocido y en él nos instalamos. Hasta que uno se aburre de ser uno mismo.

Entonces el común de los mortales se va de vacaciones. A ser posible lejos. Cuanto más lejos mejor. A un lugar en el que poder volver a ser cualquier cosa. Después de montar el barquito de TENTE éste se convierte en un coñazo sobre una librería, por lo que hay que desmontarlo y hacerlo de nuevo, a ser posible mandando a la mierda cualquier parecido con la foto de la caja. Sobran piezas, que terminan convirtiendo el revolucionario prototipo en una especie de gran almacén de chatarra de plástico flotante.

Viendo Madrid Directo al cambiar de canal, como si no hubiera nada más divertido en una casa que tienes para ti solito, he visto un reportaje (o lo que quiera que sea que hagan en ese programa) sobre Gandía en el que el impresentable del micrófono iba preguntando por la calle a los supuestamente aborígenes quién era de Madrid, y con una suerte de tijeretazos beta todos lo eran. Incluso compraban carne en una carnicería que se servía de la Sierra Norte. No sé si es que no están lo suficientemente hasta las narices de sí mismos o es que tienen una tendencia al masoquismo exacerbada, pero llegaban a comentar que se encontraban, caminando por el paseo marítimo, a gente del barrio.

Se me ha erizado el vello de la nuca mientras los alerones de mi nariz se ponían en tensión. Os juro que si yo me piro a cualquier parte y me encuentro a alguien del barrio giro la cabeza y júrame que te he visto porque yo estuve en las Azores en vacaciones, y no donde tú dices. Tengo erupciones cutáneas que provienen sólo de pensarlo. A mí me gustan las vacaciones solo, sin conocidos ni siquiera en la compañía del anillo de turno, como mucho (y en un alarde y/o exceso) con alguien a quien quiero y que no le importe ver mi cambio drakoniano de personalidad, motivado por un hastío omnicomprensivo de la realidad en la que me incluyo como parte pro y retroactiva. Las vacaciones son para perder los papeles, experimentar nuevos usos y costumbres, nuevas ideologías e ideosincrasias, nuevas formas de llegar colocado a la cama en la que con suerte alguien te abraza, emocionantes acercamientos al cuadrupedismo evolutivo más lamarkiano posible.

De repente, por ejemplo, en vacaciones me da por madrugar. Para saber qué es. O me da por emocionarme por el té, o por no fumar, o por ser un feminista radical, o por comprar comics de super lópez. Así soy yo, nada menos. Me da por comer vegetales hasta que se me rompen las rótulas o por jugar al palé como si me gustara. Y, de hecho, en esos tórridos momentos, me gusta.

Y no soy consciente de la mentira (si lo es) hasta que no encuentro a alguien que me conoce (algo mucho más habitual aún de lo que pueda llegar a parecer a simple vista), y me dice: «¡coño, joder, Miguel ostias, tú por aquí, joder, puta madre, vamos a reventarnos de cervezas!». Entonces la magia desaparece y vuelvo a ser el mismo tipo, más o menos agraciado por los dones de afrodita y fortuna, que soy relativamente todo el día y mientras el día dura. Y acabamos tocando la guitarra y borrachos por las calles de dónde sea como si fuera mi Madrid de mis desdichas.

Pensar que pueda encontrarme a alguien ya me jode las vacaciones antes de salir. Gracias, Madrid Directo, sigues ganando puntos en mi goal average particular.

Me he tenido que poner un ronete para olvidar mis traumas psicodélicos e irracionales y meterme a escribir esto, por que sí y por y sobre todo para no seguir zappeando como si no hubiera nada mejor que hacer en una casa para mí sólo. Dentro de unas horas montaré en un coche con unos cuasi perfectos desconocidos y con alguien que me quiere (en base a la presunción de inocencia), y me largaré de aquí a ser cualquier otra cosa porque, si queréis saber la verdad, me quiero mucho pero hay veces… hay veces que me encrespo de todo el día lo mismo y lo mismo y lo mismo y tanto análisis y tanto kombate y tantos y tantos días sin dormir preocupado en no dormirme.