Dentro de mí, yo busco
un desenlace nuevo.
¿Quién, si no es justo, logra
trazar caminos rectos?
¿Qué boca humana puede
ordenar: para, viento;
retrocede, minuto;
o resucita, muerto?
José Hierro.
Todo es confuso y tierno, tierno y confuso, extraño y coherente. La cuadrícula de los días se sobresalta cuando todo sucede para no volver a encajar las líneas, al menos de momento.
El miércoles me vi en La Paz, mi madre con lumbalgia. Estar en hospitales me transforma y me vuelve aún más hipocondríaco, más acojonado. Al final no fue nada y me volví, ya tarde, a casa. Después salí corriendo, con la mochila en la espalda, camino de Donosti. Me monté en un coche esperando ver a N. lo antes posible. No para hablar, ni para besar, ni para ser comprendido. Simplemente para estar.
Con los nervios del viaje, rodeado de gente prácticamente desconocida y tentando la suerte de convivir cuatro días con una historia que se promete preciosa, pero que aún es (era) frágil. Cuatro horas de coche para llegar a una casa en el puro centro de San Sebastián. Una casa antigua, de techos altos, inmensa. Vieja, destartalada, apolillada por el tiempo que no para, perfecta. Unas copas, un juego y la primera noche. Impecable.
Siempre que viajo muto y me transformo. Siempre que estoy en otra parte me siento bien, porque puedo ser cualquier cosa. Me siento vivo. No quiero entrar en detalles, no quiero explicar ningún hecho, porque no me apetece demasiado. Era una prueba para ambos, y también para ella misma consigo misma, y para mí mismo conmigo mismo.
Funcionamos por el principio de ensayo y error, y aprendemos bien la lección cuando así es. Pero confío, y quiero, y me apetece, y me lanzo a hacer lo que no he hecho jamás, aunque otras veces saliera tan y tan mal dejarme llevar. Me confío. Me descubro. No juego, porque pongo en juego la pulpa para ser rechazada, y me sorprendo cuando en vez de darme la espalda me tienden un beso tierno. Me descubro feliz, y me digo que no lo estoy, por lo que pueda pasar si es que ha de pasar algo.
Pero todo es sorprendentemente feliz. No tengo agujeros, y no me importa si los tengo, si vienen, si llegan. Rabia, a veces, cuando jugamos a pelearnos, rabia sana y desenfadada, me siento como un viejo chiflado que está viviendo ahora sus quince años, pero de otra forma, de una forma más documentada. Chillida no me impresiona, la Playa de la Concha sí lo hace. Me pierdo, nos perdemos, no sabemos llegar a ninguna parte (porque nos da igual dónde lleguemos), somos un desastre con las calles, con los cruces, con las localizaciones. Convertimos un paseo de tres minutos en una risa de media hora, perdidos mientras nos esperan y…
Te miro, te estoy viendo. No me refiero a tus ojos, me refiero a detrás de ellos. No sé si te entiendo, pero te estoy viendo, ya metabolizaré después, en su momento. Y en mi mirada descubro la tuya y me siento desnudo porque me estás viendo, lo intuyo primero y después lo sé, porque de repente es todo mucho más fácil. Al principio siento miedo. Después pienso que lo que tenga que ser será. Y me quedo quieto mientras me miras, mientras te miro, quieta.
De eso surge un mundo nuevo que ya nada podrá romper, como de hecho nada rompió nada así nunca. Sigo viendo a quien vi una vez, y no dejo de ver, no puedo dejar de ver a quien vi una vez. A todos ellos. En este laberinto de incertidumbre vuelvo a sentir la derrota calamitosa del solipsismo y me doy cuenta de que, aunque no podamos quizá llegar a entendernos (que ya lo dudo) nos vemos. No dejaremos de vernos.
Y por eso hoy, y no antes, surgió el tema de los agujeros. Pensé que tarde o temprano tendría que sacarlo, pero te me adelantaste. Suponía que tú también tenías agujeros, pero era una mera sospecha. Hablaste de ellos como si lo hiciera yo, y son los mismos, definitivamente los mismos y todos a vueltas con el sentido y todos con los momentos de vacío.
Qué trabajo nos hemos ahorrado a nosotros mismos, al ver lo mismo.
Tienes agujeros. Yo los tengo. Eso nos facilita las cosas. Algo menos que sacar de forma soterrada para ir explicando poco a poco, quedo. Cuando N. me está hablando de los agujeros yo me siento relajado y sorprendido. Cuando habla de tal modo que es lo mismo pienso que en el fondo no somos tan distintos como parece que somos. Al menos no en lo básico. Ella no los llama agujeros, diferimos en terminologías, pero cuando hablamos definiendo los términos son idénticos. Significantes diferentes para un mismo significado.
Y ya no hay prisa, no me voy a esfumar si cada vez que se marcha el sol tú me dibujas la noche.
Tiro mis miedos al fuego y te digo «te quiero», que arda el mundo si es preciso, que yo me quedo.
Un viejo chiflado que encuentra a una parte de sí mismo en el espejo en el que se mira. Fijo los besos en la memoria como si hiciera falta, o el tierno plisado de sus caderas, o el dibujo impresionante de sus maneras sobre el campo impresionable de mi retina mientras N. entra en la habitación y me sonríe. Como si yo fuera algo satisfactorio para nadie más que para mí mismo. De hecho, así debe ser.
Después los pájaros cantaban de forma más visible, la luz lucía más luz, y todas las cosas que se repiten y se repiten y jamás son lo mismo en modo alguno.
Thanks, amiga mía.
Y una de esas rarezas que me gustan sólo a mí mismo.
Si me dibujas la noche.
Hace días que no intento comprender la realidad,
y me escudo en tus silencios para hablar.
Me investigas con tus ojos como si nunca me pudiera acabar,
y yo me siento tan pequeño… con tan poquito que contar…
Tu mirada va escribiendo en un reloj sin segundero,
tus manos son los números y tus besos el tiempo,
y no me falta la almohada cuando encuentro tus caderas,
no me falta nunca el aire
porque tú estás en la onda expansiva que irradia siempre del sol…
Y aunque hace días que no intento comprender la realidad
me desvela sus secretos sólo con hacer «chas»,
y el «chas» siempre es un beso que tú me das,
mientras la tarde cae en cualquier parte, en otro lugar…
Y ya no hay prisa, no me voy a esfumar,
si cada vez que se marcha el sol tu me dibujas la noche yo me voy a quedar,
si cada vez que se nubla mi frente tú me tiendes un beso no me quiero ir…
Tu mirada va escribiendo en un reloj sin segundero,
tus manos son los números y tus besos el tiempo,
y no me falta la almohada cuando encuentro tus caderas,
no me falta nunca el aire
porque tú estás en la onda expansiva que irradia siempre del sol…
Hace días que no intento comprender la realidad,
todo se dibuja de un modo irreal.
Así que tiro mis miedos al fuego y te digo «te quiero»,
que arda el mundo si es preciso, que yo me quedo…
Y ya no hay prisa, no me voy a esfumar,
si cada vez que se marcha el sol tu me dibujas la noche yo me voy a quedar,
si cada vez que se nubla mi frente tú me tiendes un beso no me quiero ir…