Después de tanto y tanto tiempo haciendo de mí mismo, me pregunté qué estaba haciendo.
– Vete tú a saber.
Me puse de acuerdo. Cerré el libro. Escribí esto.
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Después de tanto y tanto tiempo haciendo de mí mismo, me pregunté qué estaba haciendo.
– Vete tú a saber.
Me puse de acuerdo. Cerré el libro. Escribí esto.
Y era un invierno emponzoñado y tergiversado cuando cogí mi cuerpo y lo llevé a dar una simple vuelta. No tenía muchas ganas de verme en el espejo, pero tampoco de ver reflejos por todas partes.
Así que me quedé quieto.
Te levantas un sábado cualquiera y abres una cerveza. Has quedado, y lo tienes claro, así que te rapas la cabeza. Monerías de un niño tonto. Apuras el trago hasta el fondo porque en él guardas la llave de tus sonrisas y te esquilmas vaciando secretos en las papeleras.
– Tengo que recoger todo esto.
Y coges la puerta y te vas.