Tengo una pluma inquieta, tengo una pluma que se mueve, tengo una pluma que no se queda tranquila con soltar tres frases bien o mal dichas, que no vuelve al tintero ni aunque se seque, que no le importa escribir rasgando la hoja, que no le importa escribir ni aunque nada quede y… siempre estoy escribiendo, de una u otra forma siempre estoy registrando algo, desmontando algo, comandando algún movimiento, siempre estoy en una búsqueda intranquila, lechosa, turbia, nada cristalina, fozando en los recovecos, husmeando. Mi escritura es del olfato y de escarbar, de husmear y fozar, siempre estoy preguntando a quién, al olvido cuando olvido y al recuerdo cuando recuerdo y a la vida cuando vivo y siempre estoy perdiendo, motivo principal de la web, siempre estoy perdiendo porque siempre se pierde cuando de verdad se vive.
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«La marquesa, por ejemplo, siempre creé que Johnny teme a la miseria, sin darse cuenta de que lo único que Johnny puede temer es no encontrarse una chuleta al alcance del cuchillo cuando se le da la gana de comerla, o una cama cuando tiene sueño, o cien dólares en la cartera cuando le parece normal ser dueño de cien dólares. Johnny no se mueve en un mundo de abstracciones como nosotros; por eso su música, esa admirable música que he escuchado esta noche, no tiene nada de abstracta. Pero sólo él puede hacer el recuento de lo que ha cosechado mientras tocaba, y probablemente ya estará en otra cosa, perdiéndose en una nueva conjetura o en una nueva sospecha. Sus conquistas son como un sueño, las olvida al despertar cuando los aplausos le traen de vuelta, a él que anda tan lejos viviendo su cuarto de hora de minuto y medio.»
Julio Cortázar. El perseguidor.
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Ahora que escucho a mis pulmones sacar y meter aire en el cuerpo, mientras escribo, me sé incompleto porque la completud es el mundo, el absoluto. Es un problema, como ya dije, de los estremos que son los finisterres del absoluto, que los las delimitaciones del campo semántico de nuestras aspiraciones, o de nuestras vidas, o como os venga al pairo. Una vez delimitados los límites (es un proceso absurdo, como no podía ser de otro modo, artificial en cuanto propio e inexistente en cualquier definición más o menos desinformada de naturaleza o mundo natural) tenemos cautivo al absoluto. No sabemos lo que es o lo que pueda llegar a ser, pero sabemos ya dónde está.
El absoluto se torna Absoluto en cuanto no comprendemos los extremos, las paredes de otro modo, el último hecho dentro del campo que delimita. El absoluto se torna Absoluto en cuanto absolutizamos los extremos que lo definen.
Entonces es imposible marcar el lugar, y derivamos a la deriva siempre dueños del ahora pero poco más…
Y es que quitarle las puertas al absoluto no es sino convertir las mismas puertas en absoluto.
Y entonces lloraré mientras me cuentan cómo soy. No queda otra. Me dirán quién soy, porque están acostumbrados a hacerlo con todo el mundo. Yo soy bueno escuchando, aunque parezca mentira. Sólo dejo de escuchar cuando el que me habla deja de ser el que me habla.
Por eso.