La cosa de las cosas es siempre lo mismo, un «a dónde voy» que no tengo muy claro -esto es una simplificación absurda, por supuesto-. Me fascina la gente que duerme, me fascina la gente que pasa los días simplemente. En la superficie y en el fondo son muy productivos, y es porque se relajan.
Esto es como estar intentando siempre cogerme la bota del pie izquierdo echando un paso para atrás, puedo estar años haciendo el gilipollas y sin conseguir nada. No sé si me explico, pero la sensación es así. Jamás me meto en la cama y me duermo con satisfacción. Siempre me acuesto con un agujero, que no me deja dormir, que prepara el agujero de mañana, que tampoco me dejará dormir. No se si me hago entender.
Es como si siempre hubiera un algo que hacer que se percibe pero nunca se muestra. Este agujero, a fuerza de diluirse y de estar en todas partes y en ninguna, es capaz de dejarme tumbado una semana, o es capaz de no permitirme terminar nada (todo termina siendo «otra cosa» y no «la cosa de las cosas») o de hacerme dar vueltas un sábado sin poder concretar ninguna acción determinada.
Me fascina la gente que coje un libro y, simplemente, lee. Luego se duerme. Yo estoy cogiendo la bota, la cosa de las cosas, así que mi tiempo tope debe ser aproximadamente una hora. Puedo plantar gardenias, pero sólo una hora. Puedo tocar la guitarra, pero sólo una hora. Puedo cocinar, pero haciendo otras cosas al mismo tiempo. No puedo escuchar la radio sentado mirando al infinito: no es la cosa.
Estoy en un garito, no es la cosa. Me tomo trescientas cervezas, entonces ya me da igual si es la cosa o no. Me levanto con resaca, y entonces siento que he perdido el tiempo. Me piro con la bici, me siento bien jodiéndome el cuerpo, pero al rato no es la cosa. Llego a casa y me pongo a limpiar, pero tampoco es la cosa. Doy vueltas, miro la tele un rato. No echan nada que sea la cosa. Abro un libro por la mitad y la cosa no salta de las páginas, por lo que lo dejo. Miro dentro de mí, pero sólo encuentro carencia de la cosa, sea lo que sea.
Y, evidentemente, no tengo idea de qué cosa pueda ser la cosa, el rollito del sentido de la existencia que me está fastidiando a fuerza de hacerme dar tumbos de una actividad a otra, de un pensamiento a otro.
Leo unos poemas en buena compañía con un buen vino, y me siento entero. Me siento bien entero. Esa noche funciona. Algo dentro de mí me dice que hay algo que trasciende de algo que no entiendo tampoco. La noche se acaba, o llega el día siguiente, y tengo la sensación de haber estado cerca de pillar la cosa por los cuernos y haberla dejado ir entre los dedos. Vuelta a empezar.
…
A veces, escribiendo, sí que he tenido la sensación de coger la cosa definitivamente. Sé, aunque no sé por qué lo sé, que no está relacionado con la escritura, sino con algo que sucede a veces, cuando escribo. Como si detrás o en otro plano de este cuerpo y chorradas de esas hubiera algo que me habla y yo no me entero más que a saltos e intervalos.
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Como si me estuvera portando mal conmigo mismo al separarme de algo que no comprendo ni sé dónde está. Me ha pasado toda la vida. Durante mucho tiempo leer me funcionó muy bien, leyendo estaba en paz con la cosa. Después de algún tiempo eso se me escapó, cuando empecé a enterarme demasiado de lo que leía y me daba cuenta de que -unos sí, otros no- no habían pillado la cosa. Me dejaron de hacer efecto los libros sin la cosa, los libros que estaban bien escritos pero que no tenían ni idea de lo que estaban hablando, se quedaban en la superficie de eso que puede ser la cosa. Hay libros tan hermosos como insoportablemente toscos con la cosa.
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Así se concretó todo, vagabundeando.