el lapso de tiempo sólo significa que estoy metido de lleno en la tercera novela, y no tengo tiempo pa na. Sigo componiendo, pero no tengo tiempo para grabar. Juer. Qué complicao es estar.
Mañana viene a recoger las cosas que restan. Qué alivio.
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el lapso de tiempo sólo significa que estoy metido de lleno en la tercera novela, y no tengo tiempo pa na. Sigo componiendo, pero no tengo tiempo para grabar. Juer. Qué complicao es estar.
Mañana viene a recoger las cosas que restan. Qué alivio.
Me como el revuelto intentando no pensar en nada. Y llamo a Elisa. Sé que no es justo, que no es justo en modo alguno, pero cuando entra por la puerta la espero desnudo y la desnudo a ella, y llevo nuestros cuerpos a la cama y me da igual dónde están las almas, y apoyo mi oreja contra su vientre de niña de veintiún años y lloro, porque soy un llorón, porque soy un puto llorón que no sabe dónde está ni por qué suceden las cosas que suceden, y no quiero hablar, y no hablo, y no escucho, sólo pliego mi oreja en la tersura de su vientre y lloro como un hijo de puta mientras ella me acaricia la cabeza, mi cabeza rapada de gordo de mierda que está llorando como un niño grande, con síndrome de Weaver, y ella no dice nada y yo le estoy sumamente agradecido mientras dice «no pasa nada, tranquilo, no pasa nada, duérmete» y ella tiene veintiún años y siempre pienso que se ha reencarnado, que no es normal tanta calma zen en un alma novata. Y me entran ganas de hablar, de repente, y empiezo a decirle, a ella, lo que echo de menos a quien no se lo merece de ningún modo, y le digo cuanto amo a quien no está, y todos los detalles puntuales sin los que no sé vivir, y Elisa sólo me acaricia la cabeza y me dice «no pasa nada, niño, tranquilo, no pasa nada, no dejes que nada quede dentro», y yo sigo lacerando a los vivos contando que no puedo vivir, que no puedo seguir, que sin ella no tiene sentido nada, que ni siquiera Elisa tiene sentido, y me siento mal por estar haciendo lo que estoy haciendo pero tengo mis propias peleas con la realidad, y no quiero estar solo ahora que recuerdo tantas cosas, no puedo estar solo ahora, y por eso me da todo igual y me estoy rompiendo en quien no debería ser playa confortable, amiga, y a ella supongo que no le importa porque sólo quiere verme bien, y eso me jode, porque yo no salgo de esta espiral de destroces en la que me metió una ruptura sin sentido, una locura sin cordura, un cuerno sin relleno de chocolate, una bici sin eje del pedalier, y rompo a llorar en un vientre amigo que recoge mis lágrimas en el hueco del ombligo, y me paso la vida llorando porque ya no sé olvidar, se me olvidó olvidar, transgredí el punto de no retorno, y hay umbrales en los que el amor es veneno, veneno puro, y ella debe saberlo de algún modo mientras acaricia mi cabeza y dice «tranquilo, niño, échalo todo, no pasa nada», y todo sería mejor, y todo andaría más derecho, y yo me sentiría mejor, mucho mejor, mucho más feliz si ella no dijera al final… y mi cabeza ondula bajo sus dedos que son de fresa, de limón, de todos los sabores, y ella está ahí, y yo se lo agradezco pero no es ella, creo que no, creo que no es ella quien debería estar… y me confundo, pero tengo al menos el suficiente respeto como para no ponerle un fondo azul, un fondo de esos sobre los que puedes poner cualquier cosa, tengo la decencia y la humanidad suficiente como para no poner la otra cara sobre la suya, como para no superponer, cambiar la carátula del móvil, no le pongo la carátula de la cara que yo quiero ver sobre la suya propia, me cuesta, pero aún soy algo meticuloso con el respeto, la estoy viendo a ella, y todo sería mejor, y todo andaría más derecho, y yo me sentiría mejor, mucho mejor, mucho más feliz si ella no dijera al final…y me calmo, sólo tengo golpes de llanto, ya no es continuo, ya no grito, ya no gimo, me coloco en posición fetal por puro instinto, dejo de lado su vientre amigo, su ombligo playa y ella sigue liada con mi cabeza rapada hasta que deja la cama. Y yo pienso que se va a ir para siempre, que me va a abandonar para siempre, que es lo que debería hacer, y pienso que estoy solo, y me siento solo, y me siento jodidamente solo y no sé dónde meterme en mi postura fetal de niño con síndrome de Weaver, pero ella vuelve, ella siempre vuelve, ella siempre está, y vuelve con un par de copas y me hace tragar las dos, entre hipos y golpes de llanto, y va a por dos más y me las hace tragar, y va a por dos más, y dos más, y dos más, y me abraza, desnuda, rozando el vello de su sexo contra mis piernas, la tersura de su sexo contra mi cuerpo fofo, agotado, derrotado, y yo la miro con los ojos rojos y no sé cómo decir gracias, porque no sé cómo agradecer esto, porque no sé nada, que es la pura realidad, no tengo ni idea de nada, y ella susurra «tranquilo, niño, no pasa nada, déjalo estar, no pasa nada, saca todo fuera, que no quede nada nadita dentro», y estoy borracho y pleno, y hundido y grande, y destrozado y con ella y sigo hablando de lo que echo de menos, de lo que me destroza, se apagó el fogón, no funciona nada, sigo hablando de quien no lo merece con ella, y cuento cosas que ni siquiera a mí mismo me cuento, para no joderlo todo, y le cuento cosas que ni siquiera a mí mismo me cuento, para no recorrer de nuevo hacia abajo la espiral de carne y lágrimas que se debate en mi puta alma destrozada y ella lo entiende, y no deja de susurrar «tranquilo, niño, tranquilo» y no quiero que diga otra cosa, sólo así se me entiende, gordo cabrón rapado de mierda que busca consuelo en los vivos, lacerando a los vivos, hendiendo la garra de la guadaña en los que aún viven, y todo sería mejor, y todo andaría más derecho, y yo me sentiría mejor, mucho mejor, mucho más feliz si ella no añadiera entre susurros, al final, un «te quiero» tímido, consciente de que está completamente fuera de lugar.
Tomo mis cosas y no me pierdo otro lugar
y comienzo a sonar en la doble pletina de
la vida saliente y
tomo una cerveza,
que me amarga acíbar canto de espuma y
pido la siguiente,
que ya es perfecta porque es la segunda
y la última aún se pierde en la
lejanía del futuro remoto. Y es que
la cuestión del dinero me absorbe porque
es el único freno capaz de
hacerme abandonar el proceso,
largo y complicado,
de reventar lo justo y necesario
para continuar viviendo
estrictamente a la izquierda de todos
los caminos torcidos que frecuentamos.
Así que no voy mal y la tercera en mi
garganta me recuerda que no para
todos se hicieron las aceras malditas
que dan vueltas siempre sobre la misma
tontería. Las mismas aceras
malditas
que nos permiten tomar cianuro
y tener las
malditas
cosas tan necesarias para nada que son cosas
malditas
las que no me acogen y ponen freno a mí
maldita
búsqueda inútil que está condenada
al fracaso por su misma condición
maldita
de
maldita
intención de no ser gilipollas y/o marioneta.
La cuarta ya no es tan escatológica