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cosas

golfa

(tam, tam, llaman a la puerta otra vez)

ya va, ¿quién es?

fue abrir y se metió en mi casa un amanecer

ahí va, joder, qué bien

¿por qué no sales sola?
porque no me da la gana

(dice que si no se droga no siente nada)

las nubes se levantan y ahí voy,
a romper las telarañas de tu corazón,
ahí voy

su piel, que me corro si me roza su piel
¿fumas?
pero solo no me sienta muy bien

toma, alíñale

jurad que estaba triste y diré que fue ayer

golfa

sentid la trayectoria que lleva a las nubes, volver por la mañana y ver que sale el sol

(y yo estoy medio loco también y, sin otra cosa qué hacer, con un montón de palabras coge y díctate un papel)

verás que calentito retozan las horas dando patadas al reloj.

(para otra vez recuérdame que vuelva a hablar, si acaso ves que me paso tres pueblos o más
no sé, sin ella no puedo volar, me paso el día esperando a ver si cuando sale…)

salen,
y hasta las flores se salen
sólo pa ver cuándo asoma
tu carita de amapola

vida
y aunque me cueste la vida
me pego hasta con las olas
por ir cogido del viento
tú, agarradita a mi cola…

(si me encierro ven a verme,
un vis a vis.
si me escapo ve a buscarme cualquier día,
donde quede alguna flor,
donde no haya policía)

(versión borracha de extremoduro)

lata de lata

Las alas del ángel. La mirada perdida de algún dios trasnochado que no se encuentra bien consigo mismo. Retomando los pedazos del camino que jamás llegó a ninguna parte, perreando en los garitos, llenándome de alcóhol a ritmo inversamente proporcional a mis sueños. Porque de sueños se llenan las peceras, no de agua, no de bicárbonato (para rebajar el ph, creo, no, no me acuerdo), el sueño de una noche de verano llena piscinas enteras y me consumo en las miradas que no terminan de encontrarse, ni a derechas ni a la inversa.

Escuchando a Ea, «Oripandó», cortesía gratuita de mi daño. Canciones de sol y luna a ritmo de las estrellas. Y en alguna parte, lejos, bien lejos, excesivamente lejos, se consumen las velas que encendí, las horas y las plegarias y los sentidos equívocos, los días que no suceden y las espinas de los que sí.

Chas… chasca la lata de lata de cerveza que abro, consuelo marca mahou, autocompasión servida in situ por 0.50 céntimos. No seas imbécil, no debes emborracharte, tienes que limpiar la casa para la cena de esta noche, para la parrillada en Parla de mañana. Tienes que limpiar la casa para no morirte de mierda purita.

Hay una colección entera de días que no están sucediendo, que existen en alguna realidad paralela (los paralelos jamás se encuentran, o se encuentran en el infinito, lo que viene a ser más o menos lo mismo), y esta colección de días que sí suceden únicamente lo hacen porque no existen los otros.

Tomar una decisión es cerrar cien puertas al mismo tiempo. Abrir una, que es la que prevalece y, ad hoc, se queda.

Suena Ea, Oripandó, en el reproductor nuevecito. Chasca la lata de lata de cerveza. Tengo la impresión de que nada está en su sitio, pero debe ser algo momentáneo. Hoy salí con la bici, mis veinte kilómetros de rigor, con la misma camiseta con que salí anoche, con que dormí, después, anoche. El sudor hizo reaccionar las substancias adheridas y, con inmensidad, apestaba. A fiesta. La fiesta no huele así cuando sucede, o nadie parece darse cuenta, pero después, en las postrimerías (en los rescoldos que ya no sueltan pavesas), huele. Huele a la vida que te di, que es la vida que no me devolverás. La vida que te di es la vida que ya no está, la vida que te di la guardas en tus caderas, la llevas puesta en el pelo, me la recuerdas cuando te veo.

Es complejo mantenerse vivo a base de encontronazos.

Funambulista, dice Bambolia. Es curioso, siempre tengo la sensación de estar en la cuerda floja, soy un equilibrista forzado. Ya no sé lo que soy, a base de ir contra corriente, contra mis propios deseos, contra mi propia vida. En la vida no siempre cuentas sólo tú mismo. A veces hay otros que toman decisiones. Las alas del ángel. La mirada perdida del viento, sobre la frente, a cincuenta y cinco kilómetros por hora, resacoso, tomando el aire. Después borracho, la bici es extraña, es un instrumento bendito fuera de lugar. Puedo volar sin ella. Pero con ella volar es alucinante. Lleno de cosas que decir. Lleno de nadas terriblemente importantes. Lleno de no sé qué.

¿Cuándo aprendí a escribir con esta mierda de teclado? Diarrea, soy capaz de escribir a la misma velocidad que nacen los pensamientos. Es un don que no he agradecido lo suficiente. Gracias. Es algo en lo que no reparo, inherente a mí mismo. Yo soy así. Yo soy/estoy enfermo y es así. Tengo una enfermedad crónica, no voy a darle nombre. No quiero ni mentar el nombre. Ea, oripandó.

Chas, chasca la lata de lata de cerveza. Chas. Chas. Chas. Chas.

Es un ritmo hipnótico.

¿Cuántas soy capaz de soportar?

Ni idea.

No lo sé.

(Con lágrimas en los ojos, con el pene ensangrentado, fue un adiós muy doloroso. Pero ya se me ha pasado).

er casco

Bueno, supongo que al final todo el mundo tenía razón y no se puede ir por ahí sin casco. Supongo, además, que si doy una vuelta y media de campana en el aire hasta quedarme cabeza abajo, ahí me detengo y caigo al suelo, el casco me salvará, porque… desde luego no me salva la cara del raspón contra el asfalto. Creo que esto del casco es más bien una falsa apariencia de seguridad. Yo, por si las moscas, seguiré como si no lo llevara puesto.

Ahora parezco una ballena con una bombilla en la cabeza, encima de cuatro hierros y dos tiras de goma. Grotesco.

Levantarse tarde no está mal si no te sientes un vagazo de mierda con ello. Normalmente no necesito que nadie me diga cómo.

La historia está montada ya para hoy y para mañana, si todo va regularmente bien. Tengo el fin de semana completo y ni un duro para llenarlo (apuro el café solo, porque hay dinero para casco pero no para leche). ¿Quién sabe dónde conduce todo esto? Quiero decir (ahora completamente fuera del tema) que uno va haciendo cosas, monta en bicicleta, toca la guitarra, toma café, trabaja, estudia, lee, escribe mientras los días se van sucediendo como los zombies en un mal juego de la play station. Uno de tras de otro, infinitos, acabas con uno e inmediatamente tienes otro zumbando y mascullando algo entre dientes: mmmmm, hmmmmmm. Se tiran y se deshechan como las hojas atrasadas de un calendario cuando pasan. Y… dónde irá todo esto.

Hace no mucho tiempo me dije que a ninguna parte, que lo importante es cada momento y que el único sentido que tienen los acontecimientos es disfrutarlos, siempre en la medida de lo posible. No hay un gran plan cósmico que recorra de sentido la vida. Es más bien una gran chapuza cósmica, en la que se coge lo que se tiene y se hace lo buenamente posible.

Eso vale como astringente mental, pero poco más.