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hipostasía de barra II


Gracias por la cena.

hipóstasis.
(Del lat. hypostăsis, y este del gr. ὑπόστασις).
1. f. Rel. Supuesto o persona, especialmente de la Santísima Trinidad.

rae
…………………

Es de agradecer
que no haya habido víctimas,
que en estas tardes
tan complejas pueda aún
mirar mis manos, mis
ojos en el espejo.

Es posible que deba agradecer
sentir aun la sangre en
mis lagrimales, tersando
la piel de la cara,
que deba dar gracias
por seguir respirando,
por no perder la savia
vital o visceral de mantenerme
en pie
por mis propios pasos.

Es posible.
Mientras tanto, mi
corazón es un saco
de daños
colgando de un costado.

grandes y pequeños

Hay voces lentas. Hay voces que no se quieren. Voces que hablan despacito, con cuidado, temiendo hacerse daño al hacerlo. Voces que tienen miedo, que por algún confuso motivo sienten pánico ante las perlocuciones (la intención no cuenta cuando otro interpreta). Hay voces que temen que lo que tienen no sea nada, que no signifique nada.

En algún punto remoto de mi infancia me di cuenta de que era pequeño.

Eso le pasa a todo el mundo.

Algunos al sentirlo decidimos (de algún modo) hablar mucho y muy seguido. Hacernos (parecer) grandes para que nadie se diera cuenta de lo pequeños que éramos.

Otros se metieron dentro de sí mismos, por lo mismo, para que nadie se diera cuenta de lo pequeños que eran.

Nosotros hablamos a gritos, con grandes aspavientos, con efectos de luz y sonido para deslumbrar al de enfrente (no podemos dejarle ver que somos pequeños).

Ellos hablan en susurros, despacio, temiendo hacerse daño cuando hablan. Es muy difícil escuchar sus voces, hay que estar atento y en silencio. Un leve soplido, pequeño. No saben hablar. No lo han hecho nunca. Pero, cuando lo hacen, a nosotros, los de los gritos, nos apetecería quedarnos callados mucho, mucho tiempo. Sólo escuchando.

más en torno a la causalidad

«Se llama «causa», en un sentido primario, a la materia inmanente de que esté hecha una cosa: el bronce es la causa de la estatua; la plata, de la copa, y también los géneros del bronce y la plata. En otro sentido, la causa es la forma y el paradigma, es decir, la definición de la cualidad; y sus géneros: por ejemplo, para la octava, es la relación de dos a uno, y, de forma general, el número; la causa es también las partes de la definición. La causa es, además, el principio primario del cambio o del reposo: el autor de una decisión es causa de la acción, y el padre es la causa del hijo, y, en general, el agente es causa de lo que se hace, y lo que se hace es también el fin, es decir, la causa final. Por ejemplo, la salud es causa del paseo. ¿Por qué se pasea? Contestamos: para mantenerse sano, y al hablar de esta manera, creemos haber dicho la causa. Por último, se llaman causas todos los intermedios entre el motor y el objeto. Así es como el adelgazamiento, la purgación, los remedios, los instrumentos del médico, son causas de la salud, pues todos estos medios se emplean en vistas a un fin; estas causas sólo se distinguen unas de otras en que unas son instrumentos y otras acciones.»

Aristóteles. Metafísica.

Es curioso recordar a Feyerabend hablando acerca de los especialistas, refiriéndose a los científicos, y cómo su lenguaje se ha deshumanizado de tal modo que ha perdido todo contacto con la carne en aras de una supuesta claridad expositiva.

Cito (Feyerabend, «Contra el método», nota 13): «Así, en la página 65 del libro (W. H Masters y V. E. Johnson, «Human Sexual Response», Little, Brown, 1966) leemos que la mujer, al ser capaz de orgasmo múltiple, tiene a menudo que masturbarse una vez retirado su compañero para conseguir así la culminación del proceso fisiológico que le es característico. La mujer sólo se detendrá, quieren decir los autores, cuando se encuentre cansada. Esto es lo que quieren decir. Lo que realmente dicen es: «Por lo común, el agotamiento físico pone fin por sí solo a la sesión mastubatoria activa». Usted no se masturba, usted tiene una «sesión masturbatoria activa». En la página siguiente se aconseja al hombre preguntar a la mujer lo que quiere o no quiere en lugar de intentar averiguarlo por su cuenta. «Él debería preguntarle a ella»: esto es lo que nuestros autores quieren hacernos saber. ¿Cual es la frase que aparece en realidad en el libro? Lean: «El hombre será infinitamente más efectivo si anima a su compañera a vocalizar». «Anima a vocalizar», en vez de «le pregunta». Bien: acaso alguien diga que los autores quieren ser precisos, que quieren dirigirse a sus compañeros de profesión más que al público en general y, naturalmente, tienen que emplear una jerga especial para hacerse entender. Por lo que respecta al primer punto, esto es, a la precisión, recuérdese, sin embargo, que los autores también dicen que el hombre será «infinitamente más efectivo», cosa que, considerando las circunstancias, no es ciertamente un enunciado muy preciso de los hechos. Y en cuanto al segundo punto, hay que decir que no se trata de la estructura de los órganos, ni de particulares procesos fisiológicos que puedan tener un nombre especial en medicina, sino de un asunto tan ordinario como preguntar. […]»

Es decir, que la comunicación prepara sus propios actos perlocutivos para que sincronicen con los ilocutivos (y viceversa). Es claro que la intención de los buenos científicos era parecerlo. Retorciendo el lenguaje de un modo concreto su ilocución es parecer algo, y la comunicación social permite que sea exactamente lo que consigan. Excepto para Feyerabend, por ejemplo, que mira lo que está viendo y ve lo que parece que no se ve. Pero no nos engañemos, en estas situaciones el agente de la acción es tan víctima de las convenciones como el paciente de la acción. Enredados en el campo de la convención las asumimos tanto y de tal modo que al final las consecuencias son lógicas, retroalimentando el rizo hasta hacer un tirabuzón.

Pero con ello se pierde la costumbre de mirar.

Las verdades son las mismas (¿o no?), pero en Aristóteles tengo la sensación de estar tomando café con él en el salón de mi casa, y con la jerga cientifica parece que uno está metido en un tubo absurdo de ensayo. No hay convención en Aristóteles (o no nos ha llegado, vaya usted a saber), y se puede estar tranquilo y alerta con su discurso. ¿Y esto qué tiene que ver con las causas? Pues nada, pero es que al releer a Aristóteles me acordé de Feyerabend y se me fue la pinzita… otro día.

Conclusión: necesitamos la ley de la causalidad porque nada parece responder a regularidades observables, lo cual nos desorienta. Y como el mundo no responde a ella, reificamos un mundo de preguntas y respuestas unidas de forma convencional. Creemos tanto en ello que al final no somos capaces de identificar ni otras preguntas ni otras respuestas, convertimos la convención en realidad. Es decir, que nos hemos despistado en algún punto y hemos dejado de ver el mundo, sólo nos vemos a nosotros mismos englobados en un concepto de comunicación interpersonal que no es más que un juego de «¿Quién es quién?» bastante limitado. Arendt dijo algo así como: ¿funciona la estadística porque es predictiva o funciona porque conocemos las leyes de la estadística? Un punto muy espinoso.