# perdiendo.org/museodemetralla

entraron en mi cabeza (201) | libros (20) | me lo llevo puesto (7) | pelis (2) | Renta básica (9) | series (6) | escasez (2) | frikeando (94) | arduino (1) | autoreferencial (11) | bici (1) | esperanto (4) | eve online (3) | git (2) | GNU/linux (4) | markdown (7) | nexus7 (2) | python (7) | raspberry pi (3) | vim (1) | wordpress (1) | zatchtronics (3) | hago (758) | canciones (156) | borradores (7) | cover (42) | el extremo inútil de la escoba (2) | elec (1) | GRACO (2) | guitarlele (11) | ruiditos (11) | Solenoide (1) | fotos (37) | nanowrimo (3) | novela (26) | criaturas del pantano (5) | el año que no follamos (12) | huim (5) | rehab (4) | poemas (356) | Anclajes (15) | andando (3) | B.A.R (7) | Canción de cuna para un borracho (38) | Cercos vacíos (37) | Cien puentes en la cabeza (7) | Conejo azul (6) | Contenido del juego (5) | De tiendas (3) | del pantano (3) | Destrozos (2) | Epilogo (4) | Fuegos de artificio (5) | Imposible rescate (15) | Jugando a rojo (7) | Libro del desencuentro (2) | Lo que sé de Marte (11) | Los cuentos (21) | Montaje del juego (5) | Orden de salida (4) | palitos (31) | Piernas abiertas (7) | Poemas medianos (12) | Privado de sueño (7) | rasguemas (5) | Tanto para nada (17) | Todo a 100 (2) | Uno (4) | relatos (96) | anatemas (9) | orbital (2) | prompts (8) | vindicaciones (103) | perdiendo (1.702) | atranques (1) |

ver la simplicidad

Era un pequeño diario, un otoño enmarañado, una colección desordenada de diminutos fríos, calores, templanzas, displicencias. Era un día en el que salimos a dar una vuelta, para ver el estado efímero de cosas, para constatar la mudabilidad del mundo, así, tan redondo y rotundo, con una expresión tan filosófica, tan pretenciosa. Era una pregunta en ninguna parte pero sí en los ojos, o en los brazos, o en los abrazos o, vete a saber, en los gestos que nos pasábamos ambos como andanadas bajo una línea de flotación tácita y evidente. Era que yo, como casi siempre, no sabía responder, y cuando lo hacía gruñía, pataleaba, nucía, hería, hacía daño sin pretenderlo. Y he así que, de tal modo, el mundo empezó a producir sobrecarga dejando de parecer mudable. Se convirtió en una aparente eternidad insoportable.

El punto de inflexión me sorprendió en la ducha, mirando un bote de champú, leyendo con mis ojos miopes entornados el modo de empleo tan absurdo, tan idiota. «Aplicar sobre el pelo mojado, dejar actuar durante cinco minutos hasta proceder al aclarado». Como si utilizar champú fuera un gran prodigio técnico, o parte de un experimento científico, o algo capaz de hacernos inmortales o de descubrir la cura del cáncer. Me pareció de una pedantería inaguantable, risible y ridícula. Y de repente todo me pareció lo mismo. Risible, ridículo, inaguantable.

Pero eso fue mucho después de aquella tarde en que salimos a pasear para ver el estado efímero de las cosas, para constatar la mudabilidad del mundo exterior. Y ello venía a cuento porque el nuestro ya había cristalizado, se había solidificado en una aparente eternidad irresoluble e insoportable.

Andando el tiempo todo vuelve a parecer ridículo, estúpido, digamos insoportable. Sencillo. Conciso. Y enmarañado. Nada es fácil. Nada lo es en absoluto.

juego

Hizo falta que cuarenta minutos pasaran caminando, hizo falta un poco de lambrusco, un bastante de cortázar, un corte de pelo arriesgado y confuso, lento y rápido al mismo tiempo, una ducha, algunos muchos cigarros y ella fitzgerald cantando para que uno alcanzara un sueño pequeño, nervioso, titubeante, entrecortado, cansado. Hizo falta y el ambiente era de lo más propicio, con las velas y los altavoces en un volumen sosegado, con la mantita que cubre aunque no haga frío, cosas que no incluyo en mis prescindencias porque tienen su lugar en mi mundo. Hizo falta no saber que no hay dinero y olvidar la contra-reloj, hizo falta no querer mirar en ambas direcciones para fajarse tan sólo en una. La ausencia es como un bote de colonia vacío, aún huele, pero no hay forma de echarse nada por encima para dejar de oler a uno mismo. Hizo falta pensar en noviembre, matizar más aún y pensar en hoy, buscar la camiseta favorita, los pantalones favoritos, los calzoncillos y los calcetines favoritos, la postura preferida para leer, las almohadas justas y necesarias.

Así en la ducha cantaba ella fitzgerald confundiéndose con el ruído del agua, y el olor del bote vacío de la ausencia se mezclaba con el del gel lactovit y el champú para niños, una vida para niños, una vida mecánica de adulto confundida con un juego abisal de crío. Y pasaron algunas horas con un buen libro, un lambrusco en vaso ancho y alto, de sidra, algunos muchísimos cigarros y yo con las piernas cruzadas tumbado en el sofa, en una postura bien imposible, acompañado de cortázar y sus juegos de prestidigitador lúcido y oscuro, casí críptico porque la vida es más o menos así, de ese modo, y o se cuenta así o no estamos contando nada de nada, sólo jugueteando. Y es curioso que una novela que parece tanto un juego sea tan eminentemente seria, y que las novelas que parecen tan serias no sean más que un burdo juego o una lejana aproximación, o una reducción tan simple de un sistema abierto en el que tantas variables tienen voz, voto y veto. Y es curioso a más no poder que haya un repeat para obligar a ella a no parar, como si fuera la cisterna del váter, llenándose una y otra vez por más que tires. Y es curioso que yo me sintiera tan agusto en medio de un juego tan serio, que me sintiera plenipotenciario en los dominios restringidos del tablero que coloco con las fichas en su sitio. Es curioso que aún sirvan todas las cosas que no se han ido convirtiendo en prescindencias, o que no he ido convirtiendo en, o que no nada, como un megaterio melífluo con sus cien mil toneladas de sutilezas.