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el vértigo es la atracción por caer






Pensemos en el vértigo. Un momento sólo, en la definición que hace Kundera en «La insoportable levedad del ser». ¿Por qué tenemos vértigo si tenemos una valla bien hermosa delante? ¿Por qué nos da miedo la altura en esa situación?

Por la atracción de lo que hay detrás. Lo que hay detrás… nos llama. Vertigo… longitud…

La longitud es distinta en los dos casos. Lele tiene vértigo, yo no. Y no es porque yo no tenga valla, que sí, mi propia valla de lo que puede hacer daño. Pero hay una diferencia. Yo no quiero hacerme daño, soy como cualquiera, pero… sí quiero vivir. Si eso incluye algunos daños, no me queda otra. Parece que carezco de vértigo porque hace tiempo que salté la valla para lo bueno y para lo malo.

Y me pregunto, enigmáticamente… ¿a qué viene tanto vértigo, por qué tanto miedo a caer? Venga ya, hombre. No es sano fustigarse de ese modo. La razón tiene sus propias reglas, pero no son Las Reglas. Hay otras. Qué claro sería todo de otro modo. Pero mientras tanto el vértigo va haciendo su trabajo, va erosionando las razones. Es perceptible, es cuestión de fijarse. Hace su trabajo despacito, tardará millones de años en devastar la roca. ¿Y entonces qué sucederá? Para entonces quién coño lo sabe. Eso trunca a veces. Otras veces no importa, demasiado tiempo. Otras veces congela el alma en un segundo, la deja fría para romperla en mil pedazos con un golpecito y entonces le da calor, para que se junte de nuevo de otro modo. Viaje estomacal al fondo del pecho.

Qué sencillo, qué fácil es todo.

Letanía futura.

Vale, nunca jamás vamos a convivir juntos, pero no nos mates.

De acuerdo, no vamos a volver a levantarnos juntos con un beso inscrito en los labios, no vamos a volver a vernos como fuimos, en aquel segundo en el que nada estaba escrito y tú y yo éramos un algo indefinido e indefinidamente hermoso. No vamos a amarnos inocentemente nunca más. Pero no nos mates.

Entiendo que ya no puedas llevarme en la Cefe a ninguna parte, que cada copa que tomemos suene a una larga psicopatología, que cada segundo, cada cenicero, ya lo hayas vivido antes. Pero no nos mates.

Entiendo que ya no haya bragas tuyas en mi cajón, sobre todo entiendo eso, entiendo que todos tus tops y todas tus camisetas y tus pantalones ahora tienen necesariamente que estar en otra parte, lejos de aquí.
Pero no nos mates.

No sé si me entiendes. Sé positivamente que no lees esto, pero, aún así, no nos mates.

Comprendo por qué perfectamente ya no puedes tomar café conmigo cada mañana, por qué no podemos frotarnos los pies al acostarnos, por qué mi alma está triste y no encuentro tu pijama, cada noche, debajo de la almohada. Pero matarnos es innecesario, por favor, entiéndeme, mi vida está llena de cosas interesantes, pero
no nos mates.

Demasiada vida en estos tiempos, demasiada vida derrochamos a manos llenas hasta que se agostó. Quítame el pijama, las bragas, los pantalones, tu misma presencia constante, pero no nos mates.

Te pido, por favor, por amor, que no nos mates. Es innecesario, de verdad. Lo juro. Haz lo que quieras, seguiremos viviendo. Nos casaremos con otros de todos modos. Pero no nos mates.

kombate propio

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(Me ha soprendido, o roto aún más, encontrarme con este poema largo. Es de Kippel y/o cuentos, de 1999.)

Fue un combate duro, no puedo negarlo. Un encuentro visceral con el dolor. Con mi propio fracaso. Un golpe seco contra mi propia cabeza. La verdad es que, ahora mismo, no tengo muchas cosas claras, sólo un montón de cosas dentro, desordenadas, desorganizadas y medio rotas. Destrozando los conceptos que me han mantenido vivo. Necesitaba una cámara digital para relatar aquel encuentro y otro millón de ellos que vendrán, y fue tarde. Pero esta mañana me he ido a por una, no me ha gustado, me he ido a por otra. Cosas que pasan. No tengo dinero para esto, puedo decir, pero me suda la polla comer patatas y arroz el resto del mes. Me suda la polla todo, la verdad. Nada tiene verdadero sentido. No sé si me he maltratado mucho, o si algo así es posible. El maltrato psicológico de desmontarse a uno mismo. No puedo seguir viviendo como si nada hubiera pasado en mi vida, necesito esta ostia gorda en el fondo de mi cabeza. Soy demasiado impaciente, no puedo dejar que el tiempo haga el trabajo poco a poco. Violencia contra mi cerebro, vamos a romperlo, me dije, vamos a ver qué pasa si lo rompo, si lo machaco, si me lo cargo de una puta vez. Porque ya no me sirve para nada, me estorba, incluso. Me estorban estas intenciones. Estos sueños. El amor, sobretodo el amor me estorba. Ya no quiero más viajes dulces y placenteros, eso para cuando aún era posible. No quiero un sendero de luz a un remanso del río donde hacer un picnic. Eso pasó, otras eras, otros eones. ¿El pleistoceno, quizá? Es posible. No me gusto, me doy un poco de asco. No me encuentro bien, tengo arcadas. No me encuentro visible, estoy desenfocado todo el tiempo. No tengo intenciones, no tengo pensamientos rotundos. Estoy harto de casi todo, y no digo de todo porque no lo sé, porque sería tener algo claro.

Me cogí por los huevos, para qué negarlo. Fui tanteando los lugares, los sitios en los que el dolor latente era más fuerte, tenía más garras, más dientes. Y los fui encontrando, me fui machacando rememorando y sufriendo por el pasado, por lo que fui un momento o lo que he sido todo el tiempo. Mi camino no era encontrar a Lorelay anoche, pero no pude evitarlo, ella está en los últimos nueve años y medio. Me rompí el pecho en ella, ya al final, cuando había acabado conmigo y con cualquier cosa ya y no me quedaban hilos de destrenzar. Allí estaba, en medio del camino. Fue algo glorioso, porque me quité muchas tonterías de encima. No pensé, sino que me metí en medio de la llama grandiosa que arde y quema. Me rompí, me despedacé a bocados. Toda la noche supurando pus por los poros de mi piel. Ya no dolor, no amor, sino pus, substancia infecta e infectada. Vi como no había culpables, sino víctimas. Lo vi todo, de tal modo que dudo poder ponerlo aquí. Vi su pecho abierto en medio de una conversación, aunque en su momento no fui capaz. Vi mi propio dolor, todos mis miedos de los últimos tiempos, temiendo tanto por la posibilidad de perderla. Y todo lo que hice entonces fue acelerar el proceso. No digo nada nuevo. Mis conversaciones entonces, el foro… todo eran acelerones intentando no perderla. Ayer el seguridad del edificio donde curro se enteró de lo de Lore. Se rió, enigmático, y me dijo «ya era hora». No quise matarle, porque Víctor parece un gurú, un santero, con su piel negra y sus dientes blancos y la ironía perfecta y sólida que siempre ha enfrentado con la mía, formalmente perfecta pero sin contenido real. Él cuando mira lo ha dicho todo, solo tiene que gesticular con las palabras para acompañar los significados que desplazan sus ojos. Se rió, con una risa que sucedía mucho más dentro que en su boca. A su boca sólo llegaban los ecos. Él lo sabía sólo por mis palabras, ni siquiera vio a Lore nunca. Todo eso lo vi bien claro, y también los efectos devastadores, terroríficos, que hizo el miedo en mí. Ah, Lore, tú dices que te machaqué la personalidad sin darme cuenta, pero te juro que no fue un proceso unidireccional, sino que ambos acabamos enanos. Y eso es porque no tenemos ni puta idea de vivir y nos complicamos con demasiadas estupideces que jamás tendrían que haber estado dentro ni en ninguna parte. Ojalá esto fuera explicable, ojalá pudiera meterse en mi cabeza y conectar conmigo al mismo tiempo que yo conecto con ella. Saldríamos llenos de paz, dormidos en medio de la montaña.

El otro día nos preguntábamos si era bueno seguir durmiendo juntos de vez en cuando. Y entonces hablaron los corazones. Y dijeron que mientras que no hiciera daño… (la cabeza siempre dice otras cosas, porque ella entiende sólo de razones). El corazón es listo, porque sabe que el problema no está en dormir o no juntos, en hacer el amor o no hacerlo… ¡sino que está en la propia cabeza de cada uno! ¡En nuestros daños y nuestras vergüenzas y nuestros rotos! Podemos no dormir más juntos, e ir tapando la putrefacción y la belleza con tierra, pero eso… ya hable de eso alguna vez. Eso es joderte la vida a ti mismo. No hay que tapar nada. Después de tanto tiempo no quiero tapar nada con Lore. Hay dos procesos que no sé si son el mismo. Uno transcurre en mi interior, sólo tiene que ver conmigo. El otro radica en lo que hay de mí en Lore. No tengo una sola ubicación, radico en dos cuerpos. Hay una parte de mí que guardo en Lorelay. Hay una parte de mí que aún está componiendo un montón de células de su cuerpo. Y esa parte también debe mutar, porque no va a morir. No tan fácilmente.

Todo depende, por supuesto. Puedo sobrevivir sin nada de esto, construirme una ilusión de felicidad absoluta. Pero apesta. Apesta. Estoy harto de ser un puto crío. No quiero dejar de verla porque es más fácil, no quiero rehuir el problema. Me quiero meter en él, romperme el cráneo contra esa pared hasta meter la cabeza dentro y ver el agua que hay dentro, beber de ella y saber. Quiero dejar seco ese manantial, ponerme enfermo de tanto beber su contenido, tantos y tantos litros que desbordan mi estómago, lo rompen, anegan mis intestinos, mi bazo, mi hígado, mis riñones, mi corazón, encharcan mis pulmones, me vuelven líquido, fluido, y al mismo tiempo enorme.

Vivir el dolor hasta hacerlo parte de mí mismo, de lo que me compone. No voy a echar tierra sobre esto. NO me da la gana (y estoy hablando sólo de mí, por supuesto, un elemento de la ecuación, no todos). El dolor cuando se asume ya no es dolor, sino algo así como un brazo, una pierna, un ojo. Es yo mismo. Y ya no duele, sino compone. Dejar pasar esta oportunidad, este roto, sería como clavarme ahora mismo con escoplos a la nevera. Matarme allí voluntariamente.

Me di cuenta. Comprendí. Entendí que la realidad se ha roto, pero que no era realidad. Que los dioses menores están por todas partes, que hay hadas, enanos, místicos, brujas y ensoñaciones por todas partes. Vi otra realidad más rica, plagada de mitos, plagada de serpenteantes colores que mi ojo lleva mucho tiempo sin ver. Me reconocí, reconocí a aquel de veinte años que cogió un avión a La Palma como si este fuera un dragón inmenso que le llevaba a tierras nuevas, ricas, enormes. No era algo tan frío como un armatoste de hierro, cristal, circuitos y plástico. Y vi a la Lorelay que me esperaba al otro lado, en la estación, pero no es la misma Lorelay que llevo viendo mucho tiempo (y la imperfección estaba en el ojo, no en su cara), y me reconcilié también con aquella Lorelay. La vi enorme, grandiosa, porque era ella otra vez. Me defraudó cada vez que se contenía, pero yo también me contuve. No es ella. O es ella. Pero no es la que está en mi ojo. Esa sólo vive dentro de mí. No sé si Lore quiere pelearse con ella, pero en cualquier caso es indiferente de forma completa, no tiene nada que ver con nada de lo que pueda suceder, porque es su propia decisión personal. Qué gusto pensar a Lore con decisiones propias a este nivel (y no al nivel de la relación simbiótica autodestructiva). Pero no sé si me estoy explicando. No sé si comprendéis lo que quiero decir.
Las razones acotan. Los mitos multiplican. No es cuestión detestar lo racional, sino meterlo donde corresponde. Y rescatar el mito para lo suyo. Eso lo vi mientras me rompía la cara perpetrando el crimen de suicidarme mentalmente. Mientras me reventaba y lloraba y perdía el norte y lo reencontraba y volvía a perderlo y sudaba, sudaba como un cabrón. En un momento de la noche llegué a pensar que los cabrones de mahou le habían echado alguna droga al par de litros que me estaba bebiendo, en tragos lentos, porque no quise coger más y no quería emborracharme. Pero era otra cosa, por supuesto, estaba borracho del pecho, borracho realmente por los ojos, por lo que estaba sintiendo.

Todo lo demás brillaba, porque la razón se encarga de crear cubículos cómodos, pero son cubículos y no tienen brillo, se vuelven mate con el tiempo y el uso. Y ya no hay nada que emocione, nada que te parta en dos la columna vertebral. Eso fue bueno comprenderlo. Ahora me voy a dormir algo. Estoy exhausto.