Yo sigo con la misma cantinela: estudiando como un becerro. No puedo explicar simplemente mediante palabras el odio ferreo que te tengo ahora mismo a esta actividad que me está dejando completamente sin vida. No creo que pudiera enumerar tampoco la colección de asuntos que voy dejando apartados por la basura esta. Resumen: estudiando en el curro, de nueve a tres y media. Estudiando en casa, de cinco hasta ahora mismo (y sigo, esto es sólo un descansito). Gary, en cuanto a lo de Chejov… ¿no se nos pueden echar encima los legionarios del copyright? NO sé, no sé… Bueno, a seguir con lo mío. El jueves termino.
Categoría: perdiendo
parametros de lo absurdo
No sé por qué decido llamarlo así, pero lo hago. Esta mañana me levante pronto, a repasar, lo que en mi caso no es sino sentarme a tocar la guitarra con la elevada esperanza de que todos los conceptos se articulen solitos en mi cerebro ocupado en otra cosa. Después fui caminando a la estación de tren, y nada digno de mención, nada ridículo, nada estúpido. Parece ser que tenía que renovar la fe en la especie humana esta mañana. Entro en el tren y todo normal, sospechoso. Al llegar a la facultad todo tenía un tiempo normal, así que me senté a esperar el exámen, que aunque empezaba a las doce no recibió la ilustre visita de la enorme foca de gran papada hasta las doce y cuarto. Media hora antes le había visto encaminarse a la cafetería con otro profesor. Cosas que pasan, supongo.
Nada más empezar el examen me sentí muy tranquilo, parece ser que los conceptos han hilado fino y se han articulado convenientemente. Dos horas de nada, siete folios y para la cafetería, reino innegable de la cerveza. Allí me encuentro con alguien cuyo nombre no recuerdo que me da dos besos, me abraza y me dice que le guarde la mochila, que se va a mear. Con el estoicismo de la determinación me encamino a la barra, saludo a Dany y le pido un tercio. Vuelve mi amiga y levanta los brazos para hacerse una coleta, revelando en ello la intensa actividad de las glándulas sudoríparas de sus axilas, que producen perfume en cantidades que ni channel puede siguiera aproximar. Estás en filosofía, idiota, ¿se te ha olvidado ya? Hablamos de todo y de nada, de filosofía y de la vida. Me presenta a una amiga suya, de muy buen ver y mejor tocar, supongo, que trabaja en el departamento. Como somos de una generación ya olvidada tenemos mucho de que hablar, para que no se nos olvide también a nosotros mismos. Se van y llega mi amigo Viana, hace un año que no le veo. Más tercios. Antropología, puto Malinowsky y su estructuralismo. Hablamos de los problemas de la cultura global y de la plasticidad de la cultura y de si es permisible recuperar una cultura que ni sus propios miembros tienen intención de recuperar. ¿?
Más tercios, pago yo. Este mes voy bien, Viana sólo estudia y es un buen tipo, algo chinado con lo que él llama caer, a saber: novia y piso. Su postulado: todos debemos caer, pero queda en nuestra mano hacerlo con algo de estilo. Buena razón tiene. Afrontar la novia y el piso sin cambios sustaciales en lo que somos, en la medida de lo posible. Me despido dándole el teléfono y dándome él el suyo, como siempre. Las cosas, que pasan.
Tren de vuelta en defcon conmigo mismo, cojo rápido un libro: «la ciencia ficción bajo la luz de gas», relatos de ciencia ficción de 1880 hasta 1910, incluso hay uno de Chejov que estoy muerto de ganas por leer. Llego a casa, pillo una sin, me enchufo el libro «Cine, historia y ciencia». A la hora lo dejo y enciendo la play, gano algunas carreras, gano algo de dinero. Lo dejo, vuelvo al libro, llega Lore, se va con mi hermana mayor. Pillo una sin, hago destrozos en la web, retomo el libro hasta las once. Hablo con lele de la mísera condición humana a la que haces referencia, Lala, con una salvedad, lo nuestro no es una pretensión, sino una necesidad absurda, pero necesidad igualmente. Me deprimo a mach 3. Me meto aquí, veo correos, veo gente, se me levanta el ánimo. Pienso en hacer una especie de parámetros de lo absurdo, pero me parece que ya no me apetece, así que voy a enviar el correo, a destrozarme el cerebro con la tele hasta que me duerma. Porque la mayoría del tiempo sólo me hace falta apagar el disco duro de mi cabezota para que las ilusiones retornen. Y con ellas la misma vida.
Cuidaros mucho.
identidad
Todo está muy parado.
Llevo tres o cuatro cervezas sin alcohol 0.0, de tal modo que un indefinible líquido grumoso y amarillento rezuma por mis orejas. Un leve dolor de cabeza, culpa Absoluta de Hegel, tizna mis reflexiones de medio confusión medio tormento. Enciendo un cigarro, voy a la nevera a por otra 00. Un último repaso a Hegel y ya está. Mientras jugaba a la play iba notando como los conceptos se ordenaban en mi cabeza y las proposiciones tomaban forma, así que no me importaba aunque perdiera la carrera de turno.
Todo está muy parado. Según mis cálculos propios deberían ser las dos o las tres de la mañana, pero son las ocho de la tarde. Inexplicable. Extrañamente bien. Relajado. Incluso me dormiría un ratito, a lo mejor lo hago. Bajé al super y la cajera que siempre mira hacia otro lado, sin atreverse a enfrentarme la mirada, lo ha hecho. Cosas, supongo. La he sonreído y le he dicho buenas tardes (joder, qué mal me suena, soy leista, loista y laista consumado), cargando mis cervezas sin y pasta de dientes para los dientes. Después me ha cobrado y me he ido. La absoluta insignificancia de las cosas a veces me transe de un modo terrible.
Me estaba acordando del yo de Hume (raro, eso no está en ningún examen), ese yo sin ley de causalidad que sólo puede definir como recuerdo de sí mismo en el tiempo. Yo tengo serios problemas con el recuerdo, a veces me asombro de la capacidad que tiene Lore para ello, sobre todo en contraposición a la mía propia. No tengo continuidad. Si no alimento mi cerebro de conocimientos y experiencias constantemente me agosto, me seco. Los libros creo que los tengo en las librerías, no en el cerebro. Bueno… queda algo, siempre queda algo, una cierta tendencia configuradora, unos receptáculos donde situar las cosas nuevas, en unos precisos y no en otros. Eso supongo que es culpa de los libros y de las experiencias que ya no recuerdo, pero que de algún modo difuso soy. Soy, qué cosa. Ese soy habría que redefinirlo como aquello contenido en las neuronas de un individuo a lo largo de su vida, es decir, de la vida de esas neuronas. Si tienes un accidente y pierdes la memoria, no eres nada. Bueno, o partes de cero, si puedes. Qué cosa, eso de la identidad, qué importante es para las campañas de marketing de zapatillas, por ejemplo.
Había un poema…
Más allá de la luz está la sombra,
y detrás de la sombra no habrá luz
ni sombra. Ni sonidos, ni silencio.
Llámale eternidad, o Dios, o infierno.
O no le llames nada.
Como si nada hubiera sucedido.
Se llama «los sinónimos», de Francisco Brines, del libro «Insistencias en Luzbel».
Qué curioso, le dedicó el libro a José Hierro, el bestial poeta que escribió «El rescate imposible», y otros, por supuesto. Pero para mí sobre todo el rescate imposible. Llamarle «los sinónimos» no está del todo bien, me temo. Aquí el hecho de cómo quiera cada cual llamar a lo que necesita llamar es irrelevante. Lo peor, lo mejor del poema, es «o no le llames nada, como si nada hubiera sucedido». Qué bruto. Qué bocajarro de conciencia sobre la misma conciencia. En seis frases. En dos que concretan y resultan. Condición mortal. Hegel decía (esto sí es de mi examen) que el hombre es el único animal que sabe qué es la vida, porque sabe qué es la muerte. El ser humano tiene conciencia de su propia muerte, y de esa misma negación genera la fuerza para amar la vida. A veces odio la vida, pero eso es sólo cuando se me olvida la muerte. En realidad todo esto de la filosofía es una tontería, en sí misma, pero te hace llevarte por tantos caminos en los que no reparabas antes de que te dijeran que esa piedra marca un camino… No me importa demasiado lo que dijeron, pero sí lo que les llevó a decir lo que dijeron. ¿Qué desviación tomaron, que desviación imposible para mí que necesito verla a través de sus ojos para después perderme en ella? La senda del perdedor, escribió Buck, la senda del perdedor es la única, aunque tiene múltiples formas. Hay que poner mucho empeño en la desviación que uno tome, pregnarla de fuerza. Porque después llega la muerte, que todo lo iguala porque todo lo relativiza, que hace que todas las sendas sean la senda del perdedor. No podemos ganar. No podemos ganar al final, pero claro que sí durante. Mientras todo tiene sentido.
Yo no le hubiera puesto nombre al poema, si yo hubiera escrito uno así, por supuesto.
Esto es lo último que he enviado a Atramentum. Odio lo de los indios.
Cicatrices.
Podría tener que decir
que no tengo nada que.
Pero el tiempo me rodea con sus indios
sedientos de sangre y yo
hago un campamento con las
estupideces de lo vivido.
Tómame, imbécil,
¿acaso no ves que ahora es fácil?
Qué pesadilla de espera
mientras tú tomas fuerzas
y avanzas y retrocedes
acobardada.
Si tú realmente supieras que
necesito tus brazos por un momento,
que necesito tu sexo para
anegarme de todo lo que tú eres
y disfrazarme de ti y
olvidar lo demás que
quema,
que quema,
que no te preocupes que no diré no,
no puedo decir no y basta de invitarme
a cervezas y da el paso y llévame a tu cama
donde sólo es real el olvido,
donde sólo es real la niebla, el cansancio,
la libertad, los gemidos
que cicatrizan.
Y bueno, que ya está bien. Nos vemos. Desearme suerte para el examen.