
Acabo de verlo. Vaya vista la mía.
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Acabo de verlo. Vaya vista la mía.
Releyendo lo anterior (el teléfono descansa, parece que ya está montada la noche) me doy cuenta de que la entropía funciona, y muy bien.
Porque de repente he sido consciente de que todo esto se acabará. Y me ha dado mucha pena. No es una situación muy real (en un sentido, en otro es crudamente real) esta que vivo, realmente no puedo pagar este alquiler, no puedo vivir solo. No entiendo ciertos mecanismos de defensa (mi cabeza se prepara para cuando todo esto acabe, porque dolería mucho sin preparación) y no los entiendo porque el caso es que hoy, catorce de febrero, estoy aquí, y eso es innegable. No merece la pena preocuparse por lo que va a hacer el miguel de dentro de unos meses.
Pero es curioso, hasta hace muy poquito me importaba una mierda. No me hubiese importado vivir debajo de un puente, porque seguía consumido en mi vida anterior, la que realmente quería (¿en pasado?).
Uno se va dando cuenta de que el cuerpo cicatriza con esos detalles pequeños. Hay que estar muy atento de los dolores, hacer un seguimiento del vértigo (lo que nos atrae y nos da miedo y nos hace montar barreras, controles, fronteras… para intentar mantenerlo lejos; aunque atraiga no nos queremos dejar llevar, erramos), dolores, vértigos, miedos… muchas veces no sabemos ni por dónde vamos, y nos esforzamos en pensar qué nos sucede. Bah, eso no ilumina nada. En mi caso personal, repito, sólo ilumina estar atento a los miedos, a los vértigos. A toda una miriada de detalles minúsculos y esclarecedores.
Y aceptar. No nos damos cuenta de que con la frecuencia tendemos a proyectar al otro, a no mirarle, a no permitir con ello que nos embargue la sorpresa. Siempre vemos al otro en el otro, nunca dejamos que nos cuente. El tiempo hace que puedas mirar, a ver qué hay, sorprenderte siempre, porque todos evolucionan, menos nuestras representaciones.
Y no dar por hecho. Date cuenta, ahí hay un otro. Qué raro. ¿Qué es? ¿Por qué hace lo que hace? ¿Qué hace?. Salir del cuadro, dentro del cuadro está rosa, miguelón, oscar… todos encuadrados, en su sitio. Todo lo que hacen está ya colocado en su correspondiente cajetín, incluso antes de que lo hagan. Si me salgo del cuadro no es así, y retoman su valor intrínseco. Vuelven a ser otros, diferentes a mi cabeza, diferentes del todo. Cuando les represento en el teatrillo mental de mi vida social son exactamente mi cabeza.
Hay que darse cuenta.
En otro orden de cosas. Por favor, he montado una oficina de objetos perdidos, si alguien reconoce algo y lee mi página, que pase a recogerlo en consigna:
Unos guantes con los dedos cortados.
Una chaqueta.
Una mochila.
Una camisa.
Una corbata.
Una braga (del cuello).
Todas esas cosas están por aquí, han ido apareciendo, y os están esperando con lágrimas en los ojuelos.
Y, en resumen:
– no olvidéis soles en el pelo (en lo que concierne a vosotros mismos). Hay que prestar atención a nuestro propio núcleo duro, que si no se resiente.
– no olvidéis que los que están ahí fuera son otros. Dejadles hablar.
Y me piro a fregar el salón (puedo decir que he estado todo el día limpiando, es relativamente cierto). Hoy es un día de esos de los pelos de punta, un día en el que todo me toca, me acaricia, todo me dice algo. Hipersensibilidad, supongo, pero hoy todo es especial de un modo peculiar, todo tiene tanta fuerza como debilidad.
No será una mala noche. Pase lo que pase.
(Añadido:
Cómo me gusta perder (ganar) el tiempo, zanganear de un lado para otro, picoteando… tengo tantas cosas que hacer que me falta el tiempo, y eso es porque no me organizo milimétricamente en sentido estricto. Lo he intentado, pero si me organizo, curiosamente, me vuelvo totalmente improductivo. No sé si el desorden aparente es parte del método o el meollo de la cuestión en sí mismo. El caso es que me encantaría no trabajar en absoluto, para poder estar escribiendo, leyendo, viendo a gente, tocando… todo el día, día tras día, permitiendo que las cosas (hasta cierto punto) se organicen como quieran ellas solitas. Os aseguro que no echaría de menos el trabajo, que no me aburriría. El trabajo en sí no es malo, lo horrible son los horarios. No es que los horarios sean malos a su vez, sino que el hecho de tener un horario ya es algo fastidioso en sí mismo. Trabajo de dos a diez, lo que le viene asombrosamente bien a mi carácter noctívaro.
En diez minutos empieza todo, agur.)
Ya, ya lo sé. Ya sé que así no se hacen las cosas. Bueno, no importa. Tengo una extraña sensación de placidez.
Es curioso, la gente está a gusto en casa. Lo digo porque percibes cosas que no percibes en otras situaciones. En seguida se quitan los zapatos, se sientan en el suelo… quiero decir que pocas veces se ha constituido aquí una conversación normal, sin pedazos de carne adheridos, no sé si me explico. Vienen aquí sin saber dónde se meten (o sabiéndolo perfectamente) y al rato están hablando de sí mismos de una forma que no hubieran pensado. Incluso Oscar, de vez en cuando, levanta los escudos un par de segundos (recuerdos hasta neila, buen hombre, maese bodeguero, qué tierras aquellas de café y cigarro editores, qué tierras las de la señá gregoria). Me alegra, me alegra mucho. Tienen mucho valor (y más sentido) todas esas experiencias (si tomo a paniker y le llamo a filas).
Yo también estoy a gusto aquí. Menos, indudablemente, pero de una forma mucho más intensa. Conozco el lado oscuro de esta casa: la limpieza, el mantenimiento, cañerías que suenan, cosas que se rompen… es una relación más íntima. No sé si era lore o quién era la que me decía que yo me llevo a mí mismo a todas partes por delante. Es decir, estoy exactamente en el lugar donde otros ponen sus escudos. Y es la única forma que estoy dispuesto a aceptar. Todas las ostias no valen una mierda comparadas con la tarde de ayer, por ejemplo, o la que ya se está perfilando para hoy (empiezan a llegar mensajes…). Trescientos días en trescientos garitos no tienen el mismo nivel de profundidad.
Eso es lo que me llevo puesto, no me lo envuelvas.
Lo demás son dolores que van y vienen, que pasan por tu vida precisamente porque son la cara oculta de lo mismo, es decir, igualmente consecuencias del mismo trasunto. Es cuestión de saberlo de antemano.
Que se lleven la pasta, no quiero nada. Que me dejen los libros, la guitarra, la bici, la cámara y todo ese aluvión de gente con la que alucino (en sentido estricto), incluso que se lleven la cámara también, y la bici. Pero lo demás lo defiendo a capa y espada.
Joder, estoy ahí metido.
Y no lo he estado en mucho tiempo. Absorbido. Completamente. Qué ciego. Qué equivocado. Qué obsesionado. Menos mal que las cosas que suceden siempre llevan su parte de alegría, por muy jodidas que sean. Menos mal.
En un año y medio no os he visto (metafóricamente) y lo siento. No voy a engañar, sobre todo por mí mismo. Por todo lo que me he perdido. Bueno, estaba viviendo otras cosas. Es lo que tiene. La casa vuelve a ser el tabernáculo de siempre. Yo quiero mi vida así, sin ningún orden lo siguiente: guitarra, escritura, lectura (mucha), amigos, conversaciones (de las de verdad), risas (de las de verdad), fotos. Y lo demás viene después. Cuando tú estás a gusto contigo mismo, no hay nada que no venga. Porque no esperas nada, y todo lo que viene es bienvenido.
Porque no te estás poniendo tú las trabas a ti mismo.
(Buah, voy a terminar siendo milenarista, ya verás…)