# perdiendo.org/museodemetralla

entraron en mi cabeza (201) | libros (20) | me lo llevo puesto (7) | pelis (2) | Renta básica (9) | series (6) | escasez (2) | frikeando (94) | arduino (1) | autoreferencial (11) | bici (1) | esperanto (4) | eve online (3) | git (2) | GNU/linux (4) | markdown (7) | nexus7 (2) | python (7) | raspberry pi (3) | vim (1) | wordpress (1) | zatchtronics (3) | hago (760) | canciones (157) | borradores (7) | cover (42) | el extremo inútil de la escoba (2) | elec (1) | GRACO (2) | guitarlele (11) | ruiditos (11) | Solenoide (1) | fotos (37) | nanowrimo (3) | novela (26) | criaturas del pantano (5) | el año que no follamos (12) | huim (5) | rehab (4) | poemas (356) | Anclajes (15) | andando (3) | B.A.R (7) | Canción de cuna para un borracho (38) | Cercos vacíos (37) | Cien puentes en la cabeza (7) | Conejo azul (6) | Contenido del juego (5) | De tiendas (3) | del pantano (3) | Destrozos (2) | Epilogo (4) | Fuegos de artificio (5) | Imposible rescate (15) | Jugando a rojo (7) | Libro del desencuentro (2) | Lo que sé de Marte (11) | Los cuentos (21) | Montaje del juego (5) | Orden de salida (4) | palitos (31) | Piernas abiertas (7) | Poemas medianos (12) | Privado de sueño (7) | rasguemas (5) | Tanto para nada (17) | Todo a 100 (2) | Uno (4) | relatos (97) | anatemas (9) | orbital (2) | prompts (8) | vindicaciones (103) | perdiendo (1.708) | atranques (1) |

la quinta columna de chechu

Apolitico yo (aunque no recuerdo ahora exactamente quien lo dijo, recuerdo la frase «la política es una cosa en la que o te metes o te meten», más o menos), leo los extractos del debate entre Borrell y Oreja.

No es bueno ser apolítico, es verdad que tampoco lo he sido nunca (un hombre sin doctrina), o al menos no hasta ahora.

No me gusta Borrell. No, me lo imagino de muchos modos, y no me gusta de ninguno. Oreja creo que me gusta aún menos. No entiendo como nadie les puso donde están, ya han desagradado bastante, no entiendo esas ganas de darles una nueva oportunidad.

El discurso de Oreja aburre soberanamente. Aburre hasta la saciedad. Esos cientos de: España nunca estuvo mejor que con el PP, y lo que ha funcionado tan bien aquí debe ser extendido a Europa.

Lo que faltaba, nos pasamos medio siglo XX vendiendo una cara de toros, bailaoras y castañuelas y ahora nos vamos a poner a exportar ETT y a adoctrinar en el hincapié en el consumo de la familia y el ladrillo. Genial, que se pongan a construir una Europa que temblará cuando sople el más precario lobezno.

Se ceba en el tema del terrorismo, en que el principal problema de Europa es el terrorismo. Señores, por la mahou, no se me hubieran ido a donde no les llamaron a pegar tiros (con intereses humanitarios que comprendían: mayor peso para españa en la política (economía) mundial y su corolario: algunas migajas en la reconstrucción de Irak), o si hubieron de irse allí a pegar tiros haber intentado ser más creíbles, al menos, para que nadie hubiera visto claro qué tipo de humanidad les llevó a meter el palo en el avispero.

Y no digo que realmente no hubiera intereses humanitarios (maquiavélicos, siempre con lo del fin justifica los medios), no me meto en guerra sí o guerra no (aunque, por mí, que follen a todas las guerras una detrás de otra, que hemos venido a vivir, no a descerrajarnos los unos a los otros), no digo nada de eso. Simplemente digo que se vió el conejo en el fondo del sombrero, que no me vendan la moto después de habérmela endosado quiera o no. Que ya es tarde. Que todo se vió claro. A este y al otro lado del océano (quiero creer).

En cuanto a Borrell, pues sí, pues está muy bien todo lo que dice, señor. Pero no sé si puedo cometer la temeridad de creer. Me encantaría creer, me muero de ganas. Lo tienen facilito. Me entran unas ganas tremendas de pensar que todo va a ir tan explendidamente. Todo para todos. Acabar de una vez con el pan y circo terrible (y efectivo) al que vienen sometiendo a nuestras conciencias.

Pero aún es pronto para creer. Creo yo.

No sé por qué hablo de esto. Siempre he intentado (y conseguido) mantenerme al margen. Será porque me aburro. Visto lo visto, parece ser que la política es un asunto de aburridos.

Y sé menos por qué hablo de esto mirando el título del post, o los condones (cortesía de Festimad, o de Control, o de quién sabe quién) que decoran la mesa, o las fotos que me ha mandado Rosa.

Y en el fondo sé que este fin de semana habrá chuletas, guitarra, percusión, cervezas y gente en un chalet con buen césped y una jugosa piscina, y creo que me da igual. Mi nivel de autoridad en el asunto (o en las decisiones políticas) es tan nimio que muchas veces entran ganas de decir: hagan lo que quieran (aunque lo van a hacer de todos modos, con o sin mi consentimiento), pero no me jodan. Con eso me conformo.

Tanto miedo me da estar en medio de un pepinazo terrorista (identificado o no) como estar en medio de un campo en el que muchos quieren pegarme tiros donde tengan a mano. Y más miedo me da verme a mí con un cacharro en la mano que puede desfondarle los bajos al primero que se me ponga delante con cara de no tenerme en mucha estima, con cara de no tener muchas intenciones de respetar mi integridad física.

Si tuviera que ir a un lugar de esos que llaman zona de guerra, mejor sería que me pegaran un tiro aquí, en el barrio, justo después de llamarme a filas (la fila del dominó, parece ser). Menos sufrimiento para mí, el mismo rendimiento para mi país. Lo siento, no puedo ni pensar en ponerme delante de un tipo al que no conozco de nada e inventarme unas ganas tremendas de matarle. No puedo sacar algo de donde no lo hay, la generación espontánea se la dejo a Aristóteles y sus bichitos.

Me da miedo, a otro nivel, no tener para pagar un nuevo alquiler cuando se me acabe el contrato que tengo, dentro de un año y medio, no poder tener un techo y seguir sin llegar a fin de mes el resto de mi vida, o seguir comiendo coliflor al agua (literalmente). Si lo montan bien, estupendo para mí. Pero siempre he tenido la certeza de que mejor no confiar y de que lo que venga vendrá por mí, y no por afiliaciones externas a mi persona. Si vienen, bienvenidas sean, pero no cuento con ellas. No cuento con que me saquen las castañas y me hagan un masajito en los pies cansados, ni unos ni otros.

En definitiva, que el camino de la polis clásica a la ecumene fue el camino de la democracia participativa a la representativa, y que no me encuentro agusto firmando cheques en blanco cada cuatro años. Votamos a un tipo y le legitimamos para hacer lo que le venga en gana. En ese acto de meter un trozo de papel en una urna de cristal se termina nuestra participación en la democracia.

Oh, sí, podemos alegar que la democracia se mueve de muchas formas, que hay modos de castigar a los partidos. Que a los cuatro años puedes votar a otros.

Pero… ¿y si todos son, en lo esencial, iguales?

Pues entonces, señores, me piro al chalet de nano, después de chapotear como una ballena gris en el agua de la piscina me tiro al césped, me como unas chuletas, me bebo unas cervezas y toco unas canciones mientras dé de sí la voz, porque resulta que la rabia me jode la voz una barbaridad y no puedo cantar todo lo que me gustaría.

Y eso sí, lleguen a un acuerdo, hagan lo que quieran (lo van a hacer, con o sin mi consentimiento), pero, ya que estamos, no me jodan.

La política es economía, y la economía tiene sus propios intereses, en los cuales las personas cuentan de forma muy estrambótica. Todavía recuerdo aquellos «fuerza de trabajo» o «riqueza real de un pueblo» y trasuntos tan estupidamente inhumanos. Así pues, incido, no me jodan. Bastante jodido lo tengo ya como para que, además, incidan ustedes.

Es el asunto de ir buscando la felicidad de todos. Eso se convierte muy fácilmente en discurso, y el discurso en disfraz. A ver cuándo le pegamos a lo de la felicidad de cada uno, como decía Colin (casi imperceptiblemente, casi por descuido, casi como si no se diera cuenta del tamaño de lo que estaba diciendo).

Sé que todo esto se puede tildar, en un segundo, de egoísmo camuflado de pereza, o mucho peor, de desinterés. Adelante. No pienso defenderme. No me hace falta. Regalo argumentos: no me apetece, no me interesa.

Ahora sí que le encuentro más sentido al título del post (aunque aún no expliqué lo de chechú), una quinta columna, me voy a hacer feliz yo y voy a intentar ayudar a ello a todos los que tengo alrededor, con lo poquito que tengo. En una especie de cadena de favores o algo semejante a lo mejor, cuidando la felicidad de cada uno, vamos y terminamos construyendo la felicidad de todo el mundo. Todos estamos interrelacionados, a través de las señales de stop que se ponen, incluso.

Quién sabe. Pero en esto, al menos, creo. A cada cual lo que le haga falta. Una canción, yo qué sé, una tarde de conversación, un abrazo en un momento dado, un plato de coliflor al agua, un techo que comparto.

No tenemos nada más, pero me empieza a parecer que es suficiente.

el equipo actimel













Construir un relato coherente, es importante. Tuve un profesor de filosofía de la educación, cuando yo estudiaba pedagogía (¿Fernando Bárcena, se llamaba?), que además de contarnos lo bien que se lo pasaba con su novia cuando estudiaban juntos en ese mismo campus (la mejor época de la vida, decía, cuando esperas y te planteas y todo es promesa), nos decía que educar era conseguir que cada cual fuera capaz de contar su propia historia de forma coherente.

Perfecto, Fernando. ¿Pero qué hago si la historia no lo es, desde el principio?

Habíamos estado la noche anterior con Cisneros y Marisa, en una situación tragicómica en la que no me gustaría entrar, con amarillo mío y del clip incluido. Una buena noche para no recordar demasiado. Al día siguiente, cuando el equipo actimel (repleto de bacterias beneficiosas para el organismo) vino a buscarme para lo del Festimad, empezó todo.

Bueno, no, en realidad todo empezó la noche anterior, justo antes de la situación tragicómica. Tomábamos unas cervezas en el baibén y Rous me habló en serio de ir a festimad. Yo no tenía muchas ganas en principio, pero después de pensarlo un rato me dije a mí mismo que era un buen modo de hacer algo. Sí, recuerdo que empezó ahí, cuando me vi de nuevo en tienda de campaña y conociendo gente en una atmósfera de carnaval (cuando las máscaras desaparecen y somos más nosotros mismos o, de otro modo, cuando nos ponemos otra máscara más divertida, no lo tengo claro).

Estoy recordando y construyendo a la vez. Mal tema. Pero hoy sé más que ayer.

Nos montamos en el tren después de unas cervezas e hicimos el cabra un rato, pero nada comparado con lo que yo mismo llegaría a hacer, horas más tarde, cuando se me ocurrió un concepto innovador, los calienta-orejas, y ni corto ni perezoso me puse unos calcetines en los oídos al mismo tiempo que le decía a todo aquél que se proponía preguntar que era un concepto innovador, que lo vería diferente cuando lo vendieran en zara… al menos, los calcetines estaban limpios. Más tarde, cuando jugamos a los bolos y me puse los calcetines que compré allí mismo, estaban negros de cientos de sudoraciones residentes de forma indeleble en los zapatos alquilados. Pero eso es salirse completamente del tema (si lo hay).

El caso es que dejamos la furgo en la estación y nos montamos en el tren, con unos litros de mahou que compramos en opencor. También habíamos comprado vino y coca-cola, porque dentro del recinto no permiten entrar con nada de cristal. Hielo, también compramos hielo y llenamos una neverita con futuros calimotxos. Llegamos, eso es claro, y nos tomamos unas cervecitas en una cafetería. Después estuve buscando una guitarra en carrefour, pero allí no vendían. Me quedé sin guitarra de combate. No hizo falta. Por aquel entonces ya nos reíamos bastante. Mucho menos me reí cuando entré con el sudor de una noche eterna, el pantalón vomitado, un aliento endiablado y borracho en casa de mis padres para perdirles las llaves de mi casa. Joder. Qué mal asunto. Malo de verdad.

Luego llegué a casa y me metí en la ducha. Los cortes de los pies me dolían. También la sensación de vacío que llegó cuando todo terminó, y la fiesta (y la catarsis extinta del carnaval extinto) dejó paso a la conciencia de lo que realmente es, y muy a menudo. En la ducha, sintiéndome muy borracho, sin cartera, sin cámara, sin llaves, sin chirucas, desolado por ser tan torpe (o por estar tan borracho), feliz de un modo extraño, y mucho más infeliz que feliz, por supuesto. En la ducha, oliendo el lactovit, tan falso. Viendo el agua negra que caía de mi cuerpo y el desagüe mentiroso (el lugar donde echamos la mierda que nos pertenece, pero que no queremos, el lugar donde se va lejos, no nos importa dónde, sólo nos importa que exista de tal modo como si efectivamente no existiera, como si no hubiera existido nunca), sentado allí y esperando algo. No sé el qué. Intuyo que es algo así como una solución que venga de fuera, visto lo visto. No es que deje de currarme la solución (si es que efectivamente eso es lo que hago) sino que hay veces… bueno, veces en las que uno se derrumba y le gustaría pensar que algo puede venir de otra parte. Hay veces de esas, afortunadamente pasan, y afortunadamente no duran mucho, incluso cada vez mucho menos. Lo extremadamente enconado de vivir solo es que todo descansa sobre tus hombros, y el peso no compartido no te deja descanso, no puedes hacer que repose sobre el otro, al menos un rato.

Y desde luego no es un buen momento cuando vino mi madre y pude leer, sin ningún tipo de traductores, la preocupación en sus ojos. Preocupación intensa. Es evidente que en ese momento no te sientes muy confiado. No confías mucho en ti mismo. Pero ya te has sobrepuesto un rato, ya pasó la ducha y el desagüe se llevó lejos lo que sólo puede estar lejos, y sonríes por encima de tu afonía e intentas tranquilizar (y no sé si lo consigues). Después, en el trabajo, me volvió a sorprender la sensación de orden, la absoluta ubicación de todo. En el trabajo puedes sentirte confiado, te preocupas de otras cosas, haces algo bien, te sorprendes, te ríes, continúas.

Luego hacía buena noche. Pasé por casa de Rous a por la mochila, y me quedé hablando en un banco con Roy, filosofando. Todo empezó a parecer menos desazonador. La noche estaba bien, la conversación también y, al fin y al cabo, todo gira. ¿Bien, mal? ¿Qué más da? Gira.

festimad

Festimad, eso es lo que me ha alejado de la bitácora, del reto.

Una burrada.

Era sábado. Vinieron a buscarme Rosa, Marcos y dEMASIÉ para acercarnos. Tomamos algo de cerveza en casa. Me puse unos pantalones de pirata, unas sandalias, un gorro que le robé a Marcos y nos pusimos en marcha. Fuimos a buscar al clip.

Al llegar allí tomamos más cerveza, luego pasamos por un centro comercial y después a caminar. Llegamos y montamos la tienda. Fuimos a ver unos conciertos. Luego se hizo la tarde. Conocimos a unos mejicanos. Me lié con una de ellas. Tenía unos labios carnosos y, sobre todo, suaves. Inmensamente suaves. Nos despedimos. Más tarde empecé a llorar, por todo un poco, y Rosa me consoló como pudo.

No sé por qué lloraba, si por los labios tan tiernos o por la angustia de los últimos meses, o por el dolor de los últimos meses, o por la vida ahogada de los últimos meses. Supongo que un poco por todo. Luego Rosa me comentó que jamás me había visto llorar de ese modo. Espero que no vuelva a verlo.

Más conciertos en esa misma tarde, más cervezas. Se hizo la noche y nos sentamos un rato en el césped. Se estaba muy bien allí. Después regresamos a la tienda. Yo inventé un rollo estúpido que nos hizo reír toda la noche. Porque no dormimos. Por la mañana hice estofado de conejo con el abuelo de Chechu y pillamos más cervezas en el bar de la estación, ya de vuelta. La verdad es que no puedo ponerlo aquí todo, qué más quisiera (o qué no, porque fue un rollo tan bestia, tan bruto, tan alcoholizado y lleno de risas a mandíbula batiente (tengo agujetas) que me avergüenzo, al menos a medias).

Fuimos a comer a un centro comercial. Más cervezas. Luego jugamos a los bolos. Más cervezas. Después fuimos a tomar unas cervezas. Yo no hacía más que perder mi cartera por todas partes, y rosa me la recogía. Salí un segundo antes que ellos, me senté en unas escaleras. Fui consciente de dos cosas:

1. Que había vuelto a perder la cartera.
2. Que todos estos se iban.

Intenté pensar, pero no había mucha claridad mental. Les llamé y no me oyeron, así que me fui corriendo para dentro, suponiendo que mi cartera estaba en el suelo. No la encontré.

Cuando salí tampoco les encontré a ellos. Busqué en todos y cada uno de las dos docenas de bares, en las terrazas. Me fui a donde recordaba que habíamos aparcado. No estaba la furgona.

Me sentí una mierda. En medio de ninguna parte. Con la cartera recién perdida. Sin móvil, sin llaves de casa (todo estaba en la mochila, dentro de la furgona). Una mierda. Un mierda. Me sentí un mierda. Un perfecto mierda. Tenía el pantalón vomitado (no por mí), los pies negros. Supongo que apestaba. Sólo hay un sitio al que no tengo que llamar antes de ir y en el que, además, hay una copia de mis llaves. Fui a casa de mis padres. Con aquella pinta terrible.

Mi padre me dijo: mejor vete a casa, tómate una ducha, duerme. Agaché la cabeza, cogí las llaves, me fui a mi casa, tiré toda la ropa en el cesto.
Estuve mirándome así, en bolas, en el espejo. No sé muy bien qué pensar al respecto.

Me di una ducha ardiente y larga (me sentía tan mierda…) me froté bien, curé las heridas que me revientan los pies (por haber llevado sandalias). En ese momento no tenía cartera, y mi único medio de comunicación estaba en la mochila, en la furgoneta.

Aislado y sintiéndome una mierda me tumbé en el sofá. Estaba roto y humillado (y no sé por qué), roto y deprimido. No me comprendo. No entiendo nada. Me lo pasé de puta madre. No sé dónde voy. No sé dónde ir.

Esta mañana vino mi madre. Supongo que estaba preocupada y, además, la llamaron del centro comercial para decirle que mi cartera estaba ahí. Supongo que tenía el número de mis padres anotado en algún lugar de la cartera.

Yo seguía roto, pese a haber dormido trece horas.

Recogí la cartera después de una conversación completamente kafkiana con los seguridad del centro. Compré una botella de litro y medio de agua. Fui al curro.

Qué bien se está en el curro. Todo tiene un sentido definido.

Ya irán saliendo cosas de todo esto.

Cosas que recordarme contar:
el rollo de chechu
el documental sobre kamikaces
la pulsera y el gorro
la sensación al ir a recoger la cartera
(joder, se me escapa aún la mayor parte de todo)