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la mitad de todo

Dame la mitad de todo, porque la mitad de nada no será suficiente.

Carlos Chaouen.

Empecemos en forma de digresión. Pensé que me había dejado el papel de fumar en casa de mi hermana, suceso frecuente. Siempre que voy a casa de María y Solano me dejo algo. Me parece un signo claro de que siempre quiero volver. Me doy motivos, por si no me dejo en paz. No es fácil conocerse a uno mismo, al menos no a fondo.

Por otra parte, sin ni tan siquiera un plof, o un chachán, o un retumbar de trompetas, el verano se ha instalado comodamente en el año. Ya es verano. Me di cuenta el sábado, con el ventilador al máximo mientras me derretía en el salón, incapacitado para hacer na de naíta.

Por otra parte, el mensaje críptico de Loli del viernes: «No existimos, sólo existe el movimiento, y este ni tan siquiera existe. Cuando me di cuenta de eso es cuando todo cambió, ya nunca dejó de estar presente en cada cosa que hago, pienso o digo.» Vaya, yo me quedé tumbado, porque intuyo, lo intuyo… pero no termino de verlo claro. Más que lo que habló, mera comparsa, lo que decía realmente estaba en sus ojos, allí estaban las palabras, y no en los labios. Esa mirada…

Por otra parte, hay una belleza extraña, eminentemente particular, que me subyuga en cierta forma. No es que pretenda tentar nada de nada, no es eso, es que me gusta contemplarla. En este enrevesamiento sin sentido está agazapada una mujer, por supuesto, que es la portadora de esa belleza personal e intransferible. Supongo que para el noventa por ciento de la población de la testosterona ni siquiera sería una belleza, no lo sé, nunca he indagado. A mí me parece bella. Además es orgullosa, su porte es tremendamente altivo, enorme, inmenso. No creo en el aura, pero sí en una cierta forma de presencia. Ella tiene una inmensa presencia. No podría ser espía, creo, no podría ser nada en lo que fuera importante pasar desapercibido, porque ella es visible, perfectamente, inevitablemente, donde quiera que va. Hoy me la he encontrado viniendo de casa de mi hermana. Hay otra belleza particular, que conozco de ambientes opuestos, que tiene los mismos elementos, pero sin la altivez. Iban juntas. Me he quedado de piedra, extasiado en el segundo del encuentro y el tenue “hola”. Después he dejado de pensar en ello.

Por otra parte, mi padre hablando de que no le queda mucho, medio bromeando. Es posible que bromeará, pero me pareció ver un triste mensaje detrás de la chanza. Se jubila en seis meses, y no parece llevarlo demasiado bien. No lo entiendo, pero supongo que esa es una de las columnas del conflicto generacional.

Por otra parte la tarde de ayer, inane, paralizado, bloqueado. Comiendo mucho, sesteando sin dormir frente al televisor maldito. Joder, en qué momento se me ocurrió arreglar el puñetero mando a distancia. El simple hecho de tener que levantarme cada cinco o diez minutos me disuadía de encender el maldito cacharro, falso teatro de un mundo kitsch al mismo tiempo que descafeinado (incluso con toda su crudeza, o precisamente por ella), o kitsch por descafeinado, porque el descafeinado es precisamente el kitsch. El mundo con cafeína es el mundo real, sin ambages ni cuentos de hadas. O con los cuentos de hadas y los ambages que realmente se dan.

Por otra parte, el reunir a todos en la noche del viernes en una cena bendita, en una colección de risas en las que, como no, estuvo involucrada la misma policía. Cada vez traen una sonrisa más pequeña. Cualquier día utilizan sus porras conmigo. Para afinarlas.

O la torta de la comida del sábado, las cervezas rodeados de cabezas de toro disecadas. Este murió en 1976, y está como nuevo. Algo decapitado, pero si no fuera por eso parecería un ser vivito y coleando. Cómo le brillan los ojos, canicas de cristal fuera de sitio, fuera del guá.

Por otro lado las fobias, los miedos a el telefonillo del portal, al teléfono, a la ventana. Suena la puerta de la calle, miro por la ventana, agazapado tras la muselina de la cortina. Suena el teléfono, me acerco lento, con cuidado, miro a ver qué dice la pantalla, apesadumbrado, temeroso. Si el mensaje el positivo contesto, a veces ni siquiera eso, escondo el teléfono bajo un almohadón, le quito el sonido. Lo escondo (mierda, parte de mí que quiero que exista de tal modo como si no existiera en modo alguno…).

El teléfono es nuevo, creo que este mes no me interesa comer. Estaba harto de no tener jamás cobertura, de que nunca me encontraran. Aún así, de cuando en cuando, escondo el teléfono bajo un almohadón. Qué contrasentido más terrible.

Cuándo estoy yo inmenso. Cuándo. Es bien sencillo, cuando se organiza algo. Ahí sí. Cuando toco la guitarra, o mientras escribo esto. No quiero acabar, porque cuando lo suba a la web diré: «¿y ahora qué?». Eso consume.

¿Me siento solo? Pues no lo sé, porque la mayor parte del tiempo ni siquiera quiero estar acompañado. Supongo que no. Creo que no. Sería difícil que yo me sintiera sólo. En este fin de semana, por ejemplo, creo que este es el primer momento en el que estoy solo. Iván y María Ángeles se quedaron a dormir el viernes, miguelón el sábado, el domingo ortondo trajo pastas y leche y después comí con mis hermanas, mi padre y Solano. Luego paseé y tuve el encuentro con la belleza particular, después llegué aquí y cogí la guitarra. Han pasado muchas más cosas, pero para lo que quiero es suficiente con esto.

Me cabreo conmigo mismo. Es injusto para con todos que yo me sienta tan vacío, tan nada. Es muy injusto. No podría decirle a nadie que me siento solo (si es que me siento así), por ejemplo, porque me mandarían a la mierda. Siempre están conmigo. No puedo decirle a Ortondo que no hago nada, por ejemplo. No puedo decirle a nano que me siento vacío. No puedo decirle nada a nadie, porque no me entienden. No pueden, y eso lo comprendo. Lo comprendo y actúo en consecuencia. Me siento bien cuando se organiza algo, participo. Se genera el momento, que dejará un regusto agridulce cuando termine: dulce, porque ha sido. Agrio precisamente porque ha sido, porque ya no es.

Terminadas las digresiones. ¿Moraleja? No la encuentro. ¿Conclusión?, no la encuentro, porque no entiendo nada de nada.

hoy, hace un año

(por cierto, el museo cumplió un añito el pasado 26 de mayo)

Junio 05, 2003

cuando merece la pena

Lo mismo de lo mismo, curro, como, estudio, viene Lore. La nota discordante en la rutina del día a día la pone mi hermana pequeña, que viene a cenar. Si no es por eso nada. Vemos unos vídeos de Faemino y Cansado, hablamos de tonterías (el divorcio de mis padres, tema central, da vueltas alrededor de nosotros como un buitre hambriento, pero ella vive con ellos, así que supongo que está saturada de divorcio), nada más. Se va mi hermana, que se ha cortado todas las rastas excepto una y, por cierto, está preciosa con el pelo corto y su mechón hasta el ombligo. Que buena gente es mi hermana. Las dos. Gracias por el comentario de los poemas, Gary. Y por seguir escribiendo. Hoy nada en la lista de correo. No me importa, sé que es cuestión de tiempo. A ver si colgamos más textos en el foro. Hoy he empezado tímidamente a reformar la página, de momento he cambiado el logo de café y cigarro. He animado a Lala a publicar, pero no sé si lo hará. Por cierto, lo de los premios no me parece mal, tenemos que pensar en algo así. Estoy cansado, pasado mañana examen de filosofía de la ciencia. Me voy a ir a tumbar al lado de Lore en el sofá. Sé que es una tontería de Disney, pero en ese momento todo merece la pena infinitamente. Escribir, componer, tocar me hacen feliz como un cabrón. Pero todo eso es porque Lore lo articula, le da forma y sentido. Ta mañana, que tampoco tendré nada que contar. En cuanto acaben los exámenes os vais a cagar.

ciertas cosas

Pertenece al rango de esas cosas que no se explican muy bien, ni con una foto, ni con una canción, ni con un cuadro, y mucho menos en un relato. Pertenece a ese dominio de cosas que no se entremezclan, que pertenecen fieles a su conjunto y se hacen impermeables, se cierran y vuelven hermética su propia comprensión. O estás dentro, o no lo estás.

Pertenece a ese grupo particular de cosas que se esfuman si las tocas.

Pertenece a ese grupo de cosas que la misma mirada jode.

Puedes conocer la velocidad o la posición, pero no ambas al mismo tiempo…

Y, más allá incluso, la misma mirada deforma. La luz reflejada en estas particulares cosas no recuerda su carácter fiel y difumina contrastes en silencios y formas en borrones.

Pertenece, efectivamente, a ese tipo de cosas que le dan cuerpo al solipsismo más radical.

Me decían el otro día que el amor parece tener en los amantes carácter exclusivo. Que siempre piensan que son los primeros, y que serán los únicos. Pero (me decían), si les escuchas contar su amor, en realidad es lo mismo de siempre, el mismo brillo en la misma piel perlada.

Pero es que todos compartimos las mismas palabras. No es posible pedir mucho.

Y aún así, o pese a, hay cosas que pertenecen al ámbito de lo intransferible, uno puede contar hechos (neutros siempre) o emociones. Pero no ambos al mismo tiempo, porque el momento en sí se difumina, se diluye y se nos escapa entre los dedos.

Pertenece al calibre de lo inaudible, de lo invisible, de lo impalpable e impensable. Se vivió una vez, y reside de un modo confuso (y vivo) en el recuerdo. Pero no volverá a pertenecer a nada ni a nadie. Quedó una sucinta huella en alguna parte del inconsciente.

Pero no se puede transferir, no se puede fotografiar, ni cantar, ni pintar. Y, desde luego, no se puede relatar de ningún modo.

En un talante estricto, no han existido jamás («Lo que sólo sucede una vez es como si no hubiera sucedido nunca», y… ¿contar no es volver a hacer suceder lo acontecido?). Después de existir, desaparecen (excepto esa huella en el inconsciente).

Qué impotencia.