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lata de lata

Las alas del ángel. La mirada perdida de algún dios trasnochado que no se encuentra bien consigo mismo. Retomando los pedazos del camino que jamás llegó a ninguna parte, perreando en los garitos, llenándome de alcóhol a ritmo inversamente proporcional a mis sueños. Porque de sueños se llenan las peceras, no de agua, no de bicárbonato (para rebajar el ph, creo, no, no me acuerdo), el sueño de una noche de verano llena piscinas enteras y me consumo en las miradas que no terminan de encontrarse, ni a derechas ni a la inversa.

Escuchando a Ea, «Oripandó», cortesía gratuita de mi daño. Canciones de sol y luna a ritmo de las estrellas. Y en alguna parte, lejos, bien lejos, excesivamente lejos, se consumen las velas que encendí, las horas y las plegarias y los sentidos equívocos, los días que no suceden y las espinas de los que sí.

Chas… chasca la lata de lata de cerveza que abro, consuelo marca mahou, autocompasión servida in situ por 0.50 céntimos. No seas imbécil, no debes emborracharte, tienes que limpiar la casa para la cena de esta noche, para la parrillada en Parla de mañana. Tienes que limpiar la casa para no morirte de mierda purita.

Hay una colección entera de días que no están sucediendo, que existen en alguna realidad paralela (los paralelos jamás se encuentran, o se encuentran en el infinito, lo que viene a ser más o menos lo mismo), y esta colección de días que sí suceden únicamente lo hacen porque no existen los otros.

Tomar una decisión es cerrar cien puertas al mismo tiempo. Abrir una, que es la que prevalece y, ad hoc, se queda.

Suena Ea, Oripandó, en el reproductor nuevecito. Chasca la lata de lata de cerveza. Tengo la impresión de que nada está en su sitio, pero debe ser algo momentáneo. Hoy salí con la bici, mis veinte kilómetros de rigor, con la misma camiseta con que salí anoche, con que dormí, después, anoche. El sudor hizo reaccionar las substancias adheridas y, con inmensidad, apestaba. A fiesta. La fiesta no huele así cuando sucede, o nadie parece darse cuenta, pero después, en las postrimerías (en los rescoldos que ya no sueltan pavesas), huele. Huele a la vida que te di, que es la vida que no me devolverás. La vida que te di es la vida que ya no está, la vida que te di la guardas en tus caderas, la llevas puesta en el pelo, me la recuerdas cuando te veo.

Es complejo mantenerse vivo a base de encontronazos.

Funambulista, dice Bambolia. Es curioso, siempre tengo la sensación de estar en la cuerda floja, soy un equilibrista forzado. Ya no sé lo que soy, a base de ir contra corriente, contra mis propios deseos, contra mi propia vida. En la vida no siempre cuentas sólo tú mismo. A veces hay otros que toman decisiones. Las alas del ángel. La mirada perdida del viento, sobre la frente, a cincuenta y cinco kilómetros por hora, resacoso, tomando el aire. Después borracho, la bici es extraña, es un instrumento bendito fuera de lugar. Puedo volar sin ella. Pero con ella volar es alucinante. Lleno de cosas que decir. Lleno de nadas terriblemente importantes. Lleno de no sé qué.

¿Cuándo aprendí a escribir con esta mierda de teclado? Diarrea, soy capaz de escribir a la misma velocidad que nacen los pensamientos. Es un don que no he agradecido lo suficiente. Gracias. Es algo en lo que no reparo, inherente a mí mismo. Yo soy así. Yo soy/estoy enfermo y es así. Tengo una enfermedad crónica, no voy a darle nombre. No quiero ni mentar el nombre. Ea, oripandó.

Chas, chasca la lata de lata de cerveza. Chas. Chas. Chas. Chas.

Es un ritmo hipnótico.

¿Cuántas soy capaz de soportar?

Ni idea.

No lo sé.

(Con lágrimas en los ojos, con el pene ensangrentado, fue un adiós muy doloroso. Pero ya se me ha pasado).

er casco

Bueno, supongo que al final todo el mundo tenía razón y no se puede ir por ahí sin casco. Supongo, además, que si doy una vuelta y media de campana en el aire hasta quedarme cabeza abajo, ahí me detengo y caigo al suelo, el casco me salvará, porque… desde luego no me salva la cara del raspón contra el asfalto. Creo que esto del casco es más bien una falsa apariencia de seguridad. Yo, por si las moscas, seguiré como si no lo llevara puesto.

Ahora parezco una ballena con una bombilla en la cabeza, encima de cuatro hierros y dos tiras de goma. Grotesco.

Levantarse tarde no está mal si no te sientes un vagazo de mierda con ello. Normalmente no necesito que nadie me diga cómo.

La historia está montada ya para hoy y para mañana, si todo va regularmente bien. Tengo el fin de semana completo y ni un duro para llenarlo (apuro el café solo, porque hay dinero para casco pero no para leche). ¿Quién sabe dónde conduce todo esto? Quiero decir (ahora completamente fuera del tema) que uno va haciendo cosas, monta en bicicleta, toca la guitarra, toma café, trabaja, estudia, lee, escribe mientras los días se van sucediendo como los zombies en un mal juego de la play station. Uno de tras de otro, infinitos, acabas con uno e inmediatamente tienes otro zumbando y mascullando algo entre dientes: mmmmm, hmmmmmm. Se tiran y se deshechan como las hojas atrasadas de un calendario cuando pasan. Y… dónde irá todo esto.

Hace no mucho tiempo me dije que a ninguna parte, que lo importante es cada momento y que el único sentido que tienen los acontecimientos es disfrutarlos, siempre en la medida de lo posible. No hay un gran plan cósmico que recorra de sentido la vida. Es más bien una gran chapuza cósmica, en la que se coge lo que se tiene y se hace lo buenamente posible.

Eso vale como astringente mental, pero poco más.

espuma

Las estupideces se amotinan y toman el barco. No es una revuelta sencilla, porque son superiores en número en todo caso. Voy camino de la cafetería y una señora de la limpieza le dice a otra «¿qué tal?», a lo que esta responde «enferma de soledad»; que cosa tan terrible en una frase tan hermosa. El mundo saluda cuando tú sólo intentas sacudirte los costrones de realidad, feos e infectados, que se te van adosando a los costados, bajo las axilas, entre los ojos. Y todo sigue y hay una pared en el bulevar que bien podría ser un frontón si no fuera por la carretera en la que siempre parece que alguien te conoce, porque los coches simulan dar las largas cuando saltan los badenes del control de velocidad del ayuntamiento. Upps, saltan y simulan darte las largas, en una especie de guiño castrado, escaso y de coña.

El mundo está lleno de bares, ahí fuera, pero no este mes. Al menos no para mí. Mi daño se llevó el amplificador y tuve que comprarme otro. No puedo estar sin música, antes la muerte. Se llevó la mesa del salón, pero me hice otra con un archivador y una señal de prohibido, ambas las robé de los grandes almacenes de las aceras en un momento dado que ahora no quiero recordar. No quiero recordarlo ni de lejos, ni por casualidad, ni haciéndome el tonto un rato. En realidad, ya lo dije una vez, no importan las cosas si se ha esfumado el sentido de las cosas. O, en una nueva vuelta de tuerca, si se ha esfumado el sentido que solían tener las cosas y uno quiere buscar sentidos nuevos en realidades a estrenar. Eso compone, regularmente, una vida sucia, reacia y achatada por los polos. El achatamiento obliga a la vida a cambiar de eje de cuando en cuando, cuestión de geometría.

Y las estupideces dan su lección magistral cuando un gordo cabrón sobre una bicicleta rueda libre a cincuenta y cinco kilómetros por hora, indiferente al cúmulo de circunstancias que son perfectamente capaces de aliarse en contra de la estabilidad de su equilibrio. Y la calle se agota y no viene nadie y el ceda el paso no existe, y al tumbarse en la curva observa las piedras del asfalto pasando rápidas bajo su increíblemente precario sistema… y los coches esperan, deslumbrados ante la imagen de un ballenato haciendo funambulismo sobre cuatro hierros y un par de tiras de goma… y al acabar la curva se levanta y sigue, como si tal cosa, mientras un camión de reparto de frutas aparcado en doble fila abre la puerta corredera lateral y un tipo saca una caja de manzanas para colocarla en una carretilla, y se le cae… y todo se alía porque, de frente, un coche se acerca a toda velocidad, impidiendo el esquive a la izquierda…

Así pues, con una gota perlada de sudor sobre la frente, el ballenato prepara el movimiento. Se levanta y pega un breve impulso hacia abajo para, un segundo después, subir, subir, subir… y levantar una rueda que pasa sin tocar la caja, y la segunda que ni tan siquiera la roza… Y, en la perspectiva del repartidor, sobre la caja de manzanas pasa una sombra gorda montada en cuatro hierros y un par de tiras de goma, una sombra gorda que amenaza con doblar de una vez y para siempre los radios de las ruedas cuando la realidad se acuerda de la ley de la gravedad de los cuerpos. El momento, a cámara lenta, no tiene desperdicio. Veo la boca abierta del repartidor y la sombra gorda a su lado, subiendo, grácil en su inmensidad.

Je, je.

Así que, cuando esa mirada de bicha me encuentra, como técnica perfectamente calculada para llenarme de liendres el deseo, no me acuerdo de sonreír como es debido o, de otro modo, de corresponder. La realidad fluctúa entre lo estúpido y lo importante, porque la realidad tiene dos caras, dos estados naturales. El presente abotarga los sentidos, me aleja del aluvión de sangre y adrenalina que sólo en los momentos enormes sublima la rutina de los días. Esa mirada de bicha, perfectamente milimetrada para llenarme de escozores el deseo, me deja indiferente en este caso, hoy por hoy. Tengo una somera perspectiva de una realidad basada en la extensión natural del kombate a todo ámbito. Si quieres unas cervezas y morir en la calle, kombatiendo, me parece perfecto. Pero no habrá cine ni palomitas ni ligeras sonrisas ni pequeñas caricias. No las habrá porque, aunque las estupideces se amotinen de cuando en cuando, sólo cuando la resaca pega duro en las rocas se hace espuma.