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naturaleza cuántica

«Mi propia interpretación es que la realidad es mucho más compleja de lo que nuestros sentidos pueden observar, de lo que nuestra inteligencia puede entender, y de lo que nuestro lenguaje puede describir en esta fase de la evolución de nuestra especie.

A nivel fundamental, la realidad es una realidad quántica donde no hay ni ladrillos, ni pantallas de ordenador, ni gatos vivos, ni gatos muertos, ni observadores independientes, y donde sólo existe una superposición de estados de complejidad inimaginable.

Nuestros cerebros no tienen suficiente capacidad para almacenar y procesar información tan compleja, y entonces dividen la realidad en mundos paralelos que nuestra inteligencia puede manejar con más facilidad.»

Es más que posible que sea una estupidez, pero se puede buscar el paralelismo (esta vez poético) con Sergi Puertas en No. La realidad, dicen los científicos, no es que pueda ser comprendida mediante la mecánica cuántica y su incertidumbre, sino que se comporta de forma cuántica.

La única diferencia es dónde sitúan el colapso que nos hace percibir una realidad normal, porque nos digan lo que nos digan un río es un río. Unos dicen, a raiz de el principio de indeterminación de Heisenberg, supongo, que es la mirada del observador la que colapsa los estados cuánticos para formar uno normal, y el autor del artículo del que sale la cita de arriba opina que simplemente, nuestro cerebro no está preparado para ver los estados superpuestos y contradictorios, por lo que simplifica (así el colapso es perceptual, no real).

La mecánica cuántica, como bien dice el artículo, funciona. Hay que darle algo de crédito. Y además parece precioso el concepto de una realidad basada en estados superpuestos, no inmóviles.

Cervezas.

Roger Wolfe. Nada de esto te viene en el manual.

La ducha no funciona.
La sartén convierte en picadillo
lo que se supone que tenía que ser
nuestra comida. Abro el grifo
del fregadero
y me quedo con él en la mano.
El perro está cojo. La mujer
con la que vivo ha terminado
de ponerse mala de los nervios.
El teléfono no deja de sonar.
(He puesto un contestador
y no he conseguido remediar la situación.
Al revés. El que no sigue llamando
se me presenta directamente en casa
sin previo aviso.)
Hace ocho meses que envié
un manuscrito de hace dos años
a un editor. Me dijo
que me enviaría el contrato
y un anticipo. Y todavía
estoy esperando. Tengo
trescientos folios encima de la mesa
que tendría que haber tenido listos
para hace dos meses por lo menos.
Lo que queda
de la cuenta bancaria
está en rojo.
Duermo cuatro horas, si las duermo,
y aún así no parece haber manera
de ponerse al día.
(Y acordarme de Balzac
no me sirve de gran cosa.)
Me duelen los riñones,
la espalda, los ojos, y me duele
hasta la polla, y eso
que tengo suerte últimamente
si la consigo usar para mear.
(Fui al médico y me preguntó
que cómo me ganaba la vida.
Garabateando, le dije.
Quince horas de promedio
delante del ordenador.
Se encogió de hombros y me dijo
que lo más probable
era que acabara ciego
poco antes de llegar
a los cuarenta.
Luego añadió
que en cuanto a lo otro
no le extrañaría nada
que lo del análisis se tratara
de un quiste hidatídico.
Pero que podría
ser peor.)
Y finalmente llego a casa
y el portero
me comunica
que los del ayuntamiento están a punto
de declarar en ruina el edificio.
Y luego suena el teléfono
una vez más
y un bromista me pregunta
que si estoy escribiendo algo últimamente.
Por supuesto, le digo.
Incluso estoy probando una nueva técnica.
¿Una nueva técnica?
Sí, ¿no la conoces?
Se trata de meterte
un bolígrafo en el culo
y luego hacerte una paja
sentado encima de un papel.
No es realmente
nada nuevo.
Pero optimiza el tiempo que da gusto,
y es catártico, además.
Y aunque no parece demasiado
convencido
hay una cosa
que sí puedo garantizar:
con esa clase de respuestas
te los acabas de quitar de encima
de una vez por todas.
Juro que no vuelven a llamar.
En cuanto a las promesas de inmortalidad
garantizada
que te ofrecen sacándote en sus papeles,
hace tiempo que dejé de preocuparme.
A juzgar por las magnas biografías
de los grandes personajes de la historia
es más que evidente
que con mis ridículos avatares cotidianos
no doy la talla ni de coña.

Roger Wolfe. Nada de esto te viene en el manual.
Arde Babilonia(1994).

Roger Wolfe. El extranjero.

Me asomo a la terraza.
Una mujer se arregla el pelo
delante de un espejo
en el edificio de enfrente
de mi casa.
Estaba leyendo
a Dostoyevski. Cierro el libro,
lo dejo encima de la mesa,
me siento y abro
otra cerveza. Qué aburrido,
Dostoyevski, la cerveza,
las mujeres, los libros,
los espejos. Qué aburrido
sentarse y esperar la muerte
mientras la gente fornica,
come, trabaja o se solaza
bajo el sol sucio de septiembre,
y uno sabe, positivamente,
que nada va a ocurrir.

Roger Wolfe. El extranjero.
Hablando de pintura con un ciego(1992).

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