# perdiendo.org/museodemetralla

entraron en mi cabeza (201) | libros (20) | me lo llevo puesto (7) | pelis (2) | Renta básica (9) | series (6) | escasez (2) | frikeando (94) | arduino (1) | autoreferencial (11) | bici (1) | esperanto (4) | eve online (3) | git (2) | GNU/linux (4) | markdown (7) | nexus7 (2) | python (7) | raspberry pi (3) | vim (1) | wordpress (1) | zatchtronics (3) | hago (759) | canciones (157) | borradores (7) | cover (42) | el extremo inútil de la escoba (2) | elec (1) | GRACO (2) | guitarlele (11) | ruiditos (11) | Solenoide (1) | fotos (37) | nanowrimo (3) | novela (26) | criaturas del pantano (5) | el año que no follamos (12) | huim (5) | rehab (4) | poemas (356) | Anclajes (15) | andando (3) | B.A.R (7) | Canción de cuna para un borracho (38) | Cercos vacíos (37) | Cien puentes en la cabeza (7) | Conejo azul (6) | Contenido del juego (5) | De tiendas (3) | del pantano (3) | Destrozos (2) | Epilogo (4) | Fuegos de artificio (5) | Imposible rescate (15) | Jugando a rojo (7) | Libro del desencuentro (2) | Lo que sé de Marte (11) | Los cuentos (21) | Montaje del juego (5) | Orden de salida (4) | palitos (31) | Piernas abiertas (7) | Poemas medianos (12) | Privado de sueño (7) | rasguemas (5) | Tanto para nada (17) | Todo a 100 (2) | Uno (4) | relatos (96) | anatemas (9) | orbital (2) | prompts (8) | vindicaciones (103) | perdiendo (1.704) | atranques (1) |

normalidad

Dicen que el mundo se viene abajo, y es posible. Que tengo los días contados, y es cierto. Que mi contrato de alquiler está cerca de expirar, y tienen toda la razón del mundo.

Pero yo, mientras tanto, sigo, indiferente. Consciente e indiferente, como mecanismo de fitness económico, social. Me importan mucho más las canciones, los relatos, la novela, los libros de poemas. Algún día ya no estaré en esta casa y quizá las vea negras, muy negras. Pero eso no será hoy, ni mañana, y tengo cosas que escribir, muchas, cosas que decir que no van a decirse solas. Lo demás, entendedme, me da absolutamente igual. Hay que comer porque hay que comer, hay que currar para pagar el alquiler, hay que afeitarse para no llamar la atención, hay que ducharse cada día porque es un lugar en el que me gusta estar, en el que me encuentro cómodo y a gusto, hay que utilizar desodorante para que los olores no terminen confundiendo el mundo reificado de la humanidad con algo menos sutil y elaborado.

Pasará el invierno y lo hará del único modo que yo quiero: hablando y escribiendo. Contando lo que no termina de ser contado, por más relatos, poemas y canciones que escriba. No me preocupa ser feliz ni infeliz, ni vivo ni muerto, ni roto ni entero, me preocupa escribir, leer, tocar la guitarra. Despegarme, desapegarme del yo desde el yo mismo, como únicamente puede hacerse sin poner en peligro el credo inexistente de uno mismo (que lo otro son dogmas y sectas, ciertamente). Ayer leí en un libro que me prestó solano:

«Ahora sabía -eso la asustaba y, paradójicamente, la tranquilizaba al mismo tiempo- que era posible, incluso fácil, instalarse en la soledad como en una ciudad desconocida, en un apartamento con un viejo televisor y una cama cuyo somier rechina cuando te revuelves, insomne. Levantarse a orinar y quedarse allí quieta, un cigarrillo entre los dedos. Meterse bajo la ducha y acariciarse el sexo con la mano humedecida de agua y jabón, los ojos cerrados, recordando la boca de un hombre. Y saber que eso podría durar toda la vida, y que ella podría extrañamente acostumbrarse a que así fuera. Resignarse a envejecer amarga y sola, estancada en aquella ciudad como en cualquier otro rincón perdido del mundo, mientras ese mundo seguía girando como siempre lo hizo, aunque antes no se diera cuenta: impasible, cruel, indiferente.»

La Reina del Sur.
Arturo Pérez-Reverte.

En el transcurso de los días se pierden unas cosas (amigos, amantes, mecheros, bolígrafos, a uno mismo) y se ganan otras. Pero es mentira. No se pierde ni se gana nada. Sólo se vive. Y vivir tiene un aquello muy grande, muy perceptible. Evidente. Vivir siempre es emocionante, no importa la decisión que tomemos o dejemos de tomar. La aberración es vivir con sensación de normalidad.

Nada, absolutamente nada de lo que sucede, es normal.

más en torno a la causalidad

«Se llama «causa», en un sentido primario, a la materia inmanente de que esté hecha una cosa: el bronce es la causa de la estatua; la plata, de la copa, y también los géneros del bronce y la plata. En otro sentido, la causa es la forma y el paradigma, es decir, la definición de la cualidad; y sus géneros: por ejemplo, para la octava, es la relación de dos a uno, y, de forma general, el número; la causa es también las partes de la definición. La causa es, además, el principio primario del cambio o del reposo: el autor de una decisión es causa de la acción, y el padre es la causa del hijo, y, en general, el agente es causa de lo que se hace, y lo que se hace es también el fin, es decir, la causa final. Por ejemplo, la salud es causa del paseo. ¿Por qué se pasea? Contestamos: para mantenerse sano, y al hablar de esta manera, creemos haber dicho la causa. Por último, se llaman causas todos los intermedios entre el motor y el objeto. Así es como el adelgazamiento, la purgación, los remedios, los instrumentos del médico, son causas de la salud, pues todos estos medios se emplean en vistas a un fin; estas causas sólo se distinguen unas de otras en que unas son instrumentos y otras acciones.»

Aristóteles. Metafísica.

Es curioso recordar a Feyerabend hablando acerca de los especialistas, refiriéndose a los científicos, y cómo su lenguaje se ha deshumanizado de tal modo que ha perdido todo contacto con la carne en aras de una supuesta claridad expositiva.

Cito (Feyerabend, «Contra el método», nota 13): «Así, en la página 65 del libro (W. H Masters y V. E. Johnson, «Human Sexual Response», Little, Brown, 1966) leemos que la mujer, al ser capaz de orgasmo múltiple, tiene a menudo que masturbarse una vez retirado su compañero para conseguir así la culminación del proceso fisiológico que le es característico. La mujer sólo se detendrá, quieren decir los autores, cuando se encuentre cansada. Esto es lo que quieren decir. Lo que realmente dicen es: «Por lo común, el agotamiento físico pone fin por sí solo a la sesión mastubatoria activa». Usted no se masturba, usted tiene una «sesión masturbatoria activa». En la página siguiente se aconseja al hombre preguntar a la mujer lo que quiere o no quiere en lugar de intentar averiguarlo por su cuenta. «Él debería preguntarle a ella»: esto es lo que nuestros autores quieren hacernos saber. ¿Cual es la frase que aparece en realidad en el libro? Lean: «El hombre será infinitamente más efectivo si anima a su compañera a vocalizar». «Anima a vocalizar», en vez de «le pregunta». Bien: acaso alguien diga que los autores quieren ser precisos, que quieren dirigirse a sus compañeros de profesión más que al público en general y, naturalmente, tienen que emplear una jerga especial para hacerse entender. Por lo que respecta al primer punto, esto es, a la precisión, recuérdese, sin embargo, que los autores también dicen que el hombre será «infinitamente más efectivo», cosa que, considerando las circunstancias, no es ciertamente un enunciado muy preciso de los hechos. Y en cuanto al segundo punto, hay que decir que no se trata de la estructura de los órganos, ni de particulares procesos fisiológicos que puedan tener un nombre especial en medicina, sino de un asunto tan ordinario como preguntar. […]»

Es decir, que la comunicación prepara sus propios actos perlocutivos para que sincronicen con los ilocutivos (y viceversa). Es claro que la intención de los buenos científicos era parecerlo. Retorciendo el lenguaje de un modo concreto su ilocución es parecer algo, y la comunicación social permite que sea exactamente lo que consigan. Excepto para Feyerabend, por ejemplo, que mira lo que está viendo y ve lo que parece que no se ve. Pero no nos engañemos, en estas situaciones el agente de la acción es tan víctima de las convenciones como el paciente de la acción. Enredados en el campo de la convención las asumimos tanto y de tal modo que al final las consecuencias son lógicas, retroalimentando el rizo hasta hacer un tirabuzón.

Pero con ello se pierde la costumbre de mirar.

Las verdades son las mismas (¿o no?), pero en Aristóteles tengo la sensación de estar tomando café con él en el salón de mi casa, y con la jerga cientifica parece que uno está metido en un tubo absurdo de ensayo. No hay convención en Aristóteles (o no nos ha llegado, vaya usted a saber), y se puede estar tranquilo y alerta con su discurso. ¿Y esto qué tiene que ver con las causas? Pues nada, pero es que al releer a Aristóteles me acordé de Feyerabend y se me fue la pinzita… otro día.

Conclusión: necesitamos la ley de la causalidad porque nada parece responder a regularidades observables, lo cual nos desorienta. Y como el mundo no responde a ella, reificamos un mundo de preguntas y respuestas unidas de forma convencional. Creemos tanto en ello que al final no somos capaces de identificar ni otras preguntas ni otras respuestas, convertimos la convención en realidad. Es decir, que nos hemos despistado en algún punto y hemos dejado de ver el mundo, sólo nos vemos a nosotros mismos englobados en un concepto de comunicación interpersonal que no es más que un juego de «¿Quién es quién?» bastante limitado. Arendt dijo algo así como: ¿funciona la estadística porque es predictiva o funciona porque conocemos las leyes de la estadística? Un punto muy espinoso.