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Un tipo

Un tipo normal,
con la casa limpia,
con el corazón limpio,
con el alma limpia,
con el amor limpio,
con la vida limpia.

Un tipo completo,
con los ojos clavados en el fondo de un bar
donde las cosas siguen existiendo.

Como si no hubiera fuegos que apagar al otro lado,
como si todo estuviera resuelto,
como si en la cabeza
dentro de la cabeza
por toda la cabeza
no hubiera un después,
un siempre después.

Un tipo que se escribe como puede,
que sobrevive encontrando perlas.

Soy un buscador de perlas.
Siempre estoy buscando perlas.

Un tipo que espera, y teme.
Teme.

Detrás de todo lo limpio hay un camino
que no va a ninguna parte, un sendero que esquiva
todas las miradas,
un ojo ciego que penetra sin preguntar y que siempre
está.

Detrás de mi vida ordenada existe un germen
que espera. Un crisantemo extraño. Una palabra
que no se pronuncia y que no es palabra alguna.
Un tipo normal. El tipo va al trabajo,
alimenta a sus peces, habla de todo un poco.
El germen está ahí, debajo.
El tipo limpia el coche, enciende la radio,
limpia la ceniza de la mesa.

El tipo cocina,
compra el atún, el ajo, la carne y el pescado.
Espera su turno.
No se impacienta. No tiene prisa.
El tipo es consciente del germen.
No le preocupa.
Lo que deba ser.
Las preocupaciones, si han de venir,
que lo hagan de una en una.

El tipo teme. Sabe la forma que tiene lo que teme.
El tipo conoce todos los puntos del escorzo.
Los memoriza.
Cuando está con más gente, los recita.
Da el pego.

Parece ser lo que no es ni por asomo.
Ha comprendido que quiere ser lo que cuenta,
lo que narra.

Pero no lo es.
Por eso teme.
Teme y aguarda.
No sabe cuánto tiempo.
No sabe dónde.
Sabe que tarde o temprano las cosas retornan
a su lugar.
Lo comprende.
Un tipo que desea ser lo que cuenta,
lo que narra.
Daría la vida por ello.

Debajo, detrás, en el fondo, entre líneas,
de algún modo,
se reescribe el germen constantemente.

Está esperando.
Quizá dentro de un rato.
Quizá ahora.
Complicado.
Es cuestión de tiempo.

Termina el cigarro y lo aplasta con cuidado
contra la pared del cenicero.

No quiere enturbiar la mesa.
Después, sin más, se acuesta.

Disolución

Maldita gente, repito,
después de que me den fuego.
El cigarro crepita y humea gimiendo el aire
en pavesas.

Una situación incómoda lo es por muchos motivos.
Aunque no valga ninguno.
No les importa.
Hacen la situación incómoda de todos modos.
Les es indiferente.
No les importa.

No hay calles ni viejas ni portales ni interruptores,
bien mirado.
Quizá,
ergo quizá,
sólo tú y yo,
que ya no nos damos la mano, ni los pies,
ni las bocas, ni compartimos cigarros.

Todo un submundo acaba de nacer.
Acércate.
Echa un vistazo.
Tú y yo lo hemos creado.

– Es poco, es poco para tanto.
– No jodas. Es tanto para nada.

Lo que queda, ahí fuera, se va tiñendo de azul.

Maldita la gracia.

Idiotas

En algún momento desperté.
En algún pensamiento idiota,
en alguna extraña consciencia de mí mismo
frente al televisor. Quizá mirando el televisor, sí.
Quizá desperté por no dormir más,
o quizá me metí en mí mismo cuando no mirabas,
o cuando me dio por mirar.

Vete tú a saber.

La cerveza está fría. Siempre está fría.
Es un sucedáneo de la vida que vive cuando
la vida no.

– Pero dime si no es poco.

Poco es un poco más que nada. Poco
es como si algo tuviera sentido de algún
retorcido modo. Poco es como si en las puertas
de tu casa decido tomarme el café fuera,
en el rellano.

Poco es, justamente,
como si hubiera casa, como si hubiera rellano.
Como si hubiera un interruptor para dar luz al pasillo.
Como si hubiera una escalera que me lleva a la calle.
Como si hubiera un telefonillo abajo en contacto contigo.
Como si tuviera piernas para subir las escaleras.

Por idiotas. Podían haber hablado antes,
cuando aún había algo de qué hablar.