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welcome on board (III)

Esto es mi proyecto de nanowrimo de este año, así que mejor ver primero I y II

8.

Siempre ha habido clases, incluso en un mundo extraño como este. El despacho del comandante es más grande que los otros que he visto. No mucho más grande, pero sí más grande. El comandante es la imagen perfecta de un militar de unos cincuenta años. Fuerte, en forma, con el pelo cortado a cepillo y un uniforme discreto, aunque las hombreras delatan su posición. Ni siquiera en este tipo de situaciones podemos prescindir de eso. O quizá precisamente en este tipo de situaciones no podamos prescindir de esto. Con una voz grave y ronca me pide que pase y que tome asiento.

—Buen momento, 1984-1 —el hecho de no saber en qué momento del día estás generó un montón de problemas lingüísticos, como el del saludo. En vez de optar por una forma y hacerla genérica, como un «buenos días» para todas las ocasiones, al final se optó por cambiarlo por «buen momento», que sobre todo a los terrícolas menos jóvenes nunca dejó de confundirnos— , buen momento. Llega con un poco de retraso.
—Lo lamento, comandante. Fui retenido por Walter Raga, mi coordinador, porque quería hacerme unas preguntas acerca de mi relación sexual de ayer con una rehab.
—Oh… ¿algo interesante?, ¿alguna desviación divertida, quizá?
—No, señor. Simplemente parece ser que la rehab pensó que yo… carecía del suficiente empuje.
—Terminó el asunto en cualquier caso, supongo.
—Sí, señor.
—Entonces me aseguraré de que alguien le de un coscorrón al tal Raga, ¿puede decirme su número?
—321, señor.
—Bien. No se hable más. Tenemos una buena conversación por delante. ¿Tiene alguna idea de por qué está aquí?
—En absoluto, señor. Entiendo que no he hecho nada grave, porque de otro modo no sería a usted a quien tendría delante, sino al técnico de rehabilitación.
—Correcto, 1984, entonces… ¿cree que puede decirme algún motivo que justifique su presencia?
—No, señor, pero… si me pongo a indagar, señor, creo que debe estar relacionado con algo de mi pasado. Desde que embarqué no he hecho más que relajarme en mi habitación y estar detrás de un panel de control de descargas sinápticas como cualquier otro de mi departamento, sin destacar ni en eficiencia ni en pereza… y usted mismo me acaba de reconocer que el motivo no puede ser una disfunción de mi persona, porque si no no estaría aquí…
—Sigue en el buen camino, 1984, continúe, ha despertado mi curiosidad de saber hasta dónde puede llegar en sus pesquisas.
—Bien, pues si mi estancia en la nave no ha aportado nada que puede hacerme merecedor del honor de visitarle, ha de ser mi pasado el que haya entrado en juego para que yo esté en esta habitación. Y eso me confunde un poco, señor, porque mi pasado no es demasiado ortodoxo ni está relacionado con los fines de esta misión.
—En parte, 1984, sólo en parte. No puedo dejar de observar que usted fue uno de los principales activistas a favor de un mundo sin contaminación, y que precisamente por eso fue uno de los primeros en ser encarcelados el Día del Aviso.

El Día del Aviso… el momento en el que la humanidad fue informada de que le quedaban seis meses de vida, al menos en la tierra. Un comunicado recorrió internet y rápidamente todos los medios de comunicación se hicieron eco de él en todas las formas de comunicación posibles. Se generaron millones de debates que versaban acerca de si podía ser real un virus que acabase con la humanidad y con nada más. Horas y horas de charla en las que los tertulianos de uno y otro bando no hacían más que juntar palabras, tranquilizando unos y otros devastando la confianza de la humanidad en sí misma. Los primeros días nadie se lo tomó en serio, era simplemente la última curiosidad que se había puesto de moda en todas partes. Hasta que los gobiernos mundiales no se pronunciaron al respecto nadie se dio cuenta de que realmente en alguna parte alguien había iniciado una cuenta atrás. Y tardaron algunos días en hacerlo, pero no en tomar medidas. Hubo cárcel preventiva para todos aquellos que, como yo, llevábamos años luchando por reconducir los hábitos de consumo de la humanidad a formas menos lesivas con el medio ambiente, desfigurado y roto por los últimos siglos locos del hombre. No sabían a donde apuntaban con ello, sólo pensaban que tenían que apuntar a alguna parte. Y nos encarcelaron, y nos incomunicaron, y empezaron los interrogatorios sin lindezas. Al fin y al cabo estábamos en los últimos días, no había ninguna consideración moral por encima de ello.

—Sí, señor. Fui uno de los primeros, si no el primero.
—Y por lo que puedo ver en las cicatrices de su cara, le interrogaron a fondo.
—Tengo más cicatrices, señor, pero se ven menos. Algunas no se ven en absoluto, y esas son las que más duelen.
—Y… ¿qué sacó en claro de ello, 1984?
—Señor, no tengo ni idea de cual es el motivo por el que estoy aquí, así que voy a ser absolutamente sincero.
—Eso espero.
—Pues, señor, lo que saqué en claro fue… que la humanidad puede ser un horror. Que puede ser su propia peor pesadilla.
—Por lo que tengo entendido no murió nadie.
—Oh, señor, está mal informado. Murió gente. Ninguno por las heridas, por supuesto, nos cuidaban lo suficiente como para garantizarse a sí mismos que estuviéramos vivos mientras existiera la posibilidad de sacarnos alguna información que fuera capaz de darles una pista acerca de como acabar con el virus cuando fuera lanzado, o con su propio lanzamiento. Pero la gente moría. Se quitaban la vida. Señor, nunca he sabido como tragarme mi propia lengua para asfixiarme, pero sé de algunos que lo han hecho. Otros, simplemente, dejaban de respirar hasta morir.
—Qué tremendo descuido. Qué ineficacia.
—Así es señor, pero parece ser que iban con el tiempo contado y fueron adoptando soluciones sobre la marcha. No mucho más tarde empezaron a monitorizarnos constantemente, después de una época en la que nos mantenían atados y bajo vigilancia directa personal todo el tiempo.
—Parece una buena solución el mantenerles vigilados, ¿por qué dejaron de hacerlo?
—Porque la gente moría… de otro modo, señor. Simplemente se apagaban. Dejaban de estar en su propia cabeza. Cuando intentaban hablar con ellos habían simplemente desaparecido y habían dejado dentro… otra cosa.
—Sí, 1984-1, lo sé. De hecho, aunque no sé si tiene conocimiento de ello, de esa parte del proceso se extrajo la técnica de rehabilitación, aunque la rehabilitación en sí es mucho más benigna que lo que allí sucedía espontáneamente al privarles de un sólo segundo para ustedes mismos. Fue toda una sorpresa ver cómo desaparecían uno detrás de otro, así que nos preguntamos… si no habría una forma de usar esa desconexión de un modo más funcional… si no sería posible rescatar la parte más útil del ser humano en esa pérdida. Para que pudieran seguir siendo productivos aunque sin ningún rastro de personalidad.
—Eso, señor, es a lo que me refería cuando le comentaba que la humanidad puede ser un horror absoluto. El destrozar a la humanidad de ese modo es terrible, no es justificable bajo ningún punto de vista, si me permite la opinión.
—Se la permito, se la permito, pero… ¿bajo ningún punto de vista?
—Eso creo, señor.
—¿Aunque la existencia de la propia humanidad estuviera en juego?
—Señor… creo que nunca estamos por encima de la moral. Creo que la humanidad es precisamente ese juego moral que nos rige, relativo y cambiante, pero cierto. Y creo firmemente que cuando la humanidad da el paso de traspasar su propia moralidad deja de ser humanidad para ser… otra cosa.
—Entonces, amigo mío, si me permite la confianza, ya somos otra cosa.

9.

En un par de vasos vierte cerveza del grifo y me tiende uno. Estoy ligeramente preocupado. El hecho de que me haya llamado amigo no me ha pasado desapercibido y no sé a dónde va a ir a parar con ello. Yo soy un simple técnico de panel sináptico con un pasado turbio (al menos en la perspectiva de un tripulante). Él es el comandante de esta nave y seguro que podía haber empleado esta hora de conversación en algo más interesante, y necesario. No tengo ni idea de qué es lo que va a requerir de mí, pero sí comprendo que no va a ser algo anecdótico, y me pregunto qué podrá ser. Me pregunto qué tengo yo que pueda ser útil para agilizar el viaje a Coma, el planeta que es nuestro destino, a la espera de un nombre mejor y más apropiado tras la colonización. No tengo relación con el resto de la tripulación, son demasiados, así que quizá haya habido un descenso de la moral. Quizá el aislamiento y la falta de referencias temporales han azotado las mentes y estamos a punto de un colapso. Quizá todo el mundo esté trabajando a medias y partes vitales de la nave se estén desmembrando irremisiblemente. Quizá me quieren precisamente para eso.

—Señor, sigo sin tener ni idea de cuál es el motivo que me trajo aquí.
—Llámame 1-1, o uno si te es más cómodo. Entiendo que aún no te he dado la referencia concreta para saber qué es lo que se espera de ti, pero tienes que creerme cuando te digo que es necesario que te sea comunicado de este modo.
—No comprendo, señor.
—Uno.
—De acuerdo, uno. No comprendo aún el motivo que puede haberme traído aquí, pero tengo alguna que otra idea.
—Perfecto, cuéntamela.
—No sé de qué podría servir, cuando tú tienes el perfecto conocimiento de cual es el motivo.
—Hazme caso, amigo, es importante que sigas dando vueltas al asunto concreto. ¿Cuál es el motivo por el que crees que estás aquí?
—Bien… supongo que este largo viaje ha ido desmotivando a la gente hasta el punto que empiezan a fallar partes vitales de la nave.
—Oh, aún no está el tema tan desarrollado, de momento simplemente podemos notar pequeñas negligencias, nada más que molesto en principio. Un grifo de las duchas que no funciona correctamente y nadie lo arregla, algunas pequeñas divergencias en las raciones que se cocinan para el reparto… Es verdad que esta situación nos pone a todos los nervios a flor de piel, pero aún no es lo suficiente como para que tengamos que preocuparnos. Aún no estamos desquiciados del todo, le aseguro que la seguridad de la nave no peligra. Estamos encerrados en una cáscara de nuez que nos lleva a un lugar que no hemos pisado ni visto nunca de cerca, pero le aseguro que pese a todo aún nuestra salud mental es regularmente suficiente para seguir con el proyecto sin problemas.
—Entonces es cierto que está sucediendo, que pese a los controles estamos bajando la guardia.
—Desde luego, amigo, desde luego, pero eso era inevitable. No puedes pretender que la gente siga motivada día tras día en esta negrura.
—Entonces, señor, infiero que estoy muerto.
—¿Que está muerto, como en un sueño o algo semejante?, ¿cree que está viendo esto desde la suavidad de las sábanas de un psiquiátrico o desde una tumba?
—No, señor, creo que estaré muerto. Perdone si me expresé mal. Lo que pienso es que ahora mismo soy un hombre muerto, aunque esté saboreando esta asquerosa cerveza y charlando con usted.
—Pensé que habíamos olvidado los formalismos, 1984. ¿Por qué cree que está muerto?
—Es muy sencillo, comandante. Tú mismo lo has dicho. La gente se está desmotivando. Pequeños errores en las rutinas diarias seguramente os hayan hecho pensar que es cuestión de tiempo que surjan errores más graves que comprometan la seguridad de esta nave. Vamos camino a ninguna parte conocida y sólo una capa de metal nos separa del frío absoluto que nos matará sin solución de continuidad aparente. Creo que os habéis dado cuenta de ello y que habéis pensado un modo de que todo vuelva a la normalidad. Evidentemente, en un mundo en el que la motivación ha perdido su fuerza hay que encontrar el modo en el que la retome . Es prioritario, vivimos en un estado de emergencia y todo lo que se deba hacer será lo que se haga.
—Es cierto, amigo, es cierto. Es verdad que en este estado de emergencia nuestra única prioridad es mantener la nave y su tripulación viva para que quede al menos un rescoldo de humanidad para cuando lleguemos a Coma, para que allí pueda volver a crecer y hacer un raza fuerte. Es lo único que nos mueve por encima de cualquier otra cosa.
—Entonces, señor, estoy muerto. He de estarlo.
—No comprendo la inferencia.
—Es muy sencilla. Yo soy uno de los hombres que metieron a la humanidad en este lío, al menos por todo lo que la tripulación puede llegar a saber en cuanto conozca mi historia. El mejor modo para recuperar la motivación es hacer que la gente se sienta en los primeros días, cuando pensaban que estaban salvando a la humanidad del fin, que en este arca de Noe viajaba la última esperanza de la humanidad. Pero la gente se confía y se acostumbra a lo que tiene, y lo excepcional termina volviéndose rutina con el tiempo. Ahora, conformados en este nuevo estado, ya no se sienten como nada excepcional, se sienten cabreados y jodidos porque su vida es una mierda y no consiguen reactivarse motivacionalmente. Y eso requiere una solución. Y hay una solución a mano, yo.
—Admiro tu agudeza, amigo, la admiro. Me fascina que hayas sido capaz de deducir todo eso partiendo de tan pocos datos, no sabes lo que me alegra que hayas sido capaz de hacerlo. No sabes lo importante que es para esta misión el que seas capaz de hacerlo. Pero básicamente estás equivocado.
—No tiene importancia alguna, porque yo ya estoy muerto.
—No, no lo estás ni lo estarás.
—¿Acaso eres capaz de negarme que yo soy el sacrificio que hará que todo el mundo vuelva a sentirse en medio de algo importante, me crees tan estúpido?, ¿acaso niegas que vais a decirle a todo el mundo que yo soy ese activista del que se habló en todos los medios de comunicación el Día del Aviso y los días siguientes para después sacrificarme en un ritual público en el que todo el mundo se identifique y, de un plumazo, recupere la moral suficiente para seguir con esta misión adelante? ¿Niegas que me vais a ejecutar en medio de todo el mundo para que la rabia de esta humanidad encarcelada aflore y vuelvan a sentirse en algo importante, salvadores del ser humano casi arrancando del mundo por un villano como yo?
—Es una conclusión interesante, y es posible que me reserve el derecho a utilizarla si llega el caso, pero no ha llegado. No es ese el motivo por el que estás aquí.
—¿No?
—En absoluto, amigo mío. Me doy cuenta de que sigues sin tener ni idea de cuál es el motivo por el cual se te invitó a esta nave. Sigues sin saber por qué en vez de dejarte morir con el resto de la humanidad te dimos un pasaje para que pudieras seguir viviendo, cuando pensábamos que quizá tú hubieras sido parte de los culpables que acabaron con todos nosotros.
—Entonces… ¿están todos muertos ya?
—Sí, amigo mío, por lo que sabemos están todos muertos ya. Las comunicaciones funcionan y sabemos que las reciben, pero hace mucho tiempo que no obtenemos respuesta alguna. Hace mucho tiempo que no tenemos ni idea de qué está pasando ahí abajo. Por lo que suponemos la humanidad está muerta, porque no se nos ocurre otro motivo por el cual nadie responda a nuestras llamadas. Ellos están muertos, y nosotros a un paso del punto de no retorno.
—Entonces… ¿el virus realmente se liberó?
—Así es. En las últimas comunicaciones nos dijeron que la gente estaba muriendo a millares. Justo antes de dejar de comunicarse en absoluto.
—Joder.
—Sí, joder.
—Todos muertos.
—Menos nosotros, 1984, no lo olvides. Nosotros seguimos vivos y tenemos que encontrar un modo de llegar a Coma para poder empezar de cero. Nosotros estamos libres del virus, no hay nada que nos pueda frenar más que este viaje. Nosotros tenemos la responsabilidad de hacer que la humanidad siga existiendo, pese a ti y tu pasado y pese a mí y pese a todos y cada uno de los miembros de esta tripulación.
—Bueno, al menos el resto de seres vivos seguirán sin nosotros…
—Eso no lo sabemos, 1984, recibimos mensajes confusos… parece que lo hacían en menor proporción, pero el resto de las especies morían igualmente. Parece que el destino era que no quedase nada encima de la Tierra.
—Excepto las plantas.
—No, también ellas estaban muriendo.
—Oh.
—Entiendo tu pesar, lo comprendo perfectamente, lo comprendo tanto que por eso mismo no ponemos al día al resto de la tripulación con lo que sabemos. Detrás de nosotros dejamos un desierto. Delante de nosotros está el futuro. Y ese futuro es incierto, necesitamos de ciertas cosas para poder seguir adelante, y no es la motivación derivada de tu ejecución pública, de hecho eso no serviría mucho tiempo.
—Entonces… ¿qué hago aquí?
—Buena pregunta, amigo mío, aunque no la primera. De hecho sigo pensando que lo primero que deberías preguntarte es qué haces subido en esta nave.
—Y me lo pregunto, de verdad. No sé cuál es el motivo por el que estoy aquí cuando todo el mundo me odiaba pensando que era responsable de la devastación futura.
—Es bien sencillo. Yo te invité. Estás aquí única y exclusivamente porque eras uno de los invitados del comandante.

10.

Vuelve al grifo a por más cerveza, sabiendo que no puedo estar más confuso de lo que ahora mismo estoy. Entiendo que me invitara para inmolarme después, pero no comprendo ninguna otra utilidad de hacerlo. Si el motivo por el que estoy aquí es básicamente porque este hombre me invitó… ¿qué pudo encontrar en mí, sin conocerme de nada, para decidirse a hacerlo? Empieza a dolerme la cabeza. Agarro el vaso de cerveza que me tiende con ansia y lo echo para dentro con fuerza.

—Los primeros días —me dice— fueron bastante confusos. Todo el mundo se estaba tomando a coña el aviso del virus, excepto nosotros. No te voy a decir quiénes éramos nosotros porque ahora carece completamente de sentido, digamos que éramos una organización transnacional que regía los destinos de la humanidad teniendo como objetivo el mantenerla y, ¿por qué no? el no pasar ninguna dificultad por el camino. Con la labor que estábamos haciendo cualquier otra cosa hubiera sido una estupidez. Los medios de comunicación, como te digo, no le dieron ninguna importancia al aviso, pero los estados recibieron archivos en los que se detallaba generosamente el virus, con modelos predictivos de lo que podía pasar cuando se liberara. Evidentemente estábamos aterrados, así que ordenamos a las policías locales que comenzaran con las detenciones para intentar obtener más información antes de que llegara la hecatombe. Comenzaron los interrogatorios, pero no pudimos encontrar los datos que solucionaran el problema. Fue una pena…y lo sigue siendo, de hecho. Por otra parte encargamos a todos los científicos disponibles el problema de resolver el virus y encontrar una cura… pero no lo conseguimos. De hecho cuando abandonamos el planeta los científicos seguían trabajando con el fin de avisarnos, si lo conseguían, antes del punto de no retorno para que pudiéramos dar la vuelta y seguir con nuestras vidas en la Tierra. Pero las comunicaciones se cortaron, así que supongo que todo fue un sinsentido. Nunca lo he comprendido muy bien…. tus amigos, o tus desconocidos que compartían tus ideales, nos dieron casi todos los datos en esos archivos, o al menos los suficientes como para que comprendiéramos que los modelos eran correctos… pero no los suficientes como para encontrar una solución al problema, me temo. Hicimos todo lo que pudimos, que era mucho más que mucho, y aún así no sirvió de nada. Todos están muertos.

Una leve sombra de pesar atraviesa la frente de uno mientras se queda mirando al vacío, a través de los cálidos muros de metal que nos separan del frío exterior.

—¿Hemos pasado el punto de no retorno?
—Aún no.
—¿Queda mucho?
—Un par de meses, a lo sumo. Después de eso estamos condenados a huir hacia delante. A encontrar un sitio.
—¿Puedo saber cuál es el motivo por el que estoy aquí?
—Es sencillo. Tuviste un pensamiento independiente de la corriente general. Y persististe en él. Necesito eso. Necesito cualquier perspectiva que me añada profundidad de campo, aunque yo piense que es estúpida. Seguro que mucha gente tenía ese tipo de pensamiento, pero ninguno se me presentó de modo más conspicuo que tú. Quiero que entiendas que estamos metidos en una lata y es nuestra única garantía de supervivencia. Ese es el cuadro. Un error y estaremos todos muertos. Necesito tu perspectiva. Joder, todos la necesitamos. Aunque quizá jamás la usemos. El tema es que lo que pase en esta lata será todo lo que sea. Si morimos no habrá más. Estaremos todos muertos, y la última estupidez de la humanidad viajará en forma de cadáveres en la lata que los transporta hasta que un planeta nos atrape y nos reviente contra él. Y esa no es forma de morir, pero mucho menos debería ser la forma en la que la humanidad deje de existir para convertirse en vacío. Cuando se decidió quién iba a formar parte de la tripulación, con tanta precipitación, todo el mundo hizo el estúpido y se decidió por afinidades. Ese vuelve a ser el cuadro. Esta nave está llena de gente que piensa lo mismo y de rehabs, que no piensan en absoluto. Te necesito, 1984, te necesito mucho. Necesito saber que mi propia estupidez no nos va a condenar al olvido sin tu vocecita chillona gritándome que me equivoco.
—Pero… ¿y el consejo?
—El consejo está formado por mucha gente. Pero el consejo soy yo. Siempre he sido yo. Sobre mis espaldas descansa esta humanidad. Sobre mis espaldas descansan las decisiones de lo que se va a hacer. Y, joder, necesito una mirada que no sea la mía. Necesito un punto de vista que diverja, aunque me joda, porque quizá tú veas un camino cuando yo no lo vea.
—Es curioso, no hace mucho estuve pensando en tener un vigilante mutuo, para evitar el rehab, y al final pensé que tener un vigilante de ese tipo no iba a ser muy productivo.
—Ya, pero estabas pensando en salvarte tú de rehab. Ahora estamos hablando de salvarnos a todos.
—Joder.
—Es un buen joder. Bien puesto. Creo que necesitamos follar.
—Yo creo que no.
—Eso es porque aún no has asimilado la magnitud de la tarea en la que acabas de verte inmerso.
—El caso es que aún no sé en qué tarea estoy inmerso.
—En formar tu opinión, por supuesto. En recorrer la nave con libertad e ir comprendiendo todo desde una perspectiva que yo no quiero darte. Si la humanidad ha de sobrevivir, tú tienes que formarte una opinión sobre todo para tener los datos que te hagan llegar a una conclusión en un momento dado, cuando sea necesario. Porque quizá llegue el día en el que tengamos que tomar una decisión que suponga la diferencia entre seguir vivos como especie o dejar de hacerlo, y en ese momento quiero que tengas toda la información que puedas conseguirte para emitir un juicio. Pero eso no será hoy, así que voy a llamar a unas rehab.
—Pero ahora mismo necesito pensar.
—Amigo mío, ahora mismo es lo último que necesitas. Te aseguro que es lo último.

Y no me fui de allí porque, instintivamente, estuve de acuerdo. Así que abrimos la puerta a las rehab y a los vasos de cerveza y seguimos hablando de música y películas, de las cosas que habíamos amado antes de que la Tierra hubiera dejado de ser un lugar en el que poder estar para construir nuestras vidas. Y dimos vueltas acerca del significado de las cosas que ya no existían en absoluto para nosotros, como un amanecer o una mañana de domingo viendo la tele y hojeando el periódico, con un zumo de naranja y un café sobre la mesa que compone el único lugar donde estoy ahora mismo. Ese tipo de cosas habían desaparecido y no volverían a ser jamás del mismo modo. Nos habíamos llevado todo el romanticismo con nosotros justo a la mitad del espacio y, aunque ahora careciera de referente, seguía vivo de un modo doliente que reventaba nuestros lagrimales, así que de cuando en cuando llorábamos mientras las rehab no tenían muy claro qué hacían allí. Y yo pensaba que no era un mal cambio haber entrado por esa puerta y tener un lugar en el que rememorar todo lo que fue, todo lo que hubo sido, todas las canciones que ya no están pero de algún modo siguen estando en los archivos de memoria de la nave. Y en mitad del espacio me encontré llorando de alegría por la primera vez que toqué una teta en un parque, y se lo conté a uno, y me comprendió y me contó su primera vez tocando teta, y ahora teníamos tetas de rehab justo enfrente pero no era ni remotamente lo mismo. No era ni remotamente algo parecido. Y no era algo parecido pero aún así aferramos nuestras tetas como si pudiéramos crear una especie de túnel temporal entre una y otra y forzarnos a pensar que sí era lo mismo. Y uno sacó una botella de Cardhu de alguna parte y casi lloro de emoción por la cantidad de recuerdos que están contenidos en unas tan exiguas paredes de cristal. De las cosas que habíamos amado como esos atardeceres sin prisa montados en bicicleta en medio de ninguna parte y cerca de casa. De las cosas y personas que habíamos amado antes de que todo se convirtiera en unas paredes de metal que contenían todo lo que quedaba de la humanidad.

Todo lo que quedaba de todo.

Y echamos unos pulsos y jugamos con la consola de control de la música e intentamos ilustrarnos mutuamente sobre música y enseñarnos qué era todo lo que buscábamos, pero era difícil. Era difícil porque todo estaba en una lata. Y me miró, borracho perdido, y me dijo:

—Nuestra misión es que todo esto vuelva a ser en alguna parte.

Y me abrazó de un modo ineludible. Y pensé que quizá yo no iba a servirle de ninguna ayuda. Y que quizá todo esto terminara en un ostión contra un planeta. Pero eso todavía no había sucedido.

Y estaba en nuestras manos que no sucediera nunca.

welcome on board (parte II)

Bueno, ha empezado el National Novel Writting Month, y en él estoy a duras penas visto el tiempo del que dispongo, pero sigo en él. Para entender esto tenéis que leer Welcome on board (parte I)

5.

Cuando me despierto estoy solo en la habitación, mirando al techo. Un mundo sin ventanas es un mundo sin amaneceres. Me levanto y saco de la pared el lavabo y me lavo las manos. Saco el urinario y meo un líquido ocre y espeso, vuelvo a encajar ambos en la pared, tengo una leve resaca. Podían haber inventado un sucedáneo sin ella. O con ella y con buen sabor, pero desde luego no sin ninguna de ellas. Salgo de mi celda y me dirijo a las duchas comunes. Y mixtas. Costó acostumbrarse al principio, pero después no. Después el hecho de ver mujeres y hombres desnudos se volvió rutina. Meto la ficha en el cubículo y me doy mi correspondiente ducha de dos minutos con jabón incorporado, y como cada cada día me siento como si estuviera en un lavacoches. No hay muchas concesiones al lujo en la nave, que se construyó deprisa y a la desesperada, con el tiempo marcado por los seis meses que nos quedaban en la Tierra, y por ello todo tiene el aire de haber sido puesto en su sitio con prisas. Frecuentemente algún cable se desengancha del techo y cuelga, no hay ningún embellecedor que los cubra, así que todas las habitaciones parecen cuevas de gusano forradas de cuerdas flojas y colgantes.

No es muy agradable, pero estamos vivos. Nadie tiene ni idea de cómo está la situación en la Tierra, supongo porque quizá el consejo piensa que sería desesperante saber la verdad, sea la que sea. Sea la que sea. Si todo fue como parecía cuando nos fuimos el planeta a estas alturas está vacío de humanidad, libre de parásitos mientras que los vasos comunicantes de la evolución van rellenando los nichos múltiples que dejamos. Devastando y desfigurando las ciudades, entrometiéndose en las carreteras hasta deshacerlas. Destrozando nuestra huella para un futuro libre de humanidad. Quizá otra especie evolucione hasta poseer inteligencia, pero eso no será en lo que me queda de vida, ni de lejos. Y aunque fuera posible (que no lo es) no lo sería encontrar el modo de comunicarnos con lo que sea que piense ahora allí abajo (difícil deshacerse mentalmente de la gravedad, no hay nada abajo o arriba sin un eje de ordenadas y abscisas dado). No tengo mucha idea de cuánto tiempo llevamos viajando. ¿Un año, dos, tres? No puedo saberlo. Es difícil llevar la cuenta, estar absolutamente seguro de que no has marcado un día por la mañana antes de marcarlo por la tarde, no volverse loco intentando recordar si ayer hiciste la marca. En este mundo, hoy por hoy, no hay fechas. Tampoco tendrían sentido. No hay fin de semana propiamente dicho. Estamos en constante estado de emergencia. No hay ningún modo de saber en qué día estamos porque todo se contabiliza de modo relativo: «trabajas a las 18:00 en dos ciclos». En dos periodos de 24 horas. Seguro que alguien lleva la cuenta de todos los ciclos-días, pero yo no conozco a nadie que lo haga, o que diga hacerlo. No sé si alguien está tan cuerdo como para llevar la cuenta sin meses, sin estaciones, sin años. Sin calendarios.

No sabemos cómo están las cosas en la Tierra, pero seguro que el consejo lo sabe. Los cálculos fueron muy claros, desde luego, saben cuánto tiempo tenemos (o teníamos) antes de encontrar el punto de no retorno, a partir del cual el combustible para frenarnos y dar la vuelta y volvernos a lanzar, conservando la suficiente energía para entrar en la órbita de la Tierra al llegar, sería insuficiente, condenándonos a fundirnos en el Sol como una diminuta gota de lluvia en el océano Pacífico. Con un insignificante plof. Es curioso, el universo está lleno de soles, pero sólo uno de ellos es el Sol. Nos hemos llevado todos los recuerdos con nosotros, toda la nostalgia, un sistema entero de organización mental que ahora ha perdido los referentes.

Estamos vivos. Vivimos en cuevas sin ventanas de cables colgantes, no tenemos ni idea de si queda alguien respirando en casa o de si hemos traspasado el punto de no-retorno, pero estamos vivos. Eso tiene que ser suficiente para mantenernos activos. Porque si te apagas recibirás la descarga sináptica. Y si no reaccionas como debes terminarás en un curso de rehabilitación, y eso es peor que la muerte. O eso me parece. Porque uno tiene pocas cosas aquí dentro. Y la que más he tendido a valorar es mi propia cabeza. No tengo ni idea de por qué. Pero así es.

Salgo de la ducha cuando el aire termina de secarme y abro la puerta para rodearme de cuerpos desnudos empezando su jornada, que es la mía. Hay otras. Y salgo por el pasillo tras vestirme y voy a mi unidad, a mi panel, a vigilar las luces que se apagan para apretar un botón justo después que vuelva a encenderlas.

6.

Dos horas después me llaman a la sala de orden. Me entero porque alguien viene a reemplazarme y me lo dice. Un panel no puede dejarse solo nunca. Espero no haber hecho nada mal, no haber llamado la atención de ningún modo. Pero nadie puede vigilarse tanto, porque nadie sale nunca de su propia cabeza. A la gente que coloca cortinas en las paredes no le parece mal. No le parece que esté haciendo nada raro, simplemente siente la necesidad de hacerlo y lo hace. Puedes obligarte a poner música clásica en tu habitación, pero quizá en algún momento tu cabeza se tuerza y decidas que no está mal poner un poco de rock, porque te apetece escucharlo. Entonces has perdido el norte, y ya no puedes vigilarte. Crees que lo estás haciendo, pero lógicamente de una contradicción se sigue cualquier cosa y, de hecho, lo hace.

¿He hecho algo últimamente que no encaje?

Repaso.

¿Cómo puedo saberlo? Si he hecho algo así, automáticamente será normal para mí. La incongruencia sólo la verán los demás. No somos buenos vigilantes de nosotros mismos. Somos los peores vigilantes de nosotros mismos. Me hubiera gustado llegar a algún acuerdo de ese tipo con alguien. Lo pensé en su momento. Decirle a alguien «eh, si ves que hago algo raro dímelo y explícamelo». Pero… ¿cómo saber que no es él el que ha perdido el norte? ¿Si él no se hubiera vuelto carne de rehab yo podría llegar a verlo? Para volverse loco. Del todo. Porque aquí estamos todos locos, pero en una especie de equilibrio. Un paso en falso y te abandonas al vacío. Comprendí que no me ayudaría en nada un vigilante. Y que yo no podría ayudarle a él en absoluto. Comprendí que un vigilante probablemente me haría perder el paso mucho más rápido. O yo a él.

Una locura. Los días sin semanas, sin meses, sin estaciones ni años. La eterna vigilancia inútil (si pierdes el camino ellos lo sabrán y no podrás disimularlo ni aunque fueras capaz de darte cuenta por ti mismo), la eterna búsqueda de control cuando lo controlado es el mismo agente que controla… en el fondo todo es cuestión de tiempo. Me gustaría no pensar en ello. No ayuda demasiado. Sin los referentes básicos todo es muy difícil.

No me gusta ir a la sala de orden, aunque nunca lo he hecho. No me va a gustar. Tengo la sensación de que eso va en contra de mi propia conservación. Me quedo mirando al rehab que me informa y no encuentro nada detrás de sus ojos, no tiene sentido preguntarle nada. Le pregunto su nombre, aún así. Me sonríe y me dice que se llama 1543-2 (¿qué está pensando un rehab cuando sonríe?). Está tan capacitado para mi trabajo como yo mismo. Si una luz se enciende le da al botón, eso puede hacerlo tan bien como yo. Los que no hemos ido a un curso de rehabilitación conservamos nuestros nombres entre nosotros, aunque se nos asignó un número al embarcar. Al fin y al cabo esto es un estado de excepción y el sistema de nombre y apellido es lingüísticamente incompleto. Pero los rehab sólo tienen el número. Nadie sabe cómo se codifican los cuatro primeros números, y por ello tampoco cuánta gente hay en la nave (el consejo lo sabe, pienso), pero todos sabemos lo que significa el 2 detrás del guión. Significa rehab. Yo soy 1984-1. Todavía lo soy. Al decirlo es: 1984, pausa, 1. Él es pausa 2. No he conocido a ningún pausa 3. Por lo que yo sé, nadie conoce a uno. Le cojo el hombro en un gesto inútil, a modo de saludo, y voy a la sala caminando despacio. Con la mente en blanco. Sea lo que sea, ya es, y no hay nada que yo pueda hacer al respecto.

7.

Walter Raga es un tipo con un más que evidente sobrepeso. Me pregunto cuánto debía pesar al entrar en la nave, porque con las raciones que recibimos aquí es imposible engordar, de hecho seguramente haya adelgazado tremendamente. Las raciones que nos dan mantienen el peso ideal, para eso están diseñadas. Un simple supervisor no podría engordar nunca aquí. Quizá por ahí arriba, muy arriba, hay gente engordando, pero yo no les he visto por los pasillos. Walter Raga me está hablando presumiblemente en inglés, pero yo le escucho en un español más que correcto. Antes de embarcar yo también hablaba inglés, y quizá pueda intentar hablar con él en su idioma, pero dará igual, los traductores intracraneales harán su función del mismo modo que si yo hablará en español. Cuando se pensó en la selección de la gente que iba a componer el viaje de salvación de la humanidad lo que menos se quería era una Torre de Babel en la que nadie se entendiera, así que se prestó especial atención al proyecto Traductor. Y el proyecto culminó en un dispositivo insertado bajo el cráneo que recoge todo lo que puedas escuchar, hace un puente entre el oído y tu cerebro cortando la transmisión original, traduce, y te devuelve el resultado en tu idioma natal, incluso cuando ya te están hablando en tu idioma natal. Un sistema perfecto, nos dijeron. Pero sólo tuvieron seis meses para hacerlo. Siempre me pregunto si estoy escuchando lo que el otro está diciendo. U otra cosa. Pero qué. Más paranoia. Es mejor no pensar.

—Saludos, 1984-1.
—Saludos para ti también, Walter.
—Prefiero que me llame por mi número asignado.
—No lo conozco, Walter, lo lamento.
—Es 0321-1, o trescientos veintiuno a secas, si lo prefiere.

Me mira detenidamente detrás de su escritorio de falsa madera, me mira insistentemente. Supongo que quiere llevarme al punto en el que confiese algo, pero yo no tengo nada que confesar, que yo sepa. Supongo que se lo han enseñado en alguna parte, en algún momento de su preparación como supervisor. Supongo que se cree capaz de generar la suficiente tensión como para que yo cuente lo que sé. Pero yo no sé nada. Y este silencio por su parte me hace pensar que él tampoco sabe nada. Los juicios sumariales no intentan sonsacar a nadie. Los juicios sumariales saben a dónde van antes incluso de empezar, y no escuchan razones. Hoy eres pausa 1, mañana eres pausa 2.

—Tenemos un informe un poco… confuso… de la rehab que estuvo ayer en su habitación. Parece ser que usted no puso el suficiente… ¿cómo decirlo?… empuje. Parece ser que no estuvo a la altura de lo que se esperaba…
—Eso es muy relativo, 321.
—Es posible… es posible… pero quiero que entienda que a mí me pone en una situación bastante complicada… si resulta que es cierto que alguien de mi departamento está bajando la guardia… quizá en algún momento alguien pueda pedirme explicaciones. ¿Lo entiende, verdad?
—Lo comprendo perfectamente, pero ayer me encontraba especialmente cansado. Y no esperaba la visita. Hice lo que pude, dadas las circunstancias.
—Ya… pero nadie lo espera, ¿no es así? No estamos aquí para discutir las decisiones del consejo.
—Desde luego que no. Estamos en estado de emergencia. Estamos aquí para cumplir.
—Eso mismo, 1984, eso mismo. Para cumplir.
—Pero di todo lo que pude, y estoy seguro de mi eyaculación.
—Oh, sobre eso no hay dudas, 1984, eyaculó. Nadie lo pone en duda. El asunto… es que a la rehab usted le pareció… ¿cómo decirlo?… distraído. Y yo no puedo evitar que el informe siga el camino que tiene que seguir. Le aseguro que no puedo hacer nada por evitarlo.
—No puedo afirmar saber de dónde un rehab saca sus conclusiones, pero puedo comentar que era difícil estar distraído delante de un cuerpo como ese…
—Oh, le comprendo, conozco personalmente a 0999. Por eso mismo el informe me pareció tan… extraño. Tan difícil de explicar. De justificar. Y entiendo que cualquier tribunal que lo examine se encontrará con las mismas dificultades.
—¿Puedo inferir que estoy en problemas por ello?
—Oh, no, 1984, nada más lejos de la realidad. Eso era simplemente curiosidad personal. Está aquí porque debo comunicarle que está relevado de mi departamento con carácter inmediato y permanente, y que debe presentarse ante el comandante inmediatamente.
—¿Inmediatamente?
—Así es.
—¿Entonces debo pensar que he sido retenido aquí más de lo necesario?
—No tan rápido, 1984 (pausa larga) 1, no tan rápido. No ha sido retenido. Simplemente ha sido requerido para contrastar información de un informe potencialmente perjudicial.
—Pues si esa función ha terminado, solicito permiso para irme.
—Lo tiene.
—Un placer, señor.

Y quién sabe dónde está el despacho del comandante. Ya preguntaría después. Pero tenía más información de la necesaria. Yo era importante para algo. Y eso siempre es una baza que merece la pena jugar. En un mundo como este, esa es la baza que no sueltas. Iría a ver al comandante. Por supuesto que iría. Por fin un as en la mano.

Aunque no tuviera ni idea de cuál era.

lunes

Es lunes y nada encaja. Me gustaría decírselo a alguien, pero no hay nadie realmente cerca. Por lo que recuerdo sigo viviendo voluntariamente sólo. En mañanas como ésta creo que podría llegar a revisar lo de «voluntariamente», porque es cierto que hay momentos en los que nada parece encajar y es más fácil digerirlo mientras lo vives con alguien. No queda café, por ejemplo. No soy muy bueno con la intendencia, la verdad. Lo comprendo. Pero tampoco me gusta abrir el bote y ver que está vacío. Me gusta menos aún saber que fui yo quien lo vació del todo, y no tuve la decencia suficiente como para comprar más. Odio al yo que abrió este bote por última vez. No consigo encender el calentador. Un prodigio de tecnología. Ni siquiera hace falta un mechero para encenderlo. Simplemente enchufarlo y girar un botón. Y no enciende. Una persistente luz roja sí que se enciende, justo quince segundos después de abrir el grifo del agua caliente. Y me pregunto, ¿por qué me mienten? ¿Por qué me dicen que es tan rematadamente sencillo pegarse una ducha en condiciones? Consulto el manual en internet y me dice que la luz me está gritando que el gas no llega. Salgo a la terraza y veo que la llave esta abierta. La de dentro también. No sé qué cojones pasa. Me siento en el ordenador otra vez y compruebo que estoy al día con las facturas. Huelo a sobaco que tiro de espaldas. Y a tabaco. Y a resaca, a cerveza rancia, y a semen. Cerveza seca por todas partes. He pagado. Las llaves están abiertas. El calentador es un prodigio de tecnología humana. Y yo sigo sin una puta ducha caliente. Y sin café. Me quitó las legañas con agua fría y en el bidé se despedazan unos calzoncillos que no son míos. Ecos de otras guerras. En el espejo un tipo que como yo no está en sus mejores días me sonríe con un diente mellado. Yo no tengo fuerzas para sonreír. Pero lo estoy haciendo.

Vuelvo a la cocina y desenchufo el artilugio del calor de la pared. Giro todas las llaves. Las vuelvo a girar. Lo enchufo de nuevo y abro un grifo. No hay luz roja esta vez. Pongo la mano bajo el chorro y está benditamente caliente, y me entran ganas de llorar. La casa está hecha una puta mierda. Es pura mierda. Hay mierda por todas partes.

Y entonces me acuerdo del café de emergencia.

Ese paquete que escondí en los armarios.

Lo encuentro.

Lo abro, y huele. Ahora sí estoy llorando.

Por un segundo todo es perfecto.

Y si me sale de los cojones puedo quedarme con ese segundo para siempre. Y a ver quién es el guapo.

Echo agua en la cafetera, café en el cacillo y cierro bien, y lo pongo todo al fuego, la santísima trinidad del despertar. Tres minutos después el agua se desparrama por los fuegos. Lo dejo hacer. Un rato después lo retiro del fuego y hay un dedo de café asqueroso, que mezclo con leche. Pongo la cafetera bajo el agua hasta que se enfría y entonces la abro.

La goma está destrozada.

Siempre me maravilla la cantidad de sentido del humor que hace falta para seguir vivo. Algún día la vida encontrará mi límite, y no sé qué será de ambos entonces.

Susana entra con el cuerpo en la cocina y la cara en otra parte y farfulla un buenos días apagado.

– Mmm – continúa – huele a café.

– No te hagas ilusiones, no es más que una mierda.

– Pero café, ¿no?

Reparto el contenido de mi taza en dos y le tiendo una.

– ¿A quién te follaste anoche?

– A ti, si no recuerdo mal.

– Quiero decir en el baño.

– Ah, eso.

– Espero que no fuera a Luis, bastante tiene ya Cristina con ese coñazo de timideces que se traen entre manos.

– No, fue a Dani. Recuerdo que entró en el baño cuando yo estaba dentro y… no mucho más, la verdad. Oh, espero que no te importe.

– No podría. Tendría que estar siempre jodido. Sólo me pregunto si… si te lavaste después.

– Joder, ¡no seas bestia, usamos condón!

– Todo un alivio…

– Me alegro.

– …excepto porque no es un alivio en absoluto. Anoche bajé a dar una vuelta por el casco antiguo.

– Ya.

– Necesito una puta ducha. ¿Puedes meter pan en la tostadora?

– Es lo menos que puedo hacer.

– Eres una santa.

– No hay nada que no sea capaz de hacer por ti, cielo.

Y abrí los grifos que me daban agua templada, el único invento realmente remarcable de la humanidad, y vertí rápido gel en mis manos. En una hora tenía que estar en la sala de exposiciones con Gema. Y bajo el chorro dejé que el desagüe se hiciera cargo de todo mientras el olor a pan caliente entraba bajo la puerta y despertaba del sueño a todas y cada una de mis arcadas, porque hoy es lunes y nada de nada encaja.