Adiós, tío. Que descanses.
Categoría: perdiendo
descartado
Siempre he tenido tendencia a evitar problemas. No estoy cómodo en ellos. No soy capaz de pasar a otra cosa mientras no se resuelve. Me pregunto si podría entender el impulso que te lleva a generar un movimiento sólo porque pase algo, en un grado tal de aburrimiento vital en el que no te importa poner todo en peligro con tal de tirar una piedra en mitad del estanque.
Ser, una vez, esa gente que sólo quiere echar a rodar la bola aunque termine incluso con su dolor o con su derrota, con su muerte. ¿Merece la pena? Cuando todo termina, ¿suspirarán alegres por haber hecho lo que han hecho, por haberlo intentado? ¿No mirarán con nostalgia la negación de un montón de tardes en un sofá con un té y un libro entre las manos, un café con alguien, un paseo un atardecer, una sobremesa frente a la chimenea? ¿Quizá no?
Pensar menos y lanzarse más, entiendo.
¿Cómo se percibe la vida cuando estás en ese estado?
mínimos
Cualquiera que defienda una opción en la que se prima el egoísmo por encima de la garantía de unos bienes esenciales para cada uno, independientemente de su economía y lo que pueda o no permitirse, está muy fuera de mi liga. Muy fuera. Una vez eso cubierto puedo hablar de lo que sea, pero sin eso no hay conexión posible. Cuando tengo a alguien así delante de mí no dejo de pensar que no puedo fiarme de alguien a quien sólo se le ocurren amenazas (hambre, frío, enfermedad, pobreza) como estímulo para una supuesta superación personal. Yo soy más de la curiosidad y de proteger más al que más lo necesita, lo siento. Que sí, que te enriquezcas hasta que el dinero te brote de las cejas, pero déja a los demás en paz. Deja de racionalizar tu riqueza frente a su pobreza como un cálculo esfuerzo-resultado que se desmonta sólo con mirarlo.
Porque cuando el argumento es una amenaza la situación es siempre una coerción.