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Las cosas

Un café es una rosa, una rosa es un
cigarro que se descapulla. Una
pierna parece ser lo que me transporta,
y lo que me lleva parece ser la otra.

Parece que, según dicen, una
persona es esta cosa que los demás
se empeñan en llamar tú,
es decir, ‘yo’ si lo digo yo, o ‘tú’
si lo dices y me lo dices a mí,
o ‘él’ si me hablas y no estoy, o
estoy y hablas con otro de mí,
o algo así. Es algo confuso y
tengo que recogerme ?tengo un
perro lazarillo? para no perder mis
pedazos, lagrimales, brazos, para
que cuando me llamen ? ¡tú, eh, tú!?
esté entero y no dé miedo.

Así yo (¿yo?, ¿tú?, ¿él?, ¿Miguel?)
responde a tu (¿de quién?)
llamada y dice: sí, soy yo (¿tú?…).
Lo entenderás fácilmente, es cuestión
de centrarse.

Y así verás que un café es un café, una
rosa es una rosa, un cigarro que se
descapulla es un cigarro que se descapulla
(si y sólo si es un cigarro y efectivamente
se descapulla), y esta pierna de hecho me
transporta, siempre ayudada de la otra.

Y un ‘tú y yo’ no es una vida,
me confundí con un maldito
mantel para dos.

Tren

Cogimos un tren en Atocha
cuando aclaró el domingo. Vestíamos
nuestras sonrisas y llevábamos
un saco lleno de instantes.

(Un saco de instantes no es
nada despreciable, pero son volátiles,
sólo existen en promesa cuando
la vida parece que se abre).

Con tanto peso íbamos lamiendo
el suelo, suelo de gris chicle caramelo,
opuesto siempre opuesto al cielo enfermo
que, nos dijo uno que vendía cupones, está
a veces ahí arriba, donde ves el techo,
que es eso que nunca puedes pasar con la cabeza.

Pero no, eso fue luego…

Con tan poco peso íbamos rozando
el cristal azul manchado de borrones
blancos que, a veces, va y nos llueve. Sí,
lo recuerdo porque tú ibas vestida de
color lata y a veces no podía verte, tú
ibas buscando mi mano y yo las
había dejado trabajando en la barra.
Yo intentaba decirte que no había nada
que pudieras aferrar de mí, pero tú no
entendías mi gramática y, además,
te aburre toda aquella saliva
que yo suelto cuando no sé decir y
quiero.

Así que nos fuimos en el tren
y corriendo nos desvestimos dentro,
era tanto el corazón que nos olvidamos
los calcetines y tuvimos que empezar de nuevo.

Ah, sí… y luego…

Luego nos pesaba tanto el saco,
que entretanto se había llenado de
malos ratos, que nuestras lenguas
lamían el piso, iban recogiendo
su siembra de suelo gris chicle caramelo,
sus epitafios húmedos de quién sabe
qué chismes, qué calendarios. Pero
ya no podíamos abandonar la bolsa,
que entretanto se había hecho cuerpo
en nuestros cuerpos, justo debajo del brazo
izquierdo.

(Un saco de sombras no es
nada despreciable, pero son peligrosas,
estampan sus oleajes en las
pieles que les acogen).

Pie

Tú me amas, yo
te amo…

Los años tienen la peculiaridad
de ir pasando, corroyendo
nuestros cuerpos. Torreones inexpugnables
de un segundo que suceden
encajados en compases
métricos.

Tú me amas, yo
te amo…

Lenta suena la melodía
de fría melancolía huida; ya
no es presente, pero quedó
atrapada en nuestras percepciones
y la mantenemos seca, bien a
salvo.

Bien mirado…

Observo un desconchón del suelo,
debajo de la baldosa ahora sé
que hay cemento. La realidad
muestra dos caras cuando menos
y siempre escapa, se escapa
cuando pienso…

Y tú me amas, yo
te amo…

Bien, no es posible
perfecto. Te acaricio el pelo
y te doy un beso. La libertad
de ser así escancia este
fin de semana en el que vivimos,
y mañana…

Tú me amas, yo
te amo…

Ya, y tú me amas, yo te
amo, tú me amas, yo te amo,
tumeamasyoteamo una
y otra vez desde nuestros labios.

Los años tienen la peculiaridad
de ir pasando. Nosotros sólo miramos.