Esa es la mitad de mi dormitorio. Al fondo, arriba, podéis ver uno de los cuadros que más me gustan de lele. Debajo del cuadro está el palomar. A la izquierda el micro, la guitarra, el caballete, el ampli, la mesa de mezclas, cables, muchos cables. A la derecha la estantería. Una silla. En el centro un litro. El que lo sujeta soy yo. Detrás el almacén de cosas de lele que duelen. En el suelo está la manta de marruecos con las que las tapo, pero se cae al suelo cuando duermo con las palomas. Antes de ser el almacén de las cosas que duelen de lele fue el lugar donde lele tenía a lele.
En el suelo, aunque no se ven, más cables. El pedal. Calcetines. Un balón de baloncesto.
Un ex-bolso de lele cuelga de la estantería. Cajas de zapatos.
Sobre el ampli letras de canciones. El pié de micro es el trípode de fotografía de lele. Detrás (no se ve) una jarapa, juguete de los tres gatos, cuando los teníamos. Ayla, Harpo y la niña ahora corretean por la isla de La Palma. Bueno, Harpo ha desaparecido.
Qué diferentes imágenes, qué diferentes bitácoras. Pero no olvidemos que esto es el imperio de lo cutre. Aquí no caben caras bonitas. Esta cerveza va por ti, que pena que no tengas bitácora, como en el caso de sin comentarios. No sé si sería bueno. Me voy a meter a fondo en esa página. Y en la otra. Imágenes especulares de un mismo punto. No tiene sentido redundar. Ninguno.
Lorelay parece que va camino de la compañía que nunca tuvo. Que nunca supo forjarse. Yo parece que voy camino de la soledad que nunca quise. Un problema de latitud, como ya dije en su día.