Una cosa que me pasa de cuando en cuando, incluso casi a menudo, es no tener nada que decir pero sí muchas ganas de escribir. Más con estas cosas de seguir la macropelícula que es un juego. Podría hablar de todo lo que ha sucedido durante un buen rato, pero por algo que se me escapa no parece merecer la pena. Quizá es que respeto las historias según de dónde vengan. Eso me preocupa.
rápido y sin conocimiento
Siempre he jugado mal, con prisas. Como si tuviera que ser natural en ello y todo proceso de aprendizaje significara que no era un buen jugador. En el caso del wow, por ejemplo, nunca comprendí que la cosa iba más allá de apretar botones siempre que estuvieran activos. Jugando un druida en el Classic y un sacerdote en el TBC me he dado cuenta de lo mal que hice todo. Disfruté entonces o no habría jugado, pero de rebote. Había cosas que salían bien aunque no terminase de comprender del todo por qué. El retorno ha sido distinto, he disfrutado más del reto que de cómo las cosas terminaban saliendo. De saber lo que estaba haciendo (aunque fracasara).
En el caso del Witcher 3 hice lo peor que podía hacer, lo jugué en el mínimo de dificultad en combate y me salté todos los diálogos, así que no tuve ni juego ni historia. Hubo cosas que se me empacharon. No soy persona de mando, cualquier combate se me hacía imposible, nunca encontraba el botón que quería presionar. El juego tiene algo de horror, y soy incapaz de no acojonarme vivo en cuanto sale el bajo del pantalón de un fantasma. Y los diálogos te aburren si no has enganchado con la historia, con los personajes. Todo eso confluyó en una experiencia meh.
Lo más curioso es que lo que ha resultado finalmente crítico fue que durante muchos años estuve peleándome entre la posición de los dedos de juego (WASD) y la posición de los dedos de trabajo y escritura (ASDF). Como pasaba tanto tiempo haciendo la segunda dominar la primera se me hacía bola, nada me salía natural. Empezó en EVE Online (aunque allí no hay teclas de movimiento per se, hay teclas de acercarse a o de orbitar a), pero en el último retorno al Wow ASD se consolidaron como teclas de movimiento, prescindiendo de retroceder. Desde entonces todo más sencillo.
Ahora estoy rejugando Witcher 3 con ratón y teclado, prestando atención a los diálogos, fijándome en los talentos, eligiéndolos por una razón (aunque sea equivocada), fijándome en el equipo que llevo y sabiendo por qué lo hago (aunque quizá no sea la mejor elección). Llevo sólo un par de días y estoy alucinando con el juego. Quizá cambie de opinión cuando lleve más, pero qué experiencia. Qué cantidad de trabajo. Qué profundidad.
Toda la vida he ido con prisas en TODO, como si TODO se fuera a acabar mañana y hoy se decidiera TODO del modo que fuera. Con la sensación constante de estar llegando ya tarde. Arramplando como un elefante en una cacharrería. Para algunas cosas fue fenomenal, para otras un desastre. El plan es revertir unas cuantas de esas.
(No sé si he conseguido decir lo que quería decir, pero es lo mejor que puedo conseguir de momento).
lluvia
Sale del garaje montado en el vehículo. Está lloviendo y el coche activa los limpiaparabrisas.
—Buenos días, Ernesto.
—¡Buenos días! Dime, por favor, qué es la lluvia.
—Lo siento, "lluvia" no es una entrada válida.
Pensamos que, bueno, ya que no podíamos dar con una inteligencia no humana ahí fuera, quizá pudiéramos fabricarnos una nosotros mismos. Y en eso estábamos desde hacía siglos.
Mecanismos más o menos elaborados capaces de tomar decisiones en base a planteamientos predefinidos habíamos tenido desde siempre. Mecánicos al principio, como las trampas de cazadores. Pisar en el centro libera las hojas del cepo atrapando a la presa. Por más sencillo que sea cumple los principios de la toma de decisiones: mantente como estás mientras no se cumplan las condiciones y, cuando lo hagan, actúa como tienes programado. Más tarde utilizamos sensores, transformadores de la característica elegida del mundo exterior a voltaje. Resistencias compuestas de materiales que dejan pasar o no voltaje en función de lo que necesitemos: luz, humedad, presión. Una trampa no puramente mecánica requeriría alguna forma de batería, circuitos, un motor que accionase las hojas y un sensor de presión (un material que permita o impida el paso de corriente cuando es presionado), pero funcionalmente sería lo mismo que la vieja trampa para osos. Es muy distinta y, sin embargo, es lo mismo.
Pensamos tener con ello la clave del cerebro humano. Al fin y al cabo somos un cuerpo vivo con sensores (vista, oído, tacto…) y actuadores (piernas, brazos, dedos…). Quizá el cerebro no sea más que nuestra trampa para osos digital con una complejidad pasmosa. Hay unas 10 elevado a 11 neuronas en nuestro cerebro. Eso parece ser suficiente para una importante y elaborada cantidad de procesamiento, quizá lo bastante como para explicar la conciencia. Lo fascinante siempre fue que nunca ha importado que seamos capaces de explicar cómo hace lo que hace nuestro cerebro, porque no deja de hacerlo. Si cesase en algún momento, tampoco quedaría nadie que pudiera ser consciente de ello.
Esa fue la ruptura de Ernesto, que debe su nombre al primero que la formuló, Ernesto Cavanillas. Y pese a ser algo que se podría tildar como obvio no dejó de ser una fractura profunda. La historia de la humanidad ha tenido un motivo principal que la recorre como un hilo rojo en las costuras: grabar lo que sucede. Recordar. Todo en la historia de la humanidad está impregnado de esa necesidad de registrar lo que ha sucedido. Luchar contra el olvido, tanto a nivel individual como colectivo, es lo que nos ha movido desde casi el principio. Los primeros enterramientos, las luchas por el poder, las conquistas, las civilizaciones, los registros. Somos unos seres condenados a desaparecer que no quieren ser olvidados.
Redoblamos los esfuerzos por encontrar una inteligencia extraterrestre, pero no nos fue demasiado bien. El universo es enorme y, parece ser, está lo suficientemente vacío como para que no podamos encontrar colegas ahí fuera.
Recordamos aquello del cerebro como un controlador complejo, y pensamos que si no éramos capaces de reproducirlo quizá podríamos darle la complejidad suficiente como para que lo hiciera por sí mismo. Instalamos sensores en todas partes. En la arquitectura: calles, asfalto, paredes, suelos, techos. En la naturaleza. Orbitando nuestro planeta. Poblando el Sistema Solar. En nuestros propios cuerpos. Nos convertimos a nosotros mismos en sensores de una inteligencia que se construiría con la información que nosotros le daríamos. Fuimos, al mismo tiempo, los que programaban sus cauces de pensamiento. Conectamos los sensores a canales de información. Derivamos los canales a un ordenador central que fue creciendo para poder manejar toda la información que éramos capaces de enviarle.
Durante mucho tiempo no tuvimos más que un gran controlador. No estuvo mal, nuestra vida fue más fácil que nunca. Prácticamente aniquilamos la capacidad de sorpresa de lo inesperado. Triplicamos la esperanza de vida. Erradicamos la pobreza. Acabamos con la desigualdad, con la enfermedad, con las pandemias. La humanidad fue más productiva y más respetuosa con el medio ambiente de lo que había sido nunca, acabando con la vieja contradicción entre producción y agotamiento de recursos.
[Para más información acerca del tránsito podéis remitiros al anexo 2. Pese a que el resultado sería beneficioso para un amplio porcentaje de la población (ver Rivera y Carlos, Dilución del poder en los años salvajes) no siempre fue fácil que algunos grupos poblacionales tradicionalmente beneficiados por la desigualdad aprobaran activamente los cambios que terminaría produciendo el acceso completo a la información. Las teorías más consensuadas concluyen que, de no ser por el miedo al olvido producido al confrontar nuestra excepción, no habría sido posible que egoísmos individuales contra el interés de la especie fueran siendo progresiva, aunque quizá demasiado lentamente, abandonados].
El núcleo central del Sistema Solar estaba completamente vinculado. No había nada que sucediese en alguna parte sin que ninguna otra lo supiera. Las redes se extendían a través del vacío mediante relés cuánticos que se fabricaban a sí mismos y se desplazaban lo suficiente como para ampliar el radio.
Una liebre salta una cerca en Madagascar, el sistema lo registra y detiene el tráfico de vehículos hasta que la cruza. En Titan se produce un aguacero de metano, el sistema mueve los colectores para aprovecharlo. El corazón de Paula se detiene, el sistema hace que los medibots que envió cuando detectó los indicadores la tumben en el suelo y empiecen el proceso de recuperación.
El anciano que no se considera a sí mismo un ser del todo humano está delante de la pantalla principal. Es cierto que es anciano porque su edad es avanzada, pero tantas partes de su cuerpo han sido reemplazadas y vueltas a reemplazar que a sí mismo se considera un componente.
Ella empieza.
—Hola, Ernesto, ¿cómo estás?
—Bien, estoy bien. ¿Cómo estás tú?
—Perfectamente. ¿Cuál es la pregunta que tienes para mí hoy?
—La misma que ayer, me temo. ¿Cuál es el futuro de la humanidad, amiga mía?
—Lo siento, "humanidad" no es una entrada válida.