Aquello que necesitamos meter en la taza mental del váter es, precisamente, lo que queremos.
Hay varias formas de encarar el escribir un post en esta bitácora. Una de ellas es recurrir al anticuario, que no es sino una conclusión lógica y sencilla de ciertos estados emocionales, que pueden responder a las motivaciones del anticuario o no hacerlo en absoluto, guardando un cierto parecido formal a lo sumo. Una pena no es igual a otra, pero puede ser que formalmente una pena sea semejante a otra, y así se puede hablar de una mentando a su hermana.
Así cuento ciertas cosas sin hablar de ellas en absoluto. Todo se convierte en una cuestión de leer entre líneas.
Otra forma sería meter a miguel en la bitácora, pero me resisto. Andando el tiempo he ido sintiendo una cierta necesidad de privacidad. Esto quizá esté motivado por haber encontrado ciertas personas con las que miguel se relaciona sin ambajes. Es decir, no le hace falta reflexionar en voz alta, porque ya se comunica en voz alta.
La última forma que ahora se me ocurre es no contar nada, pero sí sacar conclusiones. Escribir un post como una postdata del día, o de lo que sucede. No hacer un diario de los días para los días venideros, sino más bien un anecdotario de las reflexiones sin nombrar la propedéutica.
Todo esto viene al caso porque anduve dando vueltas a un comentario, a otro post del museo, en el que alguien decía, más o menos, que en navidades echaba de menos todo lo que ya no está. Y le anduve dando vueltas porque me hizo recordar la frase de Millás que salvó «Dos mujeres en Praga», que era: «Todo el mundo tiene una herida por la que supura un «lo que no», que ningún «lo que sí», por extraordinario que sea, logra suturar». La frase me estalló en las manos cuando la leí, más tarde la olvidé, y sólo ese comentario me la trajo de nuevo a la memoria. Parece escandalosamente cierta.
Y quizá lo sea, no lo sé. Después de los acontecimientos de los últimos días (la propedéutica que miguel se resiste a nombrar) lo que sí sé es que quizá no es del todo importante que las heridas se suturen y, posteriormente, se cierren. Quizá precisamente lo importante es que las heridas no cierren nunca, que sigan definiendo lo que uno es, su forma de ser y actuar. Quizá esas heridas y la diferencia que suponen son las que hacen que uno mismo resulte interesante para alguien y para uno mismo, en la misma medida que las alegrías. Quizá nos aislemos demasiado, le pidamos demasiado a nuestros pobres cerebros vividos. Siempre he sabido que hay cosas que es imposible olvidar, pero ahora me pregunto si no hay cosas que es perentorio no encerrar entre los muros de lo conscientemente relegado al olvido.
Porque hay algo así como una taza del váter mental, un lugar donde depositamos lo que sabemos que no va a dejar de ser nosotros mismos nunca pero no nos gusta, o nos hace daño, y al tirar de la cadena sabemos que va a seguir siendo aunque… a efectos prácticos, lo hará de algún modo como si no lo hiciera en absoluto. Existirá lejos, en un lugar ignoto.
Nietzsche criticaba una sección fuerte de la filosofía argumentando que es posible que exista lo trascendente, en el sentido, por ejemplo, de las Ideas platónicas, pero que si no podemos conocerlas de ningún modo ni alcanzarlas, para nosotros es como si no existieran. Algo que no puedo tomar en mis manos o ver de cerca no debe afectarme demasiado. En una interpretación laxa puede interesarme en la medida de mi propia curiosidad, pero no afectarme.
No se equivocaba porque él tenía sus propios fines y justificaban su pensamiento, pero si consideramos que lo trascendente modifica de un cierto modo nuestra propia esencia (si es que eso tiene sentido), lo trascendente nos empieza a interesar mucho. En el caso de la mierda decido que somos nosotros mismos quienes la hacemos inalcanzable (la mandamos a un lugar ignoto fuera de los muros de la consciencia), aunque sigue modificándonos en los menos controlables hilos de lo inconsciente. Esto es lo que me parece interesante, en cuanto al peligro que entraña.
No metabolizamos los «lo que no», sino que los ensamblamos en la estructura caótica e ingobernable de lo inconsciente. Precisamente por ello ningún «lo que sí» puede competir: verbigracia, en navidades echamos de menos, con dolor, lo que ya no está. Ningún «lo que sí» palpable es un rival competente.
Eso ya parece una conclusión, pero no es la conclusión. La conclusión viene precisamente ahora:
Convertimos en un «lo que no» atrapado fuera de los muros de lo consciente, enredado en los hilos difusos de lo inconsciente, aquello que no queremos que muera. (Todos tenemos un trillón de «lo que no» a los que no damos importancia alguna, por mucho que en su día fueran «lo que sí»).
(Soy idiota, pero al concluir aquí se me eriza el vello de todo el cuerpo).
Metabolizar o asumir algo es hacerlo patente, manifiesto, inmediato, normal, cotidiano. Es dejar de darle importancia, es haber aprendido a vivir con ello de un modo no dañino. Es asumir que te han amputado un brazo, en vez de intentar día a día que te vuelva a nacer uno nuevo en una especie de placenta artificial y construida por uno mismo.
Sólo hicimos un «lo que no» de lo que no quisimos que hubiera muerto, o que hubiera desaparecido. Es la única forma de que no muera del todo, de que siga existiendo (mientras nos sigue haciendo daño, es curioso). Nosotros mismos nos hacemos daño, relegando fuera de los muros de lo consciente.
De este modo estoy contra Nietzsche en este punto que nada, o muy poco, tiene que ver con su filosofía. Si lo inconsciente nos va a modificar sin control alguno y, al mismo tiempo, nos va a dañar, lo trascendente (en cuanto inalcanzable) nos interesa en grado sumo. Mucho más cuando podemos traerlo de vuelta, hacerlo patente. Conocer cómo y en qué medida nos convierte en lo que somos.
Conclusión: Las cosas desaparecen, con o sin razón para ello. Yo mismo convierto lo que no asumo que ha desaparecido en un daño, en un asunto inalcanzable e irresoluble. Una vez en el entramado de lo inconsciente me siento bien, porque parece que he olvidado, pero se me sigue modificando sin control alguno por mi parte.
En suma, joder: es un chivato, como el de un coche. Aquello que necesitamos meter en la taza mental del váter es, precisamente, lo que queremos.
Cuidado con esos datos. Ir en contra de ellos es realmente ir en contra de uno mismo.
Me reafirmo en mi respuesta al comentario: si está en tu mano, recuperalo. Si no, asúmelo haciéndolo consciente. No puede volver a crecer el brazo. Acostúmbrate a ser manco hasta tal punto que sea esa tu realidad cotidiana.
De cualquier otro modo, estás vendido.
Creo que sí, que realmente sentimos una cierta necesidad de mantener aquello «que fue» y «que ya no es», pero que forma parte de aquello que nos mantiene vivos. Y por cierto, buena frase la de Millás (que desconocía hasta ahora).
Un saludo
Es eso, anticuario, asumir que eres manco y que eso no tiene remedio. Y no pasa nada, también como manco se sobrevive, se vive y se disfruta. Después, todo es más fácil.