Una noche comiendo algo en una terraza y discutiendo para saber si estamos confundidos. Mirandonos a la cara, pensando que no hemos perdido el tiempo pero que, aún así, no nos ha servido de nada. Unos tienen sus palabras, otros sus caras, otros su forma de encarar el mundo. Pero todos estamos en el mismo punto, justo en el momento de dar el paso, tirar todo por la borda, cortarnos el pelo y buscar un buen trabajo.
La elección no está en vivir con lo mínimo o vivir con dinero. Está en no vivir o en vivir con lo mínimo. La sarta de ideales, aficiones, sendas y lucidez que se quedarán atrás nos reclamarán, con el tiempo, no haber sido olvidados. Ellos no comprenden. No tienen alas. Nos mirarán desde el pasado reciente con la verdad de no haber entendido nada en la mirada.
Escribir, para qué escribo. Componer, para qué compongo. Salir, para qué salgo. Ser lo que sientes que eres no tiene por qué traducirse en un talón bancario. Viviré debajo de un puente y pediré limosna en el retiro los domingos. Me convertiré en un espectro de algo que algún día fue algo.
Mientras tanto las horas pasan, me esfuerzo en recordar que aún no es necesario. Tengo un día, dos, un mes, seis, un año entero. Después tendré que dejarme a un lado, con una palmadita en el hombro y la liquidación emocional de toda una vida. Será un momento aciago. Uno de tantos.
«Todo exceso se paga. Y el mayor exceso es ser.» (S. Paniker, Filosofía y Mística). Es un exceso ser, y estoy pensando en Koldo. En el apeiron original, lo indefinido, lo infinito, se glosan los versos que componen lo definidido y finito, lo que existe comentiendo una injusticia conforme al orden del tiempo. Esta es la tragedia griega, una realidad trágica y en permanente peligro de deshacerse (entropía, kippel), todo orden es finito y está siempre a vueltas con el retorno a lo indefinido original, sustrato, base y medida de permanencia de lo finito (en cuanto todo y constante, nunca en cuanto un particular). Realidad muy real, pero trágica. Crónica de un desastre anunciado, de un retorno al origen caótico inicial. Es necesario vivir en un eterno presente endeble, precario, pero único. El perdedor no tiene más que presente, y ni eso es seguro. Ni eso lo es. El perdedor devora libros como un Alonso Quijano desmedido y desesperado (jeje, exactamente como un Alonso Quijano), descubre lo importante en una conversación, en una buena canción, que es lo único que es. Ahora mismo, al menos. La tragedia de ser es que tu particularidad no te va a salvar la vida, no en todos los casos. Lo que funciona (fitness social) es lo que unifica, el punto de encuentro, lo medible, contable, lo que se puede anotar en un archivo de excell. Todo lo demás es ámbito de la esfera privada (qué vuelta a la tortilla, por Zeus y el Kombate), lo público es la esfera de lo común, cuando jamás debió serlo. Lo privado, y secundario, debería ser (y en su momento lo fue) aquello que nos ata a la tierra, la labor (aquello que hacemos para mantener la vida, aquello que nos remite al origen animal, o microbiótico inicial, dependiendo de la fraseología pertinente), la esfera pública debería ser (y en su momento lo fue) aquello que nos separa de la vida en cuanto existencia. Aquello que subraya la vida en cuanto ser. Pero ese es el mayor exceso, y se paga, como todos ellos.
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Apuntes:
nepente.
(Del gr. νηπενθης, exento de dolor).
1. m. Bot. Planta tipo de la familia de las Nepentáceas.
2. m. Mit. Bebida que los dioses usaban para curarse las heridas o dolores, y que además producía olvido, como las aguas del Leteo.
(rae)