levantarse bañera un kilo de sal una hora sudar secarse lavarse el cuerpo lavarse el pelo salir la casa está hecha una mierda anudar la basura meter las botellas en una bolsa del garaje a aparcar en los contenedores hacer desaparecer los restos de la noche de anoche y caminar otra hora no hay nadie por la calle no me cruzo con nadie nunca me cruzo con nadie a veces con algún barrendero alguien sacando los perros una pareja mayor lunes miércoles y viernes todo el que va a trabajar lo hace en coche romper a sudar pasar por el chino comprar cocacola comprar pan seguir andando hasta el coche llegar al trabajo cambiarme encender el ordenador fichar empezar a pensar en desayunar mientras me seco el sudor de la frente con la mano y me olvido de todo y lo demás y empiezo
José Hierro. Tierra sin nosotros.
I. Enfrente
1.
ENTONCES
Cuando se hallaba el mundo a punto
de que el prodigio sucediese.
Cuando las horas esperaban
que unas manos las exprimiesen.
Cuando las ramas opulentas
daban su sombra a nuestras frentes.
Cuando en el mundo se morían
todos los tristes y los débiles.
Cuando el soñar, el sentir hondo,
cuando el beber ávidamente
la luz, la brisa, el agua, el aire,
eran primero que la muerte.
Cuando las tardes solitarias,
cuando los árboles más verdes,
cuando las conchas de colores
a nuestras madres sonrientes,
a nuestras novias de ojos grises
como la escama de los peces.
Cuando eran pena y alegría
nuestros amables timoneles
y no existía otro paisaje
que el que alzaba su luna enfrente:
mundo que abría cada día
sus lejanías, frutalmente.
(¿Eras así, tan sin palabras
primaverales que te expresen?
¿Tan de elementos terrenales:
arena, piedra, hierba, nieve?
¿Nombres de tiempos, de lugares
deshojados diariamente:
Piélagos, Hoces, Montes Claros,
octubre, enero, abril, noviembre?)
Yo no te pinto otros colores
que los colores que tú tienes.
¿Eras así, mi paraíso,
rumor del agua cuando llueve,
hacha que hiere la madera,
fuego que incendia la hoja verde?
Yo no me acuerdo ya de aquello.
Un día tuve que perderte.
Cuando se hallaba el mundo a punto
de que el prodigio sucediese.
Cuando tenía cada instante
un ritmo nuevo y diferente,
cada estación sus ubres llenas,
rebosantes de blanca leche…
alucinación planificada
Si no me dejas entrar
daré vueltas un rato,
iré de aquí para allá
luego iré a sentarme en las rocas
a lanzar piedras
a tomar cervezas
a escupir saliva
a aplastar la hierba
me quedaré allí
hasta que atardezca
hasta que el sueño me pueda y me pierda
hasta que abras la puerta
y pase
y me tumbe
y me duerma