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contexto

Si me dieran un euro por cada cara de bobazo que pongo en las fotos.

Nuevos juguetes prestados, ¡Reyes!

Al final lo importante eran los juicios a priori sobre todas las cosas, pero es una herramienta peligrosa. Lo importante, y lo desconcertante, es que la situación se impone pero el que la deglute eres tú. Así que si algo es bueno y si te dejas disfrutarlo todo ok. Si algo es malo pues lo es, si algo es bueno y no te dejas disfrutarlo pues es tan malo como lo malo. ¿Y si lo malo es bueno y lo que sucede es que no te estás dejando disfrutarlo?

Bueno, esa es otra historia más complicada de contar. Distinguirlo dejándose llevar no parece una buena cosa si tu cabeza gira sin control sobre un eje podrido.

El caso es que si algo te hace sentir bien pero tu cabezón te pone pegas (estás gordo, ese pelo, santo bob, ese pelo, la barba no te cierra, esa camiseta tiene el cuello demasiado dado de sí, tocas fatal, cantas mal (ahí no se mete, la verdad)) creo que se puede terminar infiriendo que deberías pensar un poco menos. La cosa es el contexto. La cosa es estar lejos del agujero negro en el que hasta el contexto es siempre barro. Eso no se consigue así como así. Se está ahí o no se está.

El contexto es tramposo, ya lo sé, ya, pero hay que despejar un punto sobre el que construir los cimientos de la cosa vida, ¿no? Si algo está bien y lo sientes bien, ¿por qué no mandar a paseo el cabezón? Ese es el tema, el temazo. El punto ese que despejar. Ese es el lugar desde el que levantar un imperio. Sobre lo demás siempre puedes hacer un montón de cosas que funcionarán o no para cambiar lo que no te gusta, pero lo principal es que estás tocando tierra. En ese punto. En ese en concreto.

Amos, que me he pasado la tarde tocando y ha sido de puta madre. Las fotos no me gustan, ¿pero quién está a gusto con eso a estas alturas?

dónde estabas

(el poema original al final del audio)

tempo

252

acordes guitarra

a G D (estrofa)
F G (estribillo

letra

dime dónde estabas
cuando te fui a ver
no había nadie en la puerta
nadie al que conocer

no te vi sentada en la calle
nadie me habló de ti
estaba tu olor a medias
pero ausente de ti

el mundo ha cambiado, han pasado más de veinte años
pero todo es lo mismo menos tú
el mundo ha cambiado poco aunque han pasado más de veinte años
todo es lo mismo menos tú

dime dónde has estado
qué ha sido de ti
recuerdas algo de lo que hablamos
algo que añadir

está lo otro y está entretanto
hemos girado sueltos sin control
está lo otro y lo que hablamos
un tanto ausente de ti

el mundo ha cambiado, han pasado más de veinte años
pero todo es lo mismo menos tú
el mundo ha cambiado poco aunque han pasado más de veinte años
todo es lo mismo menos tú

dime dónde estabas
cuando por fin te fui a ver
no había nadie en la puerta
nadie ya al que conocer

me temo

El problema de escribir una novela es mirar lejos. El problema es, literalmente, no ser capaz de dejar de mirar más lejos. Una novela es una prueba de resistencia. Me gustaría ser capaz de hacer algo como eso. O quizá tener un don, dejar de pensar, limitarme a escribir. Dejar de pensar en qué cuando sólo hay un ahora como una escalera mecánica que siempre sigue subiendo. El ahora es siempre ahora, pero se desplaza hacia delante. Una cinta de esas de los aeropuertos, tú no caminas pero siempre estás un poco más adelante que antes. El problema de escribir una novela es saber detenerse ahí, saber mantenerse ahí, avanzar sin avanzar. Dejar que la cosa transcurra y cuidar los detalles sobre cómo lo hace. No importa cómo termina una novela si es buena. No importa ni media mierda.

Estoy harto de leer, quizá eso también es un poco un problema. Estoy harto de ver los andamios. El problema es que ya veo tanto los andamios que ni puedo escribir ni puedo leer en condiciones. La lectura es un asunto de confianza. Tienes que confiar en que dedicarle el tiempo suficiente al texto que tienes delante va a merecer la pena. Tienes que dejarte llevar. A menudo es una mala apuesta. Muy a menudo es una pérdida de tiempo horrenda.

Sufrir eso como lector podría decantar algo las decisiones como escritor, pero últimamente no estoy demasiado convencido de eso. La lectura no es importante, la escritura tampoco lo es, no hay que hacer ninguna de ellas por nada en concreto. Es, simplemente, algo que podría disfrutar un montón. Pero para eso tengo que coger la cinta y dejarme deslizar sobre ella. La historia no importa, los personajes no importan, el contexto no importa. Lo que importa es por qué sucede lo que sucede, dejar ahí tirado ese hilo para el que lo quiera recoger. Eso te hace ser honesto (para hacer eso tienes que ser honesto de un modo muy especial). Con todo lo que se involucra. Pero no sé si soy capaz de vencer la angustia que siento cuando empiezo a escribir debido un poco a todo esto, a no saber dejar de mirar lejos, a olvidar el detalle justo por eso. A sentir que no estoy apostando bien cuando lo hago por mí.

Y es una pena. Mecánicamente disfruto mucho escribiendo, adoro el teclado y cómo los dedos hacen lo que deben. Mentalmente más o menos también. Pero lo otro, lo de la angustia… es un plato jodido de tragar. Y como la escritura no es importante normalmente gana el no hacerlo. El no sufrir gratis. No quiero añadir más mierda a la mierda global.

Se pueden copiar estructuras, andamiajes, y entonces escribir es un ir rellenando huecos, más o menos, más más que menos. Pero eso es más o menos basura si lo piensas un poco. Así que qué. Pues nada. Me siento triste por ello, pero hoy por hoy no hay mucho que pueda hacer al respecto. No sé si el mundo se está perdiendo un novelista excepcional, aunque creo que en absoluto, pero al menos me estoy ahorrando unos cuantos malos tragos. Si no va de eso, no sé de qué va todo esto de estar vivo.

No sé. Sólo quería decir eso.

(Suspira resignado y cierra el editor).