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problemas grandes y pequeños

Un tipo enorme en una terraza, con unas espaldas enormes sobre el tapiz de rascacielos, tiene preocupaciones enormes, agita los hielos de un vaso en su mano derecha medio lleno de algo ocre, mueve levemente la cabeza a los lados. Se lleva la mano a la barbilla.

El tipo está en una película que estoy viendo. Su vida acaba de irse al garete por una cosa seria. Ese tipo tiene grandes preocupaciones.

Las mías no lo son. Son preocupaciones pequeñas, mundanas, cotidianas. Es difícil convivir con ellas, precisamente porque no son grandes. Es difícil convivir con ellas porque uno no se puede sentir grandioso a su lado, no al lado de unas preocupaciones tan modestas, no al lado de algo tan poca cosa. No son resultonas. No te hacen quedar bien.

No puedes ir a un bar a contarlo diciendo que las afrontas con valentía. Ese tipo de preocupaciones no requieren valor. A lo sumo requieren unas zapatillas de andar por casa, una toalla o un albornoz o un cepillo de dientes o algo parecido. Algo así de entrañable. No puedes sentirte orgulloso de eso. No puedes usar ese orgullo para seguir adelante.

Pequeñas preocupaciones discretas. Con dientes de leche, de gato. Cuando a un gato le salen los dientes vete lejos. Déjaselo a tu vecino o a tu madre hasta que le salgan los definitivos. Son como agujas diminutas y jodidas. Agujas diminutas. Así son las pequeñas preocupaciones. No puedes sentirte orgulloso de afrontarlas correctamente (como tampoco de ser capaz de convivir con un gatito protagonista de cientos de vídeos de youtube emocionalmente disfuncionales) y encima son punzantes e insidiosas. Un buen cuadro mal pintado.

Miro a ese tipo en la terraza con la vida deshecha, orgulloso de sus problemones con un bourbon en un vaso, triste pero enamorado de sí mismo, jodido pero contento, y creo que no me lo creo. Creo que la gente hace cosas estúpidas en ese momento. Machacar cosas compulsivamente, comer pipas, dar vueltas a la manzana, comerse las uñas hasta notar el sabor a sangre en la boca. Algo así. Creo que en una situación así no te sirves tranquilamente hielo en un vaso, bourbon, te pones un suéter adecuado y pintón que marque detalladamente todos los músculos de tu espalda, sales a la terraza con Manhattan de fondo, te agarras la barbilla pensativamente y miras atardecer. No. Creo que ni siquiera estando muy orgulloso de tus problemas. Ni siquiera al lado de unos problemas verdaderamente importantes. Unos problemas que te hagan sentir un tipo grande, enorme, planetario. Un Atlas sobre el que descansa el destino de la humanidad entera. Del universo entero. Incluso de las dimensiones que demostramos pero no percibimos. De todo. Ni siquiera en ese caso.

Mis pequeños problemas (despistes, pasta, llamadas no hechas, visitas no realizadas, llamadas no cogidas, visitas postergadas sistemáticamente, llamadas postergadas sistemáticamente…) y yo solemos llevarnos bastante bien. A mí me gusta leer y ellos no hacen mucho ruido, o lo hacen al fondo, en voz baja, hablando casi para sí mismos. No son algo para sentirse especialmente orgulloso, no señor. Pero creo que con éstos tengo bastante. Además, un sólo centímetro cúbico de bourbon me hace vomitar, tendrían que hacer los suéter pintones de goma elástica para poder meterme en uno, la altura de los bloques en está zona está restringida a cuatro alturas por el aeropuerto de Barajas y nunca encuentro un vaso limpio. Ni tengo hielo en el congelador. Siempre se me olvida llenar el cacharro. Y fregar los vasos.

Mejor así entonces. Me quedo con estos. A lo mejor un día cualquiera voy y los arreglo.