# perdiendo.org/museodemetralla

entraron en mi cabeza (201) | libros (20) | me lo llevo puesto (7) | pelis (2) | Renta básica (9) | series (6) | escasez (2) | frikeando (94) | arduino (1) | autoreferencial (11) | bici (1) | esperanto (4) | eve online (3) | git (2) | GNU/linux (4) | markdown (7) | nexus7 (2) | python (7) | raspberry pi (3) | vim (1) | wordpress (1) | zatchtronics (3) | hago (755) | canciones (156) | borradores (7) | cover (42) | el extremo inútil de la escoba (2) | elec (1) | GRACO (2) | guitarlele (11) | ruiditos (11) | Solenoide (1) | fotos (37) | nanowrimo (3) | novela (26) | criaturas del pantano (5) | el año que no follamos (12) | huim (5) | rehab (4) | poemas (353) | Anclajes (15) | andando (3) | B.A.R (7) | Canción de cuna para un borracho (38) | Cercos vacíos (37) | Cien puentes en la cabeza (7) | Conejo azul (6) | Contenido del juego (5) | De tiendas (3) | del pantano (3) | Destrozos (2) | Epilogo (4) | Fuegos de artificio (5) | Imposible rescate (15) | Jugando a rojo (7) | Libro del desencuentro (2) | Lo que sé de Marte (11) | Los cuentos (21) | Montaje del juego (5) | Orden de salida (4) | palitos (31) | Piernas abiertas (7) | Poemas medianos (12) | Privado de sueño (7) | rasguemas (5) | Tanto para nada (17) | Todo a 100 (2) | Uno (4) | relatos (96) | anatemas (9) | orbital (2) | prompts (8) | vindicaciones (103) | perdiendo (1.701) | atranques (1) |

dando vueltas

He visto tipos, duros como el acero, partidos por la mitad por una racha de viento.

He visto tipos tan flexibles que eran incapaces de tomar una sola decisión.

Te levanto del suelo y abrimos una cerveza. Tu te debates entre las ganas de reventarme a golpes y las ganas de abrazarme como nunca, y como no lo tienes claro no haces nada. Me miras con rabia, pero no me golpeas. Me miras con rabia, pero no puedes evitar darme la mano para que te levante.

Serán los muertos quienes enseñen a vivir a los vivos, porque yo estoy muerto, de un modo que ni comprendes ni comprenderás en mucho tiempo. De un modo inaprensible para ti de momento. He estado en muchos sitios. Mientras tu estabas en tu casa haciendo una vida y tomándote recreos conmigo leyendo a Baudelaire mientras nos emborrachábamos, yo andaba dando vueltas, pensando. Tengo mucho tiempo de ventaja sobre ti. Mientras tú tenías suerte yo estaba perdiendo, con N nunca dejé de perder a marchas forzadas, echando carretillas y carretillas de carbón en las calderas, huyendo hacia delante. Tengo sobredosis de dolor. Eso no sé si me convierte en indolente, quiero creer que no, pero seguro que sí en el tipo descreído que sobrevuela las cosas. Pero sí en el tipo que está tranquilo en medio del huracán. El tipo que no vale casi nunca para nada pero que cuando todo el mundo está confuso dirige a la gente a los botes. Y les pone salvavidas a todos y les mete chocolatinas en los bolsillos, para que no pierdan calorías en el momento preciso.

rabia y paz

Por diferentes ironías que no vienen ahora al caso, a los tres meses estaban viviendo juntos. La rabia ciega y la paz habían encontrado un lugar común en el que conocerse mejor, y lo llamaron su casa. A veces me invitaba la rabia ciega para tomar unas cervezas, porque aún era demasiado pronto para que comprendiera que la paz no lo iba a entender jamás. Tampoco le molestaba, simplemente no comprendía cómo agotábamos las cervezas de la nevera leyendo a Hierro o a Brines hasta que reventábamos y nos dormíamos en el suelo, o meando en el baño, o cogiendo una cerveza más de la cocina.

A veces me despertaba a tiempo para ver como ella miraba algo en el televisor, tomando un té. Y me preguntaba que pasaría por su cabeza. Alguna vez pude acercarme y saludar. Pero nunca encontré las preguntas. Las estuve buscando casi siempre. Nunca me pareció cabreada. Nunca pareció molestarle no entender. Asumía que la gente era como era. Ese es un conocimiento de grado supremo que facilita mucho la vida, la de uno y la de los que le rodean. Sólo cuando se ha conseguido metabolizarlo, claro. No sirve con conocerlo, con saberlo. Tiene que convertirse en parte del sujeto.

Cuando me acercaba me preguntaba qué tal. Se ofrecía a darme un ibuprofeno. Yo por aquel entonces aún no radicaba la fuente de tanta amabilidad, y me hacía sentir culpable por ser yo como era. Culpable por buscar estrellarme contra todo constantemente, viendo que existía una posibilidad de no tener que hacerlo. Siempre sonreía mientras yo la miraba alucinado y Toño roncaba en el lugar de turno en el que se hubiera desnucado. Yo aceptaba el ibuprofeno irremediablemente y lo empujaba hacia dentro con los restos de cerveza desperdigados sobre la mesa. Y me volvía a dormir.