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la victoria está sobrevalorada

El día en que adormezcamos para siempre a la gente feliz, habremos ganado la libertad de ser desgraciados (L.F. Celine).

El día que, el día qué. Los efluvios incoherentes del devenir siempre me dicen que, aunque estoy donde quiero estar, quizá no esté donde sea más conveniente estar. Diario de un arruinado feliz en su trabajo (¿?). Ruínas, rutinas, lumbalgias mentales. Ser delegado sindical es como ser cualquier otra cosa: está bien si no te lo crees demasiado. No hay nada que sea nada, todo es una nada incoherente que se desplaza por el espacio-tiempo y te lleva en medio, como la corriente. Pero al menos llegas a casa y te dices: hoy no ha estado mal el día. Aprendí algo. Hice cosas. No fue mal. Sigo manteniendo acerada la pluma. Sigo aquí en medio, contra todo pronóstico. Sigo en alguna parte igual que cualquier otra parte, pero esta me gusta.

Eso es más que suficiente. La victoria está sobrevalorada, por una simple cuestión de estadística no podemos ganar siempre. De hecho, el estado natural de las cosas es la derrota en un amplio porcentaje. A un tipo como yo le basta un empate para seguir viviendo. Mantenerle el pulso a la realidad. Ganar es de idiotas, de los que se piensan que. Al fin de cuentas todos somos perdedores, y perder es la forma coherente dentro de la incoherencia de las cosas.

El león que derrota al oponente no ha ganado nada, más que tiempo. Tarde o temprano, amigo mío, llegará la derrota en forma de expulsión del harén y lesiones irreversibles que no te permitirán cazar o, en el mejor de los casos, de una nueva y breve vida en solitario en plenas condiciones físicas mermadas por la edad. Bueno, llego a casa y me preparo una ensalada. Hoy por hoy, sigo manteniendo el harén, sigo con el cuerpo entero. Es un buen empate, buenas tablas. Tarde o temprano, tarde o temprano llegarán las cosas a decirme dónde estoy y a preguntarme qué voy a hacer a partir de ahora. No solemos ganar nunca nada, más que tiempo. Decía otro buen hombre:

«Los tugurios se llenan,
los vertederos se llenan,
los manicomios se llenan,
los hospitales se llenan,
las tumbas se llenan,
nada más se llena.»

Un buen y honrado hombre. No es en sí deprimente, lo juro. Y no lo es porque llego, me preparo la ensalada, me la como, escucho la radio, veo la tele, toco la guitarra, escribo un rato algunos poemas, tomo algunas cervezas, me recupero de la gripe, me tumbo en el sofá y me lleno de cansancio, le envío un mensaje a mi media mitad y me responde, me rumio un fin de semana atroz de cervezas hipostasiadas en casa, me siento libre, me siento en esta nada como pez en el agua, me siento en esta vida como pez en el agua, y todo está en calma.

Todo está bien.

Un empate es más que suficiente. Es mucho más que realista.

Estimula.

visita de Koldo®

Lo que queda después del combate.

Los pedos propios huelen bien, le decía a Koldo® esta noche. «Y los ajenos, depende de quién», me respondía. Pero Koldo® es un genio incomprendido, y de eso siempre deja constancia. Sólo somos dos borrachos cumplimentando el formulario de las últimas horas antes de que sea formalmente tarde. Hace mucho que no nos vemos. Me niego a pensarlo por ser una reflexión de última hora, pero bien parece que hace mucho tiempo que no veo a nadie. Es más bien mentira, creo yo. «Estás más joven que hace tres años, a veces la edad fisiológica no se corresponde con la edad biológica». Si no le conociera bien, hace años que conversaría con él sin olvidar una libreta y un bolígrafo al lado. A veces suelta cosas que no son de recibo olvidar. Casi siempre.

Después, cuando hay gente, Koldo® se mustia, se agosta, desaparece, se oculta en una esquina, en una actitud nerviosa de dedos rozando dedos y de diente sobre diente. Koldo® tiene complicado relacionarse, o lo hace o no lo hace, pero nunca a medias. Siempre lo tuvo fácil conmigo, pero es porque yo no hago más que preguntas aunque no suelo hacer preguntas. Supongo que el concordato que subyace es «quien bien me quiera que me entienda, y si no me da igual».

Después de muchas horas, todo quedó comprendido. Entonces nos separamos.

Koldo es la misma razón por la que yo odio la Tierra, en cuanto planeta, y a las cosas en general. He conocido mucha gente interesante en la vida, pero a ninguno de ellos Koldo® les pareció una excepción, salvo a Goyo (no podría ser de otra manera). Atrapados en un mundo de coches y trabajar rápido (que no bien) y de aparentar hacer y jugar a ser a nadie le cayó bien nunca un tipo que siempre es él mismo. Es una cosa más humana que divina que nosotros mismos juguemos a torpedearnos a nosotros mismos. Nuestros tejados están llenos de piedras. Koldo® es un genio en un mundo de tarados en el que me incluyo. En realidad es el único grande, el único verdadero. Todos los demás mentimos, y lo peor es que no nos damos cuenta porque nos mentimos también a nosotros mismos.

Por eso Koldo® les pone tan nerviosos. Una especie de Momo.

Después, con llamarle idiota podemos volver a nuestras casas, a dormir a gusto, pagados de nosotros mismos.

Por eso odio la Tierra, en cuanto planeta, y a las cosas en general.