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Umberto Eco. Baudolino.

baudolino, umberto eco

Baudolino.
Umberto Eco.
Editorial DEBOLSILLO.
© 2000 R.C.S. Libri S.p.A. -Milan, Bompiani.
© 2001 , de la edición en castellano para todo el mundo:
Editorial Lumen, S.A.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona.
© por la traducción Helena Lozano Miralles.
Ilustración de la portada: montaje sobre miniaturas medievales.
Impreso en Litografía Rosés, S.A.
Progrés, 54-60. Gavà (Barcelona).

Umberto Eco sigue jugando con la teoría de la realidad, el uso de los símbolos (el lenguaje y las representaciones físicas a través de los objetos), negociando las relaciones entre la verdad y la mentira. En la cabeza de los justos inocentes sólo la verdad es constituyente de realidad, pero esto sólo sucede en la cabeza de los justos inocentes. Ciertamente, mentira y verdad se confunden en el juego de las significaciones para dejar lo que es y lo que queda. Baudolino es una especie de mentiroso honrado que ve y comprueba que sus mentiras se convierten en realidad, y que cuando vive la realidad «real» (por reflejarlo de algún modo), todo se le desmorona.

La mentira (o el mito, no estrictamente la mentira) construye una Historia que no logra destruir más que el olvido, si llega. Por decirlo de algún modo, el mito tiene un componente de realidad que no se marchita. Sin embargo, la realidad patente (si es que eso significa algo) se deteriora en su suceder mismo. Una mentira piadosa, una mentira que la gente necesita, pronto se llena de realidad y se confunde con los hechos reales, si es que los hechos pueden significar algo más allá de las significaciones que se les adhieren. Por la propia condición humana en el devenir todo es mito.

La realidad del ser humano es la significación que le da a las hechos, a las cosas, a los sucesos. Los hechos son fríos, no dicen mucho sin las significaciones. Y los hechos una vez acontecidos desaparecen, quedan en la memoria, que no es un receptáculo imparcial ni sincero. En la novela, divertida, Eco pone en juego todos estos recursos para construir una historia que tampoco es… objetiva, en sí misma. Es una recreación de lo sido, y como todas, pierde objetividad nada más nacer y la sigue perdiendo según se genera; pero no importa, porque es parte de los personajes como los personajes mismos son parte de sí mismos.

Todo es mentira porque nada se parece a lo que fue, pero todo es cierto porque es el humus constitutivo de todo lo que hacemos y somos. En el filo de esta navaja se encuentra nuestra interpretación del mundo, que no es mentirosa pero tampoco es cierta, y tampoco tiene que ser ninguna de las dos para ser efectiva. Al igual que en el péndulo, Eco acaricia la idea de que las mentiras, como cualquier otro tipo de acción humana, al tener consecuencias impredecibles puede volver sobre el que la crea y modificar nuestra realidad. Así es, la mentira se inicia en un momento dado e inicia su curso con absoluta independencia del que la genera. En cualquier momento puede dar la vuelta e instalarse en nosotros con toda la realidad de la creencia.

Y es que la mentira, repito, como cualquier otra acción humana, crea un eje de ordenadas y abscisas sobre el que se encuadra la realidad como punto cero de referencia. Y cuando una mentira se transe de realidad y de creencia ya poco importa todo lo demás.

En el telar de las significaciones sólo hay piezas que se encajan en un momento dado y forman el humus del que todo se desenvuelve y donde todo transcurre. El tablero de juego, el eje de ordenadas y abscisas, el sentido del día a día.

Y es la misma manía de siempre, lo llamemos «realidad» o «Dios» o «Historia» o como queramos, nos pasamos la vida buscando ese punto cero que no puede existir. Y, es más, que si existe no podríamos ver jamás (y mejor que nadie lo vea, porque de ahí a la gerra santa…). Se me viene a la cabeza Novalis:

En todas partes buscamos lo incondicionado, y lo único que encontramos siempre son las cosas.

Y Boris Vian (La espuma de los días, negrita mía):

En la vida, lo esencial es formular juicios a priori sobre todas las cosas. En efecto, parece ser que las masas están equivocadas y que los individuos tienen siempre razón. Es menester guardarse de deducir de esto normas de conducta: no tienen por qué ser formuladas para ser observadas. En realidad, sólo existen dos cosas importantes: el amor, en todas sus formas, con mujeres hermosas, y la música de Nueva Orlenas o Duke Ellington. Todo lo demás debería desaparecer porque lo demás es feo, y toda la fuerza de las páginas de demostración que siguen proceden del hecho de que la historia es enteramente verdadera, ya que me la he inventado yo de cabo a rabo. Su realización material propiamente dicha consiste, en esencia, en una proyección de la realidad, en una atmósfera oblicua y recalentada, sobre un plano de referencia irregularmente ondulado y que presenta una distorsión. Como puede verse, es un procedimiento confesable donde los haya.

la renta básica se mueve

La Renta Básica tiene unos rasgos formales de laicidad, incondicionalidad y universalidad exactamente idénticos a los del sufragio universal democrático. Igual que ocurre con el voto, se tendría derecho a la Renta Básica por el sólo hecho de existir como ciudadano –o residente acreditado—, independientemente del sexo o de la etnia de pertenencia, del nivel de ingresos de que se disponga, de la propia opción sexual o de la confesión religiosa profesada. Los grandes combates por el sufragio universal y la democracia llevados a cabo en el siglo XIX y primer tercio del XX por las poblaciones trabajadoras –excluidas del mismo por el sufragio censitario defendido de consuno por conservadores y liberales en el siglo XIX— tuvieron ciertamente una buena dosis de instrumentalidad, ya que se deseaba la democracia para poder acceder, se creía, a otros objetivos (el socialismo, la justicia redistributiva, etc.). Pero la lucha por el sufragio universal fue mucho más que una lucha instrumental, porque a la universalidad y a la incondicionalidad del sufragio se les acabó asignando valor por sí mismas, fueran cualesquiera las consecuencias que los muy antidemocráticos liberales y conservadores decimonónicos manifestaban lastimeramente que traía consigo.

Yo creo que la lucha por una Renta Básica de ciudadanía podría llegar a desempeñar en lo venidero un papel parecido. Tiene, desde luego, un lado instrumental, ya que se defiende para acabar con la pobreza y para poner freno y bridas a las políticas neoliberales, es decir, para evitar que el grueso de la población mundial tenga que vivir en la pobreza, quedando a merced de la arbitrariedad de muy pocos ricos. Mas la Renta Básica puede convertirse en algo no instrumental, y su exigencia puede cristalizar en los movimientos sociales y en la opinión pública democrática como un punto irrenunciable de justicia y dignidad, con valor por sí mismo, fueren cualesquiera las consecuencias que los muy antidemocráticos neoliberales y neoconservadores del siglo XXI vociferen que trae consigo.

Una de las grandes fuerzas morales que puede llegar a suponer la defensa de la Renta Básica es que no solamente apunta a la evidencia de la terrible desigualdad del mundo contemporáneo, sino que apunta también a las menguas de libertad que trae consigo la gran desproporción de las rentas y de las riquezas. Igualdad y libertad no son dos objetivos a elegir independientemente uno del otro. Las grandes desigualdades sociales son un auténtico impedimento para la libertad de muchos millones de personas; y al revés, la falta de libertad de muchas personas, la necesidad cada vez más perentoria en que se hallan las poblaciones trabajadoras de pedir diariamente permiso a los ricos y a los muy ricos para poder subsistir en las condiciones dictadas por éstos, dispara a su vez el ulterior incremento de la desigualdad. Porque la pobreza, en efecto, no es sólo privación y carencia material, diferencia de rentas; es también dependencia del arbitrio o la codicia de otros, quiebra de la autoestima, aislamiento y compartimentación social de quien la padece. Quien cada vez tiene menos garantizada su existencia material, ve crecientemente menguada su libertad (en forma de “contratos de primer empleo”, precarización, temporalidad, “flexibilidad”, o puro desempleo sin cobertura alguna); y la creciente mengua de su libertad, redunda en el crecimiento de la desigualdad material (en forma de salarios reales descendentes, pensiones de jubilación inciertas, infraestructuras y servicios públicos o privatizados o pauperizados y… ¡beneficios financieros y granempresariales por las nubes!). Esta desigualdad material está llegando en el país más poderoso del planeta a extremos que son difíciles de justificar incluso para los más conformes con el status quo. Quizás hace falta recordar, como lo hacía el veterano profesor de la Universidad de Maryland, Gar Alperovitz, que en los Estados Unidos actualmente los 2,5 millones más ricos de la población tiene más del doble de ingresos que los 100 millones de estadounidenses con menos ingresos. Que es lo mismo que decir que ¡el 1% de la población más rica dobla los ingresos del 34% del estrato inferior! Una desigualdad tan acusada afecta a la libertad de la mayoría.

Con Philippe Van Parijs he tenido ocasión de conversar sobre lo que fue resumido perfectamente por él mismo en un texto de 1999: “La filosofía política nunca ha sido para mi un juego frívolo que solamente busca hacer distinciones sutiles que permitan lucirse, sino que se trata de una parte esencial de la urgente tarea de reflexionar sobre lo que debe hacerse para conseguir que nuestras sociedades y nuestro mundo sean menos injustos que ahora o simplemente eviten el desastre.” Este libro que escribieron originalmente en francés Yannick Vanderborght y Philippe Van Parijs y que ahora Paidós ofrece traducido al castellano será sin duda, al menos para quien se niegue a entender la filosofía política como “un juego frívolo que solamente busca hacer distinciones sutiles”, una utilísima herramienta para reflexionar, comprender y aquilatar la Renta Básica como programa de cambio social y político. Una propuesta desde luego destinada a contribuir a que este mundo “sea menos injusto”.

Pocos libros ofrecen tanto en tan pocas páginas.

(Fragmento del prólogo escrito por Daniel Raventós)

La renta básica. Una medida viable de lucha contra la pobreza.
Paidós, Barcelona, 2006.
Yannick Vanderborght y Philippe Van Parijs

pies en córdoba

En Córdoba la gente tiene pies, lo sé porque se les ven. Apunto que me maravilló dormir solo hasta que encontré a alguien con quien quería dormir, a partir de entonces fue insoportable. Aquí la gente anda demasiado deprisa como para que se les puedan ver los pies (típico comentario de alguien de aquí que sale, lo sé). En Córdoba por la noche es de noche. Eso constituye otra novedad, y hay zaguanes donde sentarse a ver languidecer el tiempo, fumando un cigarro y hablando de esto y aquello. Pregunto, ¿queremos ser algo por que no está mal o lo queremos para librarnos de esto, de estas prisas sin sentido? Me cuesta discernir la respuesta, seguramente porque estoy cansado. En Córdoba también lo estaba, pero tenía, tuve, el zaguán y la cama acompañado. Toda una diferencia, a todas luces.

Me estaba durmiendo en la silla pero no quería irme a la cama. Me gustaba más dormirme con las voces de fondo, con las horas languideciendo y las estrellas como techo. Seguramente algún hotel ofrece esto un poco más allá del precio básico. Pero seguramente no sea lo mismo. Los paletos de pueblo han dejado paso a una masa estúpida: los paletos de ciudad. Estuve tocando la guitarra, cuánto he perdido. Pero la música sigue siendo lo mismo. Es una de las cosas que se aprenden mirando, medio dormido, con el cuello dislocado, mientras la noche avanza y la gente habla tranquilamente, sentados.

Si lo que quiero es librarme de lo otro no voy por buen camino.