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la cabeza del jodido

Cuando despierta yo ya llevo un rato mirando. No sé el qué, sus brazos lánguidos y blancos, o la forma en la que encoge las piernas en posición casi fetal sobre las mías. O la sonrisa por estar a gusto durmiendo, o la fungible felicidad por mi hombro cómodo que recoge su mejilla. No tengo ni idea. Cuando despierta aparece la cara de no querer estar donde se está. Me la conozco. Tengo idea de esa cara. Me mira al mismo tiempo que recuerda la noche de anoche y va empezando a atar cabos. “Buenos días”, me sonríe, “parece que al final se liaron las cosas”. No te preocupes, no voy a decir nada, soy interesantemente discreto para todo, ahora. “Ya, me parece bien”. Duerme un rato más. “No, tengo que irme”.

Le preparo un café y unas tostadas mientras se ducha. Me quedo con ganas de freírle unos huevos, pero no sé si le gustan por la mañana.

“¿Dónde tienes las toallas limpias?”. En el segundo estante, dentro del armario azul. Se ha llevado toda la ropa al baño. Anoche la vi desnuda, pero anoche era anoche. Hoy ya es mañana y las cosas son diferentes. Aparece vestida y con una toalla en la cabeza. “Mmm, deberías plantearte comprar toallas nuevas”. Ya, casi no secan, pero no me preocupo mucho, la verdad. “La próxima vez que venga te traeré unas nuevas. La próxima vez que venga… a verte”. Claro. Pero no te preocupes, de verdad, tengo un don especial, en un par de semanas estarán igual que las otras. Es algo de la casa, supongo, o algo de la vida que llevo. “Eres un optimista declarado”. Por supuesto. Ven al salón, que se enfría el desayuno.

El suramericano borracho, la niña vestida de mujer, el conductor de autobús que siempre saluda al conductor del que llega y se sienta justo detrás de él, para darle la murga hablando de trabajo, siempre de trabajo, aunque él esté todavía en el tiempo precario de libertad que nos queda cuando estamos a punto de entrar a jodernos un rato trabajando. Siempre encuentro más o menos lo mismo en la parada. Todos tienen prisa, todos están nerviosos, todos tienen ganas de montarse y ponerse en camino. Todos, parece ser, temen no llegar. Como si no fuera cuestión de tiempo. Como si no fuéramos a llegar de todos modos, hagamos lo que hagamos. Trabajar no está mal, mientras no te pienses que es algo. Tengo una misma respuesta para todo, ya lo sé, pero es lo que pienso, no tengo por qué ser variado si estoy de acuerdo conmigo mismo en que todo, con sus matices, es más o menos lo mismo. Todos maldiciendo y hablando de horas, minutos y segundos. Como si horas, minutos y segundos lo fueran todo, como si no hiciera sol, o no corriera una suave brisa, o no hubiera niñas bonitas paseándose de un lado para otro. Ya sé, ya sé, ya sé que cuando estás jodido siempre llueve y sólo pasean feas, pero eso no tiene relevancia alguna más allá de la cabeza del jodido. Si está en tu mano cambiarlo, siente el sol, nota la brisa, mira a las niñas bonitas caminando como si todo estuviera exactamente donde debe estar.

“No me gustaría que esto…” No te preocupes, no ha quedado nada. Ha estado muy bien, pero siempre hemos sido amigos. La gente se equivoca, o acierta, no lo tengo muy claro. Los cuerpos se equivocan, o aciertan, eso lo tengo aún menos claro. Amigos es lo que vamos a seguir siendo. “¿Seguro que…?” Te lo aseguro, niña, te lo aseguro. Hay gente que piensa enfermizamente en la victoria, como si fuera el estado frecuente de las cosas. Sin embargo, a la gente como yo le basta un simple empate para seguir viviendo.