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desconfía de los que no encuentran palabras

No sé qué tiene el campus de la universidad que, nada más entrar allí, me recorren sensaciones confusas. Supongo que lo que tiene es que es el lugar donde mucha gente se mueve, hacen cosas, gente que tarde o temprano terminará engrosando las listas del paro o las de personal de empresas estúpidas. Pero ahora mismo aún no se sabe, ahora mismo todos ellos están vivos, llenos de posibilidades, y más o menos se comportan como seres vivos, hacen como si lo estuvieran, y eso compone un cuadro agradable de ver.

Hace bastante tiempo un profesor me dijo que desconfiase de los que decían no encontrar palabras para explicar algo, porque seguramente no tenían nada que contar ni que explicar. Tampoco es necesario, lo jodido es empeñarse en explicar. Hay mucha gente que no ha nacido para describirse de ningún modo, sino sólo para sentir. Claro, eso les lleva a grandes atolladeros, porque la gran verdad que se esconde tras las palabras del profesor es que el que no puede explicarte algo tampoco puede explicárselo a sí mismo. Y así van dándose golpes, y dándoselos a los que se encuentran en la onda expansiva.

Anoche salí con la gente del curro, ribeiros en la casa de Galicia y litros a mansalva en el Baiben. ¿Qué gané? Anoche nada, no tuvo nada que ver con la noche de Miguelón, ni siquiera con mi periplo del martes por las cercanías de la casa de Lorelay. Anoche simplemente estuve, pero eso siempre es importante, porque me enteré del recital de poesía al que voy a ir esta noche. Allí siempre suceden cosas, si no fuera suceden dentro. Mi viaje estomacal al fondo de mi cabeza. Miller: » Si estás intentando mejorar tu inteligencia, ¡desiste! No se puede mejorar la inteligencia. Mírate el corazón y las entrañas: el cerebro está en el corazón.» Entonces mi viaje estomacal al fondo del abdomen. Cada vez sintiéndome más equivocado, pero más vivo. Destrozando los conceptos, las ruinas personales que en las que me fui convirtiendo a base de duro y estúpido trabajo, los miedos infames que me volvieron blando, que me hacen aún blando. Rompiendo corazas.

Ayer hablaba con Solano en el messenger de por qué no quería ver a Lore, que es algo que dejé pendiente en la bitácora el miércoles. Es una pena no tener esa conversación a mano, guardada, para plantarla aquí, al menos mi parte. Pero todo sigue en mi cabeza, aunque quizá hoy esté en peores condiciones para adentrarme en ella. Lore ha hecho una amputación de bisturí, se ha cortado un miembro en un ambiente aséptico e higienizado. Reclamando, nada menos, la misma Vida al mismo tiempo. No puedo verla porque cada vez que lo hago me encuentro en ese mismo quirófano de aparente, forzada y fingida normalidad. Tomamos unas cervezas, hablamos de cosas que hacemos o que vamos a hacer, nos soltamos algunas verdades, pero contenidos. Y eso no es Vida, sino teatro. La Vida está por detrás, detrás de Lore y detrás de mí cuando nos vemos, pero lo que se puede ver es una conversación más o menos anodina, reacciones normales. Contención y, por lo mismo, vacío. Me gustaría hacer una gran fiesta con Lore, un puñetero big bang de risas y llantos y sexo y Vida, una gran fiesta de despedida en la que todo lo que tuviera que salir, el odio, el amor, la rabia, saliera para acompañarnos en el último día, bailando con nosotros, todos cogidos de la mano en la explosión consecuente. ¡Qué final para nueve años, qué arder Roma para hacer un nuevo comienzo de otra forma, sea la relación que sea la que quede después! No me sirve de nada ver a Lorelay como si ella fuera una piedra, que me vea como si yo fuera una piedra, mientras detrás de nuestros ojos todos los acompañantes bailan y les cerramos las puertas. Cojones, hemos estado nueve años juntos, puede intentar hacer de la ruptura una simple discontinuidad, ¡pero es una gran grieta, un cañón!, verlo como una discontinuidad es una simulación, un algoritmo, un invento que sólo produce nadas. ¡Verla a ella ahora es como tomar café con la lengua, el paladar y la pituitaria forrados de plástico! Un millón de sentimientos están esperando la invitación a la fiesta, ya vestidos, arreglados y sentados en el sofá, impacientes. Y mientras tanto ella y yo sacamos maniquíes de nosotros mismos y volvemos a cargar toda nuestra relación, lo que queda de ella, de máscaras. De imposturas. Yo debo contenerme porque ella se enfada, ensucio su ambiente aséptico, higienizado, con mi Vida, que son mis sentimientos. Y ella debe contenerse por lo mismo, y no porque, como me dijo Leti una vez, pensara que no tenía derecho a sentirse mal después de haber hecho ella lo que ha hecho. Ella mantiene el ambiente limpio por no hacerme daño, seguramente, y también por no hacerse daño a ella misma. No debemos olvidar que esta es una decisión racional, ¡y que cuando Lore habla de que no hay separación entre la cabeza y el pecho está asumiendo que la cabeza tiene que gobernar al pecho sin motines a bordo! Se enfadó cuando yo la llamé Kant, un día en el messenger, ¡y entonces yo no sabía ni siquiera por qué la llamaba Kant! Mi cerebro tardó semanas en darse cuenta de lo que mi corazón sabía desde el mismo principio, desde el primer lunes sin nosotros. Lore tiene a su corazón espantado dentro del pecho, pero no porque su corazón quiera volver a remozarse con el mío, sino porque seguramente no entiende esta fingida normalidad, está autoimpuesta normalidad. Nunca nada entre nosotros debió ser máscara, teatro, ¡y sin embargo llegó a serlo! Y ahora, después de romper lo ya roto, ¿qué hacemos? ¿Vamos a continuar el mismo juego estúpido que nos condujo a asesinarnos como ella y como yo? Nunca nada entre nosotros debió ser normal, ¡y no fue normal durante mucho tiempo!

¿Y ahora qué es? Cuando nos vemos yo me contengo porque no me deja entrar con ella en mi terreno, en la explosión de sentimientos (granada emocional, dice Solano), ¡pero ella misma se está conteniendo, y puedo verlo sin dificultad con mi percepción afilada por la ostia, percepción potente, meridiana! Alguna vez incluso me lo ha dicho, en algún despiste del control eficaz que mantiene sobre sí misma. NO, no en un despiste, sino en un en un arrebato de sinceridad, porque a ella, como a mí, le gustaría ser absolutamente sincera, ¡aunque no se da cuenta de que al mismo tiempo está llenando el campo de verjas, de vallas con espinos que marcan los lugares donde NO se debe entrar! Existen campos minados que pertenecen a la esfera de lo que tenemos que hacer, de lo que sentimos que tenemos que hacer. Mientras eso dure, mientras no aceptemos que lo que ha sucedido es como una tarde de lluvia, que sucede independientemente de lo que queramos o de lo que intentemos para evitarlo, no podremos tener una verdadera conversación, una conversación real. ¡Y no la tendremos mientras no se acaben los muros, los controles, tanto de una cabeza y un corazón como de la otra cabeza y el otro corazón! No puedo ir a su casa a ver una película (y de nuevo aquí el corazón se me adelantó en la comprensión a la cabeza, y no al revés. Es sencillo comprender que es mi cabeza la que quiere volver, no nos hagamos líos, con su colección de recuerdos y de añoranzas y de lugares comunes, mi corazón sólo quiere estar vivo, ¡sentirse vivo!), no puedo entrar por la puerta, darle dos besos, sentarme en el sofá, picar un par de palomitas y tomar una cerveza. Breve comentario al final. Despedida, metro, autobús y a la cama. ¡No es el momento para eso! Ese momento llegará, pero sólo si suceden otras cosas que ahora no están sucediendo. ¡Ahora tenemos un montón de invitados a los que atender, tenemos que ensuciarnos las comisuras de la boca con bilis y con risas, porque ahora mismo está ahí la Vida, la realidad, lo demás son imposturas de maniquíes, máscaras unas encima de otras componiendo un cuadro triste de absoluta falta de sinceridad mientras todo sucede por detrás, entre bambalinas! Cuando eso haya desaparecido podremos ver una película, o ir a un concierto, sin tener la sensación de que la marejada del fondo vive mientras nosotros fingimos.

Ella se contradice, y me cuenta un día que siempre fuimos sinceros el uno con el otro y otro día que jamás hablamos entre nosotros, ¡y las dos cosas son ciertas, exceptuando la partícula que las universaliza! ¡Qué gran fiesta, joder, si todo lo que tuviera que salir saliera de una maldita vez, si fueramos SINCEROS de verdad un último momento antes de doblar la esquina y cambiar de camino! ¡Qué gran momento! ¿Os lo imagináis? Lloraríamos, reiríamos, nos golpearíamos, nos partiríamos huesos y nos acariciaríamos. Lore, decía, ha practicado una amputación con un bisturí, pero no ha roto nada entre nosotros, seguimos exactamente en el mismo punto fingido, fingiendo. ¡No se da cuenta de que la amputación tendría que haberla hecho a bocados! ¡Tendría que haber puesto sus dientes en el cáncer dañino y haber saboreado el acre y apestoso humor acuoso que hubiera tenido que salir necesariamente de él! Pero el cáncer sigue ahí. El claro entre las nubes es que en realidad la fiesta es innecesaria desde el punto de vista del «Lorelay» y «Miguel». Jamás tendremos una amistad sincera sin ella, ni una buena relación de cualquier modo, ¡pero eso son cosas que sólo le afectan al nosotros, tome la forma que tome! Ella y yo seguiremos nuestro camino y olvidaremos esto, seguramente repitamos los mismos errores con otros, o quizá no, pero encontraremos la vida que sólo te da una gran ostia, estaremos salvados como ella y como yo. Quizá la Vida de Lele le lleve a darse cuenta, tarde o temprano, de que el quirófano es tan error como la misma relación llegó a ser, pero seguramente será tarde, el cáncer se habrá enquistado, se habrá hecho cuerpo en nuestros cuerpos, y si hacemos entonces la fiesta ya no lloraremos, ni reiremos muy fuerte, porque será parte de nosotros mismos, no habrá nada que sacar a bocados por mucho que tiremos, sin riesgo de mordernos el mismo brazo estúpidamente, porque ni así lograremos sacarlo. ¿Habrá menguado? No, habrá dejado de ser importante.

¡Y es todo mucho más sencillo! No es tan complicado, no estamos condenados a nada, a no entendernos o a no abrirnos, a no rompernos el pecho juntos haciendo cualquier cosa en cualquier momento, el corazón palpita de muchas formas. ¡Solamente tenemos que vivir esto, en vez de envolverlo en plástico y meterlo al congelador mientras nos damos dos besos y nos metemos educada y convenientemente en una cafetería, donde seguirá el juego de la nada sobre nosotros, ninguneados! ¿Qué tipo de vida es esa? ¿Qué tipo de vitalidad encierra eso? Cuando llega el bajón, lo tapamos, lo encerramos en el plástico del que salió y lo metemos en el congelador del que escapó. Eso es negarnos la misma vida, cambiarla por todo lo que se hace únicamente por no querer vivir lo que realmente está sucediendo, detrás, en ese momento.

En ese instante, eso es desvirtuar la realidad entera.

por tribunal

Ayer fue una tarde apática, de mezcolanza de recuerdos y de instantáneas cerebrales sobre Lore y sobre mí mismo, de búsqueda entre escrituras de hipotecas y llamadas absolutamente incoherentes en mi estado actual, casi catatónico, o mejor autista, imbuido dentro de mí. Lore y yo nos mandamos mensajes (lo reconozco, yo mandé el primero), y en uno de ellos me dijo que no estaba en su mejor momento. Tengo perfecta consciencia de que su bajón no tiene nada que ver conmigo, o con lo que tuvo conmigo, así que decidí ir a echarla una mano, aunque ella me comentó que no quería hablar de ello en ese momento, que ya hablaríamos (y eso siempre es enigmático, de doble forma; por un lado me quedé medio machacado con la idea de que Lore estuviera jodida por algo y ya no pudiera ni siquiera contármelo, eso reduce la amistad a una situación casi nula; por otra parte, el ya hablaremos es siempre enigmático de por sí, encierra una posible revelación destructiva o regeneradora). Y al salir del curro me fui andando a casa (porque soy una contradicción en mí mismo, podía haber cogido un bus justo enfrente del trabajo) y en Los Guerrilleros cogí el autobús a Madrid, después el Metro de la 10 a Tribunal. Aparecí allí, escupido por el túnel de metro. Me había montado en Plaza Castilla, que para mí siempre ha sido parte de Alcobendas, de lo propio, y había salido en el reino no de lo desconocido, sino de lo atractivo. Me quedé en la puerta, pero no llamé. No llamé porque Lele no quería hablar de ello y porque yo no quería verla. Es una historia larga, que ya resumiré en otra parte, o aquí mismo, si tengo ganas luego. Me metí en un bar, sin un duro en el bolsillo. Eso puede no ser un problema un sábado, pero desde luego sí lo es un martes. Estuve pidiendo una caña detrás de otra, esperando un momento que no llegaba. Estuve tentado de llamar a Lele para que me echara una mano, pero no me decidí, sería volver al mismo juego estúpido que no quiero en ningún caso. De repente se presentó la oportunidad, entró un grupo grande de gente, y con la misma sencillez, con la misma absoluta simplicidad yo salí por la puerta. Estaba en la calle, tenía dominados los cinco sentidos, estaba en el barrio de ella y no tenía ninguna necesidad de verla, es más, lo consideraba incluso insano (pero no por el daño, ya lo explicaré en otro momento) y no me costaba resistirme a las inclinaciones del pecho. Daba vueltas por Tribunal, pensando si tomarme más cervezas o irme a casa, dudando de otro golpe de suerte. Deambulando, sentándome en los bancos de por allí, mirando el cielo de un gris tabaco impoluto, fumando lentos cigarros, siempre sentado, observando la gente pasar, los coches moverse. Todos van a alguna parte, pero supongo que nunca van a ninguna, se limitan a trazar círculos con sus vidas, a rellenar los huecos, los pequeños vacíos, los vanos de sus pechos, siempre el mismo recorrido nervioso y patológico. Yo, sin embargo, no tenía necesidad de ir a ninguna parte. Podía haberme pasado allí la noche entera, viendo las calles vaciarse, si no hubiera sido porque alguien me saludó, un antiguo compañero de la facultad. Normalmente me hubiera limitado a saludarle, medio con desdén, pero últimamente las cosas van por otra parte, así que cuando empezó una conversación le seguí el juego, para ver a dónde conducía, para meterme dentro de su cabeza. Me ofrecó tomar algo algo, le contesté que estaba arruinado. Bueno, tronko, eso no importa. Y eso es casi como una plegaria bendita que te llega a los oídos, porque realmente no importa, y aunque esto sea la falsa ilusión de un día lo acepto, no más escapaditas esta noche. Fuimos a un lugar de ultradiseño de por allí (en contra de mis deseos) y pedimos un par de tercios de Calsberg (no había Mahou), y empezamos a hablar después de dos o tres, porque siempre es necesario romper el hielo de los años antes de hacer nada. Él me contó la historia de siempre, hacía tres años que había terminado la carrera y trabajaba en una tienda de ropa, jodido y confundido. Los estudiantes de filosofía siempre tienen la cabeza un tanto dañada, no son capaces de adaptarse a lo que las cosas traen, porque su cabeza está cien metros por encima de las cosas, cien mundos delante. Y no digo, en ningún momento, que eso sea bueno, o correcto, ni mucho menos cierto. Yo le conté lo de Lele (todo el mundo la conoce, siempre la tuve en la boca bastante más que en el corazón, al menos en las últimas épocas de convivencia, el resto del tiempo a partes iguales) y lo de mi situación, y aunque me dijo que era una putada no tener pelas, sentí un brillo en sus pupilas que me decía que estaba muy bien eso de vivir solo. Es todo un juego místico, al final, si no te cuidas, vivir sólo es como cualquier cosa, está lleno de lavadoras, de fregadas de salón y de cocina, pero eso podría parecerle maravilloso si se lo cuento, así que no lo hago. Dejemos que el tiempo enseñe la lección de mañana cuando llegue el momento. Pero bueno, un juego al fin y al cabo, porque yo también lo siento como infinitamente gozoso cuando le echo mística al asunto, y lo disfruto como un cabrón. La mística hace la vida interesante, es cuestión de encontrar el tipo de ensoñación que te satisface. El tipo de realidad en la que quieres convertir al mundo. Todo el mundo lo hace, lo que pasa es que muchos de ellos no tienen ni idea del control que pueden llegar a tener sobre cómo perciben el mundo. Muchos se atragantan con él, y no se dan cuenta de que la mano que se lo mete por el culo es su propia mano, deforme y equivocada. Yo mismo, en el último año, he ido percibiendo cómo la vida se vaciaba, cómo se iba volviendo uniforme y minúscula, llena de sitios y caras conocidas. Pero, sin embargo, al mismo tiempo, cada vez que se me presentaba una oportunidad de abrir las cosas la rechazaba. Cuántas veces he vuelto a ver a una persona importante en mi vida y he cruzado medio saludo nada más, o una conversación estúpida. Cuántas veces he dejado de ir a ver a gente conocida porque pensaba que aquello estaba más que vivido ya, que no habría nada digno de mención en aquello. La vida no se estaba cerrando, sino que yo mismo la estaba encerrando en una jaula dorada. Hablamos durante largo tiempo, bebimos muchas cervezas, pero yo no me sentía para nada borracho, sino más bien exultante, y cometí el error de intentar explicarle lo que tenía dentro, cometí el error de pensar que un compañero de filosofía podría entenderme perfectamente, sin darme cuenta de su propio horror putrefacto y estancado no me va a permitir nunca romper la coraza externa de resentimiento. Esa quemazón, ese desarraigo de uno mismo, esa negación de la vida y de sus posibilidades, puede acabar con cualquiera. Casi acabó conmigo, justo antes del Gran Estallido, del gran momento en el que todo reventó y ya no tenía sentido estar asustado, porque no había nada que perder. Se lo dije una vez a Lore: «preocúpate por ti, porque yo estoy acabado». ¿Son esas palabras de un ser vivo, o más bien de una mesa? En realidad de ambos, porque creo que inconscientemente me refería a que el Miguel acojonado, acobardado por las cosas y por la misma vida, el Miguel que se veía a sí mismo como una entidad carente completamente de posibilidades, estaba acabado. Ese Miguel me da asco ahora mismo, enfangado en estupideces como si fueran el mismo origen y sostén de la vida. Pero todo fue culpa del miedo, de mi propio empeño en cerrar las cosas para alcanzar una celda cómoda, segura, sin sobresaltos y, como no, por todo ello, absolutamente vacía, repleta de nadas que me ninguneaban constantemente y me robaban el alma, respeté las cervezas de mi vida anterior, pero se convirtieron en un catalizador de nadas, porque ya no había nada que estuviera revolucionando mi cerebro, y de ahí la medio depresión, de ahí la rabia, de ahí el dolor expresado en violencia. Necesitaba el sexo y la cerveza, porque eran lo único que me quedaba de un ser vivo atrapado en el tronco de un árbol muerto, seco, carboni
zado, fosilizado, de piedra bruta sobre la blanda carne del vivo, que sangraba, se hacía daño al intentar salir y no saber cómo. Luego Lore hizo lo que hizo y reventó el tronco seco, basado en la seguridad de una vida tonta con Lore (hay otras, pero no supe o supimos escoger bien), basado en su calor no tenía sentido sin ella. Y el Miguel vivo de dentro lo primero que hizo al sentirse libre fue llorar, porque tenía la sensación de haber perdido lo más hermoso que jamás había conocido y, es más, tenía la sensación de no haber sabido vivirlo. Y ahora sí que tenía la certeza de saber vivirlo, pero ahora ya era tarde, ya estaba todo acabado y sólo podía reprocharse no haber sabido, haber tomado una desviación equivocada. Pero todo sangra hasta que cicatriza, y con mis huellas y mis lecciones aprendidas retomé el pulso de los días y descubrí hasta que punto también había roto la misma vida con mi estupidez. Lo único bueno de esto es que la vida se puede recuperar, sin embargo a Lorelay no. Terminamos la última cerveza, nos echaron del bar. Él seguía diciéndome que todas estas verdades que me rondan la cabeza no son sino un intento de resignación ante el abandono de Lele, un intento de conformarme con lo que tengo y soy para olvidar lo que fui y tuve. Me dijo que tanto odio por lo pasado no es sino un escorzo para encerrarlo y que no duela, y en cierto modo puede tener razón, porque no hay nada cierto, pero lo únicamente verdadero es que esta forma de percibir el mundo me hace sentir bien, y ese, si no es el camino, al menos es la vera del camino. Nos despedimos, habíamos hablado largo sobre él, sobre mí. Y sin embargo todo podía haber quedado en un qué tal y un nos vemos, si no me ando listo. En cualquier caso nunca se sabe, también podía haber sido un infierno de conversación que hubiera tenido que soportar un rato. Volví a mi banco, allí sentado. El reloj me decía las cuatro de la mañana, pero no tenía prisa. Hacía un frío de cojones. No quedaban bares abiertos. Empecé a caminar para entrar en calor, y metido de lleno en la perspectiva y las cosas me dieron las ocho de la mañana. No voy a entrar en detalles, porque los pensamientos que me rondaron la cabeza son aún crisálidas; mientras paseaba cerca de su casa, cerca de donde vive. Tentado estuve de llamarla para desayunar juntos, pero no quería explicarle nada. Todavía no. Quizá cuando todo esté muerto de veras, todo este inmenso, orondo y asqueroso Miguel. Podría reconstruirme con ella, ahora mismo, pero sé que ella no está dispuesta, así que vuelve a ser como querer ser un mamut, no rompe nada. Me fui directamente a clase, cogí el bus a la facultad de Plaza Castilla. Más que a una conferencia del barroco, fui a una exposición de portadas de libros del barroco, mientras el tío nos contaba los entresijos de las relaciones humanas que estaban en medio de todo, configurando todo lo que se hizo. Una experiencia reveladora, en cualquier caso, o confirmadora. Después, en la cafetería, me encontré a Yeti, que ahora anda haciendo historia, y me invitó a un café. Me habló de la situación de la gente que termina la carrera, y me deprimió un poco. Llevé el tema a Miller, para no deprimirme del todo, y no estuvo mal. Luego cogí el tren, caminé, estoy hecho polvo, pero escribo esto. Al llegar me he encontrado todas las luces encendidas. Mi cabeza bulle al mismo tiempo con otras cosas, oscilando sobre ellas, intentando saborearlas, meterlas en mí o meterme yo en ellas. No pienso dormir ahora, ahora mismo me voy a buscar algo de realidad entre tanta información sensorial desordenada.

barroco

Me levanto a las siete de la mañana, me meto en la ducha. Hay mucho calor sobrante de la calefacción de anoche, así que parece verano mientras me meto en el chorro, que ha cambiado bastante en las últimas semanas, está lleno de otras cosas. Salgo y me preparo un café, no suelo comer por las mañanas. Voy a clase, Pensamiento Español, y toca el barroco, uno de mis temas preferidos. El barroco español es una época de descubrimiento o encumbramiento de la cultura sobre la naturaleza. No es que pretendan encumbrarla, sino que se dan cuenta de que nuestra segunda naturaleza (la cultura) en el ser humano está por encima de la primera. Me parece de una lucidez acojonante. En el camino de ida no paro de darle vueltas a Lorelay, como siempre que el Miguel que aún la ama por encima de todas las cosas lleva las riendas. Le doy vueltas con pena, pero sin dolor. Cuando no te dejan ninguna puerta abierta es difícil que el dolor dure, porque todo se ha transformado en imposible. Por eso estoy terminando harto de este Miguel que recuerda, mira fotografías y piensa que todo esto es el gran error, que es un problema que tenemos que solucionar juntos. No me hace la vida nada fácil, así que a acabar con él. No tengo un puñetero duro, ni uno, he comprado café, leche y tabaco para que no me falte de nada en lo que queda de mes. Y después de eso a cero, a confiar en la bonanza de los amigos, que subvencionen las cervezas del fin de semana.

Pero estoy terriblemente entero, aun dándole vueltas a Lorelay, aun sin pasta. No me preocupa la vida demasiado, tengo el curro, la facultad, las canciones y un montón de gente alrededor. Voy dando vueltas, mi cabeza no para, esta trabajándose el cerebro a base de bien, estoy creciendo. Escribo mucho, rehago la página de vez en cuando. A veces echo mucho de menos una buena conversación con Lele, o el sexo, o ir a un concierto con ella, pero es como añorar ser un mamut, descerrajaduras de planos paralelos que, al no tener sentido, no duran mucho y no rompen nada cuando pasan. Un nuevo orden se está imponiendo por la fuerza de los mismos días, a su paso. En ese nuevo orden hay muchas cosas distintas. Un nuevo orden excluyente de muchas cosas, la vida vino así y así hay que tomarla. Y así la tomo, con un poleo, escribiendo unos versos. Y ahora me piro al curro, donde más episodios están a punto de suceder. Os mantendré al día.