











Y sin embargo… se mueve.
| uno | canciones | poemas | relatos | fotos | vindicaciones |perdiendo | temporada XXII
Y sin embargo… se mueve.
Mitica, muy mítica la noche. Por la tarde le envié un mail a Francisco Rodríguez Criado porque trasteando por ahí me encontré con un texto suyo que, francamente, me partió en dos, chocolatinas. Me dio su permiso y ahí lo he puesto. Voy a hacer una sección con los textos que me vaya encontrando que me peguen duro.
Fuimos a los enemigos a tomar unas cervezas y comer bien. Llegué con Paloma y abrimos boca con un par de cervezas y un plato de patatas seis salsas mientras esperábamos a los demás. Todo iban a ser un par de cervezas, no más, y prontito a casa. Pero claro, a la hora de pagar sólo nos cobraron la última ronda, cosa siempre de agradecer, y ahí estábamos, con la cartera repleta y una sed tremenda. Nos fuimos al garito donde curra un antiguo novio de Mari Ángeles y a seguir desmontando la noche, demasiado entera. Paloma se retiró y a los que quedamos nos legó un trabajo redoblado. Echamos unos futbolines, donde quedó clara la habilidad de Iván y mi carácter esencialmente rebañador en tales actividades, y nos tomamos un par de cervezas. Hablamos mucho, Iván y Mari Ángeles contaron detalles escabrosos sobre sus comienzos que no pienso repetir aquí, porque no me pertenecen, y cuando más contaban más me divertía, más me sentía parte de ellos (también yo recordaba escabrosidades con Lele, pero eso no entra aquí esta noche, no vamos a ponernos tiernos). Risas por todas partes y fotografías (no puedo ponerlas todas porque peto el servidor, ya no tengo mucho sitio y esto lleva abierto un par de meses).
Recordamos los tiempos de las fiestas en casa. Mal jugado.
Después Javi esperó conmigo a que llegará el búho. Hablábamos de lo extraño que es que todo el mundo esté ahí después de los últimos tiempos, en los que mi obsesión por Lele (o lo que fuera, no quiero entrar en detalles) no me permitía quedar con nadie. Un año, dos después, vuelvo y todo el mundo está ahí. Joder, me entran unas ganas de romper a llorar horribles (voy a hacerlo, lo sé). TODO EL MUNDO ESTÁ AHÍ PESE A QUE YO NO HE HECHO MÁS QUE DAR LA ESPALDA, JODER. Le pregunté a Javí por qué. Me dijo:
Tú haces, sin hacer nada especial, que todos los momentos sean intensos.
Ostias con el gallego (el resto de la conversación con él no la reproduzco aquí porque no son asuntos de nadie).
Y aquí estoy, a las tres y media de la mañana. Preguntándome cosas. Sintiendo muchas otras. Embriagado de conversaciones, de mentes que se meten dentro de la mía (por fin lo permito) y hablan desde ahí. No me ha hecho falta emborracharme. Esta noche había otras cosas mucho más importantes. Gracias a todos, y a los dioses menores, que ríen entre bambolinas.
¿Y qué tal estoy yo? Pues eso.
¿Qué nos ha pasado, niña?
La verdad es que no tenía ninguna foto que poner hoy. Me dejé la cámara en casa. En la post-resaca del domingo, la tarde más jodida. Hoy no me he escapado, ha llamado Lele al fijo. No tiene pantalla. Me he sentido muy bien hablando con ella (y muy mal, por supuesto). Habríamos podido quedar, pero… no hace falta explicar nada. Ahora no sé cómo estoy, si bien o bien jodido. Lele, niña, ¿qué nos ha pasado? Sonaba la luz de las farolas de fuera, emitían un zumbido constante en mis oídos. Yo luego he llorado un ratazo, nada serio, me tendré que ir acostumbrando. Ya lo estoy. Dolor punzante. Dolor. Dolor por todas partes, bajas en posiciones terribles sobre las sillas, en el monitor, en mis pestañas, como el día de la Armada Invencible. Aunque parezca una estupidez… buah, da igual. No puedo explicar lo que sucede, ni aunque quiera. El caso es que si lo miras desde dentro ha sido una buena llamada. Qué sé yo. Yo en esto sólo puedo mirar. Todas las demás puertas se me cierran.
«Lele, niña, ¿qué nos ha pasado?», pregunté en un momento dado de la conversación. Ella sólo decía «no lo sé» todo el tiempo. No es necesaria más constatación. Otra vez el poema, sobre todo la parte final.
Y, sin embargo,
hubiera sido tan fácil hacer
callar a los que hablaban,
tan sencillo ensordecer
las mentiras que indolentes
trabaron,
tan simple acordar,
a sus espaldas,
un nuevo encuentro casual en
un momento cualquiera…
Pero llovía a cántaros,
palabras muertas y una despedida
definitiva.
Nosotros sólo
mirábamos.
Los que trababan las mentiras eramos nosotros mismos. Pero no sé qué nosotros. Cada vez tengo más la sensación de que en todo esto, todo ello incluído, no hemos sido más que espectadores. Joder.