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metafísica aplicada

«Quien, por un amor demasiado grande, lo que al fin y al cabo es monstruoso, muere de sufrimiento, renace para no conocer ni amor ni odio y disfrutar. Y ese disfrute de la vida, por haberse adquirido de forma innatural, es un veneno que tarde o temprano corrompe el mundo entero. Lo que nace más allá de los límites del sufrimiento humano actúa como un boomerang y provoca destrucción».

Henry Miller. Trópico de Capricornio.

(Ya sé, ya sé, sé que esta frase está en otros dos post más…)

y para variar el tono…

Que no es tan terrible.

Llegué y compuse dos canciones, así, del tirón. Me pegué un duchote y me comí macarrones (algo más pijo, eran «plumas») a la carbonara. Intenté hacer una filigrana como portada para la bitácora, no me salió (tiempo al tiempo, que ya aprendo).

No hay mejor sensación que estar debajo del chorro del agua caliente de la ducha, no hay nada más relajante que el olor multifrutal del champú de té verde, el jabón de manzanas silvestres, el desodorante de pera de agua y la colonia de jazmín. Vamos, que la pituitaria se hace un nudo con los pelillos de los veintibastantes porque no puede afrontar el kaos olfativo.

¿Mis planes? Bien sencillos.

Bien comido y bien aromatizado, a tumbarse en el palomar, pillar el libro (con un boli y un papel, que siempre viene algún poema o alguna estrofa), leer hasta que se caigan los ojillos.

Un buen pedo, fuerte y embriagador, siempre pone un punto.

Estirar la pierna todo lo largo que es uno, sacarla por el borde del palomar, y balancearla

adelante y atrás, adelante y atrás… hipnótico….

que es que a veces soy de un exagerao… cómo me gusta dramatizar.

tengo los brazos agarrotados de abrazar el aire frente a mí

Y ese tipo de frases se me van ocurriendo. Al final no viene mal, porque no deja de ser bueno para las letras de las canciones. Cuanto más pienso en ello, más fácil me resulta después enfrentarme con el folio en blanco y una melodía. Le das vueltas a cómo quieres contar las cosas. La realidad, ya lo he dicho antes, es una cosa dura y con aristas. Siempre prefiero dulcificarla un pelín, no deja de ser igualmente jodida, pero al menos parece tierna, o bonita.

No hago nada. Trasnocho, me tumbo frente al televisor o frente a un best-seller de mierda y vegeto hasta las seis de la mañana. No tengo ganas de meterme en el ordenador a escribir algo, no tengo ganas de componer.

Me levanto tarde. Hay algo muerto en mi cocina (algún tipo de pez, en su día), el baño es zona cero por derecho propio, el salón y el dormitorio están recién enmoquetados. El día que meta ahí la fregona bajaré el suelo cuatro o cinco centímetros.

No llevo el ordenador de zentuario. Tengo únicamente dos o tres minutos libres por las mañanas, y son completamente productivos. Esbozo una canción nueva, o escribo algo.

Siempre me pregunto por qué no me duermo a primera hora y me levanto temprano, viendo que ahora son las mañanas las productivas.

La noche es un asco. Una mierda, en suma. Vegetar con el nudo en el estómago, noqueado, recordando (a veces…). Si cojo la guitarra no suena. Si escribo no tengo nada que decir.

Qué diferencia con las mañanas.

Al final, dentro de algún tiempo, no me quedará otra que recurrir al cocktail de somníferos. Espero que no.

Tengo los brazos agarrotados.