Y ese tipo de frases se me van ocurriendo. Al final no viene mal, porque no deja de ser bueno para las letras de las canciones. Cuanto más pienso en ello, más fácil me resulta después enfrentarme con el folio en blanco y una melodía. Le das vueltas a cómo quieres contar las cosas. La realidad, ya lo he dicho antes, es una cosa dura y con aristas. Siempre prefiero dulcificarla un pelín, no deja de ser igualmente jodida, pero al menos parece tierna, o bonita.
No hago nada. Trasnocho, me tumbo frente al televisor o frente a un best-seller de mierda y vegeto hasta las seis de la mañana. No tengo ganas de meterme en el ordenador a escribir algo, no tengo ganas de componer.
Me levanto tarde. Hay algo muerto en mi cocina (algún tipo de pez, en su día), el baño es zona cero por derecho propio, el salón y el dormitorio están recién enmoquetados. El día que meta ahí la fregona bajaré el suelo cuatro o cinco centímetros.
No llevo el ordenador de zentuario. Tengo únicamente dos o tres minutos libres por las mañanas, y son completamente productivos. Esbozo una canción nueva, o escribo algo.
Siempre me pregunto por qué no me duermo a primera hora y me levanto temprano, viendo que ahora son las mañanas las productivas.
La noche es un asco. Una mierda, en suma. Vegetar con el nudo en el estómago, noqueado, recordando (a veces…). Si cojo la guitarra no suena. Si escribo no tengo nada que decir.
Qué diferencia con las mañanas.
Al final, dentro de algún tiempo, no me quedará otra que recurrir al cocktail de somníferos. Espero que no.
Tengo los brazos agarrotados.