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tratante de enanos

Enano 1 trocea un limón con las manos. Regularmente se chupa los dedos y se provoca un leve espasmo gnoseológico. Está preparando pollo al limón. No ha comprado pollo, así que intenta un limón al limón.

Retuerce trozos amarillos y le añade pimienta, tomillo, orégano, hiervas provenzales. Con una cucharilla prueba la mezcla de limón al limón.

-Hmmm, ¡qué rico!

Enano 2 (más conocido por «dos», a secas) entra por la puerta. Suenan aplausos y risas de bote. Se quita el sombrero de enano deshollinador y coge una enanocerveza de la nevera.

– Hola, cariño, ¿qué tal el día hoy?
– No me hables, escoria. No me hables. No te perdono.
– ¿A qué te refieres?
– Me refiero a todo.
– Como no seas más explícito…
– ¡No me jodas con tus pseudofilosofías, no quiero ser explícito!
– Yo no quiero ser enano.

Se escucha un tremendo «ohhhhhh» de bote. Enano 1 y Dos se abrazan y miran a donde debería estar el techo. Sólo hay focos, y ambos se quedan ciegos. Dan tumbos, rompen algunos cacharros, se lesionan las enanoespinillas, se magullan las caderas. Al final, cansados, se sientan.

– ¿Qué hay para cenar?
– Limón al limón.
– Hmmmmm, ¡qué rico!

Se apagan las luces, empiezan a tronar los aplausos (de bote). Títulos de crédito. Avance del próximo capítulo. Publicidad de la enanocerveza.

lo importante

Ando despistado. Me centro en el trabajo. Dentro del horario laboral todo es vesánicamente cuerdo. Una cordura pactada, una cordura circular basada en una definición y un acuerdo, pero cordura al fin y al cabo.

Luego, después, salgo. La diatriba de un hombre solo es saber que tú pactas las normas con tus yos esquizofrénicos y mal avenidos. Dentro sabes lo que importa. Fuera tienes que sentar lo que importa. Es necesario tener autodisciplina, aunque yo no la tengo. Es necesario tener constancia, o eso creo. Pero no la tengo. Es lo más semejante al kaos que conozco. Cada día se escribe el derecho penal de mis situaciones, la constitución y el estatuto de los trabajadores. No tengo persistencia, así que me paso el día en duras negociaciones conmigo mismo sobre qué es lo importante.

Hay migueles que aún viven en otras épocas, y disienten. Otros son más realistas, pero no son muy coherentes. Otros piensan que tocar la guitarra y escribir y tomar cerveza bajo el sol de la tarde es lo mejor, y aunque normalmente me siento más cercano a estos últimos no siempre es posible. No siempre es posible porque no lo es. Sencillo.

Negocio. Me deprimo. Estoy aquí, es posible que sí, y quizá hoy he alcanzado un acuerdo: limpiar (por ejemplo) y limpio. Me siento bien. Todo brilla y huele bien. Pero mañana no lo sé, quizá no llegué a ninguna parte y me tumbe en el sofá, cansado, tristón, pensando «qué pérdida de tiempo», o quizá esté en un garito de juerga y esté pensando lo mismo, o quizá leyendo, o escribiendo, o haciendo fotos a las caras que no conozco, y quizá en todos los casos siga pensando lo mismo.

Uno tenía un sistema de creencias firme, en su día, con todo subordinado a un único punto central y regio. Pero después el kaos destrozó todo ese orden y éste dejó de ser superior para convertirse en un pacto abierto. El pacto abierto tiene la ventaja de ser dúctil, y la desventaja de estar en constante movimiento. No siempre hay fuerzas para aguantar el movimiento.

Me pregunto si será así en todos los casos, si todos estamos en el mismo punto, o en alguno semejante. No me extraña en absoluto que haya tanta gente que termine abrazando cualquier sandez con la condición de que le conceda una importancia determinada a un estado de cosas. No me extraña, de verdad, es mucho más sencillo así.

Ayer estuve en las hogueras. Tomando cerveciñas y calimotxo, tocando la guitarra. Nano puso la percusión. Tocamos para unos tipos que bailaban algo dolorosamente gimnástico. Fue bueno. Estuvo muy bien. Es evidente que sí. Pasaron muchas cosas, pero quién sabe qué fue lo importante.

El lunes es su cumpleaños.