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vacaciones

La locura en un carcaj, flechas de veneno que tumbo en un arco que son mis brazos mientras agujeros y retazos y estaciones de metro. Estoy feliz, razonablemente, pero nunca he sido un tipo especialmente entusiasta. Estoy feliz y vivo, está bien, lo sé, está como es debido, está todo en su sitio o en alguno parecido, semejante, similar, como si no hubiera problema o los problemas no fueran nada en absoluto o como si el día y la noche se sucedieran de forma natural y con sentido.

Tengo pies. Camino. Me hiero uno con una valla de obra del ayuntamiento, porque soy un despiste. O dos. Estuve tumbado en un árbol. Ahora no me tumbo en ninguno. Ahora me limito a imaginarlo porque no tengo ganas. Fuerzas sí. No tengo problema en ese sentido. Ganas no. En ese sentido sí.

Me voy, me piro. Lo llaman vacaciones, yo lo llamo autoexilio. No sé si puede uno exiliarse de sí mismo, deshauciarse de su propia vida, pero voy a cambiarme la cara por otra. Voy a redibujarme, que me desdibujo viviendo. No quiero restaurarme. No tiene sentido. Voy a cambiar mi cara por otra y las horas, que todas hieren y la última mata, por otras horas. Otro modelo. Formulario desconocido.

Me cuesta hacer la maleta, como si me estuviera despidiendo de algo. Haré una mochila, es menos serio. No perder de vista la estética, en ninguna de sus formas. Voy a despedirme de la familia, les llamaré a menudo. No me voy para mucho tiempo.

Y una vez allí donde voy abriré las puertas. A ver qué veo. A ver qué asoma. A ver qué encuentro.

carcaj

Bien, hace mucho que no hago esto, y además no tengo tiempo. El puto conejo blanco de Alicia es lo que soy. Goyete viene desde Berlín a compartir abrazos y tragos y un taxi le acerca desde Atocha hasta mi infierno personal, hoy menos sucio porque he limpiado. Después tengo tengo tengo tengo tengo que ver a N. porque me fastidia no ver su sonrisa cuando ando un poco perdido. Ella sabe mirarme y hacer desaparecer mis extrañeces, extrañezas, da igual.

A veces, sólo a veces limpieza de la casa = limpieza mental, hoy buen día para ello. He limpiado las ventanas por primera vez en cinco años. Después, al ver mi salón, parecía un rincón arbolado y centrado en un estanque (el acuario). Cosas de dejar entrar la luz.

Ahora espero. Tengo algunos agujeros más, pero no sé dónde, de momento les voy sintiendo solamente. Más adelante tomarán la palabra, con un 170 % de probabilidad estafística.

Más o menos tonto, muy pobre, descripción parasimpática.

Nunca se deja de perder, de uno u otro modo.

Cuando venga la muerte, que no me pille vivo.

Le diría un par de cositas al oído.

no tengo boca

Icástico, natural, sin ambages. Como las horas que prescindo y que sonríen sin volver luego. Como las situaciones, los días, estaciones de metro que son agujeros que te llevan a otros agujeros a través de un túnel. El túnel puedes ser tú, o tu propio cuerpo, o el destino en general, plagado de noches y aves de mal agüero.

Jalones de existencia recogiendo el aire que respiro en el pulmón, satinado de nicotina y alquitrán. Jalones que son partes de un todo que corté con un jamonero para preparar un buen aperitivo de algo que nunca llegó. O que no deja de llegar nunca, según se mire. Si la vida es transcurso: no transcurre mal. Si la vida es destino no parece que lleve a ningún sitio concreto. Mucho menos definitivo.

Aguardo las horas en este agujero de metro en el que espero a que pase el tren. El tren me llevará a otro agujero en el que quizá estés tú o quizá otros. Me divertiré viendo como las caras me recuerdan a caras que no volveré a ver jamás, o que veo constantemente como si no estuvieran. Jalones de una existencia imposible de recomponer.

Un árbol muerto no es un árbol, es un muerto. Jalones en el aire no son propiamente una existencia, son piezas inconexas de algo que quizá algún día fuera un todo inteligible. Ahora ya no.

Jalones, agujeros, caras.

Me levanto a las nueve de la mañana aún cansado y me arrastro a la ducha, donde me empeño con el jabón. Me he levantado tarde y mal, con prisas, medio adormilado debajo del chorro de agua que recoje la suciedad por el desagüe y se la lleva a un lugar en el que existe igualmente pero que, a efectos prácticos, existe de tal modo como si no lo hiciera en absoluto. Un lugar ignoto en el que la existencia se diluye tanto que se asemeja a la nada.

Las diferencias se reducen en los extremos, se liman. En los extremos los opuestos se igualan.

Porque el último extremo es el absoluto, que no entiende de cosas, sino de todo. El absoluto no entiende de diferencias, entiende de sí mismo, ergo a cápite ad cálcem es en sí mismo.

Lo demás son estadios previos, realizaciones parciales, locuciones temporales.

Pronominales mientras compro cerveza en el garito de la sudamericana de doscientos kilos que siempre me los vende amablemente. Me los mete en una bolsa de plástico y añade: esta no se va a romper. Yo siempre digo lo mismo: vivo aquí cerca. El sueño de mi vida no lo tengo claro, pero el sueño del día hoy es preciso: dormir. Escribir un rato, sacar fuera. Las cervezas son como las horas en la vida, vulnérant omnes, última nécat.

Todas hieren. No es algo negativo en sí, ni me siento hoy especialmente pesimista. Sólo quiero decir que todas dejan surcos en el cerebro de los que nace algo. Bueno, malo… depende, pero algo. La última mata y me lleva mecido a la cama. Absorto. Herido de nuevo y en paz con algo que yo llamo yo mismo, aunque no tenga ni idea de lo que hablo. Casi nunca tengo idea de lo que hablo.

«Macushla», decía clint en el asunto aquél del millón de dólares. El término lo vi por primera vez en «El avátar», una novela de ciencia ficción que me impresionó en su momento, que no es ahora. Quiere decir algo así como «queridísima, amor mío», en gaélico. Una palabra preciosa. Un ideograma precioso, más bien.

«Queridísima, amor mío» en tu vida. Más túneles, evidentemente, más estaciones de metro, más jalones, pero qué diferente ahora con macushla en tu vida.

Un orujo de blanca en la no-comida, un café sólo. Me encantan los contrastes, café negro, orujo blanco. Ambos juntos, uno al lado del otro. Pago ambos. Consumo ambos. Están configurando el absoluto, se percibe claramente, al delimitar los extremos de los que éste se compone.

Todo lo demás tiene que estar forzosamente dentro, entre un café sólo y un orujo de blanca.

Lo bueno de conocer los extremos del absoluto es que dibujas el campo, el dominio, el lugar donde las cosas son y suceden. Todo lo que no está dentro no existe. Hoy por hoy, al menos. El absoluto no debería ser algo inmutable, eso está reservado para dios, y no existe. Si existió alguna vez hace tiempo que ya no. Un tipo de gran sentido del humor jugando a los dados. Bah, se ha cansado de la partida. No le merecía la pena.

Macushla merece la pena. Eso es difícil de sentir. Es difícil de vivir, es complicado. El lugar donde uno es. Sin restricciones. El lugar donde uno es frente al lugar donde las cosas suceden. El dominio del primero es mucho más limitado que el del segundo, aunque no olvido que el segundo comprende al primero.

El absoluto marca el todo, mascushla marca el tú. O, de otro modo, tú no eres tú en el absoluto, sino en un dominio restringido y precioso. Mascushla. Gaélico. Precioso.

En el absoluto existen las deyecciones, pero en privado. En la mal traída siempre esfera de lo íntimo. En mascushla existen tal cual. Mascushla: intimo, natural, sin ambages: icástico.

Condenados a tener eternamente sed mientras el agua se retira cuando te acercas, a tener hambre sin poder comer.

No tengo boca y debo gritar.