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nadie tranquilo

Los cuarenta estaban siendo los nuevos veinte. Nadie se estaba enterando de nada. Muchos de nosotros, narcotizados por los hijos, excentrados en ellos, iban de intento de dormir en intento de dormir pasando por esforzarse en encontrar un segundo libre para ellos mismos. Los demás, los que no habíamos entrado en la rueda temporal, seguíamos en el reflujo de la espiral luchando por encontrar un segundo de corriente débil para colarnos dentro. Tampoco tenemos demasiada idea de dónde queremos colarnos. Sentirnos identificados con algo, supongo, aunque sea una mierda. Porque los cuarenta son los nuevos veinte, de nuevo miras el mundo esperando que más adelante el bodegón se enfoque y todo tenga un sentido. Confías en ello.

Pero los cuarenta no pueden ser los nuevos veinte, no son lo mismo, tienes menos tiempo por delante. Y eres consciente de ello más o menos todo el tiempo. Intentas no serlo, pero eso no es demasiado resolutivo. Rompes una lanza, estrellas un escudo, miras al que tienes al lado con algo de lástima y mucha comprensión. De qué iba todo esto. De qué sigue yendo todo esto. Todo el mundo sigue sin enterarse de nada.

Pero a diferencia de los veinte, donde tenías la confianza en que la cortina se retirase en algún momento mostrándote el mundo, ahora tienes mucha más idea de lo que eso significa. Todos locos, todos loquísimos. Estamos bien jodidos.

La esquizofrenia de la casa, el trabajo, el futuro, el presente. Los que no lo consiguieron nos miran desde los vertederos y nos preguntan que de qué coño nos estamos quejando. Ellos sí que están realmente fuera de la rueda temporal, recogiendo basura con las uñas rotas y negras, alimentándose de restos, de escoria, de basura, de nuestra mierda. Nosotros intentamos sentirnos tan afortunados como ellos piensan que somos. No funciona demasiado.

Ellos son puro miedo por el futuro. Nosotros somos puro miedo por el presente. A los veinte mirabas a los que se habían escapado, los que llenaban listas de éxitos, carteleras de cines, librerías. Pero ahora, a los cuarenta, sabes que están en una mierda peor, con millones de sanguijuelas chupando cada centímetro cuadrado del caudal de sangre, en una competición idiota por no dejar de ser el reclamo publicitario que han sido hasta ahora.

Nadie cabal, nadie en su sitio, nadie realmente tranquilo. Todos girando en la mierda, cada uno en su nivel de podredumbre, todos temiendo ser en algún momento los demás, perder el privilegio minúsculo, la terraza, la casa, el garaje, el coche que no arranca y teclea la contraseña de la cuenta del banco, el equilibrio inexistente de mantenerte en tu sitio. Meterte en la cama y pensar por hoy lo he conseguido, y poner el despertador sin saber si mañana podrás hacerlo en el mismo lugar, en el mismo estado, en el mismo universo, en medio de todo esto. Intentas dormir sin narcotizarte y es imposible, no hay destino.

Los cuarenta son los nuevos veinte porque sigues en la misma mierda. Pero nadie cabal, nadie en su sitio, todos locos, todos loquísimos. Quién sabe y en medio de qué pesadilla despertaré mañana.