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José Hierro. El rescate imposible.

Invieno vestía de plata
sus lajanías. Primavera
pulsaba sus verdes. Estío
bruñía la espada sangrienta.
Otoño desencadenaba
los torrentes de su tristeza.

Y él está siempre allí. Miraba
lo imposible. (Han pasado cerca
de veinte años.) Y él está
ensimismado, ante la puerta
infranqueable.

Estío funde
su estatua de ola, viento, piedra.
Y él está allí. Desnuda otoño
su torso pálido de estrellas.
Invierno oculta con su máscara
la desolada calavera.

Ý él está allí. Sigue allí, bajo
la invención de la primavera.
Desde allí mira no sé adónde,
caída la clara cabeza.

Quiero arrancarlo de su éxtasis
para reintegrarlo a la rueda
temporal, para darle vida.
(Olvidé que han pasado cerca
de veinte años. Olvidé
que ya no es clara su cabeza,
que ya no puede ser posible
que me escuche y que me comprenda.)

José Hierro.
El rescate imposible.
De Libro de las Alucinaciones. 1964.

miradas

«Como el dinero, los cuerpos instalados en el teatro de la representación no hablarán ya espontáneamente, no «traicionarán» ya el origen que les fundó y sus bocas cosidas harán inarticulable el «inter faeces et urinas nascimus»; por eso, lo que designa la mierda como tal deberá desaparecer y antes que nada su olor hasta que el desperdicio disocie su esencia de la de la mierda, de forma que, eliminando el olor, no quede más que la materia.»

Dominique Laporte. Historia de la mierda.

Este inoportuno «resto de tierra», decía Freud, citando a Goethe…

la vida como obra de arte

Hacer de la propia vida una obra de arte provoca una intempestividad, una ilocatividad en la contemporaneidad, que responde a lo que ella reclama. Ello supone un cierto desplazamiento en el seno de lo que consiste en ser de cada día: lo cotidiano. Lo contemporáneo de cada día y las posibilidades de irrupción de lo inaudito en lo cotidiano se juegan en que ese tiempo que es la distancia entre recuerdos alumbre cada vez en toda su energía. En lo cotidiano, la vez está poblada de posibilidades. Son las vicisitudes de cada día, que no se dejan, sin más, ver. Son, sin embargo, legibles. Entonces, el cultivo de sí ya no es simplemente el cultivo del lenguaje, sino, a su vez, las pérdidas de éste en la mejor de las creaciones, la que soporta la pérdida de las significaciones. Sin referencias, en miríadas de sucesos perdidos (lo que tiene cada día de sin lugar, lo que grita en el sopor de las horas, en el aburrimiento, en la rutina o en el éxtasis) ofrece, sin embargo, esa capacidad de aproximar de la noche. Aproximar no es simplemente juntar, es propiciar una cercanía en la que ya prácticamente no cabe ver, ni siquiera ser. Es casi un ir con ello, un irse, un ser casi sin ser, un ser sin lugar.

Ángel Gabilondo. Menos que palabras.
Filosofía y pensamiento. Alianza Editorial.
© Ángel Gabilondo, 1999.
© Alianza Editorial, S.A, 1999.