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salva nocturna

No puedes creerme. Porque me ves
rodeado siempre de tantas personas,
hablando por teléfono, tramando
frenéticas conjuras para animar la noche,
no podrás comprenderme si te digo
que estoy a punto de morirme y solo;
que lo he dejado todo en el camino,
mi humor, mi confianza en el futuro,
las ganas de jugar que me animaban
a flotar sin más y perder la vida.

Ahora, de repente, al ver que todo
transcurre sin dejar huella ninguna,
valoro los detalles, me conmuevo
por cosas que antes nunca me importaban.
Y ya no paso de largo ni me río,
ni tiemblo por amor, ni me desvelo,
ni espero demasiado de los días
que queman como el fuego.
A veces, antes de dormirme pienso:
me gustan los amigos, los rincones,
la pólvora sin ruido y por las noches
matar la soledad con un secreto.

Leopoldo Alas, Salva nocturna,
de La condición y el tiempo, 1992.

Y se hizo la luz con un chasquido de lata de lata y tuve claro dónde están mis amigos: viviendo sus vidas, que es lo que hay que hacer, conectados en la distancia y en la presencia de los cafés compartidos y las noches perdiendo el sentido en los bares abiertos. Se hizo la luz con un chasquido de lata de lata y tuve claro que lo que nos queda por vivir, todo ello, no se resume en dos palabras ni en siete fotografías bien enfocadas, ni tan siquiera en ir pensando con acierto en lo que viene, ni tan siquiera en rememorar lo sido y lo acontecido. Treinta años no pasan rápido, por más que lo digamos cuando nos tomamos un par de cervezas y nos entra la depre del alcohol, por más que las conversaciones se vayan convirtiendo en reiteraciones algorítmicas desde que las vidas se unieron.

Siempre hay que hablar de algo, es el problema de no leer todos juntos, o de no tocar sin cantar, o de no pasar el rato mirando el vacío interestelar de las cuencas de unos ojos anegados de nada. Los días viernes, los días sábado, hay que hablar de algo, rellenar los huecos que el establecimiento de las cosas va dejando en el tiempo futuro modificado por el tiempo pasado. Reiteraciones, reificaciones de vidas que se cruzan y se hablan. No es malo en suma, o en sí, o no es del todo malo si tenemos en cuenta que las cosas, de uno u otro modo, no existen. Se complican unas con otras y de ahí toman sus burdas aspiraciones de realidad, pero poco más.

pluma absoluto extremos absolutizados perdiendo

Tengo una pluma inquieta, tengo una pluma que se mueve, tengo una pluma que no se queda tranquila con soltar tres frases bien o mal dichas, que no vuelve al tintero ni aunque se seque, que no le importa escribir rasgando la hoja, que no le importa escribir ni aunque nada quede y… siempre estoy escribiendo, de una u otra forma siempre estoy registrando algo, desmontando algo, comandando algún movimiento, siempre estoy en una búsqueda intranquila, lechosa, turbia, nada cristalina, fozando en los recovecos, husmeando. Mi escritura es del olfato y de escarbar, de husmear y fozar, siempre estoy preguntando a quién, al olvido cuando olvido y al recuerdo cuando recuerdo y a la vida cuando vivo y siempre estoy perdiendo, motivo principal de la web, siempre estoy perdiendo porque siempre se pierde cuando de verdad se vive.

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«La marquesa, por ejemplo, siempre creé que Johnny teme a la miseria, sin darse cuenta de que lo único que Johnny puede temer es no encontrarse una chuleta al alcance del cuchillo cuando se le da la gana de comerla, o una cama cuando tiene sueño, o cien dólares en la cartera cuando le parece normal ser dueño de cien dólares. Johnny no se mueve en un mundo de abstracciones como nosotros; por eso su música, esa admirable música que he escuchado esta noche, no tiene nada de abstracta. Pero sólo él puede hacer el recuento de lo que ha cosechado mientras tocaba, y probablemente ya estará en otra cosa, perdiéndose en una nueva conjetura o en una nueva sospecha. Sus conquistas son como un sueño, las olvida al despertar cuando los aplausos le traen de vuelta, a él que anda tan lejos viviendo su cuarto de hora de minuto y medio.»

Julio Cortázar. El perseguidor.

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Ahora que escucho a mis pulmones sacar y meter aire en el cuerpo, mientras escribo, me sé incompleto porque la completud es el mundo, el absoluto. Es un problema, como ya dije, de los estremos que son los finisterres del absoluto, que los las delimitaciones del campo semántico de nuestras aspiraciones, o de nuestras vidas, o como os venga al pairo. Una vez delimitados los límites (es un proceso absurdo, como no podía ser de otro modo, artificial en cuanto propio e inexistente en cualquier definición más o menos desinformada de naturaleza o mundo natural) tenemos cautivo al absoluto. No sabemos lo que es o lo que pueda llegar a ser, pero sabemos ya dónde está.

El absoluto se torna Absoluto en cuanto no comprendemos los extremos, las paredes de otro modo, el último hecho dentro del campo que delimita. El absoluto se torna Absoluto en cuanto absolutizamos los extremos que lo definen.

Entonces es imposible marcar el lugar, y derivamos a la deriva siempre dueños del ahora pero poco más…

Y es que quitarle las puertas al absoluto no es sino convertir las mismas puertas en absoluto.

Y entonces lloraré mientras me cuentan cómo soy. No queda otra. Me dirán quién soy, porque están acostumbrados a hacerlo con todo el mundo. Yo soy bueno escuchando, aunque parezca mentira. Sólo dejo de escuchar cuando el que me habla deja de ser el que me habla.

Por eso.

copia este libro

«Miedo al infierno, miedo a que mi ordenador estalle, miedo a la prisión, miedo a las empresas que me sensibilizan con la cultura del miedo. La clase media, que es esa a la que un golpe en su coche que su seguro no quiera pagar le puede significar estar al borde de la bancarrota, tiene continuamente la sensación de estar caminando en la cuerda floja. Mientras tanto, los empresarios muchimillonarios te soplan para que pierdas el equilibrio y cuando estás a punto de caer te ofrecen la mano si les das la camisa, los calzoncillos y el reloj. Sin embargo, esto no está considerado robo ni por las leyes divinas ni por las humanas. »

David Bravo. Copia este libro.