Esto es la maldición del sentido común. Uno ve un cuadrado y dice “mira, un cuadrado”. Y resulta que las normas sociales, lo políticamente correcto, los sistemas educativos, las carreras profesionales, en definitiva la humanidad entera parece estar edificada sobre el pilar de que aquello es un círculo y te lo tienes que llevar rodando, calladito y sin rechistar, con iniciativa y motivación propia. Y como se te ocurra ni siquiera mencionar que aquello parece cuadrado, miles de años de moral se te echan encima con la fuerza del big bang. Eres un radical egoísta soberbio anarquista conflictivo que cree ver un cuadrado por motivos de inmadurez, cobardía, odio a la humanidad, envidia, resentimiento.
La gente es así. No puedo precisar con exactitud por qué, pero tengo mis teorías. Lo que tengo realmente claro es que tienes que empezar a asumirlo si quieres hacer algo de todo esto que te rodea. Puedes convertirte en un anacoreta, por supuesto, pero eso te hará prescindir de algunas buenas conversaciones y de algún que otro polvo excelente. No abundan, pero los hay. Te toca a ti decidir si quieres prescindir de eso o no. O si puedes.
Es como es, y negarlo no va a servirte de nada. Desde el cerebro más primordial hasta las circunvalaciones de la corteza exigen, de algún modo, que todo continúe en el mismo tonto punto. Todos se resecan para conseguir las mismas cosas que no saben si quieren pero que necesitan. Ya sé, ya sé que no tiene sentido, pero las quieren sin saber realmente si las necesitan. Es más, muchas veces directamente saben que no las necesitan en absoluto y, sin embargo, las siguen queriendo igual, del mismo pertinaz y recalcitrante modo. Y eso sería anecdótico, sería una absoluta nulidad, si no fuera por la linterna. ¿Qué coño me importa a mí que todo el mundo escoja el modo de vida que le salga de los cojones? Nada en absoluto. Por mí como si se encierran. Evidentemente, estoy a favor de las drogas, de la eutanasia y de todo aquello que cualquiera escoja sobre sí mismo. Tengo derecho a hacer conmigo lo que me plazca.
Y, atención al requiebro, los demás también tienen ese derecho sobre sí mismos.
(Me resulta curiosa esa tendencia de cierta ideología política que defiende que cada uno es libre de hacer lo que quiera, pero pone el freno en ciertos condicionantes religiosos y/o inveteradamente morales, como si uno fuera libre de conducir con una botella de vino metida en su sed pero no de coger su coche y estrellarse contra un pino voluntariamente; literalmente y al pelo, eso es comulgar con ruedas de molino).
El único problema es la linterna, definitivamente.
Y es que, cuando uno se aparta aunque sea moderadamente del camino, empieza a notar que le iluminan constantemente con una linterna, y que se convierte en una especie de deporte de sofá esperar a ver que algo te vaya mal. Evidentemente, algo siempre te va a ir mal, lo cual me gustaría reformular diciendo que alguna vez algo te va bien. Son contadas las ocasiones, pero a veces todo te va bien. Y esa gente que ha escogido y tomado sus decisiones sin tomarlas en absoluto necesitan verte caer.
Dependen de verte caer.
Están esperando verte caer.
Y sólo porque te has apartado un pelín del camino.
Sólo porque no has firmado los mismos contratos, porque no gustas de las mismas argollas (arcaico que es uno al escribir, de cuando en cuando, qué le voy a hacer).
Y no se dan cuenta de que todo requiere tomar una decisión, todo absolutamente, meterse en un cuarto a tomar cerveza esperando que pase algo requiere tomar una decisión. Requiere un esfuerzo. Requiere dejar cosas de lado. Requiere reventarte la cabeza contra tu propia incomprensión, requiere un ejercicio de libertad cifrado en encontrarle un lugar a tu felicidad personal, ¡que sólo tú decides dónde está, por muy ridículo o valiente que les pueda parecer a los demás! Requiere mirarse un momento…
Mirarse un momento.
Y preguntarse, ¿ahora qué coño quiero hacer?
Llegar a una conclusión.
Y hacerlo.
Si tú estás feliz dentro de tus propias decisiones no deseas que a los que han tomado decisiones distintas la vida les reviente el recto, no estás deseando que la vida les destroce para reafirmar tu decisión de suicidarte voluntariamente eludiendo lo que realmente quieres.
Ese es el juego de la linterna. Yo lo llamo la vigilancia, y a encontrarse en esa situación estar en estado de vigilancia, y a vigilar ejercer la vigilancia, y a los que lo hacen los vigías. Un deporte de sofá. Una implicación a distancia.
O estoy muy equivocado o todos, realmente todos, sabéis de qué cojones estoy hablando.
En realidad no importa qué es lo que quieras. Importa que te pongas en camino para ello. Importa que lo asumas y empieces. Importa que te busques y, aunque no te encuentres, te mires. Echarte un vistazo, colega. ¿Te has tomado alguna cerveza contigo mismo últimamente? Pues siempre es recomendable. Hazlo. Sorprendentemente te dices cosas que no les dices a los demás.
Hay cierta gente que ha tomado decisiones motivados por motivos externos a sí mismos (joer, qué blandito soy cuando quiero). Y que para sentirse menos tontos necesitan que todo aquel que no haya hecho lo mismo se estrelle contra un muro ineludible. No se sienten tontos por haber tomado malas decisiones, se sienten tontos por haber tomado la única decisión de dejarse llevar.
No, no, no. Por ahí no. Por ahí no se llega a ninguna parte.
San Agustín dijo, hablando evidentemente (o no) de otras cosas: ama, y haz lo que quieras.
Ámate. Y haz lo que quieras. No me vengas con milongas ni con jodiendas, no es tan complicado. Échate un vistazo, ten una charla contigo mismo. Date un abrazo, que nunca está de más. Compréndete un rato.
Ten el valor de escucharte.
Y haz lo que quieras.