# perdiendo.org/museodemetralla

entraron en mi cabeza (201) | libros (20) | me lo llevo puesto (7) | pelis (2) | Renta básica (9) | series (6) | escasez (2) | frikeando (94) | arduino (1) | autoreferencial (11) | bici (1) | esperanto (4) | eve online (3) | git (2) | GNU/linux (4) | markdown (7) | nexus7 (2) | python (7) | raspberry pi (3) | vim (1) | wordpress (1) | zatchtronics (3) | hago (755) | canciones (156) | borradores (7) | cover (42) | el extremo inútil de la escoba (2) | elec (1) | GRACO (2) | guitarlele (11) | ruiditos (11) | Solenoide (1) | fotos (37) | nanowrimo (3) | novela (26) | criaturas del pantano (5) | el año que no follamos (12) | huim (5) | rehab (4) | poemas (353) | Anclajes (15) | andando (3) | B.A.R (7) | Canción de cuna para un borracho (38) | Cercos vacíos (37) | Cien puentes en la cabeza (7) | Conejo azul (6) | Contenido del juego (5) | De tiendas (3) | del pantano (3) | Destrozos (2) | Epilogo (4) | Fuegos de artificio (5) | Imposible rescate (15) | Jugando a rojo (7) | Libro del desencuentro (2) | Lo que sé de Marte (11) | Los cuentos (21) | Montaje del juego (5) | Orden de salida (4) | palitos (31) | Piernas abiertas (7) | Poemas medianos (12) | Privado de sueño (7) | rasguemas (5) | Tanto para nada (17) | Todo a 100 (2) | Uno (4) | relatos (96) | anatemas (9) | orbital (2) | prompts (8) | vindicaciones (103) | perdiendo (1.702) | atranques (1) |

volver mañana

La puerta estaba entreabierta, como casi siempre, por lo que dedujo que estaba aún durmiendo. Entró haciendo el menor ruido posible, dejó la chaqueta en el perchero vacío y fue a la cocina. Apartó platos sucios del fregadero y llenó un vaso de agua. La casa entera olía a pintura, a disolvente y a sudor. Se fijó en el lienzo en el que ella estaba trabajando en ese momento, apoyado en la pared. Figuras estilizadas entre nubarrones de óleo, golpes de color. Volvió a sorprenderse al ver hasta qué punto era capaz de arrancar formas aporreando la tela.

Le presintió y se despertó, estirándose sobre el colchón. Le sonrió, saludó. No sabía hasta qué punto le decía la verdad cuando insistía en que empezaba los cuadros sin una idea predeterminada, tan sólo pintando hasta que lo que tenía que salir aparecía entre los trazos. Eso a él le parecía fascinante, no se podía contar entre una de sus capacidades. Él tenía que saber lo que iba a hacer antes de hacerlo, de otro modo el resultado siempre era desesperantemente vacío. Se encogió abrazando sus piernas, bostezó. Le lanzó un beso mientras él se acercaba para sentarse a su lado.

–¿Vas a buen ritmo?
–Estoy casi terminando.
–¿Cuántos te faltan?
–No lo sé. No puedo saberlo. Quizá este sea el último.
–¿Ya?
–No lo sé. Creo que puede. Veremos cuando termine este.

Ella se levantó, enjuagó uno de los platos que él había apartado antes, sacó algo del congelador y lo metió en el microondas.

–Estoy muerta de hambre.

Y él se quedó con esa escena. Ella allí, de pié, con la ropa y el cuerpo salpicados de pintura seca, mirando con atención al plato dar vueltas bajo la luz amarillenta. Se habría quedado allí para siempre (quizá no), no le habría importado seguir allí sentado mirándola esperar (quizá sí), le habría gustado que el tiempo se detuviese en ese justo momento hasta que él le diera permiso para seguir adelante.

Pensó que le gustaría decirle que se estaba enamorando de ella. Lo pensó casi justo hasta que la campanilla sonó. Cuando lo hizo tuvo la fuerza como para romperlo todo, destrozar su ensoñación y recomponerla hasta darle la forma del mundo en el que estaba inmerso viviendo. Ella sacó la comida y él obtuvo una rotunda composición de lugar. No todo había ido mal, había podido quedarse con la escena para el recuerdo.

–Te veo pensativo hoy, amigo.
–Nah, no es para tanto. Un día difícil en el trabajo.
–No sé qué sigues haciendo allí de todos modos.
–Creo que sí lo sabes. Creo que hasta yo lo sé.

Ella le sonrío, dejó el plato sobre la encimera y se acercó a darle un beso. Las luces de alarma se encendieron como de costumbre.

–He vuelto a tener un sueño que se repite desde hace un tiempo –le dijo.
–¿Sí? Cuéntamelo.
–No sé. Creo que escuchar sueños es aburridísimo.
–A mí no me aburren los tuyos.
–Ya. Claro. Tú no has estado allí. La gente se inventa ese tipo de cosas para contarte mierdas que no saben cómo contar de otro modo. Y eso es lo menos malo.
–¿Lo menos?
–La gente se centra en los sueños cuando ha dejado de vivir. En el momento en el que dejan de vivir despiertos empiezan a vivir mientras duermen. Cuando no queda más, cuando todo lo demás se ha perdido, siempre te quedan los sueños.
–Aún así me gustaría escucharlo.
–OK. Yo era un tipo en una caja. Recibía componentes de una cinta transportadora y los ensamblaba. Estaba constantemente atento a un panel que me marcaba la evolución, y siempre estaba por detrás de la planificación. Yo aceleraba y aceleraba pero seguía estando detrás. Cuando terminaba mi turno me llevaban a una sala donde alguien me decía que no estaba evolucionando bien, que tendría que hacer un esfuerzo o dejarlo.
–¿Dejar el trabajo?
–No, no es eso. No era eso. La sensación es que yo había tomado una decisión que hacía que fuera menos eficiente, y que podría volverlo adecuado simplemente cambiando esa decisión. Estaba en mi mano abandonar lo que me retrasaba.
–¿Y crees que tiene que ver con la exposición, con los cuadros?
–No lo sé. No sé si… no parecía ser eso. No, definitivamente no es eso.
–¿Entonces?
–Yo qué sé. Creo que de algún modo soy ese tipo. Pero no en el sueño, sino en realidad. Creo que en alguna parte yo soy ese tipo, y de algún modo estoy allí trabajando mientras estoy aquí pintando. Imagina que… ¿ves?, ya me estoy aburriendo incluso a mí misma.
–¿Cómo vas a ser ese tipo? No tiene sentido.
–Es una sensación.
–No, no es nada. Vaya, espero que dejes de soñar con ello. Es bastante raro.
–Sí, sí que lo es. Pero al mismo tiempo…

La miró levantarse y coger los pinceles.

Tendría que revisarlo todo otra vez. Recomponer la situación, controlar las variables. Se estaba quedando sin ideas, se estaba quedando seco. Volver al punto de partida.

Retomar el recuerdo, centrarse en ella allí, esperando mientras el plato da vueltas. Coger ese pedazo de eter y darle consistencia, reforzarlo, construir los andamiajes que le den la densidad suficiente. Esa nada que se esfuma, que se escurre entre los dedos, esa aparente irrelevancia que gana sentido según se moldea. Volver mañana.

los misterios de la puerta y la serpiente

Mythic lo mantiene congelado mientras que Bamba le golpea la cabeza con un totem y sonríe. Astil juguetea con una de sus garras en el borde del ojo de Dhor, haciendo brotar gotas diminutas de sangre nerviosa. Desde sus dos metros veinte, Tronador, algo apartado, mira al prisionero con la misma preocupación con la que el Destino del Universo le presta atención rigurosa a la mosca de la fruta.

—Dhor, por última vez, necesito respuestas. Y cuando necesito respuestas me cuesta hacer bien la digestión y tiendo a cornear rápido.
—Por favor, no tengo ni idea. ¡Entré en servicio hace una semana!
—El enano estaba borracho y la puerta abierta cuando llegamos, ¡de eso seguro que tienes que saber algo! Cuando un barbilargo se emborracha y llama a un par de golems a su lado la gente tiende a empezar a morir alrededor, ¿no te llamó eso la atención?
—No lo sé… por favor… yo sólo tenía que vigilar la escalera. Un trabajo sencillo, me dijeron. Vas y miras los escalones. Si te aburres, los cuentas. Ocho horas al día seis días a la semana y podrás jubilarte en la playa de Feralas. ¡Eso era todo! ¿Quieres saber cómo es cualquiera de esos escalones, cualquier detalle?
—¿Le saco el ojo?
—No, gato, por tercera vez, no. Bamba, deja de pegarle todo el tiempo en el mismo sitio, se está amoratando. ¿Mythic?
—¿Jefe?
—Prepara un portal a Orgrimmar, vamos a presentarle a algunos amigos. ¿Te apetece un viajecito a Orgri, Dhor?
—Oh, no…
—Cuéntame aunque sólo sea lo de los elementales del tipo serpiente. ¿Por qué aparecen a veces sí y a veces no? ¡Dímelo!
—No lo sé, señor toro, no lo sé…

Nehebkau observa la escena sentado en una piedra al fondo. Las súplicas de Dhor. El gato con la garra pinchando ya la cornea. La montaña morada que ha hecho brotar Bamba. El portal-farol a Orgri. Tronador riéndose como un meteorito despeñándose por un pozo. Bebe maná, se retira el sudor de la frente y se pregunta cómo ha sido posible que haya acabado siendo el sanador de este grupo de psicópatas. Empieza a pensar que en una vida anterior fue alguien detestable.

—¿Nehe?

Suspira. Asiente a Tronador y lanza a Dhor un destello curativo un segundo antes de que muera. Se da cuenta de que no lo ha hecho antes porque en el fondo él también tiene un puntito psicópata. Se relaja, sonríe. Acaba de ser consciente por primera vez de que va a encajar perfectamente.

antecedentes

Habíamos terminado de prensar los primeros restos de chatarra cuando llegó el mensajero. No traía nada especial, pero el hecho de que se largase nada más entregar el paquete, sin preguntarnos nada, esforzándose visiblemente por no echarle un vistazo a aquello, nos hizo sospechar. Había sido error nuestro dejarle entrar hasta el fondo, desde luego, pero no siempre puedes estar tan atento a todo como para evitar esos pequeños despistes. A veces, sencillamente, todo va bien y te confías más de lo que conviene. Podía ser significar algo, pero también podía no significar nada en absoluto. Marc le hizo un gesto a Doblón para que lo siguiera y volvimos a trabajar, concentrados en que la máquina hiciera lo que se suponía que tenía que hacer. De vez en cuando trozos de metal salían escupidos por los bordes y teníamos que recogerlos del suelo para volverlos a meter dentro, y a menudo la prensa se atascaba y nos llevaba un buen rato reubicar el amasijo de hierros de tal modo que pudiera volver a descender sobre el yunque. Aplastando, formando bloques compactos listos para la venta. No era una buena máquina, pero era la que teníamos.

Las últimas semanas habían sido bastante complicadas.

Primero por todo aquel asunto de Herrero, que nos había abandonado de un día para otro y sin dar demasiadas explicaciones. No es que hubiera encajado demasiado en ningún momento, pero a esas alturas todos pensábamos que era parte del equipo. Era demasiado mayor y estaba demasiado jodido como para tomarse las cosas con filosofía, y aún así había ido integrándose en las reuniones de los viernes hasta tal punto que parecía difícil pensar en que no se encontrase a gusto, aunque fuera sólo a su modo. De él sacamos los conocimientos suficientes como para que la máquina rentase más de lo que costaba mantenerla en funcionamiento, lo que era mucho más que bastante como para ganarse un plato tres veces al día y un catre en el que pasar las noches, más de una vez con compañía. Y era consciente de ello. Nos dijo que quería volver con su familia al otro lado de ninguna parte y ni siquiera Marc fue capaz de oponerle alguna resistencia.

Herrero era así, no gastaba ni una sola palabra de más. No se oponía a nada que no quisiera oponerse simplemente por hacer que su opinión contase, no se enfrentaba a nadie si no tenía una buena razón para hacerlo. Cuando Herrero decía algo podías estar seguro de que era al milímetro lo que quería decir. Sabía escuchar las opiniones en contra, pero desconocía el concepto de segundas intenciones.

Así que cuando dijo que se iba le abrieron la puerta. Nadie quería hacerlo, pero no había otra opción. Le vimos marcharse con el hatillo, dirigiéndose al otro lado, sentimos perderle y pasamos a otra cosa. Pero su ausencia manchó el aire como el recordatorio de que en un mundo de locos los cuerdos están aún más locos que nadie. Se respiraba.

Lo segundo fue la invitación de los caracaras. Eso sí que era extraño. Habían decidido unirse a nosotros sin concesiones, simplemente por hacer un grupo más grande y más fuerte. Llevábamos años peleándonos con ellos, escupiéndonos, mandándonos mensajes agresivos, y de un día para otro teníamos que empezar a hacernos a la idea de que éramos hermanos. Marc había estado de acuerdo siempre que nosotros mantuviésemos el poder de las armas, y no retrocedieron ni siquiera ante eso. Les pareció correcto.

Cuando Doblón regresó nos dijo que el tipo había seguido haciendo repartos sin detenerse en ningún sitio sospechoso, y eso sí que nos puso nerviosos. Habíamos sacado unas cincuenta piezas, más que suficiente para emborracharnos tres días seguidos, pero nadie se atrevía a dar el primer paso. Marc se metió en su habitación y no nos dejó ningún encargo, así que los demás nos sentamos junto al fuego y comimos, un poco descolocados. Quizá la cuestión estaba en no hacer demasiado ruido, coger una botella y darle duro, pero no me parecía correcto. Cuando lo hacemos lo hacemos todos o ninguno.