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por un churro

A veces odias al tipo que tienes enfrente. Le odias con fuerza. Piensas que no toca tan bien, si es que toca, que no pinta tan bien, si es que pinta, que no canta tan bien… bueno, creo que se entiende el punto.

Una cosa que he ido comprendiendo después de un par de años con la eléctrica y los pedales de efectos es que lo que hace personal un sonido en concreto es la manía de perseguirlo y la constancia en él. Pequeños matices en la configuración del pedal y en la forma de tocar la guitarra terminan configurando una marca difícil de imitar, porque o has estado circunvalando por desvíos parecidos o te va a llevar al menos lo mismo que le llevo al tipo hacerlo fluir con naturalidad.

Y, sin tener ni idea sobre ello, entiendo que en pintura y el uso de técnicas y materiales, en escultura, en performances y en cualquier otra cosa suele pasar más o menos lo mismo. El viejo y manido mantra de que tu arte es tu visión única del mundo resulta que es viejo y mantra por algo.

Cuando el arte no se sostiene a sí mismo ni en casito ni económicamente se compite por el espacio, se detesta al que ocupa el tiempo bajo los focos que tú no estás ocupando. Y es una verdadera pena, porque precisamente el arte parece ser, en tanto que trabajo de otros a los que observamos, escuchamos, sentimos, un modo de evitarte todo el largo proceso para ir directamente al resultado. El arte de otros te lleva a lugares a los que no vas a tener tiempo de ir por ti mismo, incluso en los casos en los que además carezcas de la habilidad para hacerlo.

Pero no tenemos tiempo. No tenemos dinero. No merece la pena si no está en. Nos venden lo mismo pero en masa, invirtiendo pasta para sacarnos la pasta, haciendo cosas genéricas en las que quepa el mayor número de gente posible, machacando las pequeñas ideas, las pequeñas manías, los pequeños gestos que construyen un mundo desde una forma de atacar las cuerdas.

volviendo a los escenarios

Estoy en el escenario, en la primera canción de un concierto, cantando la estrofa grave de un tema que crece en tono en el estribillo. Los monitores me devuelven pequeño, casi no me oigo.

Veo que el tipo de la mesa se acerca, despacio, saliendo del recuadro, avanzando entre el público, llega hasta mí.

Yo sigo cantando, sin oírme.

El tipo llega a mí, se sube al escenario, me pone la boca en el oído y me dice:

«Proyecta».

Proyecta. Maldito jabrón, súbeme el puto volumen. Si cuando después sube la voz tienes que bajarme para eso estás en la puta mesa. Tienes una colección de faders que mover, muévelos y déjame en paz. Haz tu lo tuyo y déjame a mí con lo mío.

Enhorabuena, tío. Jamás he recibido un comentario tan contraproducente, en un peor momento, de un tipo que tiene literalmente la solución en sus dedos.

decálogo imperfecto para nuevos músicos

Aunque, desde luego, no debería, a veces doy ya este museo completamente por perdido. Como narración es floja, carece de continuidad. No da una imagen fiable de casi nada. Recuerda un dolor que aún, cuando me despisto (o quizá cuando dejo de hacerlo), sigo sintiendo. Quizá no recuerda, quizá concentra. Concentra un dolor que.

Pero para mí sigue siendo un buen lugar al que volver de cuando en cuando, para contar que.

He vuelto a subirme a un escenario, y me lo pasé muy bien. Ya están cerradas las fechas en las que volveré a hacerlo, tengo ganas. Me he puesto en contacto con músicos, con gente que lleva tocando menos que yo pero ha seguido otros caminos, y también con gente que está empezando. Hoy quise volver a esto precisamente por eso, por ver en otros esa ansiedad de la que yo ya, afortunadamente, carezco. No me refiero al empuje, sino a la ansiedad, la prisa, las ganas de. La necesidad de llegar a alguna parte.

Uno siempre está en alguna parte. Sólo hay que saber verlo. Mañana es posible que estemos en otra, pero ese no es tanto tema de hoy como de mañana. Eso, que es tan simple, es muy difícil de transmitir.

Así que me propuse escribir el decálogo de las cosas que he aprendido para dejarlas aquí, porque no soy capaz de decírselo a nadie más que a este viejo museo. No hay forma en la que convencer a alguien que ve un horizonte de que se lo está inventando. Quizá ese podría ser el primer punto, quizá mejor el último. Esto es lo que he aprendido y no soy capaz de transmitir.

Decálogo para el músico que empieza, de mi parte:

  1. Toca. Si te apetece, toca. No importa que sea la misma canción una y otra vez o que cada vez sea una distinta. Toca siempre, si te apetece, hazlo. El cerebro y las manos aprenden tanto de la repetición que no hay nada que se le pueda comparar. El cerebro consciente es un mermao y siempre está fuera de sitio. Cuanto menos necesites usarlo mejor fluirás.

  2. Está muy bien querer aprender cosas nuevas, es básico. Pero nunca es tarde para seguir afianzando las que ya sabes. A cierto nivel, y hasta siempre, la música es artesanía. Ritmo, tono, afinación. Hacer bien lo que sabes hacer, pulirlo, bruñir lo que sabes hasta que sea parte de lo que eres. Hay una magia especial en repetir lo mismo una y otra vez hasta que se convierte en ti mismo. Tocar tres acordes, sólo tres, y hacerlo bien, realmente bien, deja de ser artesanía y se convierte en arte. Hay algo que emana de lo simple cuando se domina que es hermoso, siempre lo es.

  3. No tengas prisa por estar en el día en el que sepas hacer algo. Ese día llegará seguramente, y será especial. Pero mientras tanto no estás ahí. Que no te torture. Lo que eres hoy es lo que tienes hoy. Por favor, no permitas que lo que vas a saber hacer mañana le reste importancia a lo que sabes hacer hoy. No permitas que haga que no te interese.

  4. Si la música es fundamentalmente artesanía, y sólo en casos muy concretos arte, tocar en un grupo es de las artesanías más bonitas. Cuando tocas en un grupo lo que tú destacas es secundario. Lo importante es hacer al grupo y sus sinergias sonar, y hacerlo bien. No intentes ser el centro de atención en un grupo excepto en los casos en los que tu puesto en él lo exija y sólo mientras lo exija. Cualquier tarea secundaria que se te ocurra, en un grupo, es de vital importancia. Si tocas el triángulo en el segundo 36 de una canción de 5 minutos, eso es lo que haces. Y lo que importa no es que destaques, sino que la canción fluya.

  5. No es el paso inicial, pero cuando el cuerpo te lo pida entra sin miedo: aprende armonía, aprende solfeo. En ratos muertos, mientras puedas soportarlo (porque para muchos, para mí, es un terreno árido). La armonía es el mapa, el eje de ordenadas y abscisas en el que te mueves. Puedes ser un artista tremendo sin saber armonía, pero siempre vas a disfrutar menos, y siempre vas a estar medio perdido. El solfeo es tu abecedario. Hay tremendos poetas analfabetos, pero dependen exclusivamente de su memoria. Eso no les hace mejores ni peores, pero hace todo más trabajoso.

  6. Grábate siempre que puedas. Grábate hoy y escúchate dentro de medio año. A veces parece que no avanzas y mientras no te grabes no podrás sacarte de ahí.

  7. Toca con gente. Siempre que te aporte toca con gente. Habrá cosas que te lleve medio año aprender que se resuelvan en cinco minutos con alguien que esté ya ahí y te lo explique.

  8. No hay proyecto pequeño. Derivado del punto 1 de todo vas a sacar memoria que va a hacer que disfrutes más tocando y crezcas.

  9. Da igual lo lúcido en lo que creas haberte convertido. Muy pocos van a creerte y tampoco deberías estar muy seguro de lo que tu experiencia le va a aportar a otros. No des lecciones aunque te duela ver cómo otros repiten tus errores. Se paciente, comparte cuando te lo permitan.

  10. Disfruta. La disciplina puede ser un gran combustible, pero el placer es aún mejor.

Eso es más o menos todo.