# perdiendo.org/museodemetralla

entraron en mi cabeza (201) | libros (20) | me lo llevo puesto (7) | pelis (2) | Renta básica (9) | series (6) | escasez (2) | frikeando (94) | arduino (1) | autoreferencial (11) | bici (1) | esperanto (4) | eve online (3) | git (2) | GNU/linux (4) | markdown (7) | nexus7 (2) | python (7) | raspberry pi (3) | vim (1) | wordpress (1) | zatchtronics (3) | hago (759) | canciones (157) | borradores (7) | cover (42) | el extremo inútil de la escoba (2) | elec (1) | GRACO (2) | guitarlele (11) | ruiditos (11) | Solenoide (1) | fotos (37) | nanowrimo (3) | novela (26) | criaturas del pantano (5) | el año que no follamos (12) | huim (5) | rehab (4) | poemas (356) | Anclajes (15) | andando (3) | B.A.R (7) | Canción de cuna para un borracho (38) | Cercos vacíos (37) | Cien puentes en la cabeza (7) | Conejo azul (6) | Contenido del juego (5) | De tiendas (3) | del pantano (3) | Destrozos (2) | Epilogo (4) | Fuegos de artificio (5) | Imposible rescate (15) | Jugando a rojo (7) | Libro del desencuentro (2) | Lo que sé de Marte (11) | Los cuentos (21) | Montaje del juego (5) | Orden de salida (4) | palitos (31) | Piernas abiertas (7) | Poemas medianos (12) | Privado de sueño (7) | rasguemas (5) | Tanto para nada (17) | Todo a 100 (2) | Uno (4) | relatos (96) | anatemas (9) | orbital (2) | prompts (8) | vindicaciones (103) | perdiendo (1.705) | atranques (1) |

en resumen

Me lo había trabajado para mí. Había colocado un montón de velas en tarros de cristal, colocado la funda del sofá hasta que casi parecía que había sido fabricada para él. Me acababa de comprar un par de libros en Es Pop (ni siquiera tiene un puto certificado de seguridad, es que si eso no es tierno…), uno sobre el grunge y otro sobre el Doom. No tenía ni idea de por qué lo había hecho, más que saber que el mismo tipo compraba, traducía, maquetaba y editaba. Si eso no es tierno el mundo es basura. En un momento dado fue más que bastante. Lo sigue siendo. Me gustaría poder escribir que en cualquier momento dado. En realidad, y pensando en ello, no me importa una mierda el contenido de los libros. He perdido 20 pavos en supermercados de forma mucho más que miserable. He perdido 20 pavos en supermercados de forma asquerosamente humillante (estropajos con protector de uñas, pescado limpio, cosas empaquetadas que en el envoltorio traicionaban el contenido). Da igual. Había limpiado cada estantería, cada rincón de la casa, cada hueco en el que jamás se mira, sólo para sentirme un poco menos descolocado. Para convencerme de que, de algún modo, estaba encajando. Lenta, trabajosa y sor… emo… de algún modo encajando.

Todo empezó con el plafón de la cocina, lo dije antes. Tenía un cable colgando de un enchufe, con un interruptor y una bombilla que no iluminaba una mierda, que es más o menos lo justo. Y eso siempre había sido más que bastante. Cuando decidió que ya había llegado su momento y se fue a la mierda, encontré un plafón en amazon de luces led. Fenomenal. El techo de mi cocina está podrido de agujeros. Me imagino a centenares de inquilinos que se sentaron a cagar en el mismo inodoro que yo teniendo la misma idea brillante: pongamos un plafón nuevo. Yeah. Vamos a cambiar nuestra vida desde ya mismo. Vamos a destrozar el puto techo de la cocina con un par de agujeros nuevos. Nunca son suficientes.

Cuando quité el viejo, en el cristal por dentro un montón de insectos muertos estaban perfectamente conservados en capas sucesivas de grasa. Todo un descubrimiento. Existencialmente un ostión en mitad de la boca. No me quedan demasiados dientes como para tener muchos de esos.

Cuando quité el viejo, estoy diciendo, que tenía una bombilla super cara que no dura demasiado, recuperé la carga biológica recubierta de grasa y, con lástima y dolor, la metí en la bolsa de la basura.

Hasta luego.

Es sumariamente fácil decirlo. No tanto hacerlo. Después de eso la luz era obscenamente reveladora. Mi cocina estaba hecha una mierda. La vacié completamente entre canciones de idiotas y litros fríos de cerveza y froté hasta que se me pelaron las manos. La puta mierda del plafón había iniciado algo que era absolutamente incapaz de parar. Definitivamente incapaz de parar. Armarios, alicatado, suelo. No había fin porque me había metido en un tipo de mierda que no había conocido de antemano. Cuando terminé, sin darme demasiada cuenta, seguí con el resto. Metí el salón en el dormitorio, el baño en el salón, el dormitorio en la terraza, el pasillo por cualquier parte, y froté. Me dejé el cuerpo en ello.

Y semanas después, habiéndome trabajado todo para mí, para sentarme frente a este ordenador y dedicarme a escribir, con una vela encendida y las luces led de tira de cobre que he ido colgando por las paredes, cuando por fin pude abrir el archivo sin nada artificial que reprocharme, cuando había montado el escenario perfecto que me daba igual, que no me importaba pero dejaba muchas cosas completadas. Cuando no más excusas, cuando todo perfecto, cuando es el justo momento en el que empiezas a vivir porque te has matado poniendo las condiciones perfectas de posibilidad para hacerlo. Cuando ya está. Respira. Relájate. Ya está todo hecho. No olvides recuperar el aliento. Cuando.

Empieza la vecina a cantar, borracha como una cuba. No se notaba en la forma en la que lo hacía, pero no hay forma humana en la que en este tipo de vecindario alguien pueda cantar así sin haber bebido mucho de más, casi todo de más. Y yo, con los dedos agarrotados en el portátil, con su nueva instalación de linux mint funcionando al trescientos por ciento de lo que se puede llamar el mil por ciento de no ser más que el cinco por ciento, con suerte, empiezo a notar como cortocircuita todo mi sistema emocional al completo.

No es una frase hecha, cortocircuité entero.

Me gustaría abrazarla, decirle que todo está bien. Que no todo está muerto. Pero, al fin y al cabo, quién tiene algo así como la más remota idea de qué es lo que esta muerto, lo que muere, lo que no deja de crecer a tiempo completo. Conocía algunas canciones. Saqué la guitarra. Hice ruido. No iba a ir. No, porque me lo había trabajado para mí. Al final salí al pasillo.

Estuvimos cantando un rato. Algunos vecinos salieron. Pensé que qué joder. Si entraban en casa verían todo en su sitio, todo en orden, nada retorcido por aquí. Ni siquiera cogí las llaves. Me duelen los dedos. Ha habido gente que ha muerto por menos.

Madre mía, qué desfase. Seguimos cantando un rato, cada uno desde su casa y. Fue todo tan rápido, tan casi nada.

No comprendo nada, y menos que nada nada, y menos que todo esto nada de lo que ha sucedido. Mañana nos veremos en el ascensor, camino al curro. Buenos días. Buenos días. Salgo primero.

Cuando entro en casa no hay ni rastro de desorden. Aún tengo el cristal con los bichos dentro. No tengo ni la más remota idea de qué significa nada de todo esto. Vaya un día para estar vivo.

(¿A dónde vamos, compañero?, sigue el camino recto. Eso es todo lo que tenía que decir).

en el filo

Es complicado estar vivo. Mantenerse cuerdo, si es que eso significa algo que podamos comprender, con lo que podamos hacer algo. Centrarse para estar en un sitio y no en mil a la vez en el intento de llenar las horas con sentido. Comprender que no somos nada y que no importe, comprender que no vamos a ninguna parte y que siga sin hacerlo. Ser algo, ir a alguna parte, pero conscientes de lo de antes. Aportar lo que puedas, sin que sea importante, disfrutar el sinsentido y el sentido.

Ánimo, Guille.

por la tarde

El muy cabrón sigue ahí, pero sé que es algo que durará exactamente lo que dure, así que intento hacerle algunas fotos mientras tanto. Pero no sé para qué. Porque sé que no las voy a mirar demasiado, sé que no las voy a mirar jamás voluntariamente, no voy a ir buscando justo eso. Me he acostumbrado a que las cosas en la vida dejan de estar de un momento para el siguiente y… pues ya está. No hay mucho más que decir. Mi padre vivió hasta un domingo por la tarde, hubo quien se piró un domingo por la tarde, y seguramente por todo eso le tengo un pánico irracional a los domingos por la tarde. Así de lógico. Así de inevitable. Es lunes, aún está lejos. Toparé con las fotos cuando tenga ochenta años o yo qué sé, y me acordaré del tipo y me diré a mí mismo que estuvo bien. Mejor acordarme de eso que del curro o de las cosas que nos rodean o acordarme de los achaques que tenga entonces, que seguramente sean muchos y, desde luego, justos y merecidos.

En eso estoy, escribiendo mierda a manos llenas. Ni siquiera me lo paso bien. Me agobio. No sé decir lo que quiero decir, pero sigo intentándolo. Escribir se ha convertido con el tiempo en algo así como una terapia. Ha pasado de ser una impostura a ser una forma indolora de resignación. Bueno, todo va bien pero no me llena, todo va regular pero no me llena, nada va mal pero no parece ser suficiente del todo, así qué ¿por qué no? No va a ninguna parte, pero me pregunto a dónde conduce el sumidero de todas las horas que he vivido, y que sigo viviendo, pensando en vivir luego. Esto es lo mismo pero algo mejor. ¿A dónde conduce? Ni idea. Al menos de este modo recuerdo cosas que no han sucedido como si fueran propias. Es bueno, malo, regular, pero es algo. No me lo paso bien, pero de algún modo que no comprendo tiene sentido. Por eso sigo.

Cae la noche en el sumidero. Estoy escribiendo sobre un tipo que no me cae bien. Miro por la ventana, aún se ve el día mientras se escapa. Después, cuando venga la noche, las luces que recargan las baterías durante el día brillarán (ya lo hacen, idiota) y, de nuevo, será algo menos que nada. Algo tiene que significar todo esto. La vida es un asunto tremendamente de mínimos, lo que nos hace felices raramente quiere decir algo o afecta a alguien más que a nosotros mismos. A veces lo olvidamos y ya no nos hace felices ni siquiera a nosotros. Intento apisonar eso con la fuerza de mi cerebro, de mis defectos, de mis vicios. A veces lo consigo y sonrío y es estupendo.

Un asunto de mínimos tolerables.