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kaos ventral y central (2º parte)

Y al final termino de leer el post anterior y me piro al super, porque entre tanto devaneo me he ido preparando, poniéndome unos pantalones, calcetines, chirucas y demás accesorios (ya dije que estaba en proceso), bajo al super y me doy una vuelta breve, desorientado, solucionar la comida sin pasta. Bueno, no es complicado. Pillo unas patatas, unos huevos, chistorra (es barata), ajax pal baño, pan, leche e inexplicablemente casera. Tres litros de casera. No tengo ni idea, pero me dejo hacer, a ver dónde me llevo. Voy a la caja y está la cajera que siempre me mira como si yo fuera el tío más detestable del mundo, no he cruzado muchas palabras con ella, con ninguna, pero con ella especialmente. Masculla algo así como un hola (obligada por la empresa) y empieza a pasar productos por el lector. Siete ebros con no sé cuanto.

De repente se pone simpática, me mira, sonríe y me dice:

«¿tienes la miseria?»

y yo me descoloco completamente y le digo

«si, por supuesto»

no sabiendo muy bien si se me transparenta en la cara o es que tiene un tipo especial de lucidez y por eso me caló desde el principio y me odia.

Pero no, se refería a los céntimos, al cambio.

Le digo que no, pero luego me acuerdo del bolsillo derecho de mi abrigo, que es mágico, «espera un momento», encuentro allí seis céntimos y se los doy.

«¡Oh, gracias, eso sí que está bien!», y ahí ya sí que me descoloco, cojo mis bolsas y me voy fuera. Llego a casa, limpio la cocina para poder cocinar, frio patatas, huevos y chistorra y me piro al salón a ver una peli con siesta regeneradora. Acabo de comer y la siesta no termina de llegar, así que me lanzo con el baño. Pero es imposible. Mirando el ajax me pregunto para qué más se utilizarán esos productos químicos que lleva.

Es inevitable, voy y lo busco. De momento nada digno de mención.

Termino el baño, limpio el suelo, termino la cocina (debo organizarme en tandas o acabaría derrotado por la suciedad y el desorden, el kippel al fin y al cabo), saco la ropa de la lavadora y me siento contento de verla en el barreño, como si hubiera hecho algo, sé que llevará más tiempo tenderla que la guerra de los cien años, porque tender y pensar son dos cosas parejas y cuando pienso siempre me veo impelido a hacer algo, así que tender es una tarea larga y, sobre todo, complicada.

Pongo otra lavadora con la cortina del baño. Una de esas cosas que se aprenden a ver al vivir solo. Lo que hacía la otra persona, simplemente, no existía para mí. Recuerdo otra cita. Otra vez a leer. Releo los días más significativos de paniker. Escribo unos poemas, bastante regulines, compongo una canción, demasiado triste. Un café. Hago que ordeno el salón. No me convenzo para nada. Leo, toco, compongo, escribo. Cuando me meto a hacer algo no hay otra cosa más importante en el mundo en ese momento. Pero necesito hacer muchas cosas, mi cerebro me lleva de un sitio a otro sin ninguna consideración.

Me paro. Estoy escribiendo esto. Ahora tenderé (¡ja!). Leeré. Hoy es día de componer, sí, compondré algo.

A ver, a ver…

kaos central y ventral

Brevemente, cómo vivo:

me levanto, medianamente perjudicado y aún roto, voy a la cocina, muelo café, lleno el cacillo, tengo una intuición, voy a la nevera: no hay leche. Dejo el café como está y me meto a escribir el post anterior, debo limpiar, como lo sé sigo escribiendo, cuelgo el post, me voy al baño, me miro en el espejo, me rapo media cabeza al 2 antes de aburrirme y acabo el resto y la barba aburrido. Me ducho para quitarme los pelos sobrantes del cuerpo. Me pongo una camiseta, decido ir a comprar, así que me subo al palomar y me paso un par de horas finiquitando a paniker, lo de comprar está en proceso, decido poner una lavadora, paso por la cocina y termino de hacer el café (un par de horas después), decido poner una lavadora, la bañera se quedó llena de pelos, lo limpio, recuerdo una cita de un libro, voy al salón y lo busco (y lo de la compra sigue en proceso), me engancho y leo el capítulo entero, vuelvo para poner la lavadora pero el café crepita, así que me voy al salón con mi taza y me fumo un cigarro tranquilo, todo grita a mi alrededor, la lavadora, la limpieza, la compra. Me levanto para hacerlo todo y veo la guitarra, la cojo, va a ser sólo un momento, un momentito nada más, un par de acordes para ver qué tal está… después me despido, la dejo, pongo la lavadora, decido encender una barrita de incienso en el baño, voy al salón, la cojo, vuelvo, no cogí el mechero… vuelvo a por él, está en el escritorio, veo el ordenador encendido, podría escribir esto…

Vaya circo humano.

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Tiro la toalla, mi vida es un circo. Después de llamar a todo el mundo para decirles que no voy a salir, que no, que me quedo en casa solito, que lo siento pero es un día para reflexionar, todos lo entienden, me entienden porque me conocen y conocen el rollo de las flores y la mierda, después de tanto incentivo para teléfonica y otras compañías del metal, me voy caminando a casa al salir del curro tranquilamente, porque tengo tiempo, para empezar calmado el fin de semana. Y cuando voy a medio camino suena el teléfono.

Juer.

Cisneros, que está en la puerta de casa, con Marisa.

Me santigüo.

No pueden ni esperar, vienen a buscarme. Vamos al opencor, unas cervezas, rituales circulares. Marisa me confunde con casi todo lo que dice, porque estoy medio acabado del jueves con roy y soy endeble, se da cuenta, y juega. En casa la guitarra habla y lo hace muy bien, es ya una experta. Marisa tiene maría en un paquetito y la saca, yo lío aunque no sé (toda la vida con el tabaco de liar y no sé liar tabaco seco para hacer un asunto, se me cae por todas partes, luego lo recogemos para un posible). No debe tener mucha idea, porque lo carga más que el contenido del enola gay antes de pasármelo para que lo líe. Hacemos después mucho el tonto, fumadísimos por esa bomba innombrable. Más guitarra, paquito bello. Metallica (inevitable si está cisneros), risas, abrazos, vida, vida por todas partes. Risas, sobre todo risas, muchas risas, mucha comprensión (extraño, pero supongo que la marihuana tiene ese efecto, rompe las barreras de lo personal con más fuerza que otras cosas). Después vamos a un garito, tomamos un litro.

Pero no podemos con él, estamos eufóricos, llenos, plenos.

Algunas cosas más, luego vamos a casa de Marisa, ella sube y nos baja una empanada de pisto deliciosa. Yo ya no me pregunto por lo extraño, o por las aproximaciones, o por el sentido virtuado de las cosas. La deglutimos. Estamos rotos, vivos, alegres, pero rotos. Sobre todo yo. Se me juntan. Nos despedimos. Me voy a casa. Me hago una sopa china de las de Rosa. Se me cae al suelo, me río mientras lo recojo. Vaya circo. Vaya circo humano increíble.

Me duermo, dudando mucho de mi posición al respecto.