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84, Charing Cross Road

Mi hermana me prestó para leer hace años 84, Charing Cross Road, lo empecé muy rápido pero no conseguía terminarlo. Me olía que iba a terminar mal, muy mal, fatal. Es un libro en el que una mujer en USA se pone en contacto con una librería en UK para conseguir ediciones de libros que no encuentra o, más bien, es el libro en el que se recopila parte de la correspondencia que utilizan para ello. Se intercambian requerimientos y facturas y se van inmiscuyendo en lo personal. La historia es triste como todo lo es: porque termina. Todo libro que avanza rápido en el tiempo es un cebarte con datos de vidas de los protagonistas para que estés bien carnoso en la matanza (cuando se acaban).

Pero además, en el epílogo (cuando ya me sentía medio a salvo sin más daño que el cebado), descubro que las cartas son reales, que la tipa y los libreros existieron, que ella malvivió toda la vida escribiendo guiones, que se hizo repentinamente famosa con la publicación de las cartas, que hicieron una película, que gracias a eso pudo viajar a UK aunque ya cuando la librería había cerrado y que, finalmente, tachán, murió arruinada con el único ingreso de los royalties y sola en una residencia.

Qué curioso que cuando la autora se hace famosa por un día con el libro de las cartas me haya acordado intensamente de Umbral. Él gestionó ese segundo para que durara toda su vida, lo hizo incrementando progresivamente la caricatura. A Helene Hanff parece haberle pillado tarde y sin más ganas que disfrutar lo que viene de repente y sin avisar. Después de una vida de esfuerzo escribiendo obras de teatro que nadie quiere producir encuentra la fama por las cartas que se intercambió con una librería. Ok.

Pues eso. El libro está bien. Si no conoces los libros y las ediciones a las que se van refiriendo tienes un poco la sensación de estar en una conversación de mayores, pero se nota el cariño por los libros y todo lo que implican y eso me pilla muy de cerca. Y de lo otro… pues eso. La sensación creciente de que el cielo va a desplomarse sobre tu cabeza, un rumor sordo de la primera página a la última. El libro me ha gustado mucho, la sensación no tanto. Pero la sensación la gestiono yo, no el libro, así que.

un flotador, ese espacio

TLDR: Shogun mola.

Pues acabo de terminar shogun y de enterarme de la cosa de Ayuso y el convocar elecciones después de lo de Murcia. Que a tiempo.

Shogun me ha parecido un novelón. No sé si lo es. Tengo un problema. Tanto lío me aburre, me pierdo. Tanto lío hace que sea susceptible al encanto de la prestidigitación. Si no me interesa seguirte me cuesta mucho saber si el hilo está bien trenzado, no voy a ver los flecos sueltos si no puedo prestarle suficiente atención. Todo lo que sucede no me importa en absoluto, pero la cosa, la vida, la muerte, la honestidad, el juego… la diferencia. No es que esté mal escrito, no me refiero a eso, creo que está excepcionalmente bien escrito. Pero el rollo se me hace bola. Quién dijo qué e hizo qué y para qué y cómo terminó el asunto.

Pero, sin embargo, qué libro enorme. Cuándo una vida tiene valor, por qué lo tiene. Cuándo una sociedad lo tiene. Eso importa. "Libros, discos pelis… Eso importa." No, no lo hace, no lo hace en absoluto. Sólo es el tapiz donde se muestra el valor, lo que sí, el porqué. La continuidad, el sentido.

¿Alguna vez habéis pensado que teníais algo atrapado pero os hacía falta algo de tiempo para expresarlo? El tema es que Shogun te hace ser partícipe de un juego desde dentro y desde arriba, sin intervenir, cenital. Libros, discos, pelis son sólo cómo las cosas están pasando, pero no son lo que está pasando. Lo que está pasando es otra cosa. Lo que está pasando es lo que sostiene esos libros-discos-pelis, que son eso en lo que nos estamos enredando mientras tanto. Qué vago.

El amor, esa cosa. Ese vínculo que sólo se completa cuando es correspondido. El vínculo es doble o no es nada. Ese asidero que falta a ratos siempre y siempre a ratos. El valor de la muerte cuando tiene valor y que lo desvirtúa todo. Parece un contrasentido, pero si el momento actual tiene valor porque va a dejar de serlo no tiene ninguno, o al menos no el que parece. Si el valor que tienen las cosas es que van a dejar de ser no lo tienen más que en la negación de sí mismas (valoramos algo porque no es, no jodas). Las cosas no tienen valor por ser perecederas, serlo no es más que un factor circunstancial que confunde. Significa confundir el valor intrínseco de algo con el valor de su ausencia.

Detesto el grindeo en los juegos, que echarle horas reuniendo cosas te dé superioridad sobre los que le han echado menos que tú e inferioridad sobre los que le han echado más. No por tu habilidad, sino por tu fidelidad al juego. Me gustaba que, en el GW2, en el modo pvp tuvieras desde el minuto uno acceso al mismo equipo que cualquiera que llevase milenios en el asunto. Eso me gustaba mucho. Sólo manos, si las tenías (yo no las tenía y aún así seguía disfrutando porque era justo, iba a meter en medio "de algún modo", pero justo no necesita más calificativos).

La vida es morirse debido a una elección remota (en el tiempo) del juego evolutivo. Pero lo que importa porque va a dejar de ser rompe el equilibrio. Las cosas que realmente importan podrían vivir para siempre y seguir importando lo mismo —e importarían por ellas mismas, eso que parece tan tonto pero que creo que es algo—. Habría que ver, de entre las cosas que van a morir, cuáles seguirían importando si no lo hicieran. Cuáles soportarían ese tipo de prueba.

En un juego en el que consigues mejor equipo grindeando tienes una certeza, un compromiso. Si le dedicas el tiempo suficiente tendrás ventajas. Depende de tu elección, de ti mismo. La importancia que se le da a las cosas porque van a desaparecer tiene un compromiso parecido. Lo dije antes y no soy capaz de decirlo mejor, de afinar más, lo repito: es confundir el valor intrínseco de algo con el valor de su ausencia.

Qué duro.

Y sin embargo vamos a morir y eso nos confunde completamente sin que podamos evitarlo. Pero libros, discos, pelis es lo que hacemos mientras tanto y el lugar en el que lo vamos narrando.

Lo siento, conclusiones de miles de pelis y libros de vampiros y miles de pelis y libros de dioses: si envidiáis nuestra condición mortal por ella misma estáis mirando en el sitio equivocado (el valor de la ausencia de lo que desaparece o va a hacerlo). Al fin y al cabo somos nosotros mismos, los mortales, quienes escribimos las obras en las que ese argumento funciona como alivio de la presión. Un flotador, ese espacio.

José Hierro. Tierra sin nosotros.

I. Enfrente
1.
ENTONCES

Cuando se hallaba el mundo a punto
de que el prodigio sucediese.
Cuando las horas esperaban
que unas manos las exprimiesen.
Cuando las ramas opulentas
daban su sombra a nuestras frentes.
Cuando en el mundo se morían
todos los tristes y los débiles.
Cuando el soñar, el sentir hondo,
cuando el beber ávidamente
la luz, la brisa, el agua, el aire,
eran primero que la muerte.
Cuando las tardes solitarias,
cuando los árboles más verdes,
cuando las conchas de colores
a nuestras madres sonrientes,
a nuestras novias de ojos grises
como la escama de los peces.
Cuando eran pena y alegría
nuestros amables timoneles
y no existía otro paisaje
que el que alzaba su luna enfrente:
mundo que abría cada día
sus lejanías, frutalmente.

(¿Eras así, tan sin palabras
primaverales que te expresen?
¿Tan de elementos terrenales:
arena, piedra, hierba, nieve?
¿Nombres de tiempos, de lugares
deshojados diariamente:
Piélagos, Hoces, Montes Claros,
octubre, enero, abril, noviembre?)

Yo no te pinto otros colores
que los colores que tú tienes.
¿Eras así, mi paraíso,
rumor del agua cuando llueve,
hacha que hiere la madera,
fuego que incendia la hoja verde?

Yo no me acuerdo ya de aquello.
Un día tuve que perderte.
Cuando se hallaba el mundo a punto
de que el prodigio sucediese.
Cuando tenía cada instante
un ritmo nuevo y diferente,
cada estación sus ubres llenas,
rebosantes de blanca leche…