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no tengo boca

Icástico, natural, sin ambages. Como las horas que prescindo y que sonríen sin volver luego. Como las situaciones, los días, estaciones de metro que son agujeros que te llevan a otros agujeros a través de un túnel. El túnel puedes ser tú, o tu propio cuerpo, o el destino en general, plagado de noches y aves de mal agüero.

Jalones de existencia recogiendo el aire que respiro en el pulmón, satinado de nicotina y alquitrán. Jalones que son partes de un todo que corté con un jamonero para preparar un buen aperitivo de algo que nunca llegó. O que no deja de llegar nunca, según se mire. Si la vida es transcurso: no transcurre mal. Si la vida es destino no parece que lleve a ningún sitio concreto. Mucho menos definitivo.

Aguardo las horas en este agujero de metro en el que espero a que pase el tren. El tren me llevará a otro agujero en el que quizá estés tú o quizá otros. Me divertiré viendo como las caras me recuerdan a caras que no volveré a ver jamás, o que veo constantemente como si no estuvieran. Jalones de una existencia imposible de recomponer.

Un árbol muerto no es un árbol, es un muerto. Jalones en el aire no son propiamente una existencia, son piezas inconexas de algo que quizá algún día fuera un todo inteligible. Ahora ya no.

Jalones, agujeros, caras.

Me levanto a las nueve de la mañana aún cansado y me arrastro a la ducha, donde me empeño con el jabón. Me he levantado tarde y mal, con prisas, medio adormilado debajo del chorro de agua que recoje la suciedad por el desagüe y se la lleva a un lugar en el que existe igualmente pero que, a efectos prácticos, existe de tal modo como si no lo hiciera en absoluto. Un lugar ignoto en el que la existencia se diluye tanto que se asemeja a la nada.

Las diferencias se reducen en los extremos, se liman. En los extremos los opuestos se igualan.

Porque el último extremo es el absoluto, que no entiende de cosas, sino de todo. El absoluto no entiende de diferencias, entiende de sí mismo, ergo a cápite ad cálcem es en sí mismo.

Lo demás son estadios previos, realizaciones parciales, locuciones temporales.

Pronominales mientras compro cerveza en el garito de la sudamericana de doscientos kilos que siempre me los vende amablemente. Me los mete en una bolsa de plástico y añade: esta no se va a romper. Yo siempre digo lo mismo: vivo aquí cerca. El sueño de mi vida no lo tengo claro, pero el sueño del día hoy es preciso: dormir. Escribir un rato, sacar fuera. Las cervezas son como las horas en la vida, vulnérant omnes, última nécat.

Todas hieren. No es algo negativo en sí, ni me siento hoy especialmente pesimista. Sólo quiero decir que todas dejan surcos en el cerebro de los que nace algo. Bueno, malo… depende, pero algo. La última mata y me lleva mecido a la cama. Absorto. Herido de nuevo y en paz con algo que yo llamo yo mismo, aunque no tenga ni idea de lo que hablo. Casi nunca tengo idea de lo que hablo.

«Macushla», decía clint en el asunto aquél del millón de dólares. El término lo vi por primera vez en «El avátar», una novela de ciencia ficción que me impresionó en su momento, que no es ahora. Quiere decir algo así como «queridísima, amor mío», en gaélico. Una palabra preciosa. Un ideograma precioso, más bien.

«Queridísima, amor mío» en tu vida. Más túneles, evidentemente, más estaciones de metro, más jalones, pero qué diferente ahora con macushla en tu vida.

Un orujo de blanca en la no-comida, un café sólo. Me encantan los contrastes, café negro, orujo blanco. Ambos juntos, uno al lado del otro. Pago ambos. Consumo ambos. Están configurando el absoluto, se percibe claramente, al delimitar los extremos de los que éste se compone.

Todo lo demás tiene que estar forzosamente dentro, entre un café sólo y un orujo de blanca.

Lo bueno de conocer los extremos del absoluto es que dibujas el campo, el dominio, el lugar donde las cosas son y suceden. Todo lo que no está dentro no existe. Hoy por hoy, al menos. El absoluto no debería ser algo inmutable, eso está reservado para dios, y no existe. Si existió alguna vez hace tiempo que ya no. Un tipo de gran sentido del humor jugando a los dados. Bah, se ha cansado de la partida. No le merecía la pena.

Macushla merece la pena. Eso es difícil de sentir. Es difícil de vivir, es complicado. El lugar donde uno es. Sin restricciones. El lugar donde uno es frente al lugar donde las cosas suceden. El dominio del primero es mucho más limitado que el del segundo, aunque no olvido que el segundo comprende al primero.

El absoluto marca el todo, mascushla marca el tú. O, de otro modo, tú no eres tú en el absoluto, sino en un dominio restringido y precioso. Mascushla. Gaélico. Precioso.

En el absoluto existen las deyecciones, pero en privado. En la mal traída siempre esfera de lo íntimo. En mascushla existen tal cual. Mascushla: intimo, natural, sin ambages: icástico.

Condenados a tener eternamente sed mientras el agua se retira cuando te acercas, a tener hambre sin poder comer.

No tengo boca y debo gritar.

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