Siempre las cosas.

Allí donde esta la génesis de las cosas que existen, allí mismo tienen estas que destruirse por necesidad. Pues ellas tienen que cumplir mutuamente expiación y penitencia por su injusticia conforme al orden del tiempo.
—Anaximandro.

1. Daniel.

Después caminas mucho más deprisa, tratando de recuperar la parte del día que se te ha escapado, y muchas veces sientes la necesidad de leer de cabo a rabo la sección internacional de un periódico, o de ir a ver una película de Peter Greenaway, de consumir algo denso y jugoso, que te ancle en tierra y que disipe toda la futilidad de caramelo del algodón que te envuelve la cabeza.
—Alta fidelidad. Nick Hornby.

1.

Es más excitante ver una fotografía porno que hacer con alguien lo que puedes ver en la imagen. Quizá por que no se te ocurre pensar que él terminó con su decimoquinta opción después de prometerse que no se rebajaría más allá de la decimocuarta, o que ella aceptó a semejante baboso porque a su edad ya no le sobran asideros que le permitan relajar por algún tiempo los tirones nerviosos del insistente del entresuelo. No, eso no lo piensas de ningún modo. Únicamente ves, por ejemplo, a un Paquito con la boca afanosa entre unas piernas de aquellas que llevan medias por encima de la rodilla, a una Antonia con pinta de disfrutar como nunca y piensas, ¡joder, vaya par de conjugaciones con suerte! . No nos solemos dar cuenta de nada porque esas irrealidades nos son necesarias como medida de posibilidad, el porno no deja de ser una iglesia como cualquiera, con sus templos y sus mitologías y sus ritos y sus pamplinas. Y no es una mañana del todo mala, no es una de esas detestables porque hay café hecho en la cafetera y sobró tabaco de anoche, no tengo que salir fuera, al mundo exterior, sin traje de aislamiento. Y ojeo la revista destartalada y me masturbo softly sin vehemencia, sin pensar en ello pero consciente de que las fotografías ya no significan demasiado para mí después de hacerles la autopsia.

Y, como no, se ha ido la ella de turno (no quiero dar una falsa imagen: la primera ella de turno tras seis meses varado en la arena), sin reparar en la existencia del café y respetando conscientemente, de eso me he dado cuenta, el tabaco sobre la mesilla de noche que no es suya. Anoche pude hacer de nuevo reales mis ilusiones sexuales, darles cuerpo, y sólo jodí o hice el amor o follé o lo que tú quieras, pero lo que sea despojado cualquier connotación estimulante. La fantasía suele quedar más o menos así después del paso del tren de mercancías de la realidad.

2.

Me apesta el pelo y, en resumidas cuentas, el cuerpo entero a tabaco, es un olor gomoso y rancio que transmite directamente a mis neuronas por vía interparietal una sensación de estado terminal que yo detesto. La ducha es cálida y perfumada y va arrastrando de mi piel el aroma de la melancolía que no es tristeza, pero que al fin y al cabo inutiliza más o menos lo mismo en este caso. Tengo el poderoso aliado de mi gel de avena, su incontestable mano derecha el champú de frutas cítricas, el rebelde pero no menos esforzado desodorante de no sé qué planta y la colonia de ducha que es, sin paliativos, el líder de todos ellos con su penetrante aroma campestre. Siempre me gusta terminar como un jardín botánico, recorrerme olfativamente y dividirme en regiones según biodiversidad.

Todavía hay que andar para ello, estamos en ruta, antes tendré que superar la limpieza de mi vello púbico, lucha obligada de cada vez que. Apestar a tabaco es más o menos normal siempre que uno salga por sitios decentes, donde merece la pena estar, pero tener restos de otra persona en alguna parte de mi cuerpo no es tan normal ni tan soportable. Restos que deseé antes de que no hubiera nada sido escrito ni pensado, cuando todo estaba en curso y abrimos la puerta de mi casa y nos servimos unas copas y empezamos a besarnos, cuando todo podía terminar de cualquier modo menos de éste, así como acabo finalmente sucediendo, apestando a soledad rota un instante y recompuesta justamente en el siguiente.

Mi vello púbico adquiere ahora mismo ese inconfundible olor, intensificado cuando lo remojo con el agua caliente, expandido en extensivas vaharadas que siempre encuentran mis fosas nasales y activan algún resorte sináptico donde guardo más que el asco la depresión, la infatigable inercia de estar perdiendo algo más que el tiempo, algo más que las ganas, algo más que la sucesión de personajes secundarios figurinistas de mi propia vida. Con más aplomo que un fajador introduzco con mis dedos el jabón de avena entre los rizos y voy frotando. Después me lavo concienzudamente las manos. Después remojo de nuevo (afortunadamente, el olor ha perdido gran parte de su presencia) e introduzco de nuevo, y el agua se lleva la pasada noche hacia las alcantarillas, donde probablemente deba estar. Al menos yo no pienso discutírselo.

3.

Quizá sea sólo la podredumbre, la corrupción de los fluidos entre sí, una teoría magnética del sentimiento.

Con toda la sinfonía olfativa sobre mí, mi propia aromaterapia, me encuentro en el salón con un café, un cigarrito y la tele puesta. No puedo olvidar que hoy es mi primer día de trabajo en la fábrica de helados. ¡Lo que hay que hacer para tener un techo donde meter la ruina personal de cada uno! Necesito encender una barra de incienso, por si fuera poco todo lo demás. Algo falla, y es que no he vaciado antes de ducharme. Todavía estoy sucio por dentro. Me toca repetir todo el proceso y volver al baño y después a la ducha y después al salón de nuevo con el café, el cigarro, la tele, el incienso y treinta minutos menos para la hora cero.

Me preparo un arroz y unos huevos y bebo algo de leche y un poco de vino a intervalos regulares y constantes de aproximadamente veinticinco segundos, aunque no los cuento. Me pongo algo de Blur en el reproductor de cd’s. Por un momento pierdo contacto con la realidad aplastante y es de agradecer. Al final decido prescindir de limpiar los suelos de una nave industrial donde fabrican helados en serie y quedarme en casa a ver languidecer la tarde, aunque lo hago cuando me doy cuenta de que la llevo dos horas de retraso, lo que le quita mérito.

El incienso se ha acabado, y pongo otra barrita cuando suena el teléfono y empiezo a concienciarme de que debo de hacer el esfuerzo de ir a cogerlo, cogerlo para soportar la bronca de alguien que quiere ver suelos limpios sin tener que hacer el menor esfuerzo por ello. Pero me equivoco, porque es ella, que quiere ir al cine o a donde a mí me apetezca.

Cuelgo asustado sin responder aún y recuerdo más que confusamente que garabateé mi numero en un papel cuando ella me lo pidió.

Por un momento vuelvo a desear su vida tan efímera en mi vello y me doy cuenta de que soy un enfermo.

Miro donde sé que está y encuentro su número de teléfono en un papel sobre mi escritorio. La llamo y le digo que no tengo demasiadas ganas de salir, le pregunto si quiere venir aquí, a casa, con alguna peli.

Ella me responde que había pensado en algo más que en eso, quizá en hacer un poco de vida exterior.

Le comento brevemente lo del curro, le describo como puedo por encima mi estado anímico, obviando pequeños detalles que quizá me harían parecer un psicópata, y ella me contesta que mejor lo dejamos para otro día. Agua.

No puedo ni quiero evitar decirle que no me vendría mal alguien a mi lado en estos momentos. Que sé que no nos conocemos mucho, pero que aún así... Ella duda. Tocado.

Pero se recupera, la duda no dura demasiado, es inflexible, no merece la pana henchirse de esperanza y sacar los condones del cajón de la mesilla, porque al final me dice que ya quedaremos otro día y, sin más, cuelga. Tocada y hundida toda mi flota sin remisión. A recoger los trastos y sacarlos del Atlántico, se terminó el combate con una espantosa derrota.

4.

Las cinco, tumbado en el sofá cuando vuelve a sonar el teléfono. Sé que es ella que se ha arrepentido y lo dejo sonar para después decirle que me ha pillado por los pelos, que estaba a punto de salir con los colegas. Al quinto tono lo cojo, tampoco quiero que cuelgue.

—¿Daniel Esteban?

Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda.

—Sí, soy yo, ¿quién es?
—Buenas tardes, le llamo de Adecco, empresa de trabajo temporal, tenía usted que presentarse hoy a las dos y media en Helados Somosierra.
—...
—¿Disculpe?
—Sí, estoy aquí, ¡no me diga que era hoy!
—Exactamente el miércoles quince, es decir, hoy. ¿Debo interpretar que no le interesa el trabajo?
—¡Dios, no!, nada de eso. Estaba convencido de que era mañana. Lo siento, de verdad. Me hace mucha falta el trabajo, lo juro.
—Lo supongo. Como medida excepcional le cito mañana a la misma hora, esperando que sepa responder adecuadamente a la confianza que depositamos en usted y que no cree incidencias de ningún tipo, esta vez.
—Le aseguro que así será. De verdad, ha sido tan s...
—No obstante de acuerdo. En cualquier caso, si decidiera no presentase le ruego nos llame a lo largo de la mañana, lo más pronto posible.
—Así lo haré, se lo aseguro.
—Gracias, buenas tardes.
—Gracias, buenas tardes.

Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda y puta mierda.

5.

Qué hacer en menos de veinticuatro horas de libertad antes del holocausto. Se presentan varias opciones y son: 1/ llamar a los colegas y jugar a los dardos toda la tarde llenando el estómago de cervezas a desgana, 2/poner la tele esperando no exasperarme demasiado, 3/me he quedado sin opciones, 4/ llamarla a ella e intentar una desesperada (decididamente soy un enfermo) , 5/ ¿masturbarme?, 6/¿emborracharme solo?, 7/¿llamarla?, 8/ ¿alguna más?, 9/no hay más. Bueno, tener nueve opciones no es nada despreciable como cifra.

6.

Estoy ordenando mis libros por temas, como siempre lo dejo e intento hacer una base de datos con ellos en el ordenador, como siempre lo dejo y me pongo a ordenar las herramientas, como siempre lo dejo y empiezo a limpiar el baño o la cocina o a hacerme la cama, es igual cualquiera porque al final siempre lo dejo y me quedo a solas conmigo mismo y no hay cosa que me de más miedo.

No encuentro una forma más apropiada de pasar el tiempo que llamar a Adeco y mandarles literalmente a la mierda mientras les juro que la escoria del suelo de la fabrica de helados la pueden limpiar ellos porque a este hijoputa se le acabo la paciencia y no piensa soportar más humillaciones, dejando bien claro que no me refiero al trabajo (aunque también), sino a mendigar un trozo de pan en los sitios equivocados. Por supuesto dejo el mensaje en el contestador porque allí ya no queda nadie. Ni siquiera de esta forma me escucha alguien.

7.

Dos de la madrugada, con Koldo en su Lada Samara, frente a las oficinas de Adecco. Están en un bloque que es sólo de ellos, por lo que no temo a los vecinos. Koldo es un buen hombre que no tiene parecido con nadie, es él en sí mismo un tipo.

—Gracias, tío, quédate aquí.
—Pero ¿qué vas a hacer, tío?
—No te preocupes, únicamente espérame un ratito con el coche en marcha, ¿de acuerdo?
—Como quieras.

Reviento una puerta con una palanca, subo las escaleras, reviento otra puerta disparando yo que sé que cantidad de alarmas silenciosas (supongo). Sé dónde está el contestador, le saco la cinta y salgo corriendo, me meto en el coche de Koldo y le digo que salga disparado hacia mi casa, donde quemo las pruebas sin pensar en mi jodida cobardía. Podré llamar a Adecco siempre que no quede más remedio.

Mierda de vida.

8.

Ocho de la mañana, fumando cigarros en el salón. El análisis clínico en el espejo del baño demuestra que tengo los ojos hinchados y rojos. Koldo está conmigo, sin hablar, le digo que no hace falta que se quede y le despido. Abro la botella de cerveza de reserva y la fulmino. Me meto en la cama e intento dormir. Me levanto y me frío unos huevos. Los tiro a la basura porque no tengo hambre aunque me apetece cocinar. Me meto en la cama y me digo hasta mañana. Joder, todo es culpa de ella, si hubiera venido no me habría pasado el resto del día haciendo chorradas. Me siento un tanto perdido. Me duermo.

9.

Nueve de la mañana. Acabo de conciliar el sueño de los benditos cuando suena de nuevo el teléfono. Me ofrecen un trabajo en la cafetería de la facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma. Joder. Han escogido el peor de los días para darme la oportunidad de un trabajo casi decente. Hoy juegan con ventaja, no voy a poder demostrar que yo también soy una persona casi decente. No sé si existe algo así como un buen trabajo, pero supongo que esto se le parece en algo, al menos no es una franquicia, tiene vida. A mí lo que me pasa es que todos esos inmundos sitios franquiciados me saben a plástico, a nada, a vacío. Vayas donde vayas siempre todo es lo mismo, un whopper en Cuenca dice lo mismo que uno aquí, en Madrid. Diseño y frío. Cómo odio que nos conviertan en clones de un solo tipo que no existe en ninguna parte y, de algún modo, un poco en cada uno de nosotros. Yo prefiero encontrar modos distintos en cada bar de viejo en el que me tomo un vino, feliz en la diversidad, en la diferencia. En estos sitios un vino es mucho más que una frase en una carta.

10.

Cuatro horas más tarde estoy allí, conociendo al dueño y, casi inconscientemente, aceptando el trabajo. Parece un buen hombre el tipo este de los puros. No sé si soy malo. Creo que a mí me gustaría ser muy malo, pero un malo de buen rollo, que ayuda a la gente y movidas así. No sé si un malo es camarero en una facultad, pero puede que sí. Supongo que en el fondo me horrorizan las escenas de vomitonas y hondonadas de ostias, pero las necesito. No me gusta robar la cinta de un contestador en Adecco, pero, en el fondo... eso me hace sentir bien, porque además de haberles robado soy perfectamente consciente de que son unos hijos de puta sin escrúpulos, se merecen eso y que crucifiquen con clavos al rojo a aquellos que alguna vez tuvieron la idea de hacer una empresa que se forrase de esa manera. Eso y maldad, inconformismo, etc, etc. Hijos de puta. Me sudan las manos mientras se la estrecho al dueño del bar. Me pregunta por mi experiencia, aunque ya la conoce, detalladamente se la facilitaron en la bolsa de empleo antes de llamarme. Creo que me gustaría ser un tipo duro. Esa es la palabra. Acepto definitivamente el curro.

11.

Ese mismo día por la tarde vuelve ella. Me ha llamado de nuevo, eso me hace sentir muy bien. Definitivamente bien. Se comporta de un modo un tanto raro, como si se hubiera adueñado de la casa coge la cafetera y prepara café, friega dos tazas y lo tomamos en el salón. Sé que ha traído unas bolsas con algo que ha metido en la nevera.

—¿Qué tal todo, tío?
—Bueno, no del todo mal.

Yo no me encuentro demasiado hablador, sino más bien un tanto apático. No me lo puedo creer, una mujer en mi casa y yo me siento completamente sumergido en la apatía. Soy un maldito caso. Ella me cuenta parte de su vida, es cajera en Pryca siete horas al día, seis días a la semana. Dice no recordar muy bien su trabajo.

—La cosa es así, tío: yo voy allí una cierta porción del día que ya de entrada considero perdida, por lo tanto es como si no existiera para mí. Siete horas cobrando a gente que compra, aunque en realidad yo no estoy allí, sino en cualquier otra parte. Estoy allí a veces como en un sueño, a veces ni siquiera eso. Me jode tanto perder ese tiempo... pero no hay otro modo de vivir. Y ya puestos a trabajar prefiero hacerlo donde no quede nada de mí, hacerlo donde nada me afecte el resto del día. Trabajar de cajera es, para mí, algo completamente indoloro y sin rastros. Por eso sigo allí.

Es como si estuviera hablando yo.

—Y hay buena y mala gente allí, como en todas partes. A veces me deprimo y recuerdo que yo quería ser otras cosas, que en mis opciones cajera no estaba incluida en tre las mil primeras. Pero aprendo, aprendo a que no duela y punto. ¿Está bueno el café?
—Sí, perdona si no hablo demasiado.
—No te preocupes, si lo haces porque no te intereso lo suficiente lo único que sucederá es que el próximo día que quiera verte me dirás que no. Eso es todo. No me juego tanto con tu silencio. Si lo haces por cualquier otra razón, tendrás tus motivos. Hoy estoy decidida a disfrutar y ni siquiera tú, en tu casa, me vas a joder eso. —Joder.
—¿Qué?
—Joder, joder.
—¿Qué, coño?
—Joder.
—El otro día... hubo algo triste en todo, ¿no?
—Joder.
—He visto que tienes una máquina de dardos, ¿echamos un criket?
—Joder.

12.

Afortunadamente ella juega como yo, sin tener ni puta idea. Nos lo pasamos bien pensando que si las puntas no fueran de plástico ahora mismo ya tendría una ventana de la habitación al salón. Al final gano yo porque de algo tenían que servir tantos años haciendo el tarado con un balón en los patios de los colegios. Echamos otra y nos reímos, nos reímos y en un momento nos besamos, y sus labios son dulces y frescos como algo que ya no recuerdo a fuerza de vivir tan solo el acerbo y lo acibar, lo agostado y lo agrio. Yo intento poseerla con rabia, con la que otorga esa particular forma de desesperación de ser un crío en una vida occidental y reseca de adulto. O de ser humano en un infierno de cuadrículas. Ella se da cuenta y me frena con cariño, desaparece y luego vuelve con dos vasos, una botella de güisqui, hielo y dos litros de cocacola (¡en un solo viaje!, es fácil adivinar un más o menos turbio pasado de camarera, je, je).

—Así no, Dany —escucho la y griega y me parece estupenda—, así no.
—Tú mandas.

Reanudamos la partida con contenido etílico y no me deja beber lo que yo quiero, me va dosificando la dosis de tal modo que en vez de perder el control noto cómo se va adueñando de mí una sensación sorprendente de bienestar (ahora te aseguro la preexistencia de la camarera). Tirando dardos y besándola de soslayo y empezando a ver con sinceridad los senos, las caderas, la cinturita. Estoy empezando a desearla a ella, más que al simple hecho de tirárme a algo. Vaya cosas, lo que tienen que venir a enseñarme de fuera. Ella me acaricia el cuello cuando tiro (vale decir: no meto nada dentro de la diana), me mira. Sobretodo me mira y no entiendo lo que hay ahí de insondable pero lo veo. Me mira y no es fuego, ni borrachera ni silencio. Algo cálido y rotundo sale de esos ojos que únicamente, como dije, miran y me ven y soy consciente de que, aún sin conocerme de nada, me ven, me están viendo, ya estoy desnudo en realidad cuando ella comienza a quitarme la camiseta para besar mis pezones mientras tiro (catástrofe mundial, ya ni siquiera le doy a la pared), y ella está completamente vestida aunque se quite el top y el sujetador dejando libre sus senos, que se balancean suavemente mientras lanza. Ella está vestida y lanza, la piel de su cintura se retuerce porque como no tiene ni puta idea tira con todo el cuerpo. Y seguimos jugando aunque yo sólo quiera llevármela a la cama (que está justo al lado, para más desesperación acumulada), seguimos jugando porque ella es quien dicta las normas y yo agonizo cuando se quita el pantalón y se queda en bragas y me sirve otro güisqui, que yo apuro de un sorbo, por lo que ella decide penarme con un cuarto de hora de sequía que me exaspera. Sucesión continuada de tiradas, de miradas y mi monaguillo descapuchado y lanzado hacia el cielo con dolor, puro dolor físico ya. Desaparece de nuevo y vuelve con más güisqui, que escancia con calma en dos vasos sin hielo. Me siento el tipo más feliz y más desesperado del universo. Doy un sorbo a la copa y brindo con ella, digo un “por nosotros” que le hace fruncir el ceño, mientras una sombra pasajera de melancolía recorre brevemente su cara, rectifico y digo “por esto”, ella recoge el guante y grita “por las cosas”, bebe un poco, me besa y me lo pasa, y el alcohol resbala por mi pecho y por el glorioso canal que linda tajantemente sus senos. Nos reímos y nos restregamos en un beso largo y feliz, sin rabia, o con rabia de puro vivir, estoy tan lejos de todo, tan distanciado, que estoy a punto de reventar de felicidad cuando ella dice “gané” y se quita las bragas. Lo demás es de estricto secreto sumarial.

13.

Y es curioso que a la mañana siguiente me encuentre desayunando café y galletas con ella, fumando cigarros mientras hablamos y reímos como enfermos recordando la noche anterior.

—¿Más leche?
—Así vale, gracias.
—Bueno, ¿qué?
—¿Què?
—¿No me jodas, coño! ¿Qué tal?
—Por mí podemos volver mañana.
—Bueno, no es un “gracias, tío, me has hecho la mujer más feliz del mundo, gracias a ti he visto la luz al fondo del camino, me he dado cuenta de lo glorioso que puede llegar a ser el sexo”, pero no está mal.

Y es curioso que ahora, de lleno en la mañana siguiente, no me sienta superado por el porno en ningún aspecto.

Nos duchamos juntos completando el círculo de cosas que casi nunca se hacen porque frecuentemente duelen, porque recuerdan a alquien que queremos olvidar a través del que en ese momento está a nuestro lado, o simplemente a alguien que queremos olvidar jodiendo.

(Y ella está y visiblemente no está, enfundada en una coraza de plástico que niega la posibilidad de que se muestre, esa es mi impresión).

Escuchamos a R.E.M. y yo siento curiosidad por la mirada de ayer, que está de nuevo en ella al mismo tiempo que no está, es decir, que permanece aunque diluida en miradas más de todos los días. Ella hoy no trabaja, yo tampoco. Las preguntas son: ¿queremos estar solos, cada uno consigo mismo? ¿Si le digo que se quede le joderá? ¿Quiero yo estar sólo, me está molestando? ¿Todo lo que hagamos a partir de ahora, ir a un centro comercial, comer en un Burguer Kin, ir al cine, será tan normal como siempre, como tantas otras veces con las otras? ¿Hemos vivido una noche para después obliterarnos tomando otras formas, pasando de la vida a la existencia en sentido estricto? ¿No tenía yo un paquete de tabaco de reserva en alguna parte?

No lo sé.

14.

Y hacemos prácticamente todo eso. Vamos a ver al cine “Los padres de ella” y casi nos morimos del asco, de ver esa clase media con sus preocupaciones medianas, su felicidad mediana y su gilipollez mediana, sus grandes casas y sus grandes coches y sus vidas llenas de insignificancias como forma de eludir el vacío. Nos besamos con frecuencia, aunque de otro modo, ya sabéis de qué hablo. Incluso nos metemos mano, bueno, quiero decir que la meto mano y me doy cuenta que lo hago con la rabia maldita que la noche anterior creí había aprendido a esquinar.

Después el Burguer Kin y la cervecita. Ambos nos damos cuenta y nos despedimos con un beso y un nos vemos.

15.

Empiezo el trabajo y me desenvuelvo como un profesional, lo mío son las barras y me muevo a la perfeción en sus dos vertientes, tanto dentro como fuera. El jefe, por lo que puedo ver, está razonablemente satisfecho de mí, porque los primeros días uno no sabe dónde están las cosas y se hace bastante cuesta arriba atender a la gente, y yo soy un especialista en disimular precisamente eso. Entran tipos que son estudiantes de humanidades que yo ya he aprendido a distinguir hace tiempo. ¡Filología hispánica! Umm, a ver... ¡gabán negro y bufanda blanca! Diez puntos. ¿Filosofía! Hippies (¡ja!), tíos con barbas y chilabas y tías con pelos en las piernas. Diez puntos. Y así uno tras otro gracias a la costumbre que tiene la gente de encuadrarse en unos límites condenadamente estrictos. Un tío incluso se larga sin pagar, aprovechando el momento de entre horas, cuando la gente viene a sustentar el tedio de las clases con toneladas de cafeína.

16.

—No ha estado mal, por mí puedes volver mañana.
—Gracias, don Luis, a mí me ha gustado trabajar aquí.
—Por dios , no me digas “don”.
—De acuerdo.
—Entonces, ya sabes, mañana a las ocho.

17.

Qué hacer con quince horas de libertad antes del holocausto: 1/ ver la tele hasta reventar. No hay más. Bueno, por hoy no es un mal plan.

18.

Y aquí estoy de nuevo, con la facultad de pagar religiosamente el alquiler y con una vida sentimental deshecha y unas revistas porno que cambiaría ya por viejas y manoseadas de no ser por la vergüenza que me da ir a los quioscos a comprarlas.

Empiezo, volviendo a mis más remotos orígenes, con las borracheras de la muerte, acompañado de cualquiera que traspase el umbral físico de mi puerta. Koldo no me falta nunca (¡afortunadamente!), y con él hablo y me explayo, él es un asidero fuerte, un punto de apoyo desde el que vencer de algún modo la locura, o el abandono, o ambas cosas al mismo tiempo. He empezado a hablar en la barra del curro con Miguel, al que identifico como aquel que se fue sin pagar mi primer día. Él tiene su propia singladura vesánica y le encantan las borracheras como forma, contenido y método y alguna vez me he sentido tentado de invitarle a casa, aunque temo por mi hígado terriblemente. Lo bueno, si lo es, es que me ha elaborado la lista de sus libros imprescindibles, que empieza por “1984” y termina (de momento) con los viajes de Gulliver.

Y ella (porque de nuevo vuelve a ser ella), ella...

19.

Un hombre en la lista negra de Adecco es un hombre marcado. El estigma al rojo de la irresponsabilidad. Al fin y al cabo, por si algún día, quedan aún cientos de agencias de trabajo temporal que me pueden servir y robar.

Koldo tiene una facultad sorprendente para encontrar trabajo sin recurrir al ellas, no entiendo muy bien cómo lo hace. La verdad es que tiene una parte de sí que guarda bien en secreto, uno nunca podrá decir “conozco perfectamente a Koldo”, porque él se repliega constantemente, para él la retirada es una victoria siempre. Se muestra un día, a las dos de la mañana, cuando viene a verte a casa, y no le ves el pelo en una temporada. Nunca pide que se le acompañe a ninguna parte, él hace las cosas sólo y de eso se nutre para aparecer siempre de modo diferente, para crecer constantemente en lo oculto, en lo privado (que no en lo íntimo, gracias Miguel, gracias Hannah Arendt). Nunca me he emborrachado con él, siempre se emborracha con otros. Conmigo no. ¿Por qué? Ni puta idea. Preguntárselo a él. Yo no tengo ni idea.

La llamada de Adecco parece una amenaza en toda regla. No lo dicen, pero parece ser que por la miseria que pagan nadie quiere limpiar suelos. Quizá, si no robasen tanto, ese sería el trabajo perfecto porque, ¿qué responsabilidad puedes tener en un curro así? Ninguna. Que les den por el culo, con cariño, de mi parte.

20.

Leed este episodio escuchando a Sabina, que no me gusta especialmente como músico, aunque sí como borracho festivo. Y hacerlo no porque sepa lo que voy a contar en él precisamente y Sabina venga al pelo, sino porque yo ahora, mientras escribo, lo estoy escuchando, 19 días y 500 noches. He estado releyendo lo dicho y estoy más o menos de acuerdo con todo, hay cosas que no se parecen a lo que fueron, aunque con eso ya contaba. Habría tantas cosas que decir que ampliarían tanto la explicación... y, sin embargo, tan aburridas de escribir, tan sencillas en la realidad y tan enrevesadas cuando intento ponerlas aquí... Me voy a emborrachar por ello.

RON 1: ¿Dónde está la canción que me hiciste cuando eras poeta? En el baúl, en la alacena del cerebro, en el corazón del olvido reposando nonata. Estoy solo en casa, con este domingo libre en el que no quiero salir, con la música, sembrando y cuidando con esmero la melancolía, que ya no va a tardar, que siempre aparece el domingo quiera o no. Prefiero hacerla brotar para tenerla más o menos controlada. Para apropiármela. La mejor defensa es un buen ataque.

RON 2: Si ya no juegas a las damas ni con tu mujer. Podría haberla llamado y hacer una de esas cosas que se hacen los domingos cuando uno tiene una tía al lado. Quizá esa sea la trampa, el no poder pasárselo bien. Quizá así nos hacemos más vulnerables, nos infectamos de indefensión aprendida. Pero yo tengo una gran herramienta que se llama ron y un par de aliados: el hielo y el limón. No va a salir nada bueno de esto, podéis pasar las paginas hasta el siguiente episodio, que todavia no ha sucedido, que todavía no puede ser escrito, por lo que me es imposible adelantaros nada. Espero, unicamente, que llegue a escribirlo, que no me detenga aquí, porque habrá mucho que contar, aunque sea tan difícil hacerlo. Habrá mucho que denunciar con...

RON 3: Este sabe a gloria, Sabina habla de ganar partidos, la melancolía ya es plena y me inunda. Deja que crezca, que se consolide, que derrumbe las falsas ilusiones del firmamento de mis pensamientos. Creo que me puedo poner muy tonto hoy, de esta forma, de esta manera. Cosas que hacer ahora: 1/ escribir. 2/beber hasta no poder escribir, 3/ponerme a echar de menos a gente que ya no veo, 4/ olvidarme de todo e intentar dormir, 5/ marcar la diferencia pensando intensamente en que mañana trabajo, 6/ nada. Me voy al baño y meo, me miro en el espejo y creo que me doy asco (quizá alguna vez os haya pasado) me afeito despacio, intentando o tentando la perfección. Sabina es triste como la resaca del día siguiente cuando descubres que tienes un cadaver al lado, en tu cama. Sabina es triste como sólo cientos de noches perreando pueden serlo, como el mensaje de la vida cuando es exprimida, como la pulpa del miedo de acostarse sólo cada amanecida o como el vacío de acostarse acompañado pero en silencio cada atardecer, cuando el sol apenas aún se vislumbra en el horizonte. Por eso Sabina es vida como la vida misma. Aunque no me gusten sus canciones.

RON 4: Enciendo la máquina de dardos y juego un 301, a lo mejor pongo cuatro jugadores para sentirme menos solo, o quizá únicamente para hacer más interesante la partida, no pienso entrar en especulaciones. Hoy es uno de esos días en los que nunca escribo, porque carezco de cualquier rastro de ironía. Me quedo en blanco mirando la pared un cuarto de hora.

RON 5 (servido a medias): llaman a la puerta, entra Miguel con cara de enfermo y me ve. Se detiene y empiezan a brillarle los ojos al ver el ron. Se ve a mil setecientos kilómetros que él también está de bajada. Ya somos dos para la partida y...

RON 5 (completamente servido) y RON 1: Miguel pierde, la diana es mía y se nota la práctica. La cómoda no tiene braguitas de Zara, pero lo vamos olvidando a base de derretir el hielo. Miguel no quiere jugar más y aporrea la guitarra mientras yo vuelvo a escribir. No hay mucho que decir, de verdad, cuando uno anda empapado de domingo. Miguel se cansa y volvemos a Sabina, que viene perfectamente a la sazón (y no sé si veis las cosas girando, las cosas indiferentes en sus ciclos usuales a nuestro alrededor). Y llaman de nuevo a la puerta y hace su aparición en la escena Koldo, que gentilmente trae en una bolsa del 7eleven una botella de ron y un kilo de limones.

RON 6, RON 2, RON 1: Sucintamente patética es la imagen que desprendemos, aquí sentados, con los vasos en las manos asesinando cigarros que inundan el poco oxigeno que aún queda, acobardado, pegado al suelo. Aquí pierdo un poco el control y me despisto.

RON 7, RON 5, RON 5: 1: "Creo que me he quedado dormido". "No te preocupes, aun queda mucho día". "Bueno". 2: "Creo que me he vuelto a quedar dormido". "Han sido sólo cinco minutos". "Bueno". 3: "¿Quién coño es ese?" "Un colega de Miguel, que le llamó al móvil y vino". "¿Trajo ron?" "Sí". "Bueno". 4: "Necesito un ron antes de que este acabe conmigo"

RON 8, RON 6, RON 6, RON 1: —Esto parece un geriátrico.
—¿Tú quién eres?
—Soy Pedro, tío, más conocido como idiota 1. Me encanta tu casa.
—¿Idiota 1?
—Es una historia pasada. Si estamos dispuestos a hablar como gilipollas de poesía puedo llamar a Ana.

Pero eso ya lo explicaré otro día. De momento, no quiero saber nada más de este capítulo. No estoy dispuesto a contar lo que sigue, la estupidez de las conversaciones que tuvieron lugar cuando llego ella y me cayó bien a la fuerza porque, sin animo de alardear de nada, acabó en mi cama aunque yo sólo pensaba en dormir el sueño de los borrachos y los benditos. Al final no terminó nada mal el domingo.

2. La Señá Gregoria.

1.

Corrían otros tiempos, yo aún vivía en casa de mis padres y trabajaba, creo, de reponedor en un centro comercial. Perdón por la inexactitud, pero no me gusta demasiado recordar. Yo salía de currar e iba directo a la cafetería. Creo que fui allí por primera vez para dar un concierto, un viernes. Sí... Me encontré con un antiguo jefe, un timador empedernido. No había salido bien la experiencia del garito de bailes de salón. Alfredo, mi exjefe, convenció a algún tarado para que pusiera el dinero y alquiló aquel local enorme, nos compró unas corbatas, camisas y chalecos y nos puso a trabajar allí, después de ponerse en contacto con un par de academias. Al principio la cosa no fue mal del todo, pero pronto empezó a notarse un cierto absentismo. Supongo que a la gente le gusta variar de sitio de vez en cuando.

Siempre, cuando terminaba el día, sobre las seis de la mañana, cuando ya teníamos todo recogido y preparado para el día siguiente, nos poníamos unas copas y cantábamos algo con mi guitarra. Después salíamos y ya era siempre de día. Yo volvía a casa de mis padres y me acostaba hasta la media tarde, entonces me preparaba para volver a lo mismo de nuevo. Al fin y al cabo, era sólo los fines de semana.

Cuando todo terminó me metí a reponer, como ya dije. El cambio no fue muy agradable. Terminó porque el socio capitalista se dio cuenta de que estaba haciendo de socio primo y decidió romper con semejante sangría económica. Y a Alfredo no le volví a ver hasta aquel día, medio borracho con una tía colgando del brazo, en el que me propuso tocar en un garito en el que estaba promocionando el tema de los conciertos. Noté como comenzaban a brillar los ojillos de la chica que estaba a mi lado y, por supuesto, dije que sí y me despedí hasta quince días más tarde, momento en el que iría a colocar el equipo y hacer una pequeña prueba de sonido.

Y así conocí la Señá Gregoria.

2.

La Señá Gregoria era inconfundiblemente Goyo. Más tarde me enteré de que era su mote de crío. Iban por ahí tirándose piedras los unos a los otros y a él le gritaban “Seña Gregoria, Señá Gregoria” (no quiso decirme el motivo). Yo soy de esa clase de personas que no distingue a las Hepburn, Goyo sí, además de estar enamorado de una de ellas hasta la médula. Creo que de Audrey. En cualquier caso la cafetería está preñada de fotos de la que sea. Una mujer preciosa, aunque demasiado delgada para mi gusto (por dios, que no se entere Goyo, que no me habla más).

Aproximadamente un mes más tarde de dar el concierto, momento en el cual Goyo y yo ya nos habíamos dado cuenta de que íbamos a ser íntimos para toda la vida, compañeros de chuzas hasta la muerte cirrótica, Goyo volvía a su casa después de cerrar la cafetería cuando se dio cuenta de que probablemente no había apagado los extractores de la cocina. Esos cacharros son diablos consumiendo luz. Se maldijo a sí mismo por ser tan torpe y decidió volver a apagarlos.

Y mientras se acercaba vio luz por debajo de los cierres metálicos.

Y cuando llegó y levantó el cierre dentro había una fiesta.

Y allí estaba Alfredo con todos sus colegas, tomando cubatas. Según Goyo, la cara de Alfredo era un verdadero poema de terror. Se rehizo, no podemos olvidar el instinto timador y la fuerza camaleónica que aporta. El muy hijo de puta cogió a Goyo del brazo y se lo llevó al piso de arriba y le dijo Goyo, campeón, estoy promocionando tu cafetería, ni te imaginas la de clientela que te va a generar esto. Goyo le miró alucinando y creo que le llamó de todo, le cogió de las orejas y le echó del local, a él y a toda la panda de gorrones que trajo.

Cuando entró en la cocina los extractores estaban apagados.

3.

Un lugar de techos altos, con ladrillos de mentira adornando las paredes. Se olía a cien kilómetros que aquello antes había sido una cafetería de viejos, aunque estaba muy bien disimulado pese al bajo presupuesto. La parte de arriba, el polo opuesto, techos tan bajos que se pueden tocar con las manos y colores pastel oscuros en las paredes. Abajo, la barra y tres mesas de sillas altas, arriba, un montón de mesitas íntimas, un par de sofás del bingo que hace diez años fue el local, un escenario minúsculo y una estantería. Del bingo también quedaban los suelos de marmol y la escalera de barandilla dorada que unía los dos pisos retorciéndose en cuarenta y cinco grados de giro. De las cafeterías de viejo, la barra tradicional de apoyar el codo y poner el pie en la repisa. Del bingo, un almacen inmenso, obituario de trastos, sofás, máquinas de tabaco, máquinas registradoras, sillas, mesas, abrigos apolillados... De las cafeterías, la plancha inmunda que Goyo tiró porque era imposible sacarle ya toda aquella grasa, los servilleteros y las mesas de arriba que tuvo que esconder con manteles para no pegarse un tiro directamente.

Alcobendas es un lugar como cualquiera, la proporción de gente interesante es ínfima, pero Goyo, de un modo u otro, había conseguido reunirlos allí a todos. Y allí nos veíamos todas las tardes para leer poemas o hablar de política, para organizar fanzines (el que tuvo más aceptación fue El Anti-Goyo, uno que cree con Koldo y con Oscar), para ponernos verdes los unos a los otros negándonos mutuamente la capacidad de escribir.

Y, aunque no nos diéramos demasiada cuenta, era Goyo quien mantenía todo aquello unido, era el glutinante sin el cual cada uno a su casa y punto.

Allí fue donde me reencontré con Koldo. Él había estado saliendo con mi hermana algunos años antes, creo que estuvieron juntos un par de meses, el tiempo suficiente, en todo caso, para que nos conociéramos y me metiera en el grupo en el que él tocaba la guitarra. Él tenía uno de estos coches de los que siempre estaba robando el vaquilla, que funcionaba cuando le daba la gana y olía a acampada, y con él me llevaba al local de ensayo y después a tomar unas cervezas y después a mi casa. Pero algo salió mal, definitivamente mal. Creo que era el tiempo en el que estaba pensando en irme a vivir a Canarias, o el tiempo en el que definitivamente me fui, no lo tengo muy claro, pero el caso es que dejé el grupo y de ver a Koldo hasta la Gregoria. Allí Koldo conoció a Miguel, que trabajaba de tarde por aquel entonces, por lo que yo supe de él sólo de oídas hasta que le conocí en la Autónoma, y sólo por que el mundo es un pañuelo en el que los inadaptados se atraen o se repelen sin una ley precisa.

4.

Recuerdo que cuando conocí a Víctor le clasifiqué enseguida como un gordo fragil gay de los de toda la vida. No acerté nada más que en lo de gordo, y eso porque era evidente. Mi ojo clínico es una chapuza. Al final teminó viviendo con Leti, una amiga mía de toda la vida, están esperando un crío. Trabajaba en una revista de informática y a eso se le añadía que era un maldito cinéfilo, su punto de encuentro con Goyo. Recuerdo cómo me aburrían con su interminable charla de películas.

Cuando no era Victor era Koldo, su lugar común con el Gregoriano era la música, Goyo sabe de todo.

Cuando conocí al padre Jaime me pareció eso, un cura. Después me di cuenta de que también me había equivocado, porque de cura sólo tenía el trabajo y una afición desmedida por Dios, aunque en cualquier caso un Dios estrictamente particular. Decía será posible, todo el día con misas de comunión, de boda... ¡parece que tanto rito es suficiente para que se les llene el alma!

Cuando conocía a Gabriel me pareció una persona extremadamente violenta, y no puedo negar que, en cierto modo, acerté. Pero lo extraño fueron las conversaciones sobre Kafka. Él me descubrió que Alcobendas y el resto del mundo seguían siendo algo así como el oeste americano. Él era un duro reputado, pegarle una paliza se cotiza. Un día estaba medio borracho en un bar cuando le vieron un par de cabezas rapadas. Al verle tocado la emprendieron con él y él les sacó del garito y empezó a sacudirles. Vinieron sus amigos y él les sacudió también hasta que huyeron, les persiguió golpeando a todos más o menos, y cuando llegaron unos municipales a frenar aquello les sacudió también (me dijo joder, Daniel, es que cuando armo el brazo me ciego). Pero lo extraño eran las conversaciones sobre cocina, o sobre su infancia en Asturias. Siempre me dio miedo al mismo tiempo que me atraía irremisiblemente. Siempre le animé a escribir, pero no quería, decía que era un inculto. Algún día os contaré su teoría sobre el hijoputa por condición y el hijoputa por convicción. Os aseguro que no tiene desperdicio. Ningún desperdicio.

5.

Llegó el verano y con él agosto, y Goyo cerró para descansar un tiempo de las doce horas diarias de lunes a domingo, excepto miércoles por la tarde.

Todo el mes los gregorianos estuvimos descolocados, no teníamos donde reunirnos, probamos varios garitos pero ninguno funcionó, creo que nos faltaba Goyo como maitre excepcional. Estábamos perdidos y nos saludábamos cuando nos encontrábamos por la calle, nos decíamos a ver si nos vemos, pero no lo hacíamos.

Pero afortunadamente todo pasó y en septiembre Goyo organizó los conciertos para el mes y abrió la cafetería, yo tocaba el primer viernes. A las diez de la noche vinieron unos municipales a recordarle a Goyo que su hora de cierre era a la una de la mañana. También le recordaron que no tenía licencia para dar conciertos. Cuando se fueron nos miramos. Algo había pasado. La Gregoria tenía una carta firmada por todos los vecinos del bloque en la que se decía que no les importaba que se dieran conciertos, pero la petición de la licencia hacía un par de años que reposaba en stand by en el ayuntamiento. Sin conciertos la Gregoria estaba hundida, me temo. La verdad es que la gente interesante no suele tener demasiado dinero para cafés. Eso no le importaba a Goyo porque le gustaba ese tipo de gente y porque tenía los fines de semana, en los que la Gregoria mutaba y se convertía en un local que funciona. Venían los que necesitaban variar de tanta copa y paraban un momento a tomar una manzanilla o un café (o una copa sazonada con conversación, cosa complicada en los garitos de música atronadora), todos los vecinos y los amigos del que tocaba, con sus cámaras de video y sus qué bien lo hace, en definitiva un montón de clientes que hacían llegar la caja hasta las sesenta o las setenta mil pesetas. La caja alucinaba con eso porque por la costumbre había olvidado calcular más allá de las quince.

Sin los fines de semana la Gregoria simplemente no podía subsistir. Y allí estaban de vuelta los municipales a la una menos cuarto de la mañana para recordarle a Goyo sus limitaciones. Ese día di el concierto. Y fue el último que se dio en la ínclita Señá Gregoria.

6.

—Qué tal, tío.
—Tirando, más o menos.
—Me alegro. Anda, ponme un café, a ver si arranco.
—Coño, Daniel, son las cinco de la tarde.
—Ya.
—¿Sabes, tío?, me he buscado un trabajo para por las mañanas, con él puedo mantener esto. Al fin y al cabo por las mañanas no hago un duro, así que todo lo que saque en el curro son ganancias.
— Estás loco, tío. Te vas a matar.
— ¡Qué va!, estoy acostumbrado.

Eso debió ser la semana siguiente a mi concierto. Creo que no volví a ir por allí, porque no me gustaba ver como Goyo se destrozaba entre un curro que no le gustaba y una cafetería que definitivamente no funcionaba. No, no me gustaba ir por allí.

7.

Volví a ver a Goyo algún tiempo más tarde, nos encontramos por la calle y nos fuímos a tomar el aperitivo. Me dijo que había cerrado definitivamente la Gregoria porque había encontrado un curro estupendo, como organizador de actividades en una empresa que se dedicaba a desestresar yuppies, ejecutivos de veintiocho años y cinco kilos netos al año. Él había estudiado turismo.

También me dijo que tres semanas después de cerrar la Gregoria llegó una carta del ayuntamiento concediéndole la licencia hasta las tres de la mañana. Hace algún tiempo me llamó por teléfono desde Londres, su empresa le había ofrecido el traslado y él había aceptado. No ha vuelto.

8.

En cierto modo es cruel pedirme que recuerde cosas de Goyo. No entiendo cómo pasó todo lo que sucedió, ni la importancia de la Señá Gregoria ni lo injusto del cierre.

Después todo fue como un agosto interminable, y todas las relaciones que se habían ido lentamente tejiendo se desmoronaron en una especie de envejecimiento apresurado que en poco tiempo acabo con todo un universo completo. Lo demás ya lo he contado.

3. Ella.

Debajo de la bóveda del cielo, do giran los astros resbalando, haces poblado el mar, que lleva naves, y las tierras fructíferas fecundas; por ti todo animal es concebido y la lumbre del sol abre sus ojos; de ti, diosa, de ti los vientos huyen; cuando tú llegas, huyen los nublados; te da suaves flores varia tierra; las llanuras del mar contigo ríen, y brilla en larga luz el claro cielo.
—De la naturaleza de las cosas. Lucrecio.

1.

Y, sin embargo, ella es fragil. Es pequeña, en cierta forma. Ella es un beso dulce y breve, casi un instante, que recorre mis labios con y sin fuerza, no sé si me explico. Ella es una borrachera de Coronitas, desde luego no una de anís, no una de Castellana. Es la persona que desea ir a la Luna sólo para que nadie esté lo suficientemente cerca como para influirla en sus decisiones, lo suficientemente cerca para anularla. Es preciosa, igualmente a su modo. A mí, al menos, me parece preciosa, aunque no aparenta serlo tanto cuando una verdadera (o, por eso mismo, absolutamente falsa) belleza está a su lado. Es una suerte que sea como es. Claro que, a estas alturas, yo todavía no sé nada de eso.

Al día siguiente tenía a Ana aún dormida en la cama mientras yo escribía tentativas de versos de amor para ella. En ese mismo momento yo me sentía astutamente asqueroso, por desearte mientras se fugó el deseo por la otra, si es que alguna vez la pasión se refirió a ella. No cuestiono en este caso. No es mi estilo. Y Ana se despierta y hace café y no es como tú, y me pregunta si no tengo que ir a trabajar, y cuando no contesto se va al baño y mea, mea dorado sobre mi taza que aún recuerdo algún día blanca. Tengo aún a Sabina metido en mis huesos y espero. Espero algo que no termina de llegar y que deseo, incluso mientras llamo a Luis imitando voz nasal fingiendo la gripe. Espero mientras se seca con la misma toalla con la que lo hiciste tú (y todos, no hay otra), y ella no se va porque no es tan fragil como tú, no teme molestar, y se toma el café y me hace preguntas, y yo me doy cuenta de que cuanto menos caso le hago más la engancho. Maldita sea, tantas veces me hizo tanta falta esto precisamente y, sin embargo, yo estaba tan solo, tan enfermizamente solo...

Y es increíble que me haga reír, y es increíble que no se dé cuenta de que ni siquiera reparo en ella (no en su presencia, que es omnipresente, sino en todo lo demás que la define), y es increíble que el tiempo haya tenido que pasar para que yo termine viendo a Ana cuando nunca, cuando estuvo cerca, la vi lo suficiente. Pero entonces aún no te conocía, y no tenía los límites donde enmarcarla. Entonces era sólo... apabullante. Es decir, desconcertante. Ella, Ana, estaba allí, en mi casa, hablando sin parar e intentando magnificar mi vida para asemejarla a la de quién sabe qué poeta de qué mentirosa biografía que pudiera haber leído en cualquier colección barata del Vip’s. No niego que a mí no me gustase engañarme pensando que efectivamente mi vida era aquello de lo que ella, Ana, hablaba. Me llevó de nuevo a la cama, mientras yo seguía esperando, y me hizo el amor despacio, guiándome, sin resistencia alguna por mi parte, en la oscuridad del ópalo iriscente de su grupa (a quien corresponda). Era mi primera vez, y no la última. Era la vez primera y fue, para mí al menos, verdaderamente una primera vez. Yo pensaba en ti, sin querer decir con ello que me imaginasé estar haciendo el amor contigo, sino que verdaderamente permanecía ajeno a lo que estaba sucediendo, preñado de tu recuerdo. Y era alucinante la mezcla explosiva, el cóctel molotov del transgredir fronteras y, al mismo tiempo, verte conmigo en una cafetería, tomando café y succionando cigarrillos. Ajeno y pleno, vida activa y vida contemplativa. O como coño quieras decirlo.

Y, sin embargo, cuando se fue llegó lo que tenía que venir y se acabo la espera. Sentí asco de mi vello púbico. Bingo.

Algunos meses más tarde, haciendo una de mis inusuales limpiezas, encontré debajo de una estantería una nota de Ana: “No me importaría que me llamases, te dejo aquí mi número”. Conciso y sin concesiones. Ana cien por cien, sin duda. Se debió caer de encima de la tele en algún momento después de que ella se fuera y antes de que yo pasara por allí y pudiera verlo. Algo no demasiado bueno hizo crack dentro de mí y, quizá, incluso me sentí culpable por no haber vuelto a pensar en ella desde aquella primera y última mañana cuya causa aún no entiendo demasiado. Aunque sé que ella lo asumió sin ningún tipo de dolor y con una perfecta entereza. Ella era sólo ella. Lo demás siempre era accesorio, por lo que pude ver.

2.

Y al día siguiente el curro, del que no me gustaría demasiado hablar sin la presencia de mi abogado, y Miguel que me dice que se va a ganar la vida en el metro.

—Estuve ayer. Cinco talegos. No estuvo mal, me sentí mejor que en cualquier otra parte en la que me haya tenido que ganar la vida. Lástima que ella no hubiera estado allí para verme.
—¿Ella?
—Ella... Girando la espiral.
—Eres un capullo incomprensible.
—No me lo pregunto, simplemente no entro en lo que no quiero entrar. Así es. Algún día, delante de una botella, te lo contaré. Posiblemente. Aunque creo que no sabría contarlo. No, no supe.
—Como quieras.
—Cóbrame.
—Estás invitado.
—Estupendo.
—Nos vemos.

Me jodería mucho cualquier muestra de agradecimiento. De verdad.

También me jode, en lineas generales, la semana, así que supongamos que el curro bien y que todo bien y vamos directos al fin de semana.

3.

En un sitio cualquiera me encuentro con la rubia puta (sacada de una película de detectives de los años cuarenta, de esas de sombrero y gabardina, en realidad no lleva ni sombrero ni gabardina, pero la cara interesante es la misma ), con ella y con su novio. Yo sé que ella siempre me miró de un modo especial. Lo sé. Nunca pasamos de escarceos más o menos significativos. Pero hoy estoy borracho y lúcido (inexplicable). Hoy pude acercarme a ella cuando su novio se fue a mear, el pobrecito, y pude convencerla para ir a otro sitio. Últimamente estoy en vena. Últimamente Momo me acompaña, como buen dios, derrochando sus bienes, en este caso la broma, la risa, y para mí también el olvido. El Dios de la Risa y el Olvido. Tengo dinero y consumo copas a ritmo verdareramente fervoroso. La tengo a mi lado y es mucho tiempo detrás de ella como para quedarse indiferente. Una niña de dieciséis años para la que, joder, aún soy una especie de romántico bohemio. En cierto modo, un triunfador. No es muy difícil llenarla cuando la única competencia, la de su novio, sólo habla de talleres de chapa y de llantas para el coche. Vaya mierda de vida de la que me nutro.

Y lo extraño es que, pese a que a mí me hubiera gustado que las cosas terminaran en la cama, es allí precisamente donde terminaron, y su cuerpo era vida de donde la haya. Su cuerpo era un terreno aún por descubrir, una senda no contada que se descubría a cada paso, abriendo hueco entre los arbustos mal podados hechos de dedos furtivos y tontos en los parques y mamadas en el césped bajo la luz de las farolas de la calle. Darle una cama supuso llevar al límite mis expectativas. Estuvo a punto de acabar conmigo, en todos los sentidos.

Después tuve que dejar de frecuentar el barrio por un tiempo, esquivando el puño de su novio idiota, que son los que en último término se convierten en novios de ese estilo.

Pero mereció la pena.

Ella era Noemi. Y lo siguió siendo durante bastante tiempo.

4.

Sé que no estoy contando las cosas bien, pero supongo que me permitís el derecho de narrar mi historia como mejor me convenga o apetezca. Es bueno terminar aceptando que las cosas siempre suceden como les viene en gana y que uno no hace más que estar, esperando tiempos mejores o temiendo peores.

5.

Me pregunto qué hacemos todos aquí con nuestros trabajos estúpidos y nuestras casas y nuestros coches y nuestras payasadas esquizofrénicas y nuestro silencio disfrazado mediante palabras y nuestra soledad ferreamente envasada y nuestras hipotecas y nuestros móviles, nuestros pensamientos infantiles y nuestras dudas a la hora de seleccionar un microondas, nuestras dudas y la importancia que le concedemos a todo lo que no importa. Realmente creo que ni llegamos a concebir algo que tenga peso, algo que no sea un modelo de nevera o unas vacaciones en la playa o en la montaña, nos han reducido y nos han dejado con cinco años mentales en un cuerpo de cuarenta que se debate entre el fiesta o el ibiza, entre el garito o el cine. Y vamos envejeciendo cada vez menos convencidos pero más atrapados, cada vez menos enteros pero más irremediables. Y nos van sucediendo los acontecimientos sin pedir permiso y no es otra sino la misma vida la que se escapa por las puertas abiertas de nuestras propias tonterías. Estamos sometidos a la inanición.

Me pregunto qué hacemos aquí si es de este modo.

6.

Pensar ahora en las cosas es como una droga que me inunda y me rodea, como un pequeño infierno de atracción sobre el que orbito, sin entenderlo aunque obsesionado por él. Miguel me recomendó El extranjero, de Camus, “para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, no me queda más que desear en el día de mi ejecución la presencia de muchos espectadores que me acojan con gritos de odio”. Dominique Laporte, Historia de la mierda, “uno no se lava sin maestro: en el fuego o en la lengua, por el bautismo o por la muerte, nadie puede purificarse si no está antes bajo la dependencia de una ley. Así es, porque está escrito.” Sea, pero no hacía falta cristalizar tanto las cosas, estamos congelados.

Las cosas, y no quiero llamarlo destino, porque eso ya es una forma de comprensión y teleología, y no creo que sean comprensibles en ningún caso, ni que respondan a ningún objetivo final. No quiero llamarlo ‘espíritu del mundo’ o algo así, por más de lo mismo. Es, simplemente, que no nos damos cuenta de que aquí somos invitados sin derecho a opinión, que a efectos de acontecimientos el mundo se comporta como sí, simplemente, nosotros no estuviésemos aquí.

No me jodas que no es como para pegarse un tiro o pegarselo a otro y ser recordado. No somos inmortales y no tenemos una finalidad en esta vida, estamos condenados a reproducirnos, y lo demás son alucinaciones que nos inventamos para intentar convencernos de que en nuestra vida tenemos algún sentido como individuos. No somos inmortales y no tenemos fin ni sentido en una sociedad que, a su vez, tampoco tiene fin ni sentido real. Echa un polvo afortunado y tus genes se propagarán por el mundo. Y ya has culplido. Pon lavadoras hasta que te mueras y termines lo que nunca has empezado.

7.

La llamo.

No puedo evitarlo mientras el frío recorre mi cuerpo y todo se llena de agujeros como en la cabeza de Johnny Carter, en El perseguidor, de Cortázar. Todo se le llena de agujeros al pobre, que trata de llenar con música mientras pierde saxo tras saxo, porque el instrumento no significa nada, lo importante es la plenitud. Andamos sobre partículas casi completamente vacías que se mueven muy deprisa, los átomos, vivimos en un universo regido por la entropía que está más que medio vacío y que constante y lentamente se desintegra.

Eso es parte de las cosas y, de hecho, está sucediendo mientras yo la llamo y ella responde al otro lado de la extensión telefónica, que me da una información muy parcial sobre lo que se le está pasando por la cabeza mientras la invito a venir, de nuevo, a mi casa. Y cuando ella no te preocupes, me estoy acostumbrando a la idea de que contigo nunca iré a cenar fuera y yo lo siento y ella no pasa nada y yo me callo y ella no te encuentras demasiado bien, eres un caso y yo ¿podrías también traerte tu maleta, tus libros, tus cd’s y todo lo demás y ella ríe y dice aún es pronto y yo no, no te confundas, es incluso demasiado tarde y ella sé que no lo entiende pero yo sí, porque me estoy perdiendo de nuevo y como siempre en círculos concéntricos que se elevan unos sobre otros, que se ciernen sobre mi habitación como aves de rapiña muertas hoy especialmente de hambre. Y me pierdo y sólo un a las siete estoy allí tira de mí y me devuelve a la inoperancia de esta animalidad perversa que no me respeta y pretende hacer de mí nada más que un semental. Pero intentaré que no sólo sea eso lo que no me lleve cuando ya no esté.

8.

Estoy aderezado con tres litros de cerveza cuando ella entra, así que ya no lloro. Me ve la cara y no dice nada, vuelve a fregar dos tazas y a preparar café, a servirlo con dos cucharitas de azucar y remueve, me pierdo en los círculos y me dice toma, anda y yo, sin rastro ninguno de voluntad, tomo. Y ella es pequeña, diminuta mientras me lleva a la cama y yo le digo que no, que precisamente eso no, que por qué no salimos.

—Sabes que no nos viene nada bien hacer cosas, ir al cine, tomar cervezas en bares, sabes que es la única forma de asesinarnos. De odiarnos. De esa forma sólo conseguimos estar colocados el uno al lado del otro.
—Lo sé. Me haría tanta falta hacer cosas así con completa normalidad... me sería tan cicatrizante... o tan narcótico...
—Lo sé. Pero...

¿Qué más debo decir?, ¿cómo completar el sentido?

—Pon música.
—¿Qué música?

Suena el teléfono y lo dejo sonar y ella dice no lo vas a coger?, y yo le digo no sé y lo cojo.

—¿Daniel Esteban?
—Sí, soy yo.
—Hola, muy buenas tardes, le llamo de Adecco, Empresa de Trabajo Temporal, con referencia a un trabajo que tenemos ahora en una fabríca de helados, ¿podría interesarle el puesto?

Cuelgo y me río.

Me río.

Me río.

Ella me besa y, ahora sí, nos vamos a la cama.

//Ella en cursiva all the time?

9.

De repente me doy cuenta de que estamos limpiando la casa, yo el baño y ella la cocina, la verdad es que las dos cosas son grandes trabajos. Sólo sé que nos hemos levantado y hemos desayunado y creo que ella dijo adecentamos un poco esto? y estoy con los guantes puestos limpiando la mugre reblandecida de la bañera. Terminamos y ella se lanza a por el salón y yo (sic) a por el dormitorio. ¿Que por qué no estamos trabajando? Fácil, hemos dejado nuestros trabajos. Ella se ha venido a mi casa sin cosas y llena de libros y la ha llenado de cosas y saturado de libros. Tenemos una mierda en el banco y esto que hacemos es estúpido pero no teníamos más opción que dejarlo todo y probar suerte de otra forma. De momento sólo limpiamos, más tarde o mañana pensaremos en buscar otra vez una fuente de ingresos más o menos detestable que nos pague el alquiler y nos invite a comer.

Pero eso no será ahora.

10.

Las ocho de la tarde. Perezosos vemos la tele mientras yacemos tumbados en el sofá cama del salón y no tenemos ganas de activarnos. Vivimos bien, laxos, hoy es el día dos. Ella se levanta y prepara café en la cocina, y yo la escucho trajinar con la cafetera y me siento cubierto, la soledad es una goma infinita que se estira y se estira hasta que alguien te acompaña y se rompe. Antes no.

Me duermo un segundo y me despierto escuchando cómo reborbotea el café hirviendo. Ella lo trae en dos tazas, junto con el azúcar y las cucharillas. No tenemos nada que decirnos. Es bueno empezar así, en el lugar donde todo terminará tarde o temprano. Si vencemos esto, estaremos preparados para vencer lo demás. No sé si tengo ganas de que sea ella precisamente quién me acompañe, pero ahora estoy seguro de que no quiero estar sólo. Ella entra dentro de los posibles de soportar a tu lado el resto de tu vida.

Ella esconde en su alma una alegría infinita, de eso estoy medianamente seguro. Ella es frágil y lo desprende en oleadas de cristal que refulgen a su alrededor cuando camina. No tengo ganas de leer, tengo ganas de vivir esta pasividad alucinante, esta falta de tensión constante que me emancipa del ruido. Tengo ganas de existir así para siempre, aunque dentro de tres semanas esté hasta las narices de lo mismo. Y me da igual, si la tensión creó la pasividad, dejaré que la pasividad me lleve de nuevo a la actividad, cuando quiera que esto sea.

Remover el azúcar con la cucharilla mirando como ella hace lo mismo con la suya. No quiero hacer el amor. El café sabe bien, a bien hecho, a proporción justa entre el agua y el tiempo y la cantidad de torrefacto. Es la concinidad lo que hace saltar una lágrima justo al compás de la manga del jersey que la recoge. Es la misma vida la que yace derrotada en el suelo o en la pantalla del televisor. No soy una cucaracha, empiezo a ver claro. Esto es filosofía zen de andar por casa, tan útil como su hermana mayor. La armonía de las esferas no es escuchada porque la silencia el ruido. Esto es contemplación, soy consciente de todo y con todo el café caliente en la taza que se acerca a mis labios y me llena de algo que no quiero nombrar por cursi. Por irreal. Por lo irreal de las connotaciones del termino. La quiero y no sé bien quién es. Eso da igual. Eso da rematadamente igual. Lo importante es esto, el silencio, la armonía de las esferas rebotando en mis sienes y tú mirando la tele y mirándome y los cigarros humeando y las velas derritiéndose en cascadas de cera que recorren la botella.

Los programas se suceden y ya son las diez y estoy tan feliz que no me tengo en pie, tengo que seguir sentado mirando y mirándote mientras te rascas la pierna inopinadamente, mientras te estiras en el sofá y te despeinas, mientras la noche cae alla fuera y se cierne sobre las luciérnagas de las farolas. Y sé que hay gente que ahora va a trabajar, o que vuelve, o que va a los bares o que no quiere hacer algo y lo hace. Sé que todo eso existe, pero muy lejos, en otro lugar, en otro tiempo que transcurre respetando la tiranía de los relojes, el encadenamiento a la ineluctable rotación de la tierra.

4. Mitologías.

El cielo cubre la tierra plana. La parte inferior del espacio existente entre la tierra y el cielo hasta las nubes inclusive contiene άήρ o neblina; la parte superior (llamada a veces ούρανόϛ mismo) es αίθήρ, éter, el aire superior brillante que, en ocasiones, conciben como ígneo.
Los filósofos presocráticos. G.S. Kirk, J.E. Raven y M. Schofield.

1.

No sé qué es el arte, jamás he tenido ni idea. No pienso explicar aquí los cientos de aproximaciones que he vagabundeado.

Mi casa es un museo, un panteón increíble, un osario descuidado pero completo. Quizá una pila fraguada de platos sucios no es más que eso para alguien, pero para mí es un mensaje: aquí el orden es secundario, lo primero es la vida. Grasa sobre grasa y macarrones reblandecidos sobre ajos cocidos abandonados sobre el fregadero. Quiero que cualquiera que venga admire la absoluta independencia del esfuerzo del orden, el desapego frente a la fatigosa condena de la lucha contra la entropía, constante y alucinante, que cada cual libra en su reino. Quiero que admiren la rebeldía, el acero de mi independencia brutal que consigue un reducto de mierda en el que me muevo como pez en el agua. Soy escoria, pero una escoria libre. Una escoria libre. Colillas que relatan todo el tiempo que llevo entre estos muros. Poemas garabateados esparcidos por el suelo, lecciones de estética, Daniel, obra aún inacabada. Hay mucho más que acumular.

¿Eso es arte? Supongo que, al menos en cuanto mensaje, sí. Arte es la mesa del salón llena de cera de velas muertas que ardieron todo lo que les estaba dado, arte es el paisaje muerto de mis plantas y arte son las tazas de café que amontono, cuando no tengo limpias una de dos: o las reutilizo (otra forma de asesinato) o compro nuevas.

Con facilidad pasmosa pasamos de una cosa a la otra y ya lo pasado no importa y se borra en el lavavajillas o en la lavadora, en la pila o en el pilón. La labor, las cosas se ensucian y hay que limpiarlas, condena o vida. Llámalo como quieras. Yo ya he tomado una decisión.

2.

Todo cambia ahora que no vivo sólo, ya os he contado la gran limpieza que sobrevino cuando ella vino a vivir aquí. Hasta cierto punto no me importó. Tabula rasa, nuevo punto cero.

En un principio fue el caos, puesto que no es concebible que algo surja de la nada. Antes, cuando nada había comenzado, era el tiempo de la ropa por el suelo y la taza del váter marron, el tiempo del desorden. Después llegó Ella, la diosa del tiempo, del amor y de la sabiduría, y con una suave muselina renovó la faz del mundo y retornó las cosas a su pureza, tal y como en otro ciclo fueron. Eso en lo que concierne al tiempo del hombre, límite irrebasable del cual no debe desentenderse el ser humano. Y quizá antes lo otro, lo ajeno, lo que preexiste como condición de mi existencia. Quizá el mundo ya lo fuera antes de que yo naciera. No puedo asegurarlo con certeza. Los libros de historia son meras pruebas circunstanciales.

Y ahora ella es menos frágil, menos tímida o soterránea, ha aceptado que esta tierra es su casa y prepara café sin titubear y me cuida porque, dice, estoy enfermo, enfermo de sobredosis de libertad. Me acaricia cuando yo aparento dormir y dice mi niño, mi pobre niño y me hace desayunar y comer y cenar, y mete mis poemas tirados en una carpeta y la rotula proyectos mediados, y guarda las letras de las canciones que medio escribo en otra, canciones en proceso. Ella ahora es Diosa y yo soy su protegido, el pobre mortal que no puede valerse por sí mismo. Estoy a su merced, ebrio de irracionalidad, de descubrimiento, borracho de inocencia no entiendo de nada, no quiero saber nada que se aleje de mi cráneo, ella es la diosa de la ropa limpia y la comida caliente, del salón barrido y el baño limpio. Me hace limpiar sin pronunciar palabra. No es necesario, es así.

Ella es Diosa, no sé cómo tengo que decíroslo.

Ella es Diosa.

Sin ella no tiene sentido nada. Sin ella esta edad terminaría y el mundo temblaría un segundo y se derrumbaría justo en el siguiente. Algún día la diosa devendrá parcialmente humano y comprenderá que su ilusión de orden no es sino eso, ilusión, y comenzará un nuevo reino de caos regido por una diosa igualmente sabia, aunque omnisciente, Diosa de la nueva edad del caos.

Aunque esa será otra historia.

3.

Raúl viene a vernos, es ese tipo de amistades que vienen en el lote junto con la persona con la que te acabas de liar. Trae algunas cervezas y algunos aperitivos y no viene mal, creo que está intentando con todas sus fuerzas caerme bien.

—Me parece alucinante, es una casa realmente preciosa.
—Gracias —dice Ella— la verdad es que está de puta madre.

Nos quedamos un rato mirando a la tele.

Viene Miguel con un menú para tres de un chino. Hoy le ha ido bien en el metro.

— Diez talegos, tío. Mejor que cualquier día de trabajo en cualquier sitio serio.

Nos cuenta sus escarceos con Ana, la mecenas sexual de los poetas, anda medio viviendo con ella, aunque reconoce que su relación es un caballo muerto, que intentan revivirla a fuerza de descargas eléctricas y no funciona demasiado bien.

— Nos emborrachamos y terminamos como animales en la cama, pero no nos necesitamos. Supongo que ahí esta el mayor problema. Y eso creo que no puede arreglarse de ningún modo. No sé. Oigo el fluir de nuevo de las cosas, de los círculos concéntricos sobre mi cabeza.

—¿Y aquella historia? —le pregunto.
—¿Cuál?
—Aquella tía...
—Sí, bueno, otro día.
—Quizá sea ella lo que no te deja tener otra relación con nadie.
—¿Manual de psicología Grandes Éxitos Predictivos, lider de ventas en su gasolinera?
—Lo siento.
—Da igual.

Y nos quedamos viendo la tele un rato, encendiendo cigarrillos que consumimos ávidamente. Tomando cerveza, me está cayendo bien Raúl, no por nada, supongo, es decisión de la Diosa.

4.

Quedo con Koldo en la cafetería del intercambiador de Plaza Castilla, tomamos un café y nos metemos en su coche a escuchar música, Queens of the stone age, suena bien y no hablamos demasiado.

—¿Estas bien? —me dice.
—Sí. Muy bien. De puta madre, tío.

Al rato nos despedimos y vuelvo a casa.

5.

Ella se ha puesto a trabajar de nuevo en Pryca, en el mismo sitio. Pensé que quizá en este tiempo encontraríamos algo mejor, pero no ha sido así de momento. Va a trabajar el tiempo mínimo para poder cobrar el paro haciendo que la despidan, entre los dos tenemos unos seis meses de independencia. Después, no sé.

Ya veremos.

6.

Salgo a la calle, camino de Erosky, porque sé que necesito algo aunque no tenga aún ni idea de qué es. Es lo que tiene. Camino calle arriba pasando la gasolinera y mirando. No tengo otra cosa que hacer mientras camino. Miro los ancianos bordeando las aceras, apoyados en árboles, observando el vacío con ojos indiferentes, sentados en los bancos, escuchando el rumor obtuso y rudo de la ciudad deviniendo. Ellos marcan los puntos y me señalan: cuando llegue a aquél, cinco minutos menos. Es duro, supongo. No tengo otra cosa que hacer mientras camino y les miro, preguntándome qué coño hacen aquí. Esperando qué. Mirando qué. Sintiendo qué, sobre todo. La realidad son trozos de cristal que al final hay que pasar descalzo. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? ¿Con qué coño estamos soñando? Enciendo un cigarro, que sabe a derrota y melancolía mientras: un paso y otro. Sientiendo cómo la aquiescencia domina y el señor de las bestias se llama 7eleven o ¿qué coño hago yo con mi sueldo? Del trabajo se desprende la comida y la ropa y el video y todo lo demás. Pero dónde quedamos nosotros. Dónde estamos si no es trabajando o viendo una peli. Creo que entro en un bar y me tomo un anís. Buscando el equilibrio de contenido etílico en mis venas. Creo que me tomo otro mientras empiezo a llorar, me descubro y me voy al baño a limpiarme la cara y relajarme con otro anis en peregrinacion a Erosky, como dije, como digo, como sigo diciendo. Estoy peregrinando porque me falta algo. Me falta algo, aunque aún no sepa qué es. Me sobran cinco talegos en el bolsillo y tienen que convertirse en mí, tengo que sentir que ha merecido la pena haberlos ganado, la anulación que supone ganarlos.

De nuevo en la calle camino arriba, mirando ancianos que borlan el paisaje urbano y un paso tras otro. No quiero ir a Pryca porque ella está trabajando allí. No puedo. Se me ha acabado la piedra del mechero y ¿tienes fuego? al primero que cruzo. Mareado por el alcohol.

Al final no compro nada y, sin embargo, tengo que soportar de nuevo el mismo viaje a la inversa.

7.

Mi zippo, mi boligrafo, mi taza, mi estuche son parte de mis pensamientos, son una extensión de mí mismo. Yo existo en la llama naranja del mechero cuando me doy fuego. Estoy sentado en mi escritorio, escribiendo esto. Ahora mismo, lo que sucede mientras va sucediendo. Estoy narcotizado de cafeína y, por ello, terriblemente excitado. Ella no está, está trabajando de nuevo. Admiro el orden del reino que me acoje y recuerdo los besos, recuerdo el lenguaje claro y conciso de tus labios. No soy un artista, simplemente tengo cosas que decir, que sacar de mí para que no duelan. Los recuerdos atenazan y marcan la pauta, sólo puedo vencerlos si los arrojo fuera de mí.

Mi zippo, mi bolígrafo, mi taza, mi estuche. No son cosas, son mi cara. Mi resentimiento sordo e inoperante mientras te espero, sé que vendrás cansada y anulada, pero yo te besaré hasta que saque de ti toda esa ruina. Hasta que reluzcas de nuevo detrás de lo que no eres pero tienes que ser. Hasta que olvides y te limpies.

Mi zippo, mi boligrafo, mi taza, mi estuche, mi ordenador antediluviano de regalo. Por supuesto que quisiera tener un último modelo, una regrabadora, un scaner, internet... serían alas, sería desplegar las velas de la imaginación hacia cualquier derrota, pero... pero sería un suicidio pedirme ganar el suficiente dinero para tener todo eso. Y cuando lo tuviera, ya no tendría nada que decir, absolutamente absorvido. Sabéis lo que quiero decir, supongo. Cuando sólo te quedan cinco minutos al día para ser tú mismo no te da ni siquiera tiempo a quitarte las máscaras para poder hacerlo. Por eso, me conformo con lo que compone mi universo. Es una mierda, pero a través de ella puedo hablar y mi zippo, mi boligrafo, mi taza, mis estuche, mi ordenador antediluviano, mi viejos cd’s (¡claro que quiero tener nuevos!), mi ropa raida, mis playeras de suelas lisas. Todo lo que tengo, excepto cuatro cosas, son de regalo, gracias. Cosas útiles que alguién decidió cambiar para comprar otras, para justificar sus sueldos y su muerte. Todo funciona de puta madre. Todo mi universo se mantiene venciendo el kippel, venciendo la entropía, y no ha significado mi muerte. Pido perdón a mis detractores por ello. Agradezco como se debe a mis mecenas sus favores. No me pidan que muerda el cebo, por favor, no voy a hacerlo. No quiero sumergirme en el silencio de una vida satisfecha de sí misma. Estoy inquieto. Estoy pensativo, estoy medio hundido, no me rescates, no quiero encontrar jamás tierra firme. No quiero ni siquiera tus museos, ni siquiera tus luces, sólo quiero seguir buscándome, aunque no sepa cómo, o precisamente por ello.

Perdí a la mitad de mis amigos cuando me fui de casa de mis padres, según sus palabras me había aburguesado. Me río. Me había aburguesado porque ya no vivia de otros, del esfuerzo y la mentira de otros. Decidme si no es de risa. Al fin y al cabo da igual. Esa mitad de amigos ni siquiera quiso venir jamás a conocer mi casa. Supongo que el asco no les dejaba.

Las verdades son como puños, difíciles de encajar en el estómago.

Donde todo comenzó todo deberá ser destruido. Es básico. Estamos robando tiempo a una eternidad cíclica que no entiende de tiempo, que sólo entiende de círcunferencias. Nosotros somos lineales en un inagotable esfuerzo en la repetición, en la circularidad.

Eso es fundamental, quiero mi linealidad. No quiero ser un círculo más, otra vuelta de tuerca. No me adapto por ello. No está nada escrito en ninguna parte, nada significa nada en concreto. Nuestra corteza cerebral circunvalada asegura independencia frente al instinto. No me digas que me he vendido, estoy sobreviviendo como puedo.

Al menos no someto a la esclavitud a mis padres para asegurarme mi libertad.

Me has hundido al abandonarme, pero no por ello cedo.

Me has hundido, amigo, porque me confundí contigo, pensé que entendías lo básico. Llega un día en el que la línea se quiebra y sólo queda de ti el recuerdo de lo que fuiste en los demás. No seas animal, no cedas. Resiste en tu inconsistencia. Es facil dejarse subyugar por una mentira con apariencia real.

Yo tengo las mías, y las mantengo porque no me engañan, me son útiles sin frenarme. Mi zippo, mi boligrafo... mis dioses, mis mitos, mis justificaciones, mis refuerzos. Lo demás es puro juego. Mi diosa...

Lo demás es puro juego.

Tenerse en pie es difícil, es jodido mantenerte por tu propio pie, sin subsumirte en nada.

Adiós, tíos. Después del hundimiento, floto de nuevo sin vuestros brazos. Después del hundimiento me he vuelto a levantar, el mundo ha nacido de nuevo, el caos se conformó en nueva vida. Este mundo no se repetirá jamás, el que se descompuso tampoco. Sólo existe ya en mi recuerdo, desde allí palpita.

8.

Ella llega y trae una botella de ron que exprimimos con todo el cuerpo mientras noto como vuelve desde donde quiera que estuviese. Una partida de dardos y una lavadora, un beso en el baño y la amarro con verdadera necesidad por detrás, ella aferrandose al lavabo y yo mirando su cara en el espejo. Terminamos y tengo calambres en los gemelos del esfuerzo y nos sometemos a la lluvia caliente de la ducha, y me agacho entre sus piernas ahogándome hasta que me atraganto y toso. Limpio todo su cuerpo, deteniéndome en el músculo hermoso de su ano, introduciendo un dedo, despacio, tentando un segundo mientras le muerdo un pezón. Jugamos. Nos secamos y nos vamos al salón y comienza el tiempo del vino. Comienzan los besos rabiosos que no se pueden eludir, el caernos al suelo y rebozarnos el uno del otro. El dios del vino, la fuerza de la desesperación. Me muerde el hombro y me abraza y me aprieta, fuerte, aferrándose a mí desde el silencio. Hemos comprendido que las palabras no son nada buenas, que siempre terminamos hablando de lo normal, del día, del horror del trabajo. Para contarme eso no necesita el lenguaje verbal, expresa mejor así. No necesitamos hablar.

5. Yo compongo constructos mentales.

Ha surgido de la nada hacia un horizonte que le decapita; por la cabeza, naturalmente. Hay aquí unas nubes o unos mazos de hielo ártico, como un aplomado y grandioso “iceberg”. El hombre sale, emergiendo de un mar intensamente verde, sin ojos ni boca, ni nariz ni orejas; nada, sólo el óvalo de su cara desierto. Alza una ridícula piernecita cuyo pie va calzado a la manera, o a la moda de la Edad Media. Aparece enfundado en una túnica lisa, sin mangas ni pliegues. Seguramente quiere manifestar algo. ¿Qué?
Cenizas & diamantes. Juan Perrucho.

1.

Hoy estuve con Miguel en una cafetería y me estuvo contando su historia, la famosa metáfora de las espirales que arranca cada cinco minutos —más o menos— de su boca. Las espirales y el aire, me dijo. Todo sumamente sencillo, él está aquí y ella a cinco centímetros, pero no son cinco centímetros los que les separan, sino toda una vuelta de espiral.

Así es la vida, no forma curvas uniformes y concéntricas, sino deambula alejando y acercando momentos y personas.

Y ella quiere volver, y él está destrozado por no poder hacerlo. Únicamente su convicción de no poder conciliarse de nuevo es lo que le separa, en principio, de la felicidad absoluta.

—Ella sigue ahí, tío, parece que se hubiera detenido en ese instante, y desde allí me mira reclamándome. Y yo soy el primero que quisiera volver pero, te lo juro ¡no puedo!, ¡es la misma vida encabronada la que no me deja, la misma vida vengativa que le dio un nuevo giro a la espiral y me separó de ella!
—¡Qué coño la vida encabronada!, ¿no serás tú el que no se deja?
—No, tío, te lo juro. Pregunté demasiado, pedí demasiado, me esforce demasiado en ver allí donde no debería haber mirado nunca. Todo es mentira, tío, no puedo disfrutar nada porque todo es una farsa, un embrollo sin pies ni cabeza en el que estamos metidos, atrapados, arrastrados por la corriente que nos lleva, sin ser conscientes de nuestros actos y, por supuesto, sin controlarlos.
—No te niego que yo no haya pensado lo mismo en un momento u otro, pero... quizá si vuelves, tío, a lo mejor si lo intentas en este caso vences.
—No jodas, tú, sabes que no podría ir al bautizo de su hermano sin vomitar borracho a la media hora, sabes que para ella ese bautizo es importante, que le jodería que yo lo estropease. Pero eso no es lo peor, puedo fingir ese día y hacer incluso parecer que yo también lo considero importante, pero... ¿qué hago con el resto de la vida? ¿Qué coño hago con eso? ¿Qué hago con la casa limpia y las comidas regulares, con el trabajo estable y el mueble bar bonito, con reformar el baño para poner azulejos nuevos, taza con limpiador automático de culo cuando terminas de apretar? ¿Qué hago con los domingos por la tarde, joder, con los malditos domingos por la tarde en los que hay que ir al cine y pasear? ¿Qué hago con las ganas que tiene de meterse en una hipoteca, o de tener crios, o de comprar un coche? ¿Qué hago con las visitas de su madre, con los lunes de mercado, con los martes de Versión Española, con los miércoles de partida de tute con Paquito y Antonia, los jueves de polvo, los viernes de fiesta por el barrio, los sábados de fiesta por el centro, los domingos, joder, qué coño hago con los domingos?

2.

Sumamente sencillo, cinco centímetros para ella, una vuelta completa para él. En su sencillez radica su mala ostia, su insalvabilidad, realmente un universo entero les separa.

—Tomamos otra —me indica, medio reprimiendo las lágrimas y medio llorando desconsoladamente.

Se acerca a la barra y pide, mientras yo busco futuros paralelismos en mi propia vida. Cuando veas las barbas de tu vecino pelar...

Vuelve con dos coñács en la mano y un nuevo paquete de cigarrillos.

—Es por eso, tío. Es sólo por eso.
— ¿Y no puedes... hablar con ella?
—¿De qué, de esto? No jodas, ya lo hice en su día. Y eso tiene precisamente la culpa de que esté aún esperándome, piensa que es sólo un momento de locura, que se me pasará cualquier día e iré a verla y decirle ya pasó, vida, he vuelto.
—Menuda putada.
—Sí.
—Si realmente es todo tan difícil ya, ¿porque no la olvidas y buscas otra?
—Parece mentira que preguntes eso. Lo que quiero, de alguna forma, es traérla conmigo, acompañarla en su vuelta de tuerca.
—¿Por qué?
—Porque sí.
—¿Por qué?
—No me jodas, ¿yo qué sé?
—¿Por qué?
—Porque la quiero.
—¿Y no es eso otra mentira?
—No lo sé, cabrón. No tengo ni idea. No quiero preguntarlo, no quiero saberlo, no quiero tener nada que ver con ello. Ese sentimiento es lo único que me queda. Lo único que tengo.
—Joder.
—Bebe, idiota.

3.

El mundo exterior se compone, básicamente, de:

Perreando alcohol, marchándonos sin pagar de los bares, Miguel y yo intentamos cubrir de niebla sus palabras y disfrazar la niebla de diversión, de felicidad. Pero es difícil, tenemos que desbordar nuestros estómagos y a la vez esforzarnos por no reparar en las personas que nos rodean.

Por favor no me empuje, me puedo caer. A veces las personas parecen interesantes porque tienen culo y tetas y una cara bonita, entonces nos detenemos a hablar con ellas y a veces nos desprecian y a veces nos siguen la conversación. No es nada importante, es únicamente sentirse vivo de algún modo. El mundo exterior es frío, porque carece de atractivos reales. El mundo exterior es una perra en celo que quiere meterte dentro de sí. El mundo exterior domina los paliativos, en realidad te los ofrece todo el tiempo. Nosotros tomamos lo que nos corresponde, que son las copas, y el resto lo dejamos, lo abandonamos a su suerte.

Barra americana de precios baratos. Ven hacia mí. En este garito los cigarros te los dan las personas cuando los pides, e incluso te dan fuego sin mirarte del todo mal. Esto es una bajada en toda regla. Nos está bajando la menstruación lunar de la depresión. Nos enfundamos en nosotros mismos y resistimos. De bar en bar, de pensamiento acallado en pensamiento acallado, de fuga en fuga siempre huyendo hacia ninguna parte, siempre huyendo sin intención de ir a ninguna parte.

Puedo estar borracho pero no me he perdido, lo que pasa es que me gusta caminar. Miguel se derrumba en el garito 12 o 143, no lo se bien, le saco a la calle y le meto los dedos, rapidamente vomita y lentamente se recupera, yo seguiré mirando al cielo, nos metemos en otro, obcecados en lo nuestro. A veces corremos porque nos persiguen por no pagar, pero hoy, a estas horas, no quieren dejar el garito solo mucho tiempo. Es normal. Yo haría lo mismo. Sé, reconozco que es una putada, pero la necesidad obliga.

Nunca he sentido igual una derrota. Miguel me pide la técnica de dedos otra vez y yo complazco, la noche se está terminando porque estamos cansados y tenemos necesidad de cama. Nos despedimos en una esquina porque él tiene que coger el cacharro autobús y yo el otro, el metro. Aún estoy sereno, quiero beber hasta perder el control.

4.

Cuando llego a casa ella ya se ha ido a trabajar y tengo la sensación de vivir solo. Tengo la sensación de regresión a vidas anteriores de un creyente en la reencarnación o en casi lo que sea.

Si me echo en la cama, me muero. Salgo de nuevo al mundo exterior, al quiosco, lugar donde se compran los periódicos y se muestran las revistas porno que me da vergüenza comprar. Como siempre en una cafetería café y tabaco y todo lo demás. Pero pienso que ella vuelve y sería bueno estar despierto, así que vuelvo. Termino por decidir morirme un rato y estar fresco luego. Tengo mucho sueño y muchas ganas de olvidar.

Las sábanas son frías y suaves.

5.

Ella llega con la mitad de una sonrisa en la cara y me saluda buenos días sin ningún rastro de ironía y, sin embargo, sí de alegría. Me siento culpable y no descifro por qué.

6.

El supermercado es algo que hay que pasar lo más rápido posible, colecciones de productos empaquetados que coger en un segundo y meter en el carro, un par de botellas de lo que sea que esté barato y ya está.

La cola de la caja y a casa.

Al volver Miguel está y Koldo también y hacemos café para todos y hablamos un rato y no estamos mal del todo.

Cuando se van la beso y nos metemos en la cama sin ropa y con el condón puesto.

7.

De una vez. De una vez. Al día siguiente regreso de otra noche con Miguel y me encuentro una nota que dice lo siento, no funciona, te quiero. Es la primera vez que me dice que me quiere. Vuelvo a tener una casa llena de libros y vacía de cosas. Vuelvo a empezar con una vida rota y lo entiendo. En este caso entiendo que se haya ido. No estaba en el momento de hacerle caso. Yo también la quiero. No es el momento, simplemente. Quizá debo esperar otra vuelta de espiral. O el momento en el que dos puntos diferentes de dos espirales distintas incidan en un solo y precioso lugar.

El mundo se cae a mi alrededor. Comienza otra era.

No ha durado mucho.

No ha durado casi nada.

Voy a dejar que todo se consuma, que se prendan las últimas cenizas y que el polvo cubra su orden, que la mierda preñe de pasado la limpieza, que el contenido de las tazas se pudra en el fondo del fregadero.

Tengo el teléfono de Noemi, la rubia puta.

8.

Hay una fiesta en mi casa a la que estoy invitado. Es todo un ritual funerario, está Koldo y Miguel y seis botellas de güisqui. También hay algo de vino para hacer calimocho.

En medio del dormitorio un plato, sobre el plato unas bragas que ella se dejó. Cada uno tiene un cubata en su mano. Digo unas palabras que, para no variar, no son mías:

Donde el mundo se acaba, no los sueños,
se recogían briznas de algo roto,
de una historia hecha añicos cuyos dueños
no tenían en ella ni voz ni voto.

Vierto queroseno sobre las bragas y las prendo, no con cualquier mechero, sino con el zippo. Antes de que terminen de arder tendremos que tener en el estómago tres copas, y lo sabemos. Nos damos prisa. No hablamos. Nos damos una prisa terrible en acabar lo que tenemos entre manos, agilizando.

Después todo es olor a quemado y terminar botellas en el salón. Hasta que nos dormimos.

Afortunadamente eso también llega.

Al día siguiente enciendo el ordenador y me dedico a leer la biografía de Tom Waits, a hojear a Henry Miller, a repasar las lecciones de Buckowsky y a escribir poemas de putas en directa confrontación con una terrible resaca.

Van a subir el tabaco setenta pesetas. Mamones. Estoy cansado de mi personaje. Estoy hasta los huevos de ser quien soy.

La he despedido, Koldo y Miguel se quedaron a dormir y esta mañana hicieron un buen café negro, espeso como el chocolate, reparador como el filtro de la eterna juventud. Después me preguntaron un par de cosas de esas que se preguntan en estos momentos y se fueron cuando me limité a responder gruñidos, me quedé a solas con el café y el tabaco y la tele y mi vieja amiga soledad abrazándome tiernamente en el sofá. No se está mal, al fin y al cabo. Punto de partida.

Otra vez será.

En el pasado, a falta de fármacos ansiolíticos, los espíritus eran más fuertes. En el corazón del mundo exterior con Koldo.

Como sombras se mueven, como espíritus castigados con la inconsciencia, varados en la seguridad que han forjado para sus propias vidas, enajenados en la letra de la hipoteca, silenciados en los plazos del coche ya no hacen ruido, porque con él pueden perderlo todo. En las cafeterías el rumor de lo cotidiano. Sí, seis de cocacola y tres barriles de mahou. No, coño, no lo quiero para el jueves, lo quiero para mañana, ostias. Si me lo traes el jueves no lo quiero. Y por otro lado ya le dije que el informe no podría estar hasta el lunes, se lo advertí, y aún así el lunes me echó una bronca que no veas. Yo sólo sé que no lo quiero para mí. No tengo muy clara cual es la opción, como comprenderás no la ofertan en los catálogos de Ikea. Como comprenderas me gusta la piscina, me gusta el aire y me gustan mucho, mucho los coches, pero no tengo ganas. A lo mejor es sólo el síndrome de Peter Pan, a lo mejor unicamente sucede que sin definirme todas las opciones siguen en pie. Pero también puede ser el de Cassandra. lo único que veo es que ahora es demasiado tarde, princesa. Un mendigo paga un café con duros y lo aprieta fuerte con las manos antes de ingerirlo. Tiene frío por la mirada que le echa el dueño del establecimiento, los clientes. Hace tiempo, cuando todo era inocencia, hubiera hablado con él, pero ahora es tarde porque ya conozco su historia. Conozco todas las variantes de lo que el mundo exterior ofrece. Conozco los trabajos, los fines de semana, puedo detallar todas las vías de escape, todos los silencios, puedo incluir en mi biografía todas las aberraciones y todos los acontecimientos. He estado en todos esos infiernos y ya no siento curiosidad por ellos, he sufrido todos sus males y he reído todas sus risas. Ya no tengo ganas. No tengo ni un diminuto resto de ganas y el café que tomo a ciento treinta y cinco es solo, negro y bueno. Y entonces entra ella, azar de azares, y Koldo se retira prudentemente a mirar a un ludópata en la tragaperras.

—Hola.
—Hola, chiqui.
—¿Me pides un café?
—¿Solo?
—Con leche.
—Ah. ¿Has vuelto a casa de tus padres?
—¿Tú que crees?

Jarra de leche metálica que vierte sobre la taza. Un remolino. El sobre de azucar tiene letras azules. Por lo menos podría estar lloviendo fuera, sería más. Pero hace un sol horrible, un sol de mierda y la gente camina en camiseta. Recuerdo sus pezones justo en el momento en el que me doy cuenta de que ellos también me miran.

—¿Qué tal todo?
—Imagina. Estoy fuera.
—Ya lo veo. Enhorabuena.
—Todo se cae.
—¿Qué?
—Todo lo que trajiste se está desvaneciendo.
—Me llevé todo lo que había mío.
—No me refiero las cosas.
—Yo tampoco.
—Eso es mentira.
—Lo sé.
—Bueno.

Nos quedamos callados un solo segundo en el que nos miramos espectantes, sin saber muy bien qué está pensando el otro, o por dónde va a tirar ahora. La palabra no es tensión, ¿inquietos? ¿Desconfiados? No sé.

Cada cual se refugia en su taza, insertando su nariz en ella.

—¿Y tú, qué tal? —Bien. Yendo a muchos garitos, tío. No sé, saliendo mucho. —Es lo que tiene el mundo exterior, a veces es refrescante, narcótico incluso. Tenemos que irnos, chiqui. Nos veremos. —Seguro.

Fuera el puto sol baña los coches y arranca reflejos de los parabrisas y los retrovisores. No era el día adecuado para el asunto.

10.

Dentro del mundo exterior, la categoría “personas” se compone:

Esta no intenta ser una descripción exahustiva, sólo hablo desde mi experiencia personal.

6. Dentro, fuera, o más de lo mismo.

Platón recurre a ellas porque las considera inmediatamente intuibles, porque quiere recuperar la inmediatez con lo real que la fisura entre el yo y el mundo ha hecho problemática. Noesis, (pensar intuitivo) en contraposición a dianoia (pensar discursivo). El problema y la solucion al problema son hijos, pues, de la fisura.
—Filosofía y mística. Salvador Paniker.

1.

El garito es oscuro porque así es como está escrito que sea. Me levanté hasta los huevos de vivir. El fin de semana es un alter ego del porno (o viceversa, no lo tengo claro), también es una iglesia, un rito, un intento de sistematizar el caos venciendo la impuesta rutina cotidiana con una nueva rutina con apariencia de rebeldía. Tomamos las copas y con ellas comulgamos, participamos con los demás subsumiéndonos en un todo omnicomprensivo que nos acoge. La eucarestía del güisqui, del kalimocho y la cerveza. Todo es una fiesta en la que se han silenciado las desgracias. Todo el mundo tiene su grupo para que la comunión sea más fácil. En esta forma de socialización ya nos es muy difícil conectar con un desconocido: a diario les vemos pasar a nuestro lado y somos conscientes de cómo eludimos la mirada. El miércoles te esquivo y el sábado bebo contigo. Es necesaria una forma de romper el hielo. Esa forma es el grupo, ya que es éste el que se acerca a otros, el individuo está dentro, diluido.

Puedes pensar que sólo te diviertes, que sólo estás saliendo, pero no hay nada más alejado de la verdad, estás inmerso en el ritual que le da sentido al resto de los días de la semana (o, por lo menos, que los hace soportables).

Puedes pensar que esta copa es sólo alcohol y que su destino es la borrachera, la tuya propia, pero aquí estamos todos unidos en lo mismo, reagrupados, instinto de hervívoro, necesidad de eludir la libertad con el número. La certeza se convierte en probabilidades. Es mentalmente saludable disiparse en el bulto.

El garito es oscuro, ya digo, y tiene luces extrañas, reflectantes, música ambigua y decoración minimalista (todo lo que no era minimalista en un principio ha sido roto ya). Miguel lleva una chilaba y el pelo suelto. Yo sigo siendo el mismo, más o menos. A veces se organiza una trifulca y hay gente que sale fuera. Después unos vuelven y otros no. Yo estoy depié al ladito de la barra y observo.

Hay una diferencia básica entre los jovenes y los más viejos, estos últimos son más escépticos, están más sentados, más callados, ya se creen menos la misa. Los jóvenes, sin embargo, son ruidosos, se sienten huidos de la jerarquía doméstica de sus padres, fuman con orgullo y beben como demostración, con un brillo especial en la mirada. Todos los jóvenes van a ser algo, los otros ya son algo. Ahí radica la diferencia, o la inocencia, o como quieras llamarlo.

Podría hacer un museo completo con todos los sueños rotos que hay en este garito.

Podría hacer otro con todos los sueños que esperan para ser cumplidos.

Este hilo rojo recorre el bar y lo divide en distintos grupos, puedo verlo como si llevase unas gafas de infrarojos. Algunas miradas me demuestran que no soy el único. No sé si sería interesante hablar con aquellos que, como Tiresias, son los únicos videntes en un mundo de ciegos. Posiblemente sería deprimente. Preferiría mezclarme con los jovenes, pregnarme de posibilidad.

El bar es una sala de parto colocada justo encima de un osario.

Todos estamos aquí por lo mismo, algunos participan y otros ya no pueden. No sé por qué salen ya. Todos nos ponemos ciegos como bestias, eso es bueno, al fin y al cabo.

Algunos mendigos dentro de los mendigos son producto de una sobredosis de garitos. Cogen la toalla y la tiran. No pueden más. Lo que tenemos no es suficiente, las ofertas son ridículas. Mejor morirse de frío en la calle que soportar esta desidia activa.

Veo el final, el batallón de cierres metálicos bordeando las aceras y la tristeza de ver como se acaba todo y comienza otra semana más.

Los jovenes están inmersos en la intuición, no necesitan razonar, sino sumergirse. Nosotros tampoco, pero no podemos evitar razonar, hemos perdido contacto con la posibilidad. Miramos con envidia. Si nada lo remedia, estamos acabados.

Tengo algo de pasta y la derramo a manos llenas y sé que, de repente, me levantaré mañana en mi cama. Solo.

2.

Entra ella.

Sabéis lo que puede significar eso.

Yo también.

Me mira y, casualmente, me ve.

—¿Me invitas a una copa?
—Hecho.

Está preciosa, con un top ligero y una falda corta.

Tengo que mentirla, tengo que hacer de esto algo estupendo.

Debería hacerla reír.

Debería hacerla feliz.

Creo que, incluso, voy a bailar con ella. No pensaba yo esto de ti. Yo tampoco. Te juro que yo tampoco. No lo haces mal del todo. Miente como una bellaca, puesto que he dejado fuera de circulación a diez personas ya, a base de codazos y empujones. Pero ella está feliz, lo leo en sus mejillas. ¿Otra copa? Hecho.

En la barra me mira y sus ojos refulgen. No sé qué es lo que ha visto, pero es bueno. Es bueno que lo haya hecho.

Enciende mi cigarro con un bic y no me importa (por esta vez al menos).

Nos bebemos la copa despacio, no podemos hablar sin dejar de mirarnos a los ojos, por lo que no hablamos. Ella tiene un pequeño resto de saliva en la comisura de la boca, así que me veo obligado a quitárselo con un tenue beso.

Y ella me responde con uno rotundo.

Empiezo a creerme esto.

Empiezo a entrar, y antes de que se disipe, la llevo a bailar de nuevo. Quiero destruirme, olvidarme un momento de mí mismo.

Después, asfixiados, volvemos a la barra.

A tomar algo.

Cuando lo terminamos ella tiene ya las manos en mi espalda, por debajo de mi camiseta, y nos vamos. A mi casa. Por Dios que no quiero pensar en nada, que no quiero explicarme esto, ni proyectar ningún futuro, ni esbozar ninguna solución o justificación lógica. No quiero fijarlo en una foto y asesinarlo.

3.

Y al día siguiente, como comprenderéis, no estoy solo en la cama cuando me despierto. Es una pasada. Me duermo de nuevo.

Cuando me despierto un embriagador aroma a café recorre la casa. La soledad está castigada contra la pared en una esquina. La amargura en otra. Me levanto y friego los cacharros mientras ella se ducha. Se abrió un claro entre las nubes, hemos vuelto a ver el sol, como dos presos comunes en el tejao de una prisión. Después ella vuelve a remover el azucar con una cucharilla. No sé qué decirle.

Supongo que ella tampoco sabe qué decirme.

Supongo que estamos pensando en eso cuando nos besamos, por lo que el beso es ausente, como acariciar mecánicamente al perro mientras estás en otra cosa.

Imágenes:

Ella sólo lleva la toalla encima, la misma toalla que todo el mundo, y tiene el pelo mojado.

He puesto el cd de Fito y los Fitipaldis.

El sol entra por la ventana, un día explendido de calor.

Tengo una erección nada disimulada debajo del calzoncillo. Pero no importa.

Escenas:

El movimiento completo de su mano desde el cigarro en el cenicero hasta mi cabeza, donde se entretiene en acariciarme.

Una mosca recorriendo el espacio frente a nosotros.

Yo cerrando los ojos, evadiéndome con su caricia a ninguna parte, donde nada es real y todo lo es terriblemente, al mismo tiempo.

Ella cogiendo el pomo de la puerta y yéndose al trabajo.

Y yo, aquí, quedándome solo de nuevo en mi guarida, en mi celda de barrotes de oro, con mi individualidad de nuevo, conmigo mismo, tan cierto como siempre y tan confundido. Tan ajeno como propio, tan enfermo como lúcido. Tan solo...

4.

No me preguntes, ni se te ocurra preguntarme por qué te traigo donde estoy ahora, a esta agencia de trabajo temporal, relleno mi curriculum en una hoja con el membrete Alta Gestión.

Ha empezado a darme igual esto. Quiero un trabajo, una disolución de otro tipo (lamento ser repetitivo, pero el trabajo es otra iglesia que intenta coger al caos de los huevos y obligarle a aparentar un cierto orden).

No me preguntes por qué, precisamente a estas alturas de mi vida, estoy pensando en decidir, a lo mejor, asesinarme (aunque sea sólo a medias). Estoy pansando en yo qué sé. No lo tengo claro, pero aquí estoy.

Así que no me preguntes por qué estoy devanándome los sesos intentando recordar qué maldito año empecé la universidad, podría bufarte.

Disponibilidad completa (excepto depresiones y momentos de inspiración musical o narrativa [eso no lo pongo])

No tengo carnet de conducir.

Experiencia laboral:

(¿Toda?, ¡coño, no jodas!, ¡necesitaría tres hojas como esta para poner todos y cada uno de los trabajos en los que he estado quince días muerto del asco!)

Hago la entrega y:

—¿Así que, según esto, usted realizó el COU al mismo tiempo que el tercer curso de psicología?
—Bueno, quizá haya algunos fallos de datación...
—Veo que los trabajos nunca le han durado mucho.
—Sí, ya sabe, vivía con mis padres, trabajaba quince días y con el sueldo estaba otros quince días saliendo por ahí, pero ahora es distinto, ahora vivo solo.
—Ya.

Su cara es un poema.

—Buscaré algo que se adapte a su perfil... (No te voy a llamar en la vida, capullo, aunque nos quedemos solos en la faz de la tierra).
—Algo que pueda convenirle.
—De acuerdo. En el móvil estoy las 24 horas del día.
—¿No duerme?
—Tengo horarios variables...

Ya la he cagado bastante por hoy.

5.

Bueno, he estado en todas, ya puedo detenerme. Me hago un cafetito en casa y miro al teléfono. Me lo termino y miro al teléfono.

Me meto a cagar sin olvidarme el teléfono.

Me afeito por segunda vez hoy y lleno el teléfono de espuma.

Miro la tele y al teléfono, consecutivamente.

Me masturbo y el teléfono parece un vibrador, a mi lado.

El teléfono se cae y no se hace nada, pero a mí me duele.

Escribo algo en el ordenador y el móvil crea interferencias con la pantalla. No suena, está buscando la red.

Pongo a cargar el teléfono, aunque la batería esta casi llena.

Me acuesto y el teléfono no me despierta, lo hago sin ayuda de nadie a las nueve de la noche. Joder. Ya no me voy a dormir.

Tengo 12 horas por delante para volverme loco.

Bueno.

Vaya mierda.

6.

Diez de la noche. En el escritorio una botella de champán crianza marca Mahou. Hay muchas cosas que no sé muy bien cómo encajan en mi vida. Los rituales papúes, por ejemplo. Hay algunas muy evidentes, como la tecnología, y sin mucho esfuerzo puedo colocarlas en un sentido y orden más o menos difuso. Pero no sé que significan los sumerios, por ejemplo, o la escritura cuneiforme, o el teatro thailandés, o la soledad de Descartes frente a su chimenea, o las orgías, rituales de comunión con la naturaleza perdida (de acuerdo, ¿pero qué coño significa naturaleza perdida?), o la guerra de los cien años, por ejemplo, o el Oscar a Benicio del Toro, o el sentimiento economista romano, o el ideal de belleza griego o... a Kafka creo que le tengo muy definido, o algo así. Creo que Kafka está muy presente, aunque no consigo identificar todo lo que le moldeó y que, indirectamente, me moldea a mí. Se me escapan muchas cosas, y no creo que indagar en ello me lleve a un fin exacto, o cerrado, sino que más bien amplía la duda.

Me siento muy extraño cuando cago, por ejemplo, cuando lo hago me uno mucho a algo que no encuentro.

Se me escapan las cosas encerrado en esta casa, viendo huir el tiempo sin que yo tome decisión alguna (cuando dejas las cosas pasar hasta que ya no cabe más que una opción no creo que se pueda hablar de desión personal, más alla de la decisión de no decidir). A veces lo noto cuando hace buen tiempo fuera y abro la ventana, de noche, mientras escribo.

El aire es el mismo de siempre, lo sé.

Pero es distinto, huele distinto, al menos. De repente algo bulle dentro de mí y me siento desacostumbradamente vivo (no vale decir que sólo en esos momentos me siento vivo, sino que en ellos me siento vivo de un modo que, para no variar, no identifico con precisión). El aire huele a noche. A unas noches determinadas que no recuerdo con exactitud, aunque sí intuyo.

En casa de mis padres, cuando mis dieciseis años, el silencio, fin del trasiego cotidiano, de noche, todos durmiendo, yo solo. Abro la ventana para fumarme un cigarro que no deje huellas, para que mi madre no se de cuenta. Escribiendo, igual que ahora aunque muy distinto. A los dieciseis años el tiempo no ha pasado y seguro que a los dieciocho publico algo. Es distinto. Muchas cosas no han cuajado todavía y el cielo está abierto. Supongo que en mi inconsciente aún retengo rescoldos de todo eso y hacen oler el aire como entonces, aunque es mentira, porque ahora es ahora.

Los viejos cuadernos, que entonces están nuevos. Todavía no curtidos, arañados, doblados. Las hojas no crujen cuando las paso como ahora las paso, y voy escribiendo. Mucha mierda, porque intento hacer literatura, aún no me limito a escribir.

Cada hora de los cientos de horas que pasé así están hablando.

Ahora me siento abrumado de pasado.

Y no cierro la ventana, porque me siento tan bien como entonces, y las propias mentiras son las menos dañinas. Mi iglesia puede ser lo que yo crea, y creo en esto. Mi templo es un escritorio y una ventana a la calle que abro para que la habitación no huela a tabaco.

7.

Miguel tiene el amor, ese sentimiento difuso y para él en su circo supuestamente inviable. No quiere darse cuenta de que quizá no significa nada. O quizá lo sabe y por eso es imposible que vuelva jamás con ella. No quiere romper su único hilo de amarre a la realidad rota de tenerse en pie por sus propios medios. Es muy fácil verlo desde fuera, yo me mantengo en pie por otras cosas (igualmente ridículas, pero eso cuéntaselo a otro cuando habléis de mí). Champán cinco estrellas en franco movimiento de inmersión en mi estómago. Ellos son periodistas o médicos o señoras de la limpieza, pero al final llega la noche y piensan ¿qué coño pasa conmigo?. Ellos te dan lecciones por la mañana y a media tarde sobre esto y esto y después se sienten tan confundidos como tú.

Te dicen que te compres un piso, un coche y un bonito grupo de electrodomésticos a juego con tu personalidad, un perro, una plaza de garaje para que no te arañen tu niño, un carnet de un vieoclub cercano, un televisor panorámico, unos cuadros insufribles que combinen con tu sofá estrambótico, que te hagas una mastercard por lo que pueda pasar, que te estabilices, que dejes de fumar, que intentes no beber más que isotónicos y que dale a los yogures con bifidus activo, un video para darle sentido a lo del videoclub y a lo de la tele, un curro estable que te demacre mientras te da de comer (venga... ésta por papa... ésta por la letra de la hipoteca del mes que viene... ésta por la maldita tarjeta...) que cauterices tu adolescencia con disciplina, que dilates el agujero del culo para que no te duela, y debajo de todo eso llegará un día en el que estés tú, atrapado hasta las cejas, preguntándote como hacen ellos por qué te asfixias si tu camisa de Armani no te atenaza la traquea ni nada.

Se nos dice qué son las cosas y qué lo que somos. Campañas de integración, de ayuda al tercer mundo, clubes de fútbol, legiones de fans de los tarados más diversos, ascensos, jornadas electorales, todo en su sitio, muy bien puesto, ordenadito, esto es lo que hay que hacer, sueños desbancados por la exclusión del miedo, este es malo, este es bueno, el silencio del fuego, la sensación de seguridad de la luz en la noche.

Que la ciencia no es más que un mundo paralelo al mundo, un mundo sin salir de nuestras cabezas, que ya sé que funciona, pero no es el maldito mundo.

Una mañana mi padre me llevaba a Plaza de Castilla en el coche, yo iba a la facultad y él al curro y me decía, me iba diciendo que no quiero que me malinterpretes, que yo no me quejo de nada, pero tengo la sensación de que el otro día tenía veinticinco años. Joder, qué rabia. El buen hombre trabajando toda su vida doce horas, en horario partido, librando los domingos. Cómo no se va a pasar el tiempo rápido si no vivía siete días a la semana, sino tan sólo uno. Haz el cálculo proporcional de vienticinco años y dime que tiempo queda, cuanto hay para ti.

Todas las cosas que quise ser quedaron aparte por lo que debía hacer.

Entended que me esté quieto, no me atraen nada las perspectivas.

8.

Pero todo sigue, a lo mejor ya lo vas notando. Quizá veas incluso círculos concéntricos como buitres hambrientos sobre mi cabeza.

Salgo a la calle y camino, me tomo una hamburguesa en un burguer kin. No tengo ganas de bares. Me haría falta una buena porción de ella ahora mismo.

Todo está realmente cerrado, y casi no veo a Koldo cuando se acerca, cuando me mete en su coche y me pone algo de Stone Temple Pilots.

—Eh, tío, ¿dónde estabas?
—Qué tal, tío.

Entiende que no es bueno hablar, ahora no. Me deja conmigo mismo y con la música y conduce, todo son calles y vidas a mi alrededor. En mi interior todo es confuso, todo lo relativo a todo excepto a lo que no quiero, eso lo tengo claro. Cuando me deja en casa, ella está en la puerta. Pero me ve y no entra. De nuevo estoy aquí, sedado por el paro, enfundado en un abrigo multicolor repleto de pieles de otros. Creo que me duermo sobre las cinco de la mañana. Creo que sueño con algo.

9.

Al día siguiente voy a la facultad, ese lugar donde me matriculaba los inviernos para no pasar frío fuera. Me tomo unas cervezas con el camarero nuevo y saludo al hombre del puro. Creo que necesito sitios nuevos, amigos nuevos, una cara nueva y una morfología cerebral a estrenar. Creo que ya me sé de memoria todo esto.

No sé.

10.

Hoy estuvo mi padre arreglando los grifos de mi casa alquilada, de mi estercolero personal. Tengo muchas cosas que decirle, en serio, pero no salen. Recuerdo incluso cuando le escribí una dedicatoria en un libro en el que me habían publicado un relato, en la que le decía todo lo que le admiraba, también recuerdo cómo no pude darle nunca el libro.

Debería estar prohibido eso, el no poder hablar con tu padre para decirle lo que le quieres. Joder.

12.

Estaréis buscando una historia, a lo mejor es eso lo que os pasa. No pretendo engañar a nadie, esto es la misma vida, aquí no hay historias, aquí sólo existe el tiempo que va pasando dejando más de lo mismo sobre un cuerpo aburrido de necesidad. No dejes que te engañen filosofías más que menos optimistas. Eso no existe en ninguna parte, y aunque así fuera, no podría llegar a ese sitio mientras viva. Olvídalo.

Agárrate una buena borrachera a la salud de cualquier dios.

Ese es el tema.

7. La disnea significa dificultades respiratorias.

Sin embargo, vemos que la masa no culta de la humanidad que sigue la senda del simple sentido común y se rige por los dictados de la naturaleza se encuentra en su mayor parte tranquila y despreocupada. Nada que sea familiar les parece inexplicable o difícil de comprender. No se quejan de falta de evidencia en sus sentidos, y están totalmente fuera del peligro de convertirse en escépticos. Pero, tan pronto como nos separamos de los sentidos y del instinto para seguir la luz de un principio superior, para razonar, meditar y reflexionar sobre la naturaleza de las cosas, surgen miles de dudas en nuestras mentes en relación con aquellas cosas que antes nos parecía comprender totalmente.
Tratado sobre los principios del conocimiento humano. George Berkeley.

1.

¿Qué más decir? No tengo ni idea, no ha pasado nada, y supongo que estarás aburrido de leer la misma soledad frase tras frase. A lo mejor es que soy un desecho y no merezco vivir, a lo mejor no me merezco el esfuerzo de todas las compañías del mundo por hacer mejores coches, electrodomésticos, casas o lo que sea.

A lo mejor es que estoy acabado antes de nacer.

A lo mejor podría mentir, y escribir que terminé de cantautor en cualquier parte, o de ingeniero técnico en algo, o de escritor en el País, o algo así. Pero de momento no ha pasado aún nada de eso. No te engañes, tampoco pasará.

Terminaré en cualquier fábrica de mierda, comprando una casa porque el tiempo pasa y uno debe pensar en cuando sea demasiado viejo para trabajar.

En realidad estoy harto de esto, creo que voy a escribir una novela histórica o una porno de felicidad Melrouse Place, no lo sé.

Tendré un buen equipo de música que pagaré en veinticuatro meses, un cohe mediano y una buena vajilla para cuando vengáis a verme. Por eso no debéis preocuparos.

Una guitarra colgará siempre de una pared (¡eh, dirá siempre, que yo fui de esos!).

No me sentiré mal nunca.

Habré perdido.

2.

Salgo a la calle y observo los pisos de ciudad dormitorio, las ratoneras donde se almacena la fuerza bruta de trabajo y, al mismo tiempo, los potenciales clientes. No tienen otra cosa que hacer con su dinero que comprar. Me resisto a verme a mí mismo de la misma manera, aunque tengo muy claro que lentamente cada vez me parezco más. Champú de naranja y menta, gel de leche, desodorante de frutas cítricas, nórdica sobre la cama y televisor y equipo de música y mueble bar.

Me cuesta leer porque sólo encuentro noveluchas que cuentan historias vanales, estúpidas porque fomentan el mismo sistema de vida que me está destrozando. Los otros son libros de filosofía que entiendo, pero que no dicen demasiado acerca de nada que me afecte. Está muy bien entender de la substancia, del eterno retorno, todo eso es bastante sencillo si uno aprende a esquivar la intrincada retórica de la exactitud como impostura (son interesantes como ejercicio intelectual, poco más).

Los pensamientos son como las canciones, me explico: si una canción no suena bien con una guitarra y una voz, sin nada más, por mucho que la compliques no conseguirás una buena canción, sino a lo sumo algo que suene bien. Los pensamientos que requieren cuarenta o cincuenta páginas del R.A.E. huelen mal.

Lo social substituyendo lo público, el comportamiento eliminando la acción. Eso es saber lo que tienes que hacer en cada momento. Es estar programado. Soy una escoria impredecible.

No me convence el fin de semana en el Pryca, ni el café del Café y Té, no me gustan las películas del Blockbuster, en general.

No me gusta levantarme por las mañanas y planear mis vacaciones de verano, hacer cuentas para comprarme un nuevo despertador más efectivo, no me gustan las películas que acaban bien aunque el final no encaje ni a ostias.

No me parece sano pudrirme en una oficina cuando lo que quiero es tumbarme en un parque. No me gusta que me convenzan de que mi trabajo es importante como método para tenerme quietecito. No me gusta que el alquiler sea alto, porque eso es lo que consigue que me acojone quedarme sin trabajo.

Lo siento, no parece que esto que tengo me emocione demasiado.

Así, cuando les veo camino del cine o del supermercado, o los fines de semana en el ritual glutinante del alcohol, me pregunto si no se dan cuenta, si es que no se enteran de que siguen pasos estrictamente marcados, si no se dan cuenta de que el esclavo más interesante desde el punto de vista de la eficacia es precisamente aquel que se cree libre.

Y aunque se dieran cuenta, como yo, ¿qué iban a hacer? Lo que yo.

3.

Sentado en el cuarto de baño, mirándome en el espejo con una cuchilla de afeitar en la mano. El grifo de agua caliente está abierto. Acerco la cuchilla a mi muñeca.

Si queréis nos detenemos a mirar esto, porque la imagen es triste, es enormemente triste mirarme así. Creo que además, para redundar en la melancolía, estoy llorando.

Salgo y doy un último vistazo a los libros que me han acompañado en todo esto. Creo que ha quedado claro que lo he intentado, ¿no? De vuelta de todo, dice Jarabe de Palo. De vuelta de nada, tan joven y de vuelta.

Si queréis nos reimos un rato viendo como no soy capaz de suicidarme, que es lo más triste de todo.

Odio a los profesores que nunca cambiaron esto, a los políticos que lo mantienen, a la humanidad en general, que no se da cuenta de que no hay ninguna mano muerta que gobierne esto, que es ella misma la que lo continúa pese a la infelicidad que genera.

Cuántas borracheras más puedo contaros, cuántos desatinos, cuánta miseria. Toda la que quiera. Cierro el grifo y dejo la cuchilla. En el fondo, soy un maldito optimista, siempre me cabe la posibilidad de que algo cambie cuando llaman a la puerta

y
es
ella.

4.

—Hola.
—Hola, tía.
—¿Vamos a dar una vuelta?
—Como quieras.
—Estás hecho una mierda.
—Ya.
—Ponte unos zapatos.
—De acuerdo.
—Ponte una camisa.
—Hecho. ¿Qué te trae por aquí?
—Sólo verte.
—Me alegro.
—¿Me quieres?
—Creo que sí.
—De momento eso me sirve.
—¿De momento?
—Sí.

Ya en la calle me coge de la mano, me coge de la mano y camina por la acera, deteniéndose en los escaparates de las tiendas, mirando ropa. A veces entra, se prueba algo y me pregunta:

—¿Esto te excita?
—No, nunca me ha excitado el verde.
—¿El mismo modelo en azul?
—Sí, y más escote.
—¿Más?

Se ha comprado unas quince cosas cuando entramos en una cafetería y pide un par de cafés y unas tostadas.

—¿Nos sentamos en una mesa?
—Sí.
—¿Están buenas las tostadas?
—Razonablemente.

Después seguimos de tiendas hasta la hora de comer, entramos en un bar a por un par de menús.

—¿Está a tu gusto el filete?
—Un poco crudo.
—¡Camarero! ¿Podría pasarme un poco más este filete?

Al finalizar me lleva a una tienda de lencería. —Quiero que elijas algo.
—No, de verdad, no puedo.
—Entonces lo haré yo.
—Gracias.

5.

—¿Tienes trabajo?
—No.
—Tienes que encontrar uno, vamos a comprar el Segundamano.
—Como quieras.

6.

—¿Tienes alcohol en casa?
—No.
—Perfecto, esto lo tendrás que hacer sobrio.
—¿Por qué?
—Creo que así es como funciona.

7.

—¿Cómo lo llevas?
—Bien, lo único que echo de menos del alcohol es que, por lo menos, es hacer algo. Ahora no hago nada.
—¿Por qué no escribes?
—No tengo ganas.
—¿Por qué no lees?
—Menos.
—Bueno. Podemos salir, o quedarnos y dormir, o pensar en que a las cinco tengo que ir a trabajar.
—No me gusta demasiado pensar en eso.
—Lo sé. Pero es así.
—Ya. Yo tengo aún algo de paro, podemos aguantar un tiempo.
—¿Y después?
—A lo mejor después ha pasado algo.
—¿Tú crees?
—Creo en ello con toda la fuerza que tengo, de otro modo me derrumbo.
—Me alegro, si eso te sirve. A mi no.

8.

Salgo de ninguna parte y cojo un bocadillo de la mochila y comienzo a comérmelo despacio. Ella está trabajando y yo espero un autobús. No sé por qué he salido. No tengo tiempo que perder, así que lo pierdo con ganas. Los mismos pensamientos destrozan mi cabeza, ya sabés, trabajo, futuro... y otros para mí menos futiles: recuerdo, inmortalidad... Todos aquellos que veo y todos los demás que no veo están haciendo algo que me facilita la vida. Algunos hacen cables RCA ocho horas al día en naves industriales asquerosas, iluminadas por neones, cables que yo después compro para escuchar música en estéreo. Otros hacen panes o empaquetan los folios en los que escribo.

Pensar eso hace que dejen de gustarte muchas cosas que siempre te ha encantado comprar. Me facilita la vida o me la complica. Quizá yo no necesitaria las cosas que hacen si ellos no necesitaran venderlas.

Me acojo a la sexta enmienda.

9.

Cuando llego a casa tengo sorpresa. La mesa está limpia, y encima de ella prenden velas y están sevidas unas truchas rellenas de finas tiras de panceta fresca y champiñones.

Y Pedro mientras tanto va rellenando concienzudamente las estanterías con suavizantes, no puede faltar Vernel ni Mimosín, porque tienen una gran salida. Y está muy cansado pero no para porque después de seis meses en el paro este trabajo es una joya que no se puede desperdiciar.

—¿Quieres vino?
—¿Acaso no caga el Papa?
—Descórchalo y sírveme una copa.

Y Antonio cobra en el 7eleven a todos los mamarrachos que se les ocurre comprar kalimotxo y pasárselo de puta madre privando tumbados en la hierba, justo enfrente de él. En su casa duerme su mujer o se la pega con otro. Está siempre tan cansada, tan deprimida, tan jodidamente cansada...

—¿Está buena?
—Estás preciosa, y la comida es perfecta.
—Gracias, me alegro.

Y Luis vigila una nave industrial para pagarse el Megane Coupe. Y Alfonso abre el garito. Y Juan hace pan. Y Jose Antonio friega el suelo de la fábrica de helados a la que yo no quise ir. Y Eduardo vacia papeleras en unas oficinas. Y Maria hace lo propio en otras. Y Susana ayuda a Pedro con los suavizantes. Y hay otros en mensajerías, otros en los turnos de noche de las rotativas, y otros limpiando las calles, y todos y cada uno de ellos sirviendo quién sabe a qué para que cuando yo me levante todo esté bien puesto y en su sitio.

—Si me besas abro las piernas.
—Podrías intentar no ser tan soez. Hay que procurar tener un respeto al sufrimiento. —¿Quéeee?
—Es broma, es igual. —Si me besas, te lo devuelvo. —Cómo no.

10.

Koldo tiene un excelente sentido del humor. Un sentido del humor en forma, bien engrasado, 100% humor, elástico, plegable, ácido como el limón, agreste como el campo y, al mismo tiempo, sutil como un maldito diplomático flemático inglés.

Pero después de siete semanas sin trabajo no le queda mucho de eso.

11.

Somos relativamente felices de nuevo. Salimos, entramos, nos olvidamos de lo que somos y tenemos y también, y esto es más difícil, de lo que no somos y no tenemos.

12.

Vamos al zoo y respiramos y vamos al cine y respiramos y salimos de copas y respiramos y hacemos el amor en las esquinas porque al fin y al cabo nos sentimos perros e intetamos sonreir y lo hacemos y respiramos y tenemos tiempo y respiramos y pensamos incluso en un coche de segunda mano y respiramos y pagamos el alquiler y cogemos aire y espiramos y vamos respirando.

13.

Esta mañana de esta estación indeterminada amanece fría y nublada, confusa y desdibujada como el rato de cama que estamos teniendo solo por no dejarme no hacer nada.

Y me voy a por pan pregúntandome si me haces feliz, y en caso contrario si la culpa es tuya, y en caso contrario si puedo hacer algo para cambiarme y remediarlo. Me pregunto también si tú eres feliz y no me aclaro. No creo que en realidad te preste mucha atención, que salga de veras alguna vez de mi cabeza para mirar dentro de la tuya. Me gustaria diluirme en las cosas, hacer la inmersión en esta cotidianidad que a tanta gente llena. No quiero llamar la atención, no puedo creerme esto. Al menos podría volver a las mitologías, son inofensivas y sirven bastante. No os creáis, me doy cuenta de que soy un llorón irreversible.

Pero este es el desenlace y no sé cómo voy a conseguir darle un sentido a todo esto, porque me siento un poco forzado a hacerlo, plantear una solución al menos. la vida no da esas soluciones, aunque siempre suele dejarte la alternativa del suicidio. Me gustaría ser independiente y vivir en medio del campo cazando osos y haciéndome ropas con sus pieles, pero ya es tarde para todo eso, he pasado demasiado tiempo entre anuncios de desodorante como para no necesitar toda esta ruina. Así son las cosas, lo creáis o no.

14.

Escribo casi todo el tiempo, relatos de gente de pueblo que cuida vacas y se pone triste cuando se muere la gallina Paquita, de yuppies recién despedidos que buscan una luz recorriendo carreteras con su mercedes, de estudiantes disconformes con su plan de estudios, o perdidos cuando hacen su último examen y descubren que sólo saben hacer eso, exámenes. Escribo cosas de garitos, por supuesto, y, sobretodo, despedidas, relaciones que se rompen por que las personas que la componen divergen en caminos distintos.

Eso no sé si es autobiográfico.

15.

Y así estábamos más o menos cuando llegó Harpo, una mierda de gato de quince centímetros de largo sin contar el rabo. Supongo que llegó porque ella no entendía lo que estaba pasando y aún no estaba dispuesta a tener un crio. Harpo es como una vaca, con manchas blancas y negras. Tiene costumbres rarísimas, como tumbarse sobre el respaldo del sofa con dos patas colgando a cada lado. Harpo es un buen tipo, algo alocado, pero un buen tipo. Le gusta comer. Le gusta mucho comer y dormir, supongo que como a todos los gatos.

Es curioso, cuando le cogí cariño al puto gato empecé a trabajar de nuevo. No entiendo la relación que puede haber entre ambas cosas. Empecé a comprarle comida cara, verdaderas delicias, supongo. Me gusta verle comer. A ella le gusta en general. Todo, inexplicablemente, iba mejor entre nosotros. Sonreíamos más. Sonreímos más.

Casi no nos veíamos, ella tenía turno de mañana y yo de tarde. No coincidíamos ni a medio día. Sólo por las noches, cuando cenábamos y hacíamos un esfuerzo para contarnos los respectivos días de cada uno. Después yo me quedaba escribiendo hasta las tantas y ella dormía. ¿Os he contado que es preciosa cuando duerme? Creo que no, no lo sé, pero lo es, de verdad, tendríais que verla. A veces yo salía a pasear por ahí, a intentar aclarar mis ideas. No lo conseguía nunca, pero, al menos, me agarraba unas curdas de aúpa. Luego regresaba tambaleándome a la cama donde ella, siempre dormida y sin resentimientos, incondicional, calmaba el frío que yo inevitablemente traía de fuera.

16.

Ella trabaja por las mañanas y yo escribo, escribo y, de vez en cuando, paro y me masturbo mirando las mismas tres viejas revistas porno de siempre. A veces tengo la ilusión de que de repente adquiero el poder de sacar a una tía de entre las páginas y traerla a mi casa, imagino que utilizo ese poder con una después de otra hasta que me corro y me doy cuenta de que sigo en mi cama, yo solo.

Entonces me levanto y vuelvo a escribir, para no perder el hilo de realidad kafkiana que me envuelve. No digo que no sea triste, pero es lo que tengo.

Uno va tirando.

17.

En una cafetería, por las tardes. Una cafetería de esas a las que me gusta ir, de las de toda la vida. Todo sería estupendo si no estuviera un poco harto de los tipos de clientes que ya me sé de memoria. El solitario que toma copas y a los dos o tres meses comienza a hablar contigo, y siempre tiene una mujer en casa y un trabajo que le aburre y le quema, los de la tienda de electrodomésticos de al lado que se escapan a tomar café, los matrimonios que no quieren que los críos les destrocen la casa y por eso se los traen a que rompan todos los vasos y tiren todas las sillas, los freakis del botellín sin copa y sin tapa, los de la castellana que siempre son viejos medio amargados y cachondos, empalmados constantemente mirando adolescentes, las abuelas católicas y adineradas de la merienda de café y tostada y las conversaciones críticas acerca de las costumbres de todos y cada uno de los que componen el vecindario, los obreros que se achispan cuando terminan en la obra para sedarse hasta el día siguiente, los estudiantes sin un duro que se hacen arrumacos parapetados tras y entre las cocacolas, los petardos que se creen chistosos y que están seguros de que no tengo más remedio que escucharles, los llorones, que saben lo mismo y se ahorran el psicólogo.

Por la noche limpio la plancha con un líquido peligroso del carajo y limón. El olor del limón medio caliente medio quemado me repugna porque así es como debe oler la decadencia más brutal e incomprensiblemente viva.

18.

Yo no me merezco esto, yo ni nadie. A veces he encontrado un error de percepción que quizá esté cometiendo. El error de percepción es el yo. El pensarme como ser distinto al mundo, enfrentado a él. Quizá no debería hacer más que no afrontar nada y limitarme a moverme con el tiempo, momento en el que estoy integrado.

Pero no fui yo quien metió en mi cabeza esa absurda idea.

No podéis maleducarme y después echarme la culpa por ser como soy.

Si me dijísteis que soy especial e irrepetible, día tras día, como argumento para hacerme comprar este o aquel pantalón, o coche, o gafas de sol, no podéis meterme después en una vida enlatada y envasada al vacío. Así me convertís en un depresivo nato.

Si somos tan especiales no merecemos tanta insufrible homogeneidad.

Tengo la sensación de haberlo visto todo ya, de saber dónde llevan todos los caminos. Tengo la sensación de que ya no me resta ilusión para empezar nada.

Me temo que un día reventaremos todos, y me espeluzna pensar en las horribles consecuencias de esa locura. Más me asusta pensar en que no reventemos nunca.

8. Las cosas.

Más allá de la luz está la sombra,
y detrás de la luz no habrá luz
ni sombra. Ni sonidos, ni silencio.
Llámale eternidad, o Dios, o infierno.
O no le llames nada.
Como si nada hubiera sucedido.
—Insistencias en Luzbel. Francisco Brines.

1.

Uno de esos días que deseas con todas tus fuerzas que pase algo, que pides con todas tus fuerzas que cambie lo que te rodea, porque de verdad que no aguantas más y estás a punto de reventar y hacer cualquier tontería que mande todo definitivamente al abismo de una vez y para siempre. O uno de esos días en los que a lo mejor quieres tener coche o quitárselo a alguien para coger el volante y llevarte a ti sin tu ruina todo lo lejos que dé de sí la carretera. Pero esos días indefectiblemente todo sigue en su sitio y no hay novedades y no tienes muy claro qué hacer entonces.

Como todos los días.

2.

Te esfuerzas en llevar una vida normal porque sabes que si no no hay comida y te vas al curro día a día e intentas mantener después la cordura escribiendo o emborrachándote como un cerdo con los colegas y hablando de poesía o de relatos o de novelas jamás escritas. Pero te vas dando cuenta de que quizá no las tengas todas contigo de que quizá estés cediendo algo de terreno y sutilmente cambiando, y lo haces cuando estás en una tienda mirando móviles aunque el tuyo funciona de puta madre, tan solo porque ya tiene un par de años y no queda demasiado bien junto a tu trabajo.

3.

Y a lo mejor un día cedes un poquito más y te convencen para ir a una de esas terrazas llenas de gente morena y de gente con jerséis al cuello y de gente que siempre tiene una copa y un cigarro en la mano y están muy bien peinados o muy bien despeinados, según el caso. Y ves escarabajos descapotables llenos de esta gente y palmeras y dos copas mil setecientas y música horrible retumbando en un equipo de música alucinante.

Y a lo mejor eso pasa y no quiere decir nada.

4.

Harpo permanece en tensión, mirando profundamente concentrado al frente, al calcetín. Se mueve despacio, sin hacer ningún ruido, apoyando las patas traseras donde antes apoyara las delanteras. De repente parece a punto de estallar, se tensa aún más y... salta, agarra el trozo de tela sudado con los dientes y dice “no, no” muy muy rápido con la cabeza. Ha conseguido su presa, la golpea con la pata lanzándola lejos y corre de nuevo a por ella.

Qué suerte.

El sol entra por la ventana y arranca reflejos arcoiris de todas las cosas, que vibran vivas sobre la faz de la tierra. La ropa, medio humeda, parece responder al contacto del calor y visiblemente se seca. Me voy a fregar los cacharros.

El agua me quema las manos, pero no quiero mezclarla con fría. Lentamente restrego con el estropajo el café reseco de los vasos, la grasa asquerosa de las sartenes, el tomate enrarecido de los platos. Los cubiertos van uno a uno cayendo en el escurridor hasta que, de pronto y sin aviso, termino.

Cojo el Cif del estante y el estropajo del baño, pongo todos los botes de champú encima de la lavadora y abro el grifo de la ducha, regando de agua hirviendo las paredes de porcelana de la bañera, después los microgránulos del producto van arrancando porquería invisible del blanco puro y una nueva ducha de agua se lleva al culpable y al héroe salvador desagüe abajo. Me reclino frente al bidé y abro el grifo y repito el proceso. Meto las manos tras la taza del váter y aflojo las mariposas que sujetan el asiento a la taza. Me lo llevo a la bañera y lo restriego con Cif, despues arremeto contra la taza. Vuelvo a colocar las mariposas en su sitio y limpio la bañera (¡otra vez!, siempre tengo el mismo error de previsión), le toca el turno al lavabo. Termino y guardo el Cif, saco el Cristasol y el periódico del domingo. Limpio el cristal del espejo. Tiro el papel a la basura, empapado. Lleno el cubo en la bañera, y después le echo un líquido verde con olor a pino. Barro el suelo, pero como está mojado las pelusas del pelo de Harpo se quedan pegadas a las baldosas. Intento quitarlas con la fregona, pero el resultado no es muy satisfactorio.

Arrincono los fuegos contra la pared de la cocina y los froto a conciencia, haciendo desaparecer la grasa más escondida y recóndita, la grasa, quizá (no lo creo) del principio de los días. Al menos lo parece.

Abro la nevera y saco unos huevos y unos lomos, lleno una sartén de aceite de girasol y pongo música, algo de Ismael Serrano, que me da tanto asco. Cuando el aceite me avisa con su olor echo al baño los huevos, intentando que no se rompan las yemas. Con la paleta echo aceite sobre ellos, para que no quede babilla de la clara. Cuando están echos los saco, vacio la sarten sobre la aceitera y con la gota que dejo frio los lomos. Friego la sarten y me voy con el plato al salón. Cojo pan y agua. Tengo cubiertos, servilletas de papel, un mantel individual de plástico. Pongo la tele, un telediario de esos que me dan tanto asco. Puñeteras vacas locas. Puñeteros cabrones de ETA, puñeteros políticos haciendo propaganda de cualquier cosa, puñeteros locos que van por ahí sin mirar y terminan atropellando a alguien con el coche, puñeteros psicópatas de la pornografía infantil, puñeteros insomnes anunciando el fin del mundo, puñeteros, al fin y al cabo, los redactores de unas noticias tan morbosas, de un resultado general tan parcial y engañoso.

Pongo la cafetera al fuego, eléctrico y por ello aún caliente de antes. Me la quedo mirando, con la mente en blanco, hasta que comienza a burbujear, levanto la tapa y el café sale despedido por todas partes, poniéndolo todo perdido. Lo retiro del fuego, cojo el vaso en el que bebí agua y sirvo café. Añado leche azucar al gusto. Pongo música de nuevo, esta vez de la radio. Me quedo mirando al techo, con el revulsivo caliente entre las manos. Tengo ganas de mear y voy al baño, donde todo huele a limpieza, a cuidado y respetado. Meo, limpio las gotitas que caen fuera con un cuadrado exacto de papel higiénico. Lo tiro al fondo y levanto el tirador de la cadena. Cascada de agua.

En el salón todo sigue más o menos lo mismo, me siento de nuevo y ponen a Ismael Serrano en el programa de la radio.

Tengo que irme a trabajar, así que me ducho, gel de avena, champú de frutas cítricas, desodorante de no sé qué planta y colonia de ducha de aroma campestre. Escojo muy bien la ropa para causar un efecto interesante, me miro en el espejo y me satisface la imagen que devuelve gratuitamente.

La imagen que yo construyo. Allí donde se genera todo lo existente, allí mismo deberá destruirse todo por necesidad. Es la mano muerta e ineluctable del tiempo. Vivimos días prestados, robados al círculo.

Elimino una arruga de la camisa con la mano. Agarro el pomo, cojo las llaves, cierro la puerta. Recorro el descansillo hasta las escaleras y las bajo despacio, hoy no voy a llegar tarde al trabajo, he salido temprano.